Martín pescador. Foto David Pascual Carpizo.
INTRODUCCIÓN DE Luis J. Martín
A CHARLA “La Moraña, patrimonio histórico y natural (I)
Impartida por David Pascual Carpizo en la sala de Caja España-Duero de
Arévalo el 8 de mayo de 2015.
David Pascual Carpizo. Foto Luis J. Martín
“La charla que hoy da David Pascual Carpizo sobre
patrimonio natural de la Tierra de Arévalo se engloba dentro del ciclo de conferencias
que sobre patrimonio histórico, artístico, cultural, arquitectónico y natural
viene organizando la asociación La Alhóndiga desde hace meses.
Entendemos por Patrimonio: Aquello que heredamos de
nuestros ascendientes. Generalmente el uso que se suele hacer de esta palabra
es más económico que sentimental pues se suele entender como el conjunto de
bienes materiales y, por lo tanto, perfectamente tasables. Pero muchas veces lo
utilizamos con un valor mucho más abstracto o intangible ya que la
arquitectura, el arte, la historia, la cultura o la propia naturaleza son
difíciles de tasar, de dotarlos de un valor económico. Pero no es porque
carezcan de valor, sino porque su valor es incalculable.
Qué valor damos al verso del poema, a la línea del
relato, al ladrillo en el puente, a la teja en la iglesia o en el palacio.
Cuánto vale la almena del castillo, la pincelada del cuadro, la huella que dejaron
nuestros antepasados o la que nosotros dejaremos a nuestros descendientes, ¿se
pueden medir con dinero?
Más difícil aún: Cuánto vale la hoja del árbol, la
porción del aire que respiramos, el rayo de sol que brilla en el arroyo, la
gota de lluvia que cae sobre la arena, ¿se les puede poner precio?, no,
¿verdad?, no podemos pero valen la vida, nuestra vida, todas las vidas.
Hoy hablamos de patrimonio natural, otras veces decimos
"medio ambiente" pero en realidad de lo que siempre hablamos es de
naturaleza, de aquello que vive y nos permite vivir, entonces, ¿qué precio
tiene la naturaleza?, ¿cuánto vale aquello que nos permite vivir?
Difícil pregunta para una sociedad tan mercantilista como
la nuestra en la que todo tiene un precio y lo que no lo tiene, sencillamente,
no interesa. Por eso, a veces, desaparecen determinados elementos culturales o
naturales sin poder hacer nada por remediarlo, sin que nos enteremos, sin
llegar siquiera a conocerlos.
Por eso debemos preguntarnos si sabemos lo que tenemos. Porque
si perdemos algo que ni siquiera conocemos, difícilmente sepamos valorar su
pérdida. Entonces, solo conociendo lo que tenemos sabremos lo que podemos
perder.
Porque así tendremos recuerdos.
Yo recuerdo a mi padre en el Adaja pescando cangrejos,
metiendo sus brazos hasta los hombros entre las raíces de los chopos, sauces o
fresnos de la ribera y sacando, de vez en cuando, un cangrejo que chapoteaba
con su cola. También recuerdo que una noche de verano me llevó a pescar cangrejos
con un amigo suyo al Arevalillo, a las pozas que se hacían en su cauce y que
nunca se secaban. Echamos los reteles y al poco tiempo los sacamos repletos de
cangrejos. También recuerdo que en inviernos crudos, el agua del Arevalillo
llegaba a helarse por completo y se podía patinar, especialmente en las pozas
de la Pradera de los Huevos.
Río Arevalillo a su paso por Arévalo a principios del S XX. Colección digital de La Alhóndiga
Seguramente, si nos hubieran dicho hace cuarenta o
cincuenta años que los cangrejos de río se iban a extinguir de nuestros ríos,
incluso del arroyo de la Mora que tenía su población de cangrejos, y que el río
Arevalillo se iba a secar por completo, seguramente no nos lo hubiéramos
creído. Hoy sabemos lo que hemos perdido porque tenemos recuerdos.
Por eso es bueno conocer nuestro entorno para saber lo
que tenemos y lo que podemos perder. Poca gente asociaría a nuestra comarca con
biodiversidad, de hecho muchos la califican como un lugar monótono, feo,
inhóspito, casi desértico. Aunque respeto esta opinión no la comparto. En
realidad, la comarca de La Tierra de Arévalo y La Moraña es un espectáculo de vida
y posee una gran biodiversidad, mucha más de la que la mayoría de la gente
piensa.
Estepa cerealista. Foto Luis J. Martín.
- Llanura cerealista. Es lo
que a primera vista vemos en la Tierra de Arévalo, es el paisaje dominante pero
no por eso monótono o aburrido. Hace unas semanas estuve paseando con buenos
amigos por los caminos de las llanuras cerealistas, entre los campos de
cultivo, sin prisas, parando, mirando, observando lo que nos rodeaba. El aire
ondulaba los trigales o las cebadas más crecidas haciendo un efecto de oleaje
en un mar verde inmenso. También, pudimos contemplar el celo de las avutardas,
un espectáculo digno de ver. O el celo de las perdices, más humilde y machacón.
Vimos como los machos de aguilucho cenizo, recién llegados de tierras africanas,
acariciaban con la punta de sus alas las incipientes mieses.
Estas estepas cerealistas
acogen a un grupo de aves muy amenazadas a nivel mundial, el de las aves
esteparias: Avutarda, sisón, alcaraván, aguilucho cenizo, aguilucho pálido,
cernícalo primilla, ganga, ortega, calandria, cogujada, terrera, alondra,
bisbita campestre, mantienen en estos territorios una de las poblaciones más
importantes de Europa. Entre otras aves más comunes como perdiz, codorniz,
triguero o collalba.
- Ríos y riberas: Estas
interminables llanuras se ven interrumpidas por los ríos que las recorren con
sus riberas serpenteantes en la planicie: Voltoya, Adaja, Arevalillo, Zapardiel
o Trabancos.
Zona de contacto entre las riberas del Adaja y el pinar. Foto Luis J. Martín.
- Bosques: Algunos
bosquetes, generalmente pinares y algún encinar, salpican los campos de
cultivo, aunque se agrupan especialmente en el espacio comprendido entre el
Adaja y el Arevalillo.
Estos dos últimos ambientes,
riberas y bosques, van a diversificar la flora y la fauna local al permitir
la existencia de especies forestales. Podremos observar corzos, jabalíes,
tejones, zorros y, además, una importante comunidad de aves forestales. Más de
cien especies de aves se pueden ver en nuestros bosques, un elevado número de
pequeños pájaros y, además, bastantes especies de rapaces nidificantes, entre
ellas dos consideradas en peligro de extinción como el milano real o el águila
imperial ibérica. Pero También milano negro, ratonero, águila calzada, azor,
halcón peregrino, cernícalo vulgar, águila culebrera. También se ven otras
especies de rapaces que, aunque no nidifican en la comarca, acuden a
alimentarse o en sus movimientos dispersivos, como buitre leonado, buitre
negro, águila perdicera o águila real.
Labajo Salado. Foto Luis J. Martín
- Humedales: A veces zonas deprimidas de la llanura se
inundan en épocas lluviosas o por el afloramiento del acuífero subterráneo
formando lagunas, lavajos y charcas que atraen a la flora y fauna acuática. Un
importante número de aves acuáticas migratorias utilizan estas zonas húmedas en
sus desplazamientos, igual que nosotros utilizamos las áreas de servicio en
nuestros viajes, pasarán unas horas, unos días o algunas semana, según esté el
tiempo, para descansar y reponer fuerzas y luego continuarán su migración que
será hacia el sur en otoño y hacia el norte en primavera. Ahora mismo está
finalizando este desplazamiento migratorio. Un número también importante de
aves, se quedarán a pasar el invierno en nuestros humedales, son las aves
invernantes. Entre ellas varias especies de limícolas, de patos, de gansos,
cigüeñas y grullas. Y un número más reducido de individuos y de especies se
quedarán a criar pues son pocos los humedales que permanecen con agua hasta
principios de verano.
Arévalo al atardecer. Foto Luis J. Martín
- Pueblos: Aunque los pueblos son un medio creado por y
para el hombre, en sus construcciones, parques o huertas pueden habitar varias
especies como la salamanquesa común, el avión común, la golondrina, el vencejo
o, incluso, la lechuza. Por tanto la presencia de pueblos va a permitir la
existencia de varias especies relacionadas con el medio urbano o rural.
Un claro ejemplo de esta biodiversidad es el Corredor del
Adaja, donde en un espacio relativamente estrecho se dan todos los ambientes de
los que he hablado anteriormente. Por ejemplo, Arévalo es un pueblo ribereño,
la llanura cerealista acaba bruscamente en las lomas del río, dando paso a las
laderas que pueden ser verticales, formando cortados o cárcavas, o más tendidas
con algo de vegetación. En el fondo del valle los bosques de ribera acompañan
el cauce del río en todo su recorrido. El propio cauce del río permite la
existencia de fauna acuática como peces anfibios o aves. Y, al otro lado del
río, los pinares acompañan el curso del Adaja, reforzando el ambiente forestal.
Como vemos se dan todos los hábitats y, por tanto, es una de las zonas con más
diversidad de flora y fauna de las llanuras de la región ya que podemos observar
especies urbanas, esteparias, forestales y acuáticas en un espacio reducido.
Corredor del Adaja. Foto Luis J. Martín
Esta biodiversidad ha intentado captarla David Pascual
Carpizo con su cámara y la verdad es que lo ha conseguido con excelentes
resultados.
Recuerdo que cuando estaba empezando iba en moto y con su
cámara colgada al hombro a intentar fotografiar a un grupo de avutardas que se
estaba asentando entre Arévalo y Aldeaseca. Más tarde le llevaba su padre con
el coche (que de tal palo tal astilla porque Julio Pascual también tiene una
gran afición a la fotografía, con excelentes fotos tanto de Arévalo como de la
comarca y de sus paisajes) Pues bien, Julio le dejaba por la mañana pronto y
David se podía pasar tumbado en su red de camuflaje toda la mañana o la tarde
intentando fotografiar lo que por allí se acercara (también ha compartido largas sesiones fotográficas en el campo con David Martín Fernández otro gran fotógrafo de Arévalo y gran conocedor de la fauna local). También coincidí con él en
alguna ocasión en la junta de los ríos, escondido, intentando capturar imágenes
de patos, garzas, cigüeñas o las rapaces que se acercaban por allí a
alimentarse. Un día me dijo que le diera mi correo electrónico porque quería
enseñarme algunas fotos. En cuanto las vi enseguida comprendí que tenía un don
especial para captar con su cámara la vida de los animales. Luego han sido
muchas horas de compartir nuestra visión del campo y la afición por la naturaleza,
generalmente, durante largas caminatas por la comarca.
Macho de Avutarda en plumaje de celo. Foto David Pascual.
David ha demostrado una gran sensibilidad con su trabajo
de campo y consigue con sus fotos sensaciones difíciles de transmitir como, por
citar algún ejemplo, la agresividad y la fuerza en la mirada de una rapaz o la
grandeza y tranquilidad de una avutarda alimentándose.
Hemos colaborado en varias ocasiones tanto en la revista
La llanura como en mi blog Arevaceos, donde sus fotos acompañan y enriquecen
mis textos
Es un espectáculo ver las fotos de David, en su conjunto
o una a una: la agresiva mirada de un águila imperial, la solemnidad de un
macho de avutarda, el brillante colorido de un martín pescador preparado a
lanzarse a por un pez, el mimetismo de una liebre encamada, la mirada furtiva
de un corzo antes de emprender la huida, las acrobacias del herrerillo
capuchino o del carbonero garrapinos, el contraste en el plumaje del rabilargo,
la grandeza de los buitres, la salvaje belleza de una águila real.
Buitre negro. Foto David Pascual
Y siempre con el respeto a la vida de los animales
fotografiados. Esto conviene resaltarlo porque otras personas dan prioridad a la imagen antes que a la seguridad del animal fotografiado.
David ha sabido traspasar esa línea que diferencia a un
fotógrafo de un artista, al convertir sus fotos en arte, en cultura, en
patrimonio. Pues, no hay duda de que sus fotos ya forman parte de nuestro
patrimonio.
Como dije en la charla del mes pasado, en Arévalo y en
Castilla y León necesitamos a jóvenes que como David utilicen los conocimientos
adquiridos, después de horas y horas de experiencia, en favor del lugar que les
ha visto crecer. David lo ha hecho y esto es siempre muy de agradecer.”
En Arévalo a ocho de mayo de 2015
Luis José Martín
García-Sancho.
Carbonero Garrapinos. Foto David Pascual.