El viejo cabrón desciende pesadamente, algo cansado, pero satisfecho. Ha cubierto a un buen número de hembras en la solana del refugio del rey. Pronto muchos chivos tendrán sus genes, los de un macho fuerte, preparado para la supervivencia en la alta montaña. Ahora es momento de descender. Los hielos y las nieves han llegado a las altas laderas y collados y el cervuno pronto estará inaccesible bajo una buena capa de nieve. El invierno ya está aquí. Hay que buscar otros pastos en los profundos valles de Gredos.
Macho de Cabra Montés de Gredos (Foto: David Martín Fernández)
Otros habitantes de las altas cumbres, también bajan a los valles y llanuras, bisbita alpina, lavandera cascadeña, acentor común… Buscan alimento en otras riberas más bajas, llegando incluso a La Moraña. Otras como el pechiazul desaparecen para no volver hasta el mes de mayo.
Lavandera Cascadeña en plumaje invernal (foto: David Pascual Carpizo)
Pero también en las llanuras se están produciendo transformaciones, unas especies vienen a pasar el invierno mientras otras ya se han ido y no volverán hasta la primavera. Así el aguilucho cenizo que en primavera acaricia con la punta de sus alas las mieses de los cereales, ha sido sustituido por su primo mayor, el aguilucho pálido. El pequeño cernícalo primilla, que se alimenta de insectos, también ha desaparecido y es sustituido por el esmerejón que viene desde el norte, siguiendo las grandes bandadas de pajarillos para dar buena cuenta de alguno de ellos. Los acosará haciendo vuelos ondulados sobre sembrados, rastrojos o campos abandonados de girasol y provocará que, de un campo aparentemente vacío, se remonte una gran nube negra de pequeños pájaros para intentar conseguir alguna captura. Otra pequeña rapaz que suele seguir a estas bandadas es el gavilán.
En estos rastrojos y, especialmente, en los campos de girasol sin cosechar, se reúnen montones de especies de pájaros, algunos procedentes de latitudes norteñas como el pinzón real o el lúgano, entre otros residentes como el verderón, jilguero, pardillo, verdecillo, gorrión molinero, pinzón vulgar… En ocasiones se han contabilizado más de veinte especies de pájaros en estos cultivos abandonados.
Gorrión Molinero en un escaramujo (Foto: Pepe Rodríguez Matías)
Caminos y carreteras son prospectados metro a metro desde el aire por los milanos reales que han llegado del norte a pasar el invierno junto a la pequeña y amenazada población local. Sustituyen, así, al milano negro que en septiembre ha cruzado el estrecho y se ha marchado a pasar el invierno a África. Con sus vuelos acrobáticos buscan en cunetas los restos de algún animal atropellado. Al atardecer, se reúnen a pasar la noche en determinadas arboledas, especialmente en choperas de las tierras morañegas. En alguno de estos dormideros, es fácil contar más de doscientos individuos de esta rapaz gravemente amenazada.
Formaciones en “V” que llegan del norte, también son características en esta estación, como grullas, gansos o avefrías. En la provincia tienen su primera estación de descanso en La Moraña, en lagunas esteparias como El Oso, Redonda o los Lavajares, algunas pocas se quedan pero otras siguen su viaje hacia el sur, embalses como los del el Rosarito o Navalcán, son alguno de los destinos finales de las grullas. Donde pueden llegar a coincidir con especies poco comunes como el águila pescadora o la cigüeña negra que pueden quedarse a pasar el invierno en estos parajes abulenses. Muchas de estas grullas se emparejan de por vida durante su invernada.
Las zonas húmedas ahora rebosan de vida. Aves acuáticas llegadas del norte han venido a pasar el invierno a estas lagunas: Anátidas como ganso común, azulón, cuchara común, silbón europeo, cerceta común, ánade rabudo y friso, tarro blanco, porrón común, porrón moñudo. Y otras aves acuáticas como cormorán común, gaviota reidora, focha común… y un montón de limícolas: Archibebe claro, común y oscuro, aguja colinegra, avefría, chorlito dorado, zarapito real y silbador, agachadiza común… Todos ellos huyendo del frío del norte de Europa.
Los habituales de la llanura cerealista, se reagrupan para pasar los rigores del invierno. Las avutardas, “vuelven a casa por navidad”, es decir, a pesar de considerarlas sedentarias, después de la época de cría, se han dispersado realizando pequeños desplazamientos. Pero con la llegada de los fríos se reagrupan en zonas de máxima querencia, como son algunas parcelas de alfalfa o sus proximidades, en estas fechas es fácil observar bandadas de más de cuarenta o cincuenta individuos. Otras especies esteparias como sisón o alcaraván desaparecen, porque el invierno parece ser que les resulta más llevadero por tierras extremeñas.
Es el invierno, pues, tiempo de reunión, tiempo de gregarismo, de sobrevivir en grupo. El invierno es donde acaba un ciclo vital. Pero también es donde empieza el siguiente. Es, entonces, tiempo de fin y de principio. En el invierno empieza todo una vez más.
Una avutarda solitaria, cruza volando el puerto del Pico para reunirse con los suyos, mientras observa allá abajo a los descendientes del viejo cabrón, lamiendo la carretera gris, aclarada por las sales dispersadas por las quitanieves.
Hay vida en invierno ¿Alguien lo duda?
Arévalo, 23 de noviembre de 2010.
Luis José Martín García - Sancho