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IRIS BLANCOS DE LUNA ®
Luis José Martín García-Sancho
Sus ojazos negros reflejan los coches y la
gente al pasar. Van y vienen deprisa, sin detenerse, sin que nada de lo que
pasa a su alrededor les altere. Una lluvia inclinada cae constante, sin tregua.
Lleva así toda la mañana, casi no han podido salir al patio en el recreo.
Alex mira sin ver, nada le llama la atención.
Espera a su madre. Le ha dicho que si se retrasa no se mueva de allí. Su padre,
últimamente es como si no existiera, no se puede contar con él para nada. Se
pierde entre un bosque de botellines y un mar de espuma en un círculo vicioso
que le hunde más y más en un pozo sin fondo. Recuerda cuando su padre era
alegre y divertido, siempre sonriente jugueteando con un llavero del Madrid
entre sus dedos. Ahora sigue jugueteando con el llavero a todas horas pero ha
perdido la sonrisa.
Alex
se intranquiliza, le suenan las tripas. Por fin ve a su madre que se acerca
desde el final de la calle, casi corriendo. Una sonrisa ilumina su cara. Coge
la mochila y se la coloca a la espalda. Su hermana Susana, sentada a horcajadas
en la cadera de su madre le saluda con la mano. Un paraguas con varias varillas
rotas intenta tapar a madre e hija sin conseguirlo. El aire tampoco ayuda.
- Hola mamá –dice Alex muy contento-, ¿me
puedo sentar en la silla?
-
Hola Alex –contesta Nuria mientras se agacha a besarle-. No, no puedes
sentarte, se ha vuelto a romper la rueda. Por eso llevo a tu hermana en brazos
que me está matando.
Alex contempla el rostro de su madre. Piensa
que no tiene la misma expresión de siempre, parece triste. Pero no dice nada. Le
da la impresión de que ha llorado. Últimamente la ha visto llorar varias veces
aunque ella siempre intenta disimularlo: Se me ha metido una pestaña en el ojo,
tengo conjuntivitis, he dormido poco, estoy muy cansada…
Hace un rato Nuria ha ido a una entrevista de
trabajo. De hecho viene de allí. Media jornada como reponedora de una cadena de
supermercados. Han acudido más de cincuenta personas. La mayoría más jóvenes
que ella, aunque había alguna más vieja. Ha ido con su hija, con la pequeña
Susana ya que Jandro, su marido, aún no había llegado. Dijo que se iba a buscar
trabajo muy temprano, que volvería a tiempo pero en lugar de perderse por la
esquina se perdió por la puerta de Casa Tapas. Nuria hace tiempo que sabe que
no puede contar con él, se ha convertido en otra persona.
La
jefa de recursos humanos era antipática, seca y recia. Nuria ha hecho lo que
nunca había hecho. Ha contado su situación con sinceridad, ha suplicado, ha
llorado, hasta que se ha dado cuenta que la mujer que hacía la entrevista más
parecía máquina que persona. No cambiaba la expresión del rostro, seria,
impasible. Ha cortado de forma brusca el llanto de Nuria.
- Es suficiente –ha dicho la jefa de recursos
humanos-. Ya tengo la información que necesito. Espere fuera a que pasen las
demás candidatas, si nos interesa al final se lo comunicaremos.
-
Y, por cierto –ha añadido-. La próxima vez que vaya a una entrevista de trabajo
procure ir sin su hija. Los patetismos los deja en casa.
Nuria
iba a contestar pero se ha mordido la lengua. Ha salido con la cabeza gacha y
los puños prietos. Ha esperado fuera, junto a las otras candidatas. Algunas
gritaban, reían, ¡qué envidia! Su pequeña Susana las miraba sin entender nada.
- La gente ha vivido por encima de sus
posibilidades –Decía una de las mujeres mayores a otra algo más joven-. Han
gastado más de lo que ganaban y por eso estamos así.
-
Anda –contesta la otra-. Yo conozco a una que se ha metido en un piso y le ha amueblado
a todo lujo, sin que le faltara ningún capricho, que si una secadora, que si un
jacuzzy, una puerta blindada, ¡unas lámparas! Luego, encima, un cochazo que ni
se la ve en él. Y, para más inri, unas vacaciones de ensueño, con todo pagado
en un complejo turístico de no sé qué país tropical. Todo con préstamos, claro.
Y así ha pasado, se han quedado los dos en paro y ¡Hala, a la puta calle!
Ríen las dos a carcajadas.
A
Nuria la hierve la sangre, no puede quedarse callada. Antes sí. Ahora no puede,
no quiere.
- Perdonen ustedes que me meta –dice Nuria
intentando contener el enfado-. Eso de vivir por encima de nuestras
posibilidades es un poco relativo. No todo el mundo es tan derrochador o tan
aparentador como el caso que han contado. Digo yo que lo normal es que una
pareja que se case o se junte decida crear una familia, ¿o no?
Las dos mujeres
asienten.
- ¿Es esto vivir por encima de sus
posibilidades o es lo más natural del mundo?
Las mujeres se miran
sin saber qué decir, una de ellas parece que quiere empezar a hablar pero Nuria
continua.
- Digo yo que si una pareja joven decide
crear una familia lo más normal del mundo es que intente independizarse y
comprarse una casa para tener un lugar donde vivir, ¿qué problema hay si los
dos tienen trabajo?
Las mujeres asienten
nuevamente
- Entre los dos ganan, por poner un ejemplo,
dos mil euros. Pueden permitirse pedir un crédito y pagar una hipoteca de unos
seiscientos euros mensuales. Con el resto pueden crear una familia y vivir sin
lujos pero decentemente. Al menos, piensan que ni a ellos ni a sus hijos les
faltará lo más básico.
- Sí pero luego vienen los caprichitos
–comienza a intervenir una de las mujeres-, que si el plasma…
- ¿Es un capricho querer tener dos hijos en
esa situación? –corta Nuria tajante- Casa propia, ambos trabajan, guarderías públicas,
colegios públicos… Pues bien, esa familia tiene dos hijos bastante seguidos,
apenas se llevan dos años. Pero de la noche a la mañana la empresa del marido
quiebra, es autónomo, no tiene despido, ni paro, nada, a la puta calle con una
mano delante y otra detrás y encima tiene que pagar la deuda adquirida por su
empresa, en buena parte debido a impagos de sus clientes.
- No, desde luego a eso no hay derecho
–quiere intervenir de nuevo la mujer-. Es que los autónomos…
- No, claro que no hay derecho –vuelve a
cortar Nuria muy enfadada-. El caso es que el marido día tras día intenta
buscar trabajo, pero nada, no consigue nada. Ahora sólo tienen para vivir el
sueldo de la mujer que después de pagar la hipoteca se queda en quinientos
euros, ¿podrían vivir ustedes con ese dinero y dos hijos pequeños?, no,
¿verdad?
- No desde luego –dice ahora la mujer más
joven-, qué horror.
- Pues aún se ponen las cosas más feas
–continúa Nuria sin atender-. La empresa en la que trabajaba la madre se
declara en suspensión de pagos y cierra sin despidos, tan solo se acogen al
fondo de garantía salarial que, aunque es algo, en esa situación es una mierda.
Pasan dos años y se acaba el paro. Ahora viene lo peor, no pueden pagar la
hipoteca, no pueden pagar la luz, ni el gas, ni la gasolina del coche, ni las
averías. Hay días que no pueden comer para que sus hijos coman algo.
- ¡Angelitos! -dice la mujer- Lástima que no
haya comedores sociales.
- ¿Sabe usted lo que es hacer un caldo con
mondas de patatas? –Vuelve a cortar Nuria- Pues eso es lo que cena la familia
algunas noches y algo de leche para los niños, si se le puede llamar leche a un
litro de leche mezclado con otro de agua para que dure más. Hasta que vencen la
vergüenza y comienzan a acudir al almacén de una ONG de ayuda social y la
situación mejora algo. Pero por poco tiempo pues comienzan a venir los avisos
de impago, los cortes de luz, de gas. En invierno tienen que dormir todos en la
misma cama para darse calor. Y lo peor está por venir, llega el primer aviso de
desahucio. Al marido, desesperado por la situación, le da por la bebida. Lo poco
que se ahorran por ir a la ONG se lo gasta en los bares.
- Es que hay hombres –intenta intervenir
nuevamente la mujer mayor-… que no valen para ser padres. Mi Paco...
foto: Stock Photo
Nuria iba a seguir
pero la puerta del despacho donde han realizado las entrevistas se abre y
aparece la mujer antipática que las ha entrevistado.
-
Ya se pueden marchar a casa –Grita-, ya hemos elegido a nuestra candidata. Los
Supermercados Carrofeliz agradece su interés.
Nuria
coge a Susana a horcajadas y se marcha sin despedirse de nadie.
- Perdona cariño –grita la mujer mayor a su
espalda-. No es por nada, pero la historia que nos has contado parece sacada de
un telediario –ríe-, no parece real, ¿verdad?
-
¿No es real? –contesta Nuria intentando mantener la calma- ¿Quieres conocer a
esa pobre familia de telediario? Pues míranos bien porque tienes delante a la
mitad. Mi marido estará ahogando sus penas en algún vaso y mi hijo me estará
esperando a la puerta del cole, el “Angelito” –recalca esta última palabra.
Se
gira nuevamente sin hacer caso de lo que la mujer intenta decir, sale del
establecimiento a toda prisa, rabiosa, llorando, sin emitir sonido alguno. Es
como si el mundo se hubiera paralizado a su alrededor. Como si solo existieran
su hija y ella en la ciudad.
Foto: Anna Karina
Ahora caminan los tres desde el cole hacia
casa, si se puede llamar casa a cuatro paredes sin apenas muebles, sin luz, sin
gas, casi sin comida.
La
lluvia da una tregua. En la placita un grupo de jóvenes practican break dance
mientras escuchan a todo trapo un rap del beatboxer Lytos:
"Hablo con tristeza
desde un país reprimido
ya no hay rabia ya que nos
la habéis prohibido,
quizás fue Disney quien os
sobornara
porque nuestros derechos
ahora no son más que un cuento de hadas
¿El sistema?, funciona
perfectamente,
el honrado sin trabajo y al poder los
delincuentes"...
En
la otra punta de la plaza, un indigente al que llaman Braulio se ha subido a
uno de los olmos y grita desde sus ramas:
"Se
me humedecen los ojos,
al
explicar…
lo
que nunca comprendí.
Se
me humedecen los ojos,
se me humedecen, sí.
Pregunta
a la noche
por
la soledad
te
responderá llorando
en
la oscuridad.
Ojos
negros los míos,
iris blancos de luna".
Algunos ríen al escucharle. Un par de
chavales le tiran castañas de indias, ante la mirada divertida de sus padres. Al
pasar por debajo del olmo, Alex se para un momento para mirarle y Braulio le
señala con una mueca de sonrisa.
Mientras
tanto, el rap de Lytos continúa:
"Preguntadle a la
anciana enferma y desahuciada
o a los familiares de los
que se quitaron la vida
aunque es probable que no
puedan decir nada
con el alma amordazada y las
bocas cosidas".
Foto: Marta Martínez
Un
poco más adelante, al pasar por la pequeña tienda de alimentación del barrio, sale
su propietaria y llama a Nuria.
- No puedo pagarte Sole –dice Nuria
avergonzada-, quizás a primeros de mes.
-
No, no hija -le agarra Sole por el brazo-, no es eso. Por favor, no vayas a tu
casa ahora con tus hijos, es Jandro… tu marido, por favor no vayas.
Sole, la tendera, se abraza llorando a Nuria,
mientras repite una y otra vez que no vaya, que entre en su tienda.
Mientras tanto, Alex continúa andando. Le
llama la atención el barullo que se oye tras la esquina. Al doblarla ve a un
montón de gente que se agrupa en la acera de su casa.
Sin
que nadie se percate, Alex se cuela entre el bosque de piernas.
- Desde esa ventana –dice alguien señalando-,
sí esa que está abierta, la del quinto.
- Al parecer, le acababan de entregar una
orden de desahucio –comenta otro-. No sabía que les iba tan mal.
-
¡No, hijo! –Se oye un grito desgarrador por detrás- ¡No, Alex!
Algunos se vuelven. Pero es solo un instante,
el ruido de la ciudad lo envuelve todo. Vuelve a llover.
En el centro se ve un cuerpo tendido boca
abajo en un charco de sangre. Alex se acerca, se agacha. Mira la mano del
hombre.
En sus ojazos negros se refleja un llavero
del Madrid.
En Arévalo, primavera de 2015
"Yo no
te miento, lo que digo la verdad es.
No, no, yo no miento, escucha muy atento,
la puta verdad es, lo que te cuento.
Mírame a los ojos y dime lo que ves,
qué es lo que ves, qué ves, ¡eh!
Mírame a la cara y di que no me crees,
dime si me crees, ¿no me crees? ¿eh?"
por Luis José Martín García-Sancho