Caminaban
muy juntos. Podría decirse que el silencio era absoluto. Sólo se oía el aire entre las ramas,
el agudo silbido del autillo en la alameda y el croar lejano de algunas ranas.
Se
ocultaron entre las retamas y se amaron con ímpetu. Fueron testigos un sapo
asomado a una roña caída y un cárabo que, desde el árbol, giró la cabeza 180
grados para contemplar las cadencias amorosas de la pareja.
Sólo
algunos leves jadeos rompieron el aparente silencio de la noche. Permanecieron
unidos un buen rato. Descansando, pero vigilantes y tensos para no ser
descubiertos.
La
luna llenaba de negras sombras y luces tenues cada rincón. Se besaron lengua
con lengua. Y sentados mirando a la luna, moviendo lentamente la cola, aullaron
a dúo para que el aire propagara su amor.
Arévalo, 27/02/2014
Luis J. Martín