Amordazad a calandria
que nos regala sus
trinos
que se apodere el
silencio
de los llanos y
caminos.
Expulsad a la avutarda
que reina en estos
dominios
que no vuelva a hacer
la rueda
ni en alfalfa ni en
baldío.
Que ya no salte el
sisón
en el lindero perdido.
Que entre las luces y
sombras
deje de oírse el
silbido
del dormilero en el
prado,
dejad el campo vacío.
© Luis
J. Martín, “Soledades de Castilla”, fragmento.
Un tendido eléctrico fantasma, un puñado de pesetas y un pellizco en la mejilla.
Los recuerdos tienen vida propia. Van y
vienen a su antojo. Aparecen cuando no los buscas. Desaparecen en el momento
que los necesitas. Son un reflejo de tu vida, unas veces distorsionados por el
tiempo, otras, fiel reflejo de la realidad. No sé hasta qué punto, nuestra vida
se compone más de recuerdos que de hechos. Juntando estas tres palabras: vida,
recuerdos y hechos, el resultado de la suma es la historia vital.
Mis padres, con los años,
perdieron la memoria, primero mi madre, mi padre después. Por lo tanto, he sido
testigo, por partida doble y de forma dolorosa, de que al perder los recuerdos
pierdes tu identidad. Tu cuerpo sigue siendo el de Fulano, pero el tal Fulano
dejó de existir en el momento de perder su historia vital, aquella que se
almacenaba en su cabeza en forma de recuerdos. Por eso quiero escribir algunos,
por si también los pierdo en el futuro. Hecho que no tiene por qué pasar, pero
que puede que pase. Quien sabe.
Normalmente, se suele
empezar una historia por la dedicatoria y terminar con los agradecimientos. Hoy voy a hacerlo al revés, pues quiero empezar
agradeciendo a personas muy concretas el que sean parte importante de estos
recuerdos o artífices de ellos al permitirlos.
En primer lugar, a Ana porque, aunque ella no está
presente de forma física en muchos de los hechos que se cuentan, es tan
responsable de ellos como yo, al permitir que sucedieran. Porque, aunque mi
afición a natura, algunas veces, arrastraba conmigo a mis seres más queridos,
otras muchas me separaba de ellos. Llevamos casi treinta y nueve años de
convivencia y nuestro trabajo ha sido siempre el mismo: jornada partida, es
decir, trabajando mañana y tarde, y de lunes a sábado. Por lo tanto, en la
vital ecuación el único día libre era, y es, el domingo.
Si por afición se entiende
aquella actividad que se hace por gusto, en ratos de ocio y sin ninguna remuneración
económica, para poder dar gusto a mi afición por la naturaleza, me veía en la
“necesidad” de disponer de todos los domingos. Lo que son las cosas de la
memoria, al escribir este último párrafo, recuerdo que en una ocasión me
quejaba ante una persona conocida, de lo duro que era hacer los trabajos de
campo contando como único día disponible el domingo y sin cobrar nada por ello.
Que mientras otros descansaban o disfrutaban de su familia, yo salía de casa en
plena noche para poder llegar a mi destino con las primeras luces del alba,
para que me cundiera más el día. A lo que la persona que me escuchaba contestó
sin dudar, que no entendía de qué me quejaba, que hubiera aprobado una
oposición como ella y listo. Esto me demostró dos hechos. El primero que la
gente acomodada, con o sin merecimiento, se suele hacer egoísta, olvidándose de
sus orígenes. El segundo, que no soy una persona violenta, porque lo primero
que se me pasó por la cabeza fue partir la boca a mi interlocutor.
Pero bueno, después de este vaivén
de la memoria, retomo el camino de los agradecimientos, porque es justo valorar
a Ana por su paciencia, por todo lo que no hice con ella o con nuestros hijos,
por salir todos los domingos al campo y volver de noche cansado, muchas veces
desilusionado y siempre con los bolsillos vacíos. También por acompañarme
tantas veces y compartir momentos y vivencias inolvidables. Aquí el
agradecimiento se hace extensivo a David
y María, en los tiempos que narro,
nuestros cachorros. Bueno, en realidad, Maria en el 88, era un proyecto de cachorro.
El camino de los
agradecimientos debe hacer una parada especial en Ignacio, mi hermano Caco.
Tengo la suerte de tener muchos hermanos, somos seis, pero Caco está siempre presente
en los recuerdos que voy a intentar reproducir. Aunque nuestras vidas, como es
lógico, tomaron caminos diferentes, en la época que voy a narrar eran coincidentes:
estudiante de biología él, yo aficionado a natura, y ambos con la inquietud de
conocer y aprender lo que nuestro entorno inmediato ponía ante nuestros ojos.
Porque aquello que se aprende, si se comparte, suele ser más gratificante.
Para acabar este apartado, también quiero mostrar mi agradecimiento a ADECAB, acrónimo de la Asociación para la Defensa de los Ecosistemas Abulenses. Podría haberlo dejado aquí, con la consabida excusa de no olvidarme de nadie, pero no lo voy a hacer, porque así queda muy frío y distante, porque una asociación está formada por personas y cada persona tiene nombre. Me olvidaré de alguien y me arrepentiré de haberlo hecho, pero cuando compartes inquietudes, horas de campo, discusiones, encuentros y desencuentros con alguien, esa persona asciende del rango de conocido al de amigo. Como lo son Pepe y Paloma, Chema y Marta, Mariano y Gloria, Lalo e Isabel, Julio y Soraya, Javi y Bea, Juan Carlos y Mila, Yeyo y Conchi, todos ellos copartícipes de una parte de mi historia vital, al menos en los hechos que se narran.
Un tendido eléctrico fantasma.
Estos recuerdos, que son bastante
antiguos, se podría decir que ya pertenecen a la historia. Transcurrieron entre
la gloriosa década de los ochenta y la de los noventa, igual de gloriosa pero
menos elogiada. Por aquellos años empecé a intentar conocer la población de
avutardas de La Moraña, generalmente con mi hermano Caco. Pronto llegamos a la
conclusión de que para saber a ciencia cierta el número de avutardas presentes
en la comarca y su fenología, era necesario realizar censos completos.
Para realizar los estudios
de población, lo primero era conocer la zona, para lo que era necesario contar
con un vehículo. Lo segundo, dinero para alimentarle y, en caso necesario,
arreglarle; no es que haya andado muy sobrado, pero tengan ustedes en cuenta
que el carburante antes, en los años ochenta y noventa, no estaba tan caro; a
día de hoy, seguramente, no habría podido hacer frente al gasto. Lo que me hace
pensar en que si la sociedad retrocede, mejor dicho, si la inmensa mayoría de
la sociedad retrocedemos en nuestro poder adquisitivo, mientras que una
minoría, muy minoritaria pero muy privilegiada, gana cada vez más, en lo que
los sesudos economistas han dado en llamar neoliberalismo
económico, que no es otra cosa que el capitalismo salvaje de toda la vida
pero más blindado si cabe, es que algo estamos haciendo mal o permitiendo que
se haga. Lo tercero que necesitábamos, y
no menos importante, ganas o motivación, que podría decirse que estaban al cien
por cien. Y, por último, tiempo, mucho tiempo, que era lo que menos tenía, pues
solo disponía de los domingos y festivos, pero se hizo lo que se pudo, que yo
creo que fue bastante.
Comenzamos a recorrer La
Moraña en mi R-11, un turismo utilizado como todo terreno, ya que hizo muchos
más kilómetros por caminos que por carretera. Este automóvil se quedó más de
una vez en algún barrizal, pero solo en dos ocasiones tuvimos que recurrir a la
fuerza de un tractor para rescatarlo. La primera fue en Arévalo, conducía Caco,
con el carnet recién estrenado. Ocurrió nada más de salir de casa, en la doble
curva del antiguo puente del Cubo sobre el río Arevalillo. Al salir del puente
derrapó, no se hizo con en coche y se salió a la finca del molino del Cubo,
propiedad de Paco el Molinero, un buen amigo de mi padre. Lo que más recuerdo,
aparte del susto, fue como corrieron las vacas de Paco. En lugar de huir para
alejarse del estrépito, se acercaron curiosas hacia el coche accidentado. Por
suerte no pasó nada, no volcamos, aunque sí volamos. Algún arañazo en la
carrocería y un limpia parabrisas roto, al atravesar y romper los alambres de
espino que circundaban la parcela ganadera, fueron toda la avería. Tuvimos que
ir a buscar a Paco el Molinero, que nos rescató con su tractor. La segunda vez
fue en Horcajo de las Torres, en un camino que se encontraba cerca del límite
provincial con Salamanca y a más de seis kilómetros del pueblo. El lugar era
estepa cerealista pura y dura, por lo que no encontramos árboles ni arbustos
por los alrededores para colocar ramas bajo las ruedas, como en otras
ocasiones. En los ochenta no había teléfonos móviles, ni se les esperaba, así
que lo de llamar a la grúa estaba descartado, en aquel momento era ciencia
ficción. Como de costumbre, en todas mis salidas al campo, era domingo y no
encontramos a ningún campesino trabajando con su tractor por las inmediaciones,
así que decidimos ir andando hasta Horcajo de las Torres a pedir ayuda. Otra
opción era ir hasta una alquería situada en el paraje conocido como Monte
Rabudo, se encontraba un poco más cerca, pero no era seguro encontrar a alguien
allí, por lo que si nos acercábamos a la finca y no había nadie, el rodeo hasta
el pueblo sería considerable. Así que fuimos a lo seguro.
Al llegar al pueblo busqué
una cabina, ¿recuerdan?, esos paralelepípedos de aluminio y cristal con un
teléfono público dentro, para decir a Ana que no iba a llegar a comer y no se
preocupara. Luego, en lugar de ir preguntando por la calle o casa por casa,
decidimos ir al bar de la plaza, y tuvimos suerte, mucha suerte. Un agricultor,
al que había conocido unos meses antes en la laguna de los Lavajares, estaba
sentado en una de las mesas. Nos dirigimos a él y nos dijo, anda coño, eres tú,
y se ofreció a ayudarnos sin dudarlo. Sacó su tractor de una puerta carretera situada
en la Cuesta de los Lavaderos y, subidos los tres, nos dirigimos hacia el oeste
en busca y rescate del coche perdido. El paisano era abierto y conversador.
Calculo que tendría unos setenta y tantos años, por lo que imagino que el buen
hombre ya habrá muerto, a no ser que sea un longevo centenario. Cuando le
contamos dónde se había empanzado el coche, nos dijo que cómo nos habíamos
quedado, que ese camino hace charcos, pero que no es para tanto. Al llegar se
dio cuenta de nuestro error y nos lo hizo ver. Efectivamente, debido a las
cuantiosas lluvias de los últimos días, el camino tenía un gran charco de unos
veinte metros de largo, pero si lo hubiéramos atravesado por el camino no nos
hubiéramos quedado, pues el suelo es más duro que el de las tierras; que el
fallo que tuvimos, que tuve, porque conducía yo, fue intentar rodearlo, porque
la parcela estaba recién arada y, por lo tanto, muy blanda, como una esponja.
Con una gruesa soga, doblada dos veces y atada convenientemente al tractor y al
coche, no tardó ni un minuto en dejarlo en el camino sano y salvo.
Lo que son las cosas, la
suerte, la casualidad. Recuerdo que unos meses antes del empanzamiento vehicular, conocí al amable paisano en la laguna de
los Lavajares, situada entre los términos de Horcajo y Rágama, es decir, entre
las provincias de Ávila y Salamanca. En aquella primera ocasión me dijo que ya
estaba jubilado, pero que se había acercado por si veía a su hijo, que debería
estar labrando una parcela cercana a la laguna. Pero yo creo que se acercó por
curiosidad, le debieron de llamar la atención dos coches desconocidos parados cerca
de la laguna. El otro coche era de unos ornitólogos salmantinos que le habían
dejado ocupando medio camino por lo que, según les hizo ver, un tractor con los
aperos de labranza tendría dificultad para pasar debido a las hondas cunetas
que lo flanqueaban. Los salmantinos y yo, no nos conocíamos de nada, habíamos
coincidido allí por casualidad, pero el anciano, empeñado en que sí, que
habíamos quedado allí, que sí nos conocíamos. No le hicimos comprender que no
nos habíamos visto antes, que solo nos unía la afición por las aves y la
casualidad. Luego le invité a mirar por el telescopio, que tenía montado
enfocando a un grupo de avefrías, y el buen hombre se quedó asombrado porque
dijo, anda la hostia, si están ahí mismo, si parece que las puedes coger con la
mano, y miraba al objetivo del telescopio pensando que estaban justo detrás del
aparato, y empeñado en que no, que eso no eran avefrías, que las quincenas,
como las llamaba él, eran mucho más pequeñas, que lo que se veía por el telescopio
era tan grande como una avetarda. Pues bien, gracias a este primer contacto, unos
meses después, el amable anciano rescató nuestro coche empanzado en la tierra
enfangada.
Como ven ustedes, los
recuerdos me pierden y me llevan por otros derroteros distintos a los que
quiero contar: el estudio de la población de avutardas en Ávila y cómo esto nos
lleva a la aparición de un tendido eléctrico fantasma. Por lo tanto, contábamos
con mi R-11, algo de dinero para alimentarlo y repararlo, mucha motivación y
poco tiempo. Así que, como les decía, generalmente acompañado por Caco, nos
decidimos a recorrer todos los caminos de La Moraña para conocer la población y
distribución de las avutardas abulenses.
Avutarda macho, o barbón. David Pascual.
Antes, tuvimos que recabar
información y bibliografía. Caco, por su parte, encontró alguna publicación y
metodología en la Universidad de Salamanca, cuna del saber. Yo, recuerdo que
por aquellos años viajaba con más frecuencia de la que me hubiese gustado a
Madrid, por unos problemas de salud que los médicos y enfermeras del servicio
de urología de La Paz estaban intentando solucionar. A la vuelta, si nos
quedaban ganas, porque a veces las noticias no eran buenas, Ana y yo parábamos
en la Facultad de Biología de la Complutense. Por aquellos años, la SEO,
acrónimo de la Sociedad Española de Ornitología, tenía allí su sede y su
biblioteca y pude recabar también algo de información y conocer a miembros de la
asociación, que también eran profesores o catedráticos de la facultad, como
Juan Varela, dibujante naturalista excepcional, o Eduardo de Juana, que contaba
con algunas publicaciones sobre aves tan interesantes como sus ojos claros. Tengan
en cuenta que por aquellos años no existía internet y había que recurrir a
publicaciones físicas en papel a través de bibliotecas, amigos o contactos
varios. Por lo que recabar información o documentación sobre censos o estudios
de avutarda no era fácil y, además, había muy pocas publicaciones al respecto.
Por otro lado también
conseguimos fotocopiado un estudio sobre la avutarda en Ávila del biólogo
abulense César Sansegundo, que consideraba a la población abulense marginal en
Castilla y León y no reproductora. Delimitaba su área de distribución y estimaba
la población entre 149 aves en el año 1981 y 167 en 1987. El área de
distribución sí coincidía con lo que teníamos visto pero, tanto a Caco como a mí,
nos pareció demasiado pequeño el número de individuos censados, ya que en una
sola mañana de campo podíamos llegar a ver el centenar. Así que en 1989, decidimos
censar la población de avutardas de Ávila.
Ahora se me viene a la
cabeza que con César Sansegundo compartí cierto grado de amistad. Aunque años
más tarde, terminando la década de los noventa, la rompió unilateralmente
cuando me dijo: no me vuelvas a llamar
nunca más, por algunas diferencias que tuvimos respecto a otro trabajo de
campo distinto a los hechos que aquí se narran, concretamente, para la Guía de las Aves de La Moraña y Tierra de
Arévalo. A cuenta de este desacuerdo me puso en mi sitio cuando me dijo que
yo era un albañil y él el arquitecto, y que un simple peón jamás debería decir
al arquitecto cómo hacer una casa. Muy cierto, César era biólogo y yo un simple
aficionado a la ornitología sin ningún estudio superior. Así que le di la razón
y le hice caso: por un lado, concluí el trabajo puntualmente y, por otro, nunca
más le volví a llamar. La guía se publicó en 1999.
Pero bueno, a lo que vamos,
que los recuerdos me pierden y me llevan de un lado para otro, dando bandazos
en el tiempo. Estamos terminando la década de los ochenta, con el material
necesario para llevar a cabo censos de avutarda en Ávila, es decir,
prismáticos, telescopio, trípode, coche, cartografía del Servicio Geográfico
del Ejército, mucha motivación y nada de dinero externo. Y, también, con la
información necesaria para realizarlos: conocimiento previo del terreno a
estudiar, censos anteriores, metodología y poco más, porque en aquellos años
era muy escaso lo publicado sobre esta magnífica ave, la más pesada del mundo
capaz de volar.
Sí, amigo lector, por
aquellos años era muy poco lo publicado sobre la avutarda. Años más tarde Caco
censó con los hermanos Alonso, unos biólogos que han aportado mucho al estudio
de la especie, y que en la época que se narra realizaban estudios para el
CESIC, acrónimo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en Madrid
y, especialmente, en Villafáfila, un espacio que, entre otros valores, destaca
por ser el lugar del planeta con mayor densidad de avutardas por kilómetro
cuadrado. Para un ornitólogo, uno de los sitios que debe visitar o conocer, por
su rico patrimonio natural, en especial en lo referente a aves acuáticas y
esteparias.
Ahora que me han venido al
recuerdo los hermanos Alonso y Villafáfila, y con el paso de los años, me
arrepiento de un hecho que, tal vez pudo haber cambiado mi vida, solo tal vez.
Muy poca gente lo sabe, jamás he hablado de ello con la inmensa mayoría de
amigos o familiares, me lo guardé para mí y a veces me reconcome. Fue una
simple llamada de teléfono. Creo que quien me llamó fue Javier Alonso, uno de
los hermanos Alonso, por entonces profesor titular en el Departamento de
Zoología y Antropología Física de la Facultad de Biología de Universidad
Complutense de Madrid, el otro hermano es Juan Carlos, profesor de
Investigación del CSIC. Pues bien esa llamada de Javier Alonso fue muy corta,
quizás demasiado corta para la importancia que podría haber tenido. La recuerdo
como si la estuviera escuchando ahora mismo. Me llamó a la tienda en horas de
trabajo, me dijo: Hola, buenos días, ¿está Luis Martín?, yo le dije: sí, soy
yo. Él me contestó: soy Javier Alonso, tu hermano Ignacio me ha hablado de ti.
Verás, estamos preparando los censos prenupciales de avutarda en Villafáfila y
nos gustaría contar contigo.
Buf, menudo subidón me dio.
Pero en lugar de decir que sí, sin pensarlo, le pregunté en qué fechas iba a
realizarse. Él me dijo unos días concretos del mes de abril. Consulté el
calendario que tenía junto al teléfono, y ahí vino el bajón. Todos ellos eran
días de diario, y yo solo podía salir al campo los domingos. Así que, sin
pensarlo, sin meditarlo, sin consultar con nadie, le dije que no podía, que mi
trabajo me lo impedía. Él me dijo que lo sentía, que les hubiera gustado contar
conmigo, se despidió cortésmente y colgó.
Desde ese día me he
preguntado muchas veces qué hubiera pasado si hubiera aceptado la oferta de los
hermanos Alonso, si hubiera cambiado en algo mi vida, si me habría dedicado al
estudio de las avutardas de forma profesional. Sí, se me pasa muchas veces por
la cabeza, pero de nada sirve pues nunca lo sabré. Ahora, con el paso del
tiempo, me arrepiento de no haber aceptado. Quizás, en los segundos que duró la
conversación, interiormente sopesé el miedo a perder un trabajo estable, con
dos hijos pequeños en el censo familiar y una enfermedad que con solo
pronunciar su nombre ya entra miedo, y esas fueran las causas principales para
rechazar la oferta más tentadora que pueden hacerle a un enamorado de las
avutardas, pero, como he dicho antes, ya con sesenta y un años a mis espaldas, nunca
lo sabré.
Ya ven de qué forma los
vaivenes de la memoria me hacen perder el hilo una y otra vez. Como les decía,
pacientes lectores, en el año 1989, Caco y yo decidimos censar las avutardas de
La Moraña abulense. Una vez recopilado todo el material necesario, empezamos el
censo en marzo de 1989. Nuestra primera sorpresa, en este caso positiva, fue
que en tan solo una jornada, de las tres que nos habíamos propuesto, ya
llevábamos censadas tantas aves como las que quedaban reflejadas en los únicos
censos conocidos… y todavía quedaban dos jornadas de trabajo de campo. La otra
sorpresa, ahora negativa, fue que en los términos municipales de Horcajo de las
Torres y Madrigal de las Altas Torres estaban levantando sendos tendidos
eléctricos en una de las mejores zonas para la conservación de la especie. Sabíamos
lo que significaban esos tendidos: electrificar el terreno agrario para
convertirlo en regadío, enemigo principal de las especies esteparias, y
aumentar el número de cables aéreos, esa tela de araña eléctrica responsable de
la muerte de un número importante de aves en general y de avutardas en
particular.
Hacía muy poco que las leyes
de la incipiente democracia habían protegido a la avutarda, pues hasta el año
1981 era especie cinegética, es decir, se cazaba en plena época de celo, cuando
los grandes machos adultos, con más de quince kilos de peso, se exhiben ante las
hembras haciendo la rueda, momento que aprovechaban los cazadores para dispararle.
Sonaba como si se hubiera explotado un
globo, oí contar a algún cazador nostálgico que me encontré por aquellos
años en el campo, ya que al hacer la rueda los machos inflan de aire una
membrana, a modo de bolsa o globo, que tienen entre el pecho y el cuello, saco
gular es su nombre.
Los cazadores más puristas dicen
que la caza es una actividad que fomenta la selección natural de las especies
cinegéticas, que sobreviven los más fuertes y adaptados y mueren los individuos
enfermos o débiles. Al menos en este caso, no es cierto, pues la finalidad de
la caza de avutardas es disparar sobre el macho más grande y más vistoso, el
que mejor hace la rueda, que es precisamente el elegido por un mayor número de
hembras para copular con él y que sea el padre de su pollada. Por lo que,
matando a estos machos fabulosos, la reproducción queda en manos de otros más
débiles o inexpertos. Es decir, se mataba al grande, al fuerte, al sano, al
experimentado, y eso, permítanme decirles, no tiene nada que ver con la
selección natural, al contrario diría yo. Pero bueno, afortunadamente, la avutarda es
una especie protegida desde 1981 y, por lo tanto, no se la puede cazar. Aunque,
de vez en cuando, algunos nostálgicos intentan que se vuelva a permitir su
caza, alegando razones peregrinas, como control de la población o supuestos
daños a las cosechas, cosa imposible al estar incluida en la lista de máxima
protección de la Unión Europea.
Está feo que lo diga yo,
pero los censos fueron un éxito: En el prenupcial, realizado en marzo de 1989,
contamos 364 avutardas. En el postnupcial, septiembre de ese mismo año, fueron
302. En el invernal, enero de 1990, fueron 382 las avutardas censadas. Además
comprobamos la reproducción en varios puntos del territorio, por lo que no era
un área marginal, sino reproductor. Estos censos fueron parcialmente publicados
en número 3 de “El cervunal”, donde ADECAB publicaba sus estudios de campo. En
el segundo prenupcial, marzo de ese año, contamos 437 aves. Y en el segundo postnupnial,
septiembre del 90, fueron 392. A estos censos, se fueron incorporando algunos amigos
de ADECAB de los que he citado al principio, por lo que se pudieron hacer en
una sola jornada de trabajo de campo, que es lo ideal. Además, al mismo tiempo,
se realizó un estudio de selección del hábitat por la especie, que nos serviría
para saber los cultivos o los terrenos que prefieren las avutardas a lo largo
del año y para sus distintas actividades vitales, como alimentación, reposo, aseo,
celo o reproducción. Con estos censos, estudios de población y hábitat
conseguimos reforzar y ampliar la zona considerada IBA, acrónimo inglés de
nuestras Áreas de Importancia Internacional para las Aves.
El conocimiento adquirido
gracias a los estudios relatados anteriormente, fue positivo para la zona, muy
positivo diría yo, pues se pusieron en valor las estepas cerealistas abulenses,
un espacio natural olvidado, denostado y despreciado por propios y extraños, tanto
por agricultores locales, como políticos y técnicos de la administración. Todos
ellos tuvieron que reconocer lo evidente, que en La Moraña abulense había
importantes poblaciones de aves esteparias, un grupo de los más amenazados a
nivel europeo, y que si querían contar con las subvenciones europeas, no les
cabía otra que aceptar el valor de nuestras llanuras y empezar a respetarlas y
a conservarlas adecuadamente.
Pero también, comprobamos
que a los tendidos de Horcajo y Madrigal, que descubrimos Caco y yo en el
primer día de censo, se sumaron otros en Moraleja de Matacabras y Sinlabajos,
que fuimos descubriendo a medida que avanzábamos. Gracias a los contactos con
gente de la SEO y con técnicos de medio ambiente de Ávila a través de ADECAB,
descubrimos que esas cuatro líneas eléctricas situadas en esos cuatro términos
municipales para convertir en regadío lo que antes era secano, oficialmente, no
existían, eran tendidos eléctricos fantasmas. Recuerden que en el año 89 no
había internet y que todas las comprobaciones había que hacerlas in situ, es
decir, acudir al Servicio Territorial de Industria y Comercio de Ávila, del que
dependía la instalación de líneas eléctricas, para preguntar y revisar la
documentación en el caso de que la hubiere, que, como he dicho, no era el caso.
Comenzamos entonces una campaña de información a través de los medios de
comunicación utilizando los datos recientes de nuestros censos. El caso es que,
ante tanto interés por aquellos malditos tendidos, la administración tuvo que
sacar a información pública el “proyecto” de cada una de las líneas eléctricas
y su “declaración en concreto de utilidad pública”. Es decir, amigos lectores, que
primero, y de forma ilegal, se levantaron los cables con sus correspondientes
apoyos y después se pidió la autorización… justo al revés de cómo debe hacerse.
Pero ahí no acabó la
historia de los tendidos fantasmas. Ante la amenaza de convertir en regadío la
mejor zona abulense para las aves esteparias, y ante la irregularidad en la
forma de proceder tanto por la compañía eléctrica, como por la Administración,
que hacía la vista gorda, La SEO decidió elevar una denuncia ante la Comisión Europea.
Previamente, desde ADECAB encargamos al notario, Don José María Olmos, que
levantara acta notarial, dando fe de que los tendidos eléctricos ya estaban
instalados antes de su autorización. Al señor notario le debió parecer el asunto
tan claro que no quiso cobrarnos nada por sus servicios. Llegó incluso a salir
al campo con nosotros en alguna otra ocasión, estrenando los prismáticos y la
guía de aves que Caco y yo tuvimos la deferencia de regalarle como
agradecimiento. Recuerdo que iba como niño con zapatos nuevos, intentando
buscar avutardas con sus prismáticos desde el coche en marcha, y tuvimos que
advertirle que esa maniobra no era nada aconsejable para la vista.
El caso es que la
administración autonómica se apresuró a sacar el asunto o el “proyecto” de los
tendidos fantasmas a información pública. Pero lo cierto es que, con las
prisas, no debieron dar al personal administrativo las instrucciones necesarias
pues, cuando acudimos al Servicio Territorial de Industria y Comercio a revisar
la documentación, en el periodo señalado para ello en el correspondiente Boletín
Oficial, nos dijeron que no estaba disponible para nosotros, que nos
identificamos como miembros de ADECAB. Recuerdo que intentamos hacer ver al trabajador
público que nos cerraba el paso, que eso no podía ser, que el proyecto había
aparecido en el Boletín y estaba en periodo de información pública. Le
enseñamos una fotocopia del anuncio en el que podía leerse que cualquiera
podría consultar el expediente y presentar las alegaciones que estimara
oportunas. A lo que nos contestó que los expedientes de las líneas de alta y
media tensión solo podían revisarlos los instaladores profesionales o los
agricultores implicados. Pedimos hablar con el jefe del Servicio Territorial.
El administrativo se empezó a poner nervioso cuando nos dijo que no estaba. Le
preguntamos que cuándo podríamos hablar con él, nos dijo que al día siguiente,
que hoy estaba en Valladolid a tratar unos asuntos en la consejería.
Llamé al día siguiente por
teléfono y pude hablar con el jefe del Servicio Territorial. Le hice ver que el
día anterior nos habían impedido ejercer nuestro derecho a examinar una
documentación sometida a información pública. Recuerdo que también le dije que
lo podría haber denunciado y haberlo hecho público a través de los medios de
comunicación, pero que había preferido hablar con él para intentar solucionarlo
por las buenas. El jefe me dio la razón y me invitó a revisar toda la documentación.
Así que, a la mañana siguiente, Caco y yo acudimos a Ávila pensando que nos
enseñarían el expediente en el mismo mostrador donde el administrativo nos
había impedido verlo. Pero no, al llegar, preguntamos por el proyecto y nos
pasaron directamente al despacho del jefe del Servicio.
Al entrar en su despacho, nos
saludó amablemente y nos señaló sobre una mesa el deseado informe de los
tendidos eléctricos fantasmas. Miramos todos los expedientes para comprobar que
eran los que nosotros ya conocíamos y, efectivamente, lo eran. Recuerdo que le
preguntamos que cómo era posible que si esas instalaciones eléctricas eran
proyectos, tal y como aparecía en la documentación, llevaran levantadas desde
hacía varios meses. El hombre carraspeó un poco para explicarnos que la verdad
es que era el procedimiento habitual, que se hacía para acortar los plazos, que
nunca habían tenido ningún problema, porque nadie venía a ver la documentación.
Nosotros le hicimos ver lo irregular de la situación, y más tratándose de un
espacio donde se podrían ver perjudicadas especies amenazadas y protegidas
tanto por la legislación nacional como por la europea. También le comentamos
que los cables eléctricos eran una de las causas más frecuentes de muerte no
natural de avutardas. Ante esto, se quedó un rato pensativo, antes de preguntar
que cómo podían ser las avutardas tan torpes de electrocutarse al posarse en
los cables. Recuerdo que tanto Caco como yo sonreímos al hacerle ver su error y
su ignorancia respecto a la especie en concreto. Le explicamos que a una
avutarda le resulta imposible posarse en un cable pues al ser un ave que camina
la mayor parte del día por el suelo, la evolución le ha privado del dedo posterior,
por lo que solo tiene tres dedos hacia delante y, por tanto, no tienen la
capacidad prensil de otras aves y no pueden sujetarse a un cable. Además le
contamos, ya entre risas, que de todas formas sería digno de ver a una bandada
de veinte o treinta avutardas posadas en un cable eléctrico, pues, seguramente
y debido a su peso, le harían tocar el suelo. Entonces le explicamos que la
causa de muerte no es por electrocución al posarse en un cable y tocar con el
ala el poste o el aislante rígido, sino por colisión pues, debido a su tamaño y
a su peso, tienen poca capacidad de maniobrar ante el obstáculo que supone un
tendido, de manera especial, con poca luz, como al amanecer, al atardecer, con
lluvia o, principalmente, con niebla, dado que en la zona en cuestión este
fenómeno atmosférico es muy frecuente y persistente.
De la conversación,
tranquila y relajada, dedujimos que aquel funcionario público, en realidad, no
tenía malicia en su forma de actuar, pues para él era algo nuevo el que unos
jóvenes locos quisieran enfrentarse a la administración para defender a unos
pájaros torpes, según su apreciación. Luego nos dijo que menuda la habíamos
montado al sacar el asunto por los medios de comunicación; por aquellos años,
la prensa, la radio y la televisión. Lo que nos hizo comprender algo que ya
intuíamos, que a los políticos y a la administración, les pone muy nerviosos el
que saquen a relucir sus vergüenzas en público y más con las subvenciones de la
Unión Europea en juego. Sabían que habían metido la pata y que los habíamos
pillado en un acto irregular e ilegal. Seguramente, tal y cómo nos hizo ver el
jefe del Servicio Territorial, antes las cosas se hacían así, es decir, primero
se disparaba y después se preguntaba. Eran otros tiempos y aún rezumaba el
rancio olor del opaco proceder de la dictadura franquista, no había nadie o
casi nadie que se atreviera a oponerse, a protestar. Eso de “calladito estás
más guapo” se había utilizado tanto durante los cuarenta años anteriores que era
una ley no escrita. Y por lo que parecía, los cambios democráticos y de
transparencia aún no se habían instalado plenamente en las administraciones
públicas que preferían o añoraban un opaco proceder amparado por una autoridad
omnipresente. Chisss, no protestes, no lleves la contraria al poder, calladito
estás más guapo… Un par de años más tarde me lo volvieron a recordar, pero esta
vez en Valladolid, en la consejería de medio ambiente y con pellizco en la
mejilla incluido. Pero a eso ya llegaremos algo más adelante.
El caso es que la denuncia
de los tendidos fantasmas siguió su curso, llegó al Tribunal de Justicia de
Luxemburgo a través de la SEO y fue aceptada. Por lo que, imagino, que algunos
altos cargos anclados en el pasado temblaron.
Un
puñado de pesetas.
Tras los cinco censos del 89
y 90 en la parte abulense del IBA 43, denominado Madrigal-Peñaranda, por
encontrarse entre el noroeste de Ávila y el noreste de Salamanca, decidimos
proponer a la Junta de Castilla y León la realización de tres censos completos
en el área de importancia internacional: prenupcial en primavera, postnupcial a
principios de otoño, e invernal. Si en otros sitios se estaban haciendo censos,
digamos, oficiales, no veíamos por qué nosotros no deberíamos utilizar nuestra
experiencia para llevarlos a cabo en el área que tan bien conocíamos.
Acudimos a Valladolid, a la
consejería de Medio Ambiente, les propusimos y explicamos el trabajo de campo,
nuestra experiencia y el equipo humano que había participado en los censos de
la parte abulense. Hablamos con dos de los funcionarios, creo que uno de ellos
encargado de Vida Silvestre. Les pareció bien, pero una de las pegas que
pusieron fue que les teníamos que presentar un proyecto firmado por un biólogo.
Caco aún no lo era, aunque le faltaba poco, pero conocía a uno, Lorenzo
Corrales, que había censado avutardas en Salamanca para algún trabajo de la
Facultad de Biología. Se lo propusimos y aceptó.
Lo que son las cosas, a
partir de ahí, comenzaron a salirnos amigos por todas partes, con ganas de
colaborar o participar. Con el tema de los tendidos y la pérdida de hábitat que
ello suponía, pocos se habían interesado, salvo algún buen amigo de ADECAB, que
se ofreció, incluso, para ponerse él como solicitante del acta notarial, o que
participaron en los censos de forma totalmente desinteresada, también, alguno
de la SEO, como Gabriel Sierra, Gabi, que colaboró en los censos y que hizo,
digamos, de intermediario entre nuestro trabajo de campo y la sociedad
ornitológica, la cual utilizó nuestros estudios de población y selección de
hábitat para incorporarlos a la denuncia que llegó hasta el Tribunal de
Justicia Europeo, y, también, algún técnico de la consejería de Medio Ambiente
implicado en la conservación de las especies y los espacios esteparios. Poco
más.
Aquellos años, entre 1988 y
1993, fueron muy intensos tanto en la actividad naturalista, es decir, de
estudio y trabajos de campo, como en la puramente ecologista, en defensa de los
hábitats esteparios y las especies que los habitan; aunque, necesariamente,
esta actividad conservacionista debía basarse en los estudios y los censos
previos. Recuerdo que, durante esos años de actividad frenética, hicimos una
buena amistad con Gabi y compartimos muchos momentos de campo. Recuerdo también
con cariño a Ángel Gómez, de la SEO, que acudió a mi casa a una reunión que
propusimos desde ADECAB para tratar el tema de los tendidos eléctricos, la
pérdida de hábitat que ello suponía, los estudios de campo que estábamos
realizando y, también, para conocer in situ el espacio y ver la manera
de aunar fuerzas.
En fin, que me vuelvo a
liar. Estábamos empezando el sexto censo de avutardas en Madrigal-Peñaranda,
el primero de los tres que financiaría la Junta de Castilla y León. No voy a
reproducir aquí toda la gente que participó porque no viene al caso, pero les
aseguro que alguno de ellos se arrimó a nosotros por mero interés personal. Y,
sinceramente, pienso que la buena gente ya ha sido citada al principio de este
relato, en los agradecimientos. Otros, en especial con los que habíamos
compartido una buena amistad, nos hicieron daño, tanto a Caco como a mí. Incluso,
algunos, intentaron enfrentarnos, sin conseguirlo. Aún hoy sigo sin entender el
motivo. Aunque la única diferencia entre estos censos y los anteriores era la
financiación de la Junta.
Pero, a lo que vamos, los
tres censos realizados entre 1991 y 1992, financiados por el Servicio de Vida
Silvestre de la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la
Junta de Castilla y León, se llevaron a cabo en tiempo y forma y con unos
resultados muy concluyentes. Este no es sitio para pormenorizar o contar con
todo lujo de detalles los resultados, para ello ya hay publicaciones al
respecto y pueden consultar los enlaces que les ofrezco al final del relato. Pero
a modo de resumen numérico, en el censo prenupcial, realizado en cuatro días
entre el 31 de marzo y el siete de abril, se contaron 1.149 avutardas, en el
postnupcial, realizado los días 5, 6 y 7 de octubre, fueron 959, y en el
invernal, celebrado los días 1, 2 y 3 de febrero, se censaron 1.392 individuos.
Los datos estaban detallados por machos, hembras, inmaduros y pollos,
cuadrícula UTM de 1x1 Kilómetro de cada anotación, términos municipales y tipo
de terreno en el que se encontraba la bandada, dato importante para el estudio
de selección de hábitat, a parte de otros datos como la hora, la climatología o
la conducta.
Al ser un trabajo pagado por
la Junta, la propiedad de datos y conclusiones era suya. Pedimos que los
publicaran, no lo hicieron, ni lo harían. Les pedimos permiso para publicarlos
nosotros en la revista “El cervunal” editada por ADECAB, en principio también
se negaron, pero, a base de insistir, lo permitieron, siempre que quedara reflejado, de forma clara, que los trabajos de campo habían
sido financiados por la administración autonómica.
El problema vino después,
cuando nadie quiso correr con los gastos de la edición. Con la publicación de las
cuatro revistas anteriores no hubo ningún problema, la
obra social de la Caja de Ahorros de Ávila había corrido con los gastos. Pero
con este quinto número, se negaron. Se trataba de un monográfico sobre la
estepa cerealista, que recogía artículos y trabajos de campo muy interesantes
centrados principalmente en la comarca abulense de La Moraña, como el estudio
del impacto de los tendidos eléctricos sobre las aves, la invernada del milano
real, la población del aguilucho cenizo, la invernada de la grulla en El Oso,
indemnización por daños causados por la fauna silvestre, la política agraria
comunitaria, territorios esteparios, itinerarios ecológicos, así como todos los
estudios que habíamos llevado a cabo sobre la avutarda… artículos y trabajos
escritos o realizados por gente muy variada, entre los que nos encontrábamos no
solo ecologistas, naturalistas y biólogos, sino también dos técnicos de Medio Ambiente
de la Junta y un ingeniero agrónomo miembro del sindicato agrario UPA. Bueno,
para ser exactos, desde la Caja de Ahorros de Ávila, no se negaron a publicar
el número 5 de “El cervunal”, ya que el responsable de las publicaciones de la
obra social de la entidad bancaria, tras la primera reunión en la que le presentamos
el borrador, y repetir varias veces que claro que sí, que lo publicarían con el
mismo cariño que las otras veces, pero que lo tenía que autorizar al consejo de
administración, quedó en contestarnos enseguida, pero nunca lo hizo, ni volvió
a responder a nuestras llamadas, ni volvió a reunirse con nosotros para
explicarnos la negativa. La callada fue su respuesta.
El monográfico sobre la
estepa cerealista, el número 5 de “El cervunal, Cuadernos de campo” de ADECAB,
debería haberse publicado en 1993 o 94, pero debido a esta inexplicada
negativa, fue rodando por otras entidades bancarias que presumían de tener
“obra social”, con resultados parecidos, aunque, al menos estas últimas tuvieron
la deferencia de argumentar su negativa: mucho dinero. Tampoco la SEO dio la
cara para publicarlo en Ardeola, revista periódica sobre ornitología de gran
prestigio. Hasta que al final, desde la propia asociación ADECAB decidimos correr
con los gastos, para lo cual tuvimos que aportar cada uno lo que pudimos.
Finalmente vio la luz en 1997, con más de tres años de retraso. Aunque ya he
agradecido al principio a los amigos de ADECAB su labor en los hechos que se
narran, les quiero agradecer de nuevo el esfuerzo extra que supuso el que este
número se publicara, que, como la propia palabra indica, no es otra cosa que
hacerlo público. Porque, de qué sirven todas las horas de trabajo de campo,
todos los kilómetros recorridos, tanto esfuerzo, tanto sacrificio, si no das a
conocer los resultados para que la gente conozca mejor un espacio tan olvidado
y denostado como la estepa cerealista castellana.
Entre tanto, la SEO, imagino
que ante el éxito de nuestros trabajos de campo y su reciente financiación, propuso
a la consejería de Medio Ambiente, realizar un nuevo censo prenupcial en 1993,
incluyendo el sur de la provincia de Valladolid. Al parecer, no les pareció
bien el que Caco y yo, que éramos socios, tuviéramos la iniciativa de hablar
con la consejería para realizar los tres censos de Madrigal-Peñaranda,
recuerden, IBA 43. Incluso, Carlos Martín, responsable de proyectos de La SEO, llegó
a decirnos que el contacto con la administración o con los sindicatos agrarios
se lo dejáramos a ellos, que nosotros nos limitáramos a hacer el trabajo de
campo de forma altruista, como lo habíamos venido haciendo hasta ahora, ya que
para la asociación el trabajo de voluntariado de los socios era imprescindible.
Curioso, quien eso decía, cobraba por ello.
En fin, el caso es que,
después de haber hecho y coordinado cinco censos de avutarda en Ávila y otros
tres en el IBA 43 de Madrigal-Peñaranda, a pesar de todos los estudios de
selección de hábitat de avutarda, de la campaña denunciando los tendidos
eléctricos fantasmas… a pesar de todo ello, a pesar de nuestra experiencia,
estábamos fuera. El siguiente censo lo organizaría la SEO y, eso sí, nos
invitaron a participar. Jamás entendimos por qué se nos castigaba, habiendo
hecho, al menos bien, nuestro trabajo naturalista y ecologista.
Al parecer, en el horizonte
político se empezaban a valorar las estepas cerealistas castellanas, como
firmes candidatas a recibir subvenciones europeas a través de medidas
agroambientales conocidas como programas
de zona, o Áreas Ambientalmente
Sensibles, al amparo de la legislación europea (2328/91 y 2078/92 CEE) que,
en aquel momento, hace más de treinta años, podría suponer, por ejemplo, para
una explotación de 30 hectáreas, una ayuda superior a los 4.500 euros al año,
independientemente de los beneficios que pudiera obtener el agricultor con la
venta de su cosecha. Y ya saben, lo que da dinero sí interesa. Tanto los
políticos como la administración regional, veían en estos reglamentos europeos
un arma ideal para que la conservación de las avutardas no les quitara votos,
al contrario, con las subvenciones que se preveían, sería un modo de conseguir
más votantes. Solo había que saber vender bien la “moda” de conservar las
especies esteparias porque podría ser muy beneficioso para el sector rural.
También los grupos ecologistas, entre ellos la SEO, vieron que estos planes de
zona podrían ser el caldo ideal en el que maridar la protección de las avutardas
y las especies esteparias con los intereses de los agricultores, sin
enfrentamientos y en unión.
Corría el año 92. El caso es
que los planes zonales, realizados por la Junta con la participación directa o
indirecta de la SEO, dejaron mucho que desear. Excluyeron áreas extensas de La
Moraña con presencia regular o estacional de avutardas. Áreas que nosotros sí
habíamos incluido en nuestros estudios de población. Por lo que, tanto el
sindicato agrario UPA como un número importante de Ayuntamientos, se unieron
para que incluyeran sus municipios en esas medidas agroambientales. Vamos, que
querían parte del pastel de las ayudas económicas de los futuros programas de
zona. Para conseguir sus objetivos y como conocían mi implicación en el estudio
de la población de aves en general y de avutardas en particular, Ignacio
Senovilla y Julio López, por entonces, destacados miembros del sindicato agrario,
junto con un secretario municipal de uno de los ayuntamientos, cuyo nombre creo
que era Ramón, me encargaron un estudio sobre los valores naturales de una
amplia área en el centro de La Moraña, que había quedado fuera de los programas
de zona y, por lo tanto, de las subvenciones. Resulta que ahora había avutardas
por todas partes y, como he dicho antes, todos querían parte del pastel.
Gracias a los cuadernos de
campo, en los que por aquellas fechas apuntaba todo lo que veía, y a los
estudios de población de avutardas, aves esteparias, censos de acuáticas y
cigüeñas que habíamos realizado en la zona en cuestión y con la realización de
nuevos censos y prospección del territorio, ese mismo año les presenté el
trabajo “Avifauna de Papatrigo-El Oso”, una zona que tenía, y tiene, un
importantísimo interés natural por contar con espacios muy valiosos. Y con ese
estudio acudimos, primero al delegado territorial de la Junta en Ávila y,
después, a la consejería de Medio Ambiente para solicitar que se incluyera en
los programas de zona, junto al área de Madrigal-Peñaranda o como una zona
independiente.
Aún hoy no entiendo cómo,
tanto por parte de la administración como de la SEO, se dejó fuera del IBA de
Madrigal-Peñaranda la zona de Papatrigo-El Oso, que atesora valores
incalculables como, por ejemplo, la laguna de El Oso, uno de nuestros iconos en
materia de conservación y puesta en valor de un espacio natural denigrado y olvidado,
o el corredor del Adaja, utilizado por numerosas especies amenazadas, o las
amplias llanuras cerealistas que poseían una población bastante estable de
avutardas y aves esteparias amenazadas y en franca regresión a nivel mundial.
De aquellos lodos estos barros: a día de hoy, uno de los espacios más emblemáticos
de la provincia de Ávila, no está declarado ZEPA, acrónimo de Zona de Especial
Protección para las Aves, como sí lo está el área de Madrigal-Peñaranda dentro
de la ZEPA ES0000204 Tierra de Campiñas. Quiero aclarar, amigo lector, que el
inventario áreas IBA, es un listado no oficial, realizado por la SEO, pero en
el que se basan las administraciones a la hora de declarar espacios protegidos,
especialmente las ZEPA, en cumplimiento de la legislación europea en materia de
la conservación de especies de aves amenazadas y sus hábitats.
Estos trabajos y estas
reivindicaciones me costaron un pellizco y unas palmaditas en la mejilla,
aunque eso, amigos lectores, lo contaré en su momento. Ahora a lo que vamos, a
intentar explicar por qué una persona, hasta entonces amiga y querida, me dio
un puñado de pesetas.
Nos habíamos quedado en que
el censo prenupcial de avutardas, en el IBA de Madrigal-Peñaranda y sur de
Valladolid, lo realizaría la SEO con la financiación de la Junta de Castilla y
León. A pesar de nuestra experiencia en organizar los ocho censos anteriores,
quedamos excluidos de la coordinación o dirección de los mismos, aunque, eso sí,
fuimos cortésmente invitados por la SEO, a través de nuestro amigo Gabi, a
participar en los mismos. Al parecer se nos castigaba por haber tenido la
iniciativa de hablar por nuestra cuenta con la administración, sindicatos
agrarios y ayuntamientos. Y, todo hacía indicar que nos ponían en nuestro
sitio; ya saben, lo de los peones y los arquitectos, pues eso.
Bueno, el caso es que el
censo organizado por la SEO y financiado por la Junta de Castilla y León, se
realizó en la primavera de 1993. Y sí, amigos lectores, me tragué el orgullo,
ignoré las deslealtades, y participé censando uno de los sectores, uno de los
que Caco y yo habíamos delimitado en 1988. Pudo más, no sé si llamarlo, el amor
o la atracción que sentía por las avutardas y el espacio en el que habitan, que
el desengaño por la traición de aquellos que yo consideraba muy buenos amigos.
Todo sucedió en una de las
reuniones de la coordinadora de grupos ecologistas de Castilla y León que, en
esa ocasión, se celebró en Valladolid. Uno o dos años antes de aquel puñado de
pesetas, varios grupos ecologistas de Castila y León, entre los que se
encontraba ADECAB, habíamos decidido reunirnos en Montejo de la Vega de la
Serrezuela para trazar líneas comunes de actuación en diferentes asuntos
relacionados con la conservación de la naturaleza. Y qué mejor sitio que el
lugar donde en 1975 la emblemática ADENA, acrónimo de Asociación para la
Defensa de la Naturaleza, de la mano de uno de sus socios fundadores, nada
menos que Félix Rodríguez de la Fuente, creó el refugio de rapaces en las Hoces
del Riaza, hoy Parque Natural. De esa primera reunión segoviana, nació la
intención de reuniones periódicas. Creo recordar que esta coordinadora de
grupos ecologistas de Castilla y León estaba formada por Nycticorax de
Valladolid, ADECAB y Lanius-Madrigal de Ávila, Elanio Azul de Salamanca, y otros
de Palencia, León y Zamora, que me perdonen pues no recuerdo los nombres y,
tampoco, si había algún grupo de Soria, Burgos y Segovia. Treinta años tienen
la culpa.
Ahora que escribo sobre
aquella primera reunión en Montejo de la Vega de la Serrezuela, recuerdo que
llevaba preparada una proyección de diapositivas sobre La Moraña, sus distintos
tipos de hábitats, sus paisajes, su variada y rica fauna y flora y las amenazas
que se cernían sobre ellos, haciendo especial hincapié en los tendidos
eléctricos fantasmas e ilegales y lo que conllevaban: la puesta en regadío de
zonas tradicionales de secano y, por lo tanto, la pérdida de hábitat de varias
especies de aves esteparias incluidas en el mayor grado de protección de la
Directiva de Aves, por aquel entonces, si no recuerdo mal 79/409/CEE. El caso
es que uno de los asistentes, que me perdone pero no me acuerdo quién fue, me
dijo que el audiovisual que había realizado tenía la calidad suficiente para
solicitar una subvención a la Junta en materia de divulgación de los valores
ambientales destacados de nuestra comunidad, que lo intentara. Me dijo como se
llamaban esas ayudas. El caso es que le hice caso, pedí la subvención y me la
concedieron. Por lo que aquellas diapositivas, acompañadas por su proyector y
pantalla y aquella música de fondo que subía y bajaba según iba hablando, recorrieron todos los colegios e institutos de Arévalo, Madrigal y Fontiveros.
Pero centrémonos. El caso es
que Nycticorax, se encargó de las reuniones siguientes en Valladolid. Cada
grupo ponía sobre la mesa los trabajos o estudios que estaba haciendo en
materia de conservación de espacios y especies, o las amenazas que se cernían
sobre una zona determinada, y se intentaban buscar coincidencias para trazar
actuaciones comunes por parte de cada grupo. Por ejemplo, si uno de los grupos
estaba realizando una campaña de concienciación sobre el fracaso reproductor
del aguilucho cenizo debido a la cosecha de cereales, se intentaba que la misma
campaña se realizara en las provincias o zonas de actuación del resto de los
grupos, para que tuviera más repercusión y mayor éxito.
Recuerdo que, en esa última
reunión Gabi Sierra me dijo, con una sonrisa en los labios “oye, Luis, antes de irnos, que no se me
olvide pagarte el día que hiciste en el censo de avutarda”, ese último que
había dirigido la SEO financiado por la Junta. La verdad es que no recuerdo que
asuntos se trataron aquella tarde en el local donde solíamos juntarnos, que
estaba muy cerca de la zona de bares de la Catedral nueva vallisoletana. El
caso es que, efectivamente, al final de la reunión, Gabi me explicó la minuta;
por un día de trabajo de campo, eran, creo recordar, 7.500 pesetas, pero que en
ese importe iban incluidas 1.000 pesetas por el desplazamiento desde el lugar
de residencia hasta el de censo. Que como yo no había tenido que desplazarme,
pues había hecho el sector que estaba pegado a Arévalo, me correspondían solo
6.500 pesetas. Luego abrió la carpeta y sacó una bolsa de plástico transparente
con un montón de pesetas en calderilla y unos pocos billetes. Si Gabi hubiera sido
un tipo legal y con un mínimo sentido de la educación, aceptando incluso la
resta por desplazamiento, debería haberme pagado, por ejemplo, con un billete
de cinco mil, uno de mil y una moneda de quinientas pesetas. Pero no, mientras
decía “se oye que te has hecho muy
pesetero”, volcó la bolsa de calderilla, un puñado de pesetas, sobre la mesa mientras continuaba risueño: “perdona que te lo pague así, pero solo tenía
un billete de diez mil pesetas y he comprado unos bombones para cambiar y no lo
tenían de otra manera”. A lo que añadió: “no te importa, ¿verdad?, tú puedes cambiarlo en tu tienda.”
Por segunda vez en esta
historia, esta desfachatez me demostró dos hechos. El primero que hay gente que
no entiende ni entenderá jamás lo que es la amistad. El segundo, que no soy una
persona violenta, porque lo primero que se me pasó por la cabeza fue partirle
la cara. Pero, en fin, volví a tragarme mi orgullo y me repartí aquel puñado de
pesetas entre los cuatro bolsillos de mis vaqueros sin abrir la boca. Para
hacer honor a la verdad, en aquel puñado de pesetas, también había algún
billete de mil, tal vez tres o cuatro y el resto eran monedas varias de veinte
duros, diez duros, cinco duros, un duro y alguna pesetilla; vamos, que iba
perdiendo los pantalones por el peso. Así que como después de la reunión todos
los asistentes, nos fuimos a tomar unas cañas a la zona de la catedral, que,
como he dicho antes, quedaba muy cerca, pagué la primera ronda con parte de
aquella nómina pesetera y puñetera, y me marché para Arévalo interiormente humillado, pero
con la cabeza alta. Para aquellos lectores jóvenes que no hayan conocido la
peseta, deben saber que una moneda de una peseta equivale a 0,006 euros, es
decir, prácticamente la mitad de un céntimo de euro. Bien, ese debe ser para
algunos el valor de una amistad.
Eso debe ser, porque yo era
la misma persona, igual de comprometida con los espacios y especies que
estudiaba, la única diferencia fue conseguir que la Junta financiara tres
censos de avutarda, más que nada para no seguir poniendo dinero cada vez que lo
hacíamos, y pedir que la zona de El Oso se declarara IBA y se incluyera en la
futura ZEPA junto al IBA de Madrigal-Peñaranda. Los que por entonces se
negaron, hoy solicitan que El Oso se declare ZEPA, cuando yo ya lo solicitaba
hace 31 años en el estudio “Avifauna de Papatrigo-El Oso”. En fin, hay aspectos
del comportamiento humano que no se pueden explicar.
Ese mismo día, el día que la
SEO me pagó, a través de Gabi, con un puñado de pesetas la jornada de trabajo
que hice en el censo prenupcial de avutardas de 1993 financiado por la Junta y
del que, tanto Caco como yo, habíamos quedado excluidos, mientras volvía a casa,
solo en mi R-11, me desahogué, grité, lloré, golpeé el volante y decidí
abandonar. A partir de ese momento saldría al campo sin método, solo a
disfrutar. No volvería a anotar ni una letra en el cuaderno de campo. También,
quiero confesarles, queridos lectores, que no lo cumplí del todo, no pude.
Natura me había atrapado tan fuerte que era imposible escapar de sus encantos.
Eso sí relajé el ritmo y disfruté, no sé si más o menos, pero de otra manera
más tranquila, yo creo que mis hijos y Ana me lo agradecieron.
Un
pellizco en la mejilla.
La
verdad es que fue un pellizco en la mejilla, seguido de tres palmaditas en la
cara, pero para el título es demasiado largo, ¿no les parece?
Los años que narró fueron
frenéticos en cuanto a la actividad extralaboral, porque deben recordar, amigos
lectores, que todos estos hechos que narro pasaron mayormente en domingo, único
día libre que tenía. Ahora, con la retrospectiva de los años pasados, no sé
cómo fui capaz de hacer todo lo que hice, trabajando en horario de jornada
partida, mañana de 10 a 14 y tarde de 16 a 20, y de lunes a sábado: Censos de
avutarda, cigüeña blanca, aves acuáticas, milano real, aguilucho cenizo,
sisón…, estudios de selección de hábitat o de alimentación de avutarda y otras
aves esteparias, campañas de divulgación sobre los valores naturales de La
Moraña por centros educativos, centros de profesores y salas abiertas al
público en general. Al mismo tiempo, cursar Educación Ambiental por la UNED,
acrónimo de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, acudir a
reuniones, grupos de trabajo, jornadas sobre ornitología o medio ambiente, escribir
artículos específicos sobre los trabajos de campo, artículos divulgativos, notas
de prensa sobre la repercusión de los tendidos eléctricos en el hábitat
estepario, sobre el estado de la avutarda y otras aves, ser entrevistado por
diversos medios de comunicación, radio, televisión… y todo ello de forma
altruista y, además, con el fantasma de un cáncer de vejiga que se reproducía
una y otra vez.
Por aquellos años, más de
una vez, pensé en que me moría. Tenía dos hijos pequeños, no sé si ellos fueron
conscientes de nuestra angustia, de Ana y mía, mezcla de dolor e incertidumbre.
Cuando tienes un cáncer, por leve que te digan que es, te asusta, yo creo que
más aún si tienes hijos pequeños que dependen de ti. Pero si se reproduce una,
dos, tres veces, el susto se convierte en pavor. Pues bien, todos los hechos
que les estoy narrando, querido lector, sucedieron bajo la sombra de un
carcinoma de vejiga recidivante. Lo que no les da ni más ni menos valor, pero
para Ana y para mí, supusieron una carga extra, emocionalmente, muy pesada.
Recuerdo que, por si era
poco, por aquellos años quería hacerme anillador, ya saben, eso de capturar
aves vivas para ponerlas una anilla en su tarso y dejarlas nuevamente libres.
Se lo propuse a Ángel Gómez, que era anillador experto de la SEO; el que acudió
a mi casa a la reunión sobre las avutardas y los tendidos eléctricos. Creo que
tenía algún cargo al respecto en la asociación ornitológica. Él me contó los
requisitos, primero unos años acompañando a un anillador reconocido, luego un
tiempo con supervisión, para, tras esos años, poder anillar aves con red
japonesa en solitario, es decir con el carnet de anillador. Para anillar
rapaces u otras aves grandes en nido, tenía que pasar aún más tiempo. No
recuerdo los años que debían transcurrir, pero yo le dije que era demasiado,
que me corría prisa, porque no sabía si iba a vivir tanto tiempo. Recuerdo que
puso un gesto entre el asombro y la risa y me dijo “pero hombre, por qué tienes tanta prisa.” Le conté los problemas
con mi vejiga. Él lo sintió sinceramente, pero finalmente me dijo que no había
otra manera, que si quería, para quitarme el gusanillo podía anillar ayudando a
un experto, a uno con carnet, y ya iríamos viendo. Me dijo alguno que conocía,
él mismo se ofreció. Pero al final la cosa quedó en nada.
Ahora que hablo de Ángel y de La SEO, se me ha venido a la cabeza que por aquellos años locos, frenéticos, intensos, se celebraron en Mérida las XI Jornadas Ornitológicas Españolas, las fechas concretas fueron del 8 al 12 de enero de 1992. Caco y yo asistimos, entre otras motivaciones, porque presentamos un artículo en el apartado de conservación, en el que resumíamos todo lo ocurrido en las llanuras cerealistas abulenses, el estado de la población de avutardas, las amenazas y, también proponíamos una serie muy concreta de medidas de conservación. Todos los trabajos y ponencias presentados fueron publicados en las actas de las jornadas por la asociación anfitriona, ADENEX, acrónimo de Asociación para la Defensa de la Naturaleza Extremeña, en su revista periódica Alytes, concretamente en su volumen VI publicado en 1993. Durante las mismas pasaron muchas cosas que no vienen ahora al caso, pero tres de ellas fueron especiales: primero, no hacer ni puto Caso a Carlos Martín responsable de proyectos de la SEO, ¿recuerdan?, aquel que nos pidió que los contactos con la administración de Castilla y León se los dejáramos a él y que nosotros nos dedicáramos a trabajar de forma altruista, porque el voluntariado era uno de los pilares más importantes de la asociación, y en esto último tenía toda la razón del mundo, pero quien eso nos decía cobraba por ello; bueno en realidad en los cuatro días que duraron las jornadas solo le saludamos al principio y le dimos una tarjeta de visita en la que venían nuestros nombres, el de Caco y mío, con una dirección, un número de teléfono y la leyenda “Grupo local de SEO/birdlife en La Moraña”, lo cierto es que no existía tal grupo local, pero bueno, lo dejamos caer a modo de prueba por si acaso cuajaba. Lo segundo destacado fue conocer en persona a Francisco Purroy, por aquel entonces, si no recuerdo mal, presidente de la SEO. Toda una institución. Habíamos hablado por teléfono en alguna ocasión, pero no nos conocíamos personalmente. El caso es que la tarjeta de visita había acabado en sus manos. Nos saludamos, hablamos del trabajo que estaban terminando Alejandro Onrubia y Andrés Úbeda, en el que se estudiaba el impacto sobre la avifauna de los famosos tendidos eléctricos fantasmas. Iberduero, la empresa instaladora, se lo había encargado a la Facultad de Biología de la Universidad de León, así que Purroy era, digamos, la cabeza visible del estudio, y Onrubia y Úbeda los encargados de llevarlo a cabo en el campo. A Úbeda le conocí menos pero, lo cierto es que Purroy y, especialmente Álex Onrubia, siempre fueron muy correctos con nosotros. Álex, incluso llegó a participar en alguno de los censos que organizamos Caco y yo, quedándose a cenar y a dormir en alguna ocasión en mi casa. Recuerdo que a mi hija María, que por entonces tendría tres años, le llamaba mucho la atención la barba de Álex y se la tocaba de vez en cuando. El censo fue el de invierno del 92. Mi hermano y yo solíamos censar en distinto equipo, porque éramos los que mejor conocíamos la zona, así que Caco, ese día, censaba con mi R-11 y yo con Álex en el suyo. Recuerdo perfectamente que a su coche se le hacían carámbanos de hielo en el espejo retrovisor exterior y, como no le funcionaba la calefacción, el cristal se helaba por dentro debido a la humedad de nuestra respiración. Hacía más frío dentro del coche que fuera y, cuando había algo de sol, teníamos que salir a calentarnos a la intemperie del frío invierno morañego, para no morir congelados en su vehículo.
Por aquellas fechas frenéticas, recuerdo que John S. Armitage, un
británico que no sabía hablar español, pasó por mi casa, por mediación de Carlos
Martín de la SEO. Recuerdo que le dije “my
english is very bad”, a lo que él me contestó “and my spanihs the badest”. Quería estudiar o conocer las avutardas
de Madrigal-Peñaranda y su hábitat, para hacer una publicación sobre ello al
regresar. Creo que era de una asociación británica similar a la SEO, o algo así,
y que tenía un año sabático por delante, con la única condición, al parecer,
que debería publicar algún estudio realizado en ese periodo sobre aves o fauna.
Pasó cuatro días en mi casa, yo le pude acompañar el primer día, el domingo.
Como mi inglés era muy limitado, acudió Alejandro Onrubia a hacernos de
intérprete y a completar algún día más con el ornitólogo británico. Aunque mayo
estaba muy avanzado y con el cereal muy alto, pudimos ver alguna avutarda,
incluso alguna hembra echada entre la cebada en actitud de incubación. Algún
sisón, aguiluchos cenizos, ortegas, gangas, muchas calandrias, terreras, algún
bisbita campestre y dos pequeñas colonias de cría de cernícalo primilla. Un
recorrido intenso y muy completo. Si hizo su informe, aún no lo sé, porque
jamás recibí noticias suyas ni directas ni indirectas.
Bueno que me lío de nuevo,
como ven unos recuerdos me llevan a otros y el relato en lugar de ser una línea
recta se convierte en un zigzag de vivencias. Estábamos en Mérida, en las XI
Jornadas Ornitológicas Españolas, en algún día entre el 8 y el 11 de enero de
1992 hablando con Francisco Purroy sobre las avutardas del IBA 43 de Madrigal-Peñaranda,
de los tendidos eléctricos fantasmas y del estudio que les había encargado
Iberduero. Él mismo sacó el tema de la tarjeta de visita, pero sin ninguna
malicia, al contrario, nos dijo que desde la Junta Directiva de la SEO se
estaba estudiando seriamente la creación de grupos locales en los que los
socios tuvieran capacidad para coordinar o dirigir determinados asuntos. Que le
parecía una buena idea, de hecho nos dijo que en una zona de Aragón, al sur de
Zaragoza, creo que en el Planerón, cerca de Belchite, ya funcionaba algo así.
También nos emplazó a solventar nuestras diferencias con algún miembro del
equipo directivo, si las hubiera, por el bien de la asociación. Habló de la
necesidad del voluntariado. Pero, a diferencia de Carlos, elogió lo que
estábamos haciendo por las avutardas y los hábitats esteparios en nuestra zona
y lo positivos que habían sido nuestros trabajos de campo para intentar luchar
contra los tendidos eléctricos, los cambios de uso del suelo y por la
protección de todas las especies esteparias. Nos animó a seguir y a mantener el
contacto. La conversación fue muy rápida pues en unas jornadas de esas
características, al máximo responsable de la SEO le demandaba mucha gente. Se
despidió, muy amablemente, diciendo que le perdonáramos que tenía que hablar
con alguien y que sabía que habíamos presentado un artículo muy interesante
sobre conservación de las especies esteparias para las jornadas. Sí, nada que
ver con Carlos.
El tercer acontecimiento
positivo que pasó en aquellas jornadas fue conocer a Benedicto Campos, Bene. Un
gran trabajador en diversos estudios ambientales y un teórico muy exigente,
especialmente, en lo referente a los trabajos de campo. Con él acordamos realizar una metodología concreta que permitiera estudiar y cuantificar las
poblaciones de diversas especies de aves esteparias, a través de la realización
de muestreos de cuadrículas de 2x2 kilómetros, elegidas al azar dentro de un
amplio territorio, para obtener una estimación fiable de la población de las aves
que lo habitan y el tipo de terreno que cada una de ellas prefiere o frecuenta.
Caco y yo lo pusimos en marcha esa misma primavera con buenos resultados, en
especial en lo referente a la avutarda y al aguilucho cenizo, que fueron
incluidos en la publicación del número 5 de “El cervunal”, ¿recuerdan?, aquella
que tuvimos que publicar corriendo con todos los gastos desde ADECAB. En aquel
congreso, el bueno de Bene nos dijo que uno de los lugares que le gustaría
conocer era Villafáfila, en Zamora, por ser una referencia mundial para el
estudio y conservación de la avutarda. Para ultimar detalles sobre la
metodología que proponía, Caco, que ya había censado en Villafáfila con los
hermanos Alonso, le dijo que por qué no venía en marzo y él mismo se encargaba
de guiarle. Y así lo hizo, un domingo de marzo se pasó por Arévalo y se vino
con nosotros. Nada más de bajar de mi R-11, en uno de los observatorios de las
lagunas, recuerdo que puso en marcha su grabadora de bolsillo, dijo la fecha y
“por fin en Villafáfila, con mis amigos
Ignacio y Luis, un sueño cumplido”.
Gracias a Bene, años más
tarde de los hechos que aquí se narran, en 1997, me pude quitar la espina de
haber rechazado la oferta de los hermanos Alonso para censar Villafáfila. Bene
era el coordinador de los trabajos de campo de una empresa dedicada a estudios
ambientales, a la que la Junta de Castilla y León había encargado el censo de
avutardas en toda la comunidad autónoma. Participé censando varios sectores de
Ávila, Segovia, Valladolid y Zamora. En esta última provincia dos sectores, uno
de ellos, sí amigos lectores, en Villafáfila y, además, uno de los mejores. Me
acompañaba mi buen amigo José María García, Chema, con quien tan buenos ratos
he pasado y espero seguir pasando, citado al principio de esta narración, en el
capítulo de agradecimientos. Nada más empezar el recorrido y coronar la loma
por un camino que salía de la laguna de Barillos, nos recibieron casi un centenar
de avutardas, entre ellas varios machos haciendo la rueda al mismo tiempo y
muchas hembras “despistadas” por los alrededores, picoteando tranquilamente en
una gran alfalfa, sin prestar, aparentemente, demasiada atención a los
eufóricos y espléndidos barbones. Miraras donde miraras, había avutardas. Buen comienzo.
Creo que nunca lo he comentado con Chema, quizás por esa costumbre atávica,
arraigada en el sexo masculino, de no expresar sentimientos. Pero para mí, que
podría estar cansado de ver avutardas por sitios muy variados, aquella visión
fue algo mágico, una especie de recompensa por mi dedicación a la especie, o como
compensación por haber rechazado la oferta de los hermanos Alonso años atrás,
sin pensar demasiado en las consecuencias o en los remordimientos.
Por lo tanto, aunque no cito a Bene en los agradecimientos del principio, porque este hecho escapa por unos
años del hilo de la narración, quiero mostrarle ahora mi agradecimiento, por
haber contado conmigo en los censos de los que él era coordinador y por haberme
permitido quitarme esa espina dolorosa de no haber censado nunca en
Villafáfila. Un placer y un honor, amigo Bene.
El final ya se acerca,
queridos lectores. Perdónenme por haber dado tantas vueltas, pero, como ya les
he dicho, cuando pones en marcha la máquina de la memoria, los recuerdos toman
vida propia y te arrastran y te llevan por vericuetos y recovecos, dando rodeos
inimaginables. He sacado a colación las jornadas ornitológicas de Mérida,
porque allí hablamos con el presidente de la SEO, sobre la posibilidad de tomar
decisiones como grupo local y poder hablar con la administración, sindicatos
agrarios o ayuntamientos, como miembros de la SEO, sin la necesidad de estar
pidiendo permiso o la aprobación de nadie. Pensábamos que habíamos demostrado
suficientemente, nuestra implicación con el mundo conservacionista, y con la
protección de los espacios y especies esteparias.
Aunque aún quedaban
asperezas por limar, como los programas de zona en los que nos gustaría formar
parte en su redacción o revisión. O que zonas de La Moraña, como el Área de
Papatrigo-El Oso, quedara incluido en el IVA 43 de Madrigal-Peñaranda para
proteger las lagunas de El Oso y Redonda, el corredor del Adaja y que los
agricultores pudieran acogerse a las ayudas agroambientales previstas para el
programa de zona, para preservar las estepas cerealistas, los cultivos de
secano y las especies que los habitan. Ni una cosa ni otra: no contaron con nosotros para la elaboración de los programas zonales, ni El Oso fue incluido en futuros espacios a proteger.
En lo referente a los
programas de zona, Joaquín Sanz, presidente del grupo vallisoletano Nycticorax
y que participó en alguno de los censos que coordinamos, fue el responsable de
realizarlos por encargo del departamento de Vida Silvestre de la consejería de
Medio Ambiente, y con la ayuda, la revisión o las indicaciones de la SEO.
Porque dejó fuera la zona de El Oso, excluyó cultivos como la alfalfa y dio
demasiada importancia a otros usos del suelo como los barbechos, incluso al
abandono de tierras, medidas poco atractivas para la conservación de las
avutardas, pero que era una maniobra impulsada por la Comunidad Europea, que se
ha mostrado un desastre en cuanto a la despoblación y abandono de nuestros
pueblos… la España vaciada que llaman ahora, al parecer se premiaba.
Sinceramente, con la retrospectiva de los años transcurridos, para mí, aquellos
programas de zona, o aquel programa de zona en concreto, fue un fracaso, nada
positivo en materia de conservación de espacios y especies amenazadas.
Pero por aquellos años
frenéticos que narro, los campesinos querían formar parte de las ayudas
agroambientales propuestas en los programas de zona. Era algo nuevo, algo
desconocido, que estaba empezando a implantarse en Europa. Por eso contactaron
conmigo desde el sindicato agrario UPA y un buen número de Ayuntamientos,
porque les habían excluido y sabían que yo había aconsejado que una amplia zona
del centro de La Moraña se incluyera en el IBA de Madrigal-Peñaranda o se
creara otra con el nombre de Papatrigo-El Oso. Entonces, como les dije antes,
me encargaron un estudio que demostrara los valores naturales del área para ser
merecedor de las ayudas agroambientales europeas, trabajo que terminé en el año
1992 y que presenté a los Ayuntamientos implicados y a los miembros de UPA ese
mismo verano en la sala de conferencias y exposiciones de la Caja de Ahorros de
Ávila en Arévalo, con el título de “Avifauna de Papatrigo-El Oso”.
Pero ahí no quedó todo,
tanto Julio López de UPA como algún secretario de alguno de los ayuntamientos
implicados, me pidieron que les acompañara a presentar su solicitud, basada en
mi estudio, a la Delegación Territorial de Ávila. Accedí. Defendí mi trabajo y
apoyé la solicitud, del variopinto colectivo, frente a Félix Sansegundo,
delegado territorial de la Junta en Ávila. Que nos emplazó para que acudiéramos
mejor directamente a la Consejería de Medio Ambiente en Valladolid. Así lo
hicieron y así lo hicimos. Les acompañé nuevamente a Valladolid para apoyar su
solicitud y defender mi propuesta, ante el mismísimo Consejero de Medio Ambiente
y Ordenación del Territorio, por aquel entonces, Francisco Jambrina.
La reunión fue muy cordial,
aunque, también, en un tono muy político y demasiado agrícola. Cada cual
defendió sus posiciones y el consejero quedó en estudiar nuestra propuesta,
conjuntamente con la consejería de Agricultura. Además nos dijo que, desde su
consejería se estaba pensando ampliar los programas de zona, pero que esa
ampliación no podía ser ilimitada, que Castilla y león era muy grande y no
podía acaparar todas las ayudas en materia agroambiental, pero que,
seguramente, nuestra propuesta sería aceptada.
La reunión se dio por
terminada, se produjeron las despedidas de rigor, tan cordiales y amistosas
como el recibimiento, pero al llegar a mi altura, Jambrina se acercó mientras
me decía muy sonriente: “Así que tú eres
Luis Martín, menuda la habéis liado con las avutardas”. Y, mientras me daba un pellizco en la mejilla seguido de
tres palmaditas en la cara, añadió: “Ya
habéis conseguido lo que queríais, ¿no?, espero que a partir de ahora te portes
bien.” Ya saben eso de calladito estás más guapo, ley no escrita heredada
del rancio pasado del que el señor Jambrina procedía.
Años más tarde a este buen
señor, responsable, por ejemplo, de la Ley de Caza de Castilla y León, al ser
aprobada durante su estancia en la Consejería de Medio Ambiente, la Guardia
Civil le pilló infraganti manipulando un cepo en el que había caído una rapaz
protegida. Al parecer, aquel artilugio, prohibido por “su” ley de caza, lo
había instalado él mismo. Según figura en la denuncia, el propio ex consejero
de medio ambiente reconoció, ser el responsable de ese mecanismo, prohibido
para fines cinegéticos según el articulado de la Ley de Caza de Castilla y
León, por lo que fue denunciado por la comisión de una infracción grave, por la
utilización de sistemas no autorizados. Por lo visto, colocó el cepo para
controlar a los zorros que transitaban por la finca, en la que había faisanes. También
pudo haber colocado carnaza en el cepo, procedimiento igualmente prohibido por
la misma legislación que tan bien debería conocer.
En fin, queridos lectores,
estas historias encadenadas sobre avutardas acaban aquí, perdonen si les he mareado
con tantas vueltas como les he hecho dar. Los años que narro entre 1988 y 1993
fueron muy intensos para mí, frenéticos, hice lo que buenamente pude, quizás a
alguien molesté, porque perdí la amistad de personas queridas, pero bueno, lo
hecho, hecho está y no es ya tiempo para dar marcha atrás. Creo que lo que
conseguimos por aquellos años, todos los que luchamos por la conservación de
las avutardas, de las aves esteparias y de sus hábitats, fue bastante positivo;
que podría haber sido mejor, no lo dudo. El caso es que procedimientos opacos e
irregulares anclados en el pasado, fueron erradicados. Y todo esto desencadenó
en que años después se declararan las primeras ZEPA en Castilla y León al
amparo de la directiva de aves, siendo la mayor de todas ellas la ZEPA
ES0000204 Tierra de Campiñas, donde se incluía el Área de Madrigal-Peñaranda
por el que tanto habíamos luchado, aunque quedó excluida la zona de El Oso y el
corredor del Adaja, por la que tanto pelee para que se incluyera ¿Se solucionaron
con ello todos los males de las estepas cerealistas?, no, en absoluto. Actualmente,
varias especies ven mermadas sus poblaciones, hasta desaparecer localmente, y
reducidos o alterados sus mejores hábitats tradicionales. La Zona de El Oso y
el corredor del Adaja sigue sin ser ZEPA y, seguramente debido a ello, una
buena parte estuvo a punto de desaparecer fagocitada por una macro
urbanización.
Habrá que seguir vigilantes,
aunque descubramos más tendidos eléctricos fantasmas, perdamos amigos por un
puñado de pesetas o euros, y otros gerifaltes nos den nuevos pellizcos en la
mejilla.
Mientras tanto, mientras pueda, seguiré caminando con avutardas.
En Arévalo, enero y febrero de 2023.
Quiero agradecer de forma especial a David Pascual Carpizo las estupendas fotografías de avutarda que acompañan este relato.
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