EL DESEO DE FARIDA®
por: Luis José Martín García-Sancho.
Entré llorando.
Quería a mi mama matiba.
No entendía nada de lo que aquellas personas me decían con
una sonrisa exagerada.
Me causaban miedo, todos vestidos de verde con un ridículo
gorro de papel. Pronto empezaron a pesarme los brazos, las piernas, la cabeza.
Los párpados se cerraban, aunque quería mantenerlos abiertos a toda costa para
evitar que aquellos extraños pudieran hacerme daño.
Mama matiba me había dicho antes que no me asustara de las
personas vestidas de verde porque eran las que iban a arreglarme la cara. Pero
no podía dejar de pensar en ellos porque tenían un gorro muy parecido al que
llevaba el viejo que nos arrojó a mi madre y a mí un líquido que ardía por la
cara y por todo el cuerpo, provocándome un dolor tan intenso que me hizo perder
el conocimiento.
Luego, en el hospital, conocí a mi mama matiba que me cuidó
igual o mejor que mi propia madre.
- Voy a llevarte a mi país -dijo una mañana mi mama matiba muy
contenta-, al lugar donde yo he nacido, donde vive mi familia. Me han dicho que
pueden curarte y dejarte tan guapa como antes.
- ¿Vendrá mi mamá conmigo?
-pregunté mientras cogía la mano de mi mama matiba.
- No, cariño, tu mamá no
puede ir -contestó mama matiba dulcemente-. Tiene que curarse de sus quemaduras
y luego debe hacerse cargo de tus hermanos. Pero es ella la que me ha pedido
que te arregle la cara.
Me quedé pensativa.
Estuve un rato en silencio mirando la mano de Ester, mi mama matiba.
- Entonces, ¿vendrás tú conmigo? -dije mirándola directamente a
los ojos mientras apretaba su mano con fuerza-. Me da miedo quedarme sola.
Puede venir el hombre viejo y arrojarme otra vez el agua que quema.
- Claro que iré contigo,
cariño -contestó Ester-. Estaré siempre a tu lado. Jamás dejaré que te ocurra
nada malo.
Pero ahora me había
dejado sola con unos desconocidos vestidos de verde y con un gorro que
se parecía mucho al que llevaba el hombre que nos agredió.
Finalmente el sueño venció. Mis ojos se cerraron y las
palabras de aquellas personas empezaron a difuminarse en mis oídos hasta
hacerse incomprensibles.
En ese momento me acordé de mi madre. Bastantes días antes
había ido a nuestra casa una anciana. Yo escuché parte de la conversación,
cuando mi madre comenzó a gritar que jamás permitiría que hicieran daño a su
hija, que nadie la mutilaría. Mientras la empujaba para que se fuera de la
casa. La anciana salió gritando cosas que yo no llegaba a entender: Que la ley
tenía que cumplirse igual con todas las niñas. Que el padre y los abuelos de la
niña ya habían decidido y que no podía negarse porque habría represalias.
No comprendía qué ley ordenaba hacer daño y mutilar a las
niñas y más aún si no había hecho nada malo. Siempre había ayudado a mi madre,
cuidaba de mis hermanos pequeños. Incluso, cada día iba a por agua al pozo situado junto al cauce seco del río con una garrafa sobre mi cabeza.
Dos días después, mientras esperaba con mi madre para coger
agua del pozo, empecé a oír las voces de un hombre que se acercaba hacia
nosotras. Nos señalaba con el dedo mientras gritaba todo tipo de insultos y
repetía una y otra vez que habíamos incumplido la ley. Le conocía de vista, era
un tío de mi padre. Un primo de mi abuelo o algo así.
De pronto, el viejo
sacó un frasco. Todos se apartaron precipitadamente. Destapó el envase y lo
arrojó sobre nosotras. Mi madre se pudo tapar el rostro con el hiyab mientras
intentaba apretarme contra ella para protegerme con su cuerpo. Pero no le dio
tiempo. El líquido que nos arrojó aquel hombre me alcanzó de lleno en la cara y
en el brazo de mi madre con el que intentaba ocultarme. Quemaba más que el
fuego.
Comencé a notar
claridad oía palabras que no entendía. Quería abrir los ojos pero un fuerte
sopor me lo impedía. Hice un puchero intentando llorar. Pero ni eso podía. Me
parecía escuchar una voz conocida.
- Hola, cariño -dijo Ester acariciándome la mano -, ¿ves?, estoy
aquí contigo. Tu mama matiba, no te he dejado sola.
Intenté hablar pero
no podía articular palabra.
- Tengo sed -logré decir por fin-. Me arden la cara y los muslos.
- No te preocupes preciosa
-dijo Ester-. ¿Te acuerdas de lo que te expliqué? Los médicos que te han
operado, te han cogido piel de los muslos para sustituir la que tenías quemada
en la cara. Me han dicho que ha sido un éxito y que pronto podrás volver a reír
y a ver con normalidad. Que tendrás muchos pretendientes.
Intentaba escuchar pero se me cerraba el único ojo que tenía
destapado.
- ¿Sabes lo que me han
dicho los médicos? -continuó Ester-. Que, seguramente, también puedas ver algo
con el ojo izquierdo, que no lo has perdido. Podrás ver con tus dos ojos
cariño, es una noticia fantástica. Allí pensábamos que lo habías perdido.
- No me dejes sola mama matiba -susurré apretando con fuerza la
mano de Ester mientras me dormía-. Quiero que venga mi mamá.
Ester me frotaba la
mano con suavidad para que me despertara, mientras me acercaba una gasa húmeda
a los labios.
Una semana después Ester me llevó a su casa. Estuve
curioseando por todas las habitaciones con el único ojo que tenía destapado muy
abierto. Al llegar a la cocina abrí el grifo, acerqué los dedos al chorro y me
los llevé a los labios. Os aseguro que intenté sonreír, pero las cicatrices no
me dejaban. Luego reconocí una cazuela sobre la encimera.
- ¿Es la comida? -pregunté
destapando la cazuela a la que casi no llegaba- ¡Hala!, si sale humo.
Miraba extrañada por debajo porque no lograba ver el fuego
que calentaba la comida.
- Mira cariño -dijo Ester apartando la cazuela y llevando mi mano
a la encimera-. El fuego está debajo de esta placa.
- ¡Hala!, cómo quema – dije
retirando la mano-. Pero si no hay llama.
- Ten cuidado no te quemes
-dijo Ester sujetándome la mano-. Aunque no puedas verlo, el fuego está debajo
de la placa ¿Te acuerdas de David y Víctor? ¿Los niños que fueron a verte al
hospital?
- ¿Tus hijos? -pregunté-.
Son un poco feos.
- Si, cariño, mis hijos
-contestó Ester riendo-. Cuando vuelvan del cole comeremos todos juntos.
- ¿Y Lalo?, ¿va a venir
también Lalo? -pregunté mientras encendía y apagaba las luces del comedor
repetidamente- Tu marido es más guapo que tus hijos.
- Vaya, vaya -dijo Ester
riendo-. No sabía que te gustara más Lalo.
- Es que me hace reír mucho
-contesté un poco triste-. Yo casi no conozco a mi padre. Pero me acuerdo que
una vez que estaba en casa, zarandeó a mi madre y se fue dando voces.
- Claro que vendrá Lalo,
cariño -dijo Ester muy sonriente-. Él es el que ha ido a recoger a David y
Víctor al cole. Comeremos todos juntos.
Cuando llegaron Lalo,
David y Víctor, Ester y yo ya habíamos puesto la mesa. Se lavaron las manos y
nos sentamos a comer. Empezamos a hablar de mi país. Ester traducía lo que yo
decía y lo que ellos me decían a mí. Aunque ya les entendía bastante bien.
Ester me dijo que, tal y como estaba evolucionando todo, pronto podría volver a
casa con mi familia. Les contesté que tenía ganas de ver a mi madre y a mis
hermanos pero que me daba pena irme porque la familia de mi mama matiba se
había portado muy bien conmigo.
- ¿Qué te gustaría llevarte a tu casa cuando regreses? -preguntó
Ester- ¿Qué regalo te haría más ilusión?
Me quedé pensando un
buen rato sin contestar. Con todo lo que me habían regalado los médicos, los
enfermeros, los amigos y familiares de Lalo y Ester, ya tenía suficientes
juguetes y muñecas para todos mis hermanos y amigos.
- Farida es una tonta -dijo Víctor-, no sabe que regalo quiere.
- Mamá, si ella no quiere
nada -intervino David-, me puedes regalar a mí la Samtug Galaxia, es chulísima.
Se la han regalado a Fer y...
- Vale ya, David -cortó
Lalo, haciendo un gesto con la mano a sus hijos-. Dejad a Farida que piense.
- Ya lo sé, mama matiba,
quiero un grifo -dije muy contenta y en castellano-. Un grifo del que siempre
salga agua.
Víctor y David comenzaron a reír a carcajadas. Yo quería reír
también, pero las heridas me lo impedían.
Arévalo, enero de 2014.