COLLARES PARA CANDELAS
Los llaman nazarenos, también,
jacintos, pero mi madre siempre decía que eran ajos de cigüeña. Y así prefiero
llamarlos.
Como ella los llamaba.
Ya nos los llama de ninguna
manera.
―¡Mirad! ―solía decirnos—, ya
han salido los ajos de cigüeña.
Todos los años, entre abril y
mayo, salían en el patio "de’alante", que era así como mis hermanos y yo nos
referíamos al jardín delantero.
Flor de Muscari comosum.
Luego arrancaba una de sus
hojas alargadas y nos hacía un collar. Partía la parte carnosa sin llegar a
romper sus nervios lineales, elásticos y gelatinosos, de tal manera que la hoja
quedaba dividida en segmentos verdes unidos por sus nervios casi transparentes,
como un collar de cuentas.
—¿Por qué se llama ajo de
cigüeña? ―preguntábamos alguno de nosotros.
Nuestra madre nos explicaba,
que esa planta era un bulbo como las cebollas y los ajos, que si excavábamos a
lo largo de su tallo subterráneo llegaríamos hasta un pequeño ajo rojizo. Y que
ese largo tallo recordaba a las patas de las cigüeñas. Aunque, luego añadía que
también podía ser porque las cigüeñas, cuando están en su nido, hacen un sonido
con su pico parecido al de machar ajo en un mortero de madera.
Hojas de Muscari comosum.
El caso es que a este bulbo
que la gente conoce como nazareno, hierba del querer o jacinto comoso, nosotros
siempre lo hemos llamado ajo de cigüeña, porque así es como mi madre lo llamaba
cuando nos hacía collares con sus hojas carnosas.
Su verdadero nombre, por el
que es conocido a nivel mundial por la comunidad científica, es Leopoldia comosa o Muscari comosum. Su
etimología, en el caso del género deriva de Leopoldo, en honor Leopoldo II, gran
duque de la Toscana, o Muscari por el
olor a musgo o, también, del griego donde moschàri es jacinto. En el caso de la
especie, comosa o comosum, del latín, significa cabellera
o melena, haciendo referencia a la disposición en racimo de sus flores.
Flor de Muscari comosum.
En una ocasión, hace muchos
años, mis padres y mis tíos decidieron plantar césped en ese trozo de jardín,
orientado al sur y custodiado por cuatro grandes plátanos de sombra. Aunque, en
principio, no me hizo mucha gracia, me encargué de remover la tierra, abonarla
con el estiércol de las vacas de Agustín Mínguez, y plantar las semillas: un
cóctel, que todavía recuerdo, a base de Poa
pratensis, Festuca rubra y Trifolium repens. Pero también tuve el
cuidado de volver a enterrar todos los bulbos de ajo de cigüeña que quedaban al
descubierto.
La hierba del césped duró
pocos años, pero los bulbos de los ajos de cigüeña sobrevivieron, ahí siguen,
en el patio "de’alante" en su orientación sur. Cada año, entre abril y mayo, nos
regalan con sus flores moradas. Son humildes, son sencillas, son hermosas.
Son muy hermosas.
Pero para mí, lo más entrañable
de esta planta silvestre y rastrera es el recuerdo que me evoca y que revivo cada año: a mi
madre haciéndonos un collar con sus hojas.
Su sonrisa, al colocarlo en
nuestro cuello.
Su sonrisa.
Ella ha perdido los recuerdos.
Pero no la sonrisa.
Hoy he cogido una hoja.
Una hoja de ajo de cigüeña.
Y la he hecho un collar.
En Arévalo, a ocho de mayo de
2022.
L. J. Martín.
Candelas García-Sancho con una flor de ajo de cigüeña.
-Referencias:
JACINTO COMOSO
MUSCARI
COMOSUM
HISTORIAS
ENTRE PATIOS