martes, 30 de septiembre de 2014

PALACIO DE VALDELÁGUILA


Foto 1: PALACIO DE VALDELÁGUILA.

“LA FONDA”, ARÉVALO (ÁVILA)

Foto 2: Detale de arcos y escudo de la torre del palacio.
Texto y fotos: Luis José Martín García-Sancho.
Estupendo ejemplo de palacio renacentista, conocido popularmente como "La Fonda". Fue construido con ladrillo mudéjar a finales del siglo XVI por orden de Miguel de los Santos Teijeiro y Juana de Tapia y Meléndez, segundos marqueses de Villasante y Condes de Valdeláguilla(1). El edificio perteneció a esta noble familia hasta 1874, año en el que el Marqués de Villasante, Vicente Tejero y Tapia, fue desterrado a Portugal por participar en la tercera guerra carlista que pretendía derrocar al monarca Amadeo I y subir al trono al Duque de Madrid, D. Carlos, con el nombre de Carlos VII, que estaba exiliado en Francia por ser el sucesor dinástico de D. Carlos de María Isidro, hermano de Fernando VII, tío carnal, por tanto, de la reina Isabel II y causante de las dos anteriores guerras carlistas contra Isabel II porque la derogada Ley sálica le reconocía a él como sucesor de su hermano el rey Fernando, que había muerto sin descendencia masculina. Esta tercera guerra carlista (1872-1876) ocurrió en un momento muy convulso en España. Tras haber sido derrocada la reina Isabel II en 1868 para instaurar una monarquía insólita, subiendo al trono a un rey italiano con el nombre de Amadeo I de Saboya, los partidarios del pretendiente carlista a la corona vieron su oportunidad y se sublevaron en varios puntos de España, especialmente en Navarra, País Vasco y Cataluña. La prueba monárquica con Amadeo I duró muy poco y el 11 de febrero de 1873, en plena guerra carlista, se instaura la efímera I República, que ve su fin el 29 de diciembre de 1874 tras la restauración borbónica en España en la cabeza de Alfonso XII.
Foto 3: detalle del torreón y el ala oeste del palacio con patentes grietas.
Al poco tiempo de ser exiliado Vicente Tejero y Tapia, compra el palacio Genaro Rodríguez, un poderoso empresario arevalense que lo transforma en hotel, aunque antes fue residencia de estudiantes regentada por Pablo Delgado. Al morir sin descendencia en 1930, hereda el edificio su sobrino Toribio Martín Rodríguez, casado con Cruz, que establecen su vivienda en la planta baja del ala sur del palacio. Este empresario se queda también con los coches de caballos que iban a recoger viajeros a la estación de Arévalo para traerlos a la Hostería del Comercio, que fue el nombre del palacio desde 1910 hasta su cierre en 2007.

Al morir Toribio Martín y Cruz, la propiedad pasa a su hija Petra Martín casada con Pedro Sanz, un profesor de instituto represaliado por la dictadura franquista tras la guerra civil y que conoce en prisión al, también represaliado y maestro, Hilario Díez Martín. Al no gozar Pedro Sanz de buena salud, Hilario le ayuda a llevar algo mejor su presidio político y entablan una buena amistad. Seguramente por eso al salir de la cárcel se juntan en Arévalo, donde Hilario se dedica a la enseñanza y se casa con Hortensia Núñez. Debido a su amistad con Pedro Sanz y Petra Martín, la nueva pareja establece su residencia en la planta baja del ala sur del palacio, donde antes ya habían vivido los padres de Petra Martín. Hortensia, fotógrafa de profesión, ubica su estudio en una de las dependencias de su casa. Por lo que, durante bastantes años el palacio de Valdeláguila fue hostal, restaurante, parada de coches de la estación, estudio fotográfico y vivienda de los arrendatarios. El hostal en ese momento lo regentaba la familia Jiménez Martín como arrendataria. Lo dirigió desde 1933 hasta su cierre en 2007. Primero fue titular Fausto Martín que lo llevaba junto a su hermana Felipa. A la firma del contrato se quedaron con todos los trabajadores de la fonda y, también, con dos cocheros que iban a la estación a recoger a los viajeros, generalmente viajantes de comercio, y sus voluminosos equipajes de baúles y maletas, de ahí el nombre de Hostería del Comercio. Aunque al poco tiempo los dos hermanos se separan: Fausto se hace cargo del Café Central y Felipa toma las riendas del Hostal junto a su marido  Mariano Jiménez. Años más tarde su hijo Julio Jiménez Martín asume la dirección de La Fonda junto a su mujer Pepita Zancajo que regentan este afamado establecimiento hasta su cierre. (Foto 6).

En este último periodo, al morir sin descendencia Petra Martín y Pedro Sanz, hereda el palacio su sobrino e hijo adoptivo, León Merino Sanz, casado con María Jesús Sanz Rodríguez, que son los últimos propietarios arevalenses, hasta que en 2007, antes de morir León, venden el edificio completo a  la constructora Reydeba. Al arruinarse esta empresa y entrar en concurso de acreedores, Bankia es la actual propietaria del palacio.

Descripción del palacio de Valdeláguila

El palacio consta de dos alas perpendiculares unidas mediante un magnífico y original torreón (foto 1). Su material constructivo es, principalmente, el ladrillo mudéjar unido con argamasa de cal y arena, con algunos paños de mortero de cal y otros de piedra caliza irregular, conocida localmente como rajuela, utilizada en la cimentación y, seguramente, para aligerar peso en los muros.

El ala sur se extiende desde el torreón por la calle Principal de la Morería hasta su cruce con la calle Figones.
Foto 4: Ala sur del palacio a la calle Principal de la Morería.
La fachada este del ala sur da a la calle Principal de la Morería y costa de dos plantas y sótano.

- El Sótano tiene abiertas tres ventanucos a esta calle. (Foto 4).
Foto 5: Puerta principal del palacio.
- La primera planta tiene siete ventanas provistas de enrejado de hierro (Foto 4), dos de ellas son balcones sin voladizo, y, además, tres puertas: La principal, de doble hoja con un original y robusto dintel de ladrillo con acabado ondulado (foto 5), que da paso a un amplio y hermoso portalón con una gran escalera de madera por la que se accede a la segunda planta y dos puertas, de las cuales la de la izquierda da paso a la que fue vivienda de Toribio y Cruz, primero y de Hortensia e Hilario después. Este portalón fue restaurado con muy buen gusto en la década de 1990 cuando La Fonda estaba regentada por Julio Jiménez y Pepita Zancajo (foto 6). Luego, hacia el final de este ala, tiene una pequeña puerta de servicio y al fondo, después de una alta tapia de adobe y ladrillo, una gran puerta carretera esquinada, que hace años fue de madera y ahora es metálica, que da paso a lo que fueron las cocheras y cuadras del palacio y a tres patios.
Foto 6: portal y entrada principal al palacio.
- La segunda planta tiene también siete ventanas (foto 4), cinco de ellas balcones con voladizo, una ventana, la primera desde la torre, con rejilla de tablillas horizontales de madera y otra, la última, con dos hojas corredizas.
Entre la primera planta y la segunda, muy cerca del torreón existe un pequeño ventanuco de una sola hoja de madera y una sencilla reja en forma de cruz (Foto 4).
La fachada a la calle Principal de la Morería (foto 4) es distinta al resto del palacio y se asemeja a las casas mudéjares clásicas con paños enfoscados separados por hileras de ladrillo visto, siendo la parte más baja, la del nivel de la calle, de piedra caliza irregular unida con argamasa de cal y arena a modo de zócalo.
La parte sur del ala sur está rematada por una galería acristalada que amenaza ruina, seguramente un añadido posterior a la obra original. (foto 7).
Foto 7: Mirador del ala sur
La fachada oeste del ala sur da a uno de los patios interiores y está orientada hacia el río Arevalillo. Tiene tres plantas,
Foto 8: fachada oeste del ala sur del palacio.
 - La baja al mismo nivel que el patio con dos grandes e interesantes arcos de ladrillo sin puerta que dan acceso a un portal o porche (foto 9). A la izquierda de estos dos arcos una puerta con tres escalones y dos ventanas, una a cada lado. También hay un pequeño ventanuco de ventilación de la bodega. A la derecha de los dos grandes arcos, hay una puerta y una ventana. (foto 8, 9 y 19).
Foto 9: detalle de la fachada oeste del ala sur del palacio.


- En la primera planta hay cuatro ventanucos cuadrados y una galería compuesta por dos vidrieras de cuatro hojas cada una. (fotos 8, 9 y 19)
- En la segunda planta hay seis balcones sin voladizo, de los cuales, solo el cuarto y el sexto tienen colocadas las hojas de las ventanas, el resto han sido retiradas, con el riesgo que conlleva por la entrada de agua, hielo y aire que, sin duda, pueden acelerar la ruina del edificio. (Fotos 8, 9 y 19).

Toda esta fachada está construida de ladrillo mudéjar visto.

El ala oeste del palacio costa de cuatro construcciones consecutivas y se abre hacia el rincón del diablo en su fachada norte. (Foto 10).
Foto 10: Fachada norte del palacio al del Rincón del Diablo.

- La primera es la más próxima al torreón (fotos 10 y 3). Tiene dos plantas y sótano que, en realidad, por esta calle del rincón del diablo es una entreplanta. El sótano tiene dos ventanucos cuadrados uno de ellos tapiado recientemente. La primera planta de esta primera construcción tiene cuatro balcones sin voladizo. Y la segunda planta tiene tres balcones con voladizo. Toda la fachada está enfoscada aunque en múltiples desconchones se aprecia la factura de ladrillo macizo de sus muros. Solo la parte más baja, a modo de zócalo, está hecha con piedra rajuela unida con argamasa de cal y arena. La cornisa de arquitos de esta construcción (fotos 3 y 11) es diferente a la del resto del palacio, lo que puede suponer una construcción o reconstrucción posterior, y eso podría ser la explicación de los restos de un apoyo en ladrillo existente sobre la cubierta actual. (Foto 11).

Foto 11:  en el centro, resto de un apoyo a una cubierta más antigua en el ala oeste y, abajo, detalle de cornisa de arquitos. También se aprecia una gran grieta en el torreón.

- La segunda y tercera construcción son dos naves adosadas y a dos alturas en cuanto al muro exterior, aunque comparten el mismo tejado de uralita.Tienen tres y dos ventanucos, respectivamente. La fachada presenta paños enfoscados separados por hileras de ladrillo de diferentes grosores. (foto 10).

- La cuarta construcción del ala oeste se encuentra sobre la misma ladera del río Arevalillo (foto 12). Tiene dos únicas ventanas en la fachada oeste y presenta dos grandes contrafuertes de ladrillo que se levantan desde las cuestas para sujetar la estructura. Esta última dependencia se encuentra en avanzado estado de ruina con más de la mitad del tejado hundido y con su muro sur derrumbado. Respecto a la fachada, en mitad inferior presenta paños de piedra rajuela unida con argamasa de cal y arena y sin enfoscar separados por hileras de ladrillo y en la mitad superior paños enfoscados también separados por hileras de ladrillo.
Foto 12: Ruinas de la cuarta construcción del ala oeste. Al fondo, restos del lienzo sur la muralla medieval, incluida en la Lista Roja del Patrimonio.

El torreón es lo más notable y llamativo del palacio y, seguramente, la parte que ha sufrido menos transformaciones y que, por tanto, presenta una estructura similar a la de sus inicios a finales del siglo XVI. Es una torre de planta rectangular de cuatro alturas desde el nivel de la calle, cinco si contamos el sótano, cuyo último piso es un original mirador abierto en tres de sus caras, ya que la cuarta cara está tapada por una escaleta exterior que da acceso a las diferentes plantas de la torre.

Foto 13: Detalle de la torre del palacio. 
Del sótano solo se aprecia un pequeño ventanuco abierto en su cara norte. (Fotos 1 y 10)

La primera planta presenta un único balcón sin voladizo en su cara norte. En la cara este debió de existir una ventana idéntica pero que fue tapiada con ladrillo pues aún se aprecia su dintel en la fachada. (Fotos14 y 10).
Foto 14: detalle de la primera y segunda planta del Torreón
La segunda planta presenta un balcón con voladizo en su cara norte e, igualmente, en la cara este debió existir un balcón idéntico pero que fue tapiado con piedra rajuela separada por hileras de ladrillo mudéjar. Aún se aprecia en la fachada el dintel de la misma. (foto 14 y 10).
En la tercera planta hay dos bellas ventanas acabadas con arco de ladrillo de medio punto que se abren a su cara este. En la cara norte debieron existir dos ventanas idénticas pero están tapiadas con ladrillo mudéjar. Aún se aprecian los dos arcos ciegos de medio punto en ladrillo. (foto 13 y 15).
Foto 15: detalle de antiguas ventanas con arco de medio punto tapiadas.
Quizás lo más llamativo, y que marca la diferencia con otros palacios existentes en Arévalo, es su cuarta planta que está abierta, a modo de mirador, por once arcos de ladrillo sustentados por catorce columnas de granito (foto 16). Al ser rectangular, las dos caras más largas son la este, orientada a la calle Principal de la Morería, y la oeste que mira hacia las cuestas, tienen cuatro arcos apoyados en cinco columnas, tres de fuste cilíndrico y capitel jónico completo y las dos de los extremos, al estar adosadas al muro, se encuentran partidas a la mitad tanto en el fuste como en el capitel. Y la cara norte, orientada al rincón del diablo, que junto con la sur es más corta que las dos anteriores, tiene tres arcos apoyados en cuatro columnas de características similares a las descritas. Solo la cara sur de la torre no posee arcos al tener adosada por el exterior la escalera de acceso a las distintas plantas de la torre, una obra que parece de factura posterior a la torre (Foto 1). Un dato característico de la condición palaciega y nobiliaria del edificio son los cuatro escudos de granito localizados en la torre tanto en la cara este como en la norte a la altura de los arcos y cerca de las esquinas que representan a las familias que fueron sus primitivos propietarios, los condes de Valdeláguila y marqueses de Villasante (Fotos 2, 13, 16 y 20).
Foto 16: detalle del cuarto piso de la torre.
La fachada de la torre es de ladrillo visto, a excepción de la parte más baja construida a modo de zócalo en piedra rajuela unida con argamasa de cal y arena y algunos paños de piedra rajuela separados por dos hileras de ladrillo situados a la altura del primero y el segundo piso de la torre. Además tiene tres grandes sillares granito situados en la parte más baja de la esquina que da a la calle de San Juan. (fotos 1, 10 y 14)

Estado actual del palacio.
El palacio fue comprado por una constructora para convertirlo en apartamentos.  Ahora ese proyecto se ha paralizado y el edificio entero se encuentra vacío y sin mantenimiento alguno. Aunque a primera vista el estado del edificio parece bueno, una visión más detallada ofrece serias y preocupantes deficiencias.

En primer lugar un edificio de esta antigüedad y estas características necesita una vigilancia y mantenimiento, si no constantes, si frecuentes y, como ya se ha dicho, actualmente el palacio se puede considerar abandonado.
Fotos 17 y 18: Detalles de las grietas y humedades existentes en la cara norte y este de la torre
 
Este abandono y falta de vigilancia está provocando que pequeñas grietas se agranden con el paso del tiempo. Así, entre otras muchas distribuidas por todo el edificio, en el torreón se aprecian preocupantes grietas que bajan desde la cornisa hasta los arcos de ladrillo, alguna de ellas con evidentes signos de humedad o con desplazamientos de ladrillos. (Fotos 17, 18, 11 y 3). Muy preocupantes son las grietas existentes en el ala norte que ya dañan a una gran parte de su estructura. (Foto 3).
En otros casos la ausencia de hojas en las ventanas o balcones están provocando que la entrada de agua, aire o hielo dañen seriamente la estructura interior de techos y suelos (Foto 19)
Foto 19: Detalle de la fachada oeste del ala sur

También la falta de vigilancia y mantenimiento en las cubiertas del palacio está provocando que viejas y nuevas goteras se conviertan en un riesgo palpable y cercano del hundimiento de las mismas, tal y como ya ha pasado en otros edificios históricos de Arévalo como el colegio de los Jesuitas o el cercano palacio de los Gutiérrez Altamirano, por citar solo dos ejemplos recientes.
Sería una verdadera pena y una humillación más para Arévalo que un ejemplo tan notable de la arquitectura civil mudéjar y renacentista se pierda por la inacción de unos y la indiferencia de otros. Ahora aún se puede intervenir, si no más tarde habrá que lamentar, como casi siempre.

En Arévalo, a 30 de septiembre de 2014.
Por: Luis José Martín García-Sancho.
 
Nota: con esta misma fecha se ha solicitado a Hispania Nostra la inclusión del palacio de Valdeláguila en la LISTA ROJA DEL PATRIMONIO
(1): Gerra R., Oviedo C., Ungría R., Delgado P. y del Río P. 1993. Arévalo y su Tierra.
Quiero agradecer la información facilitada por Julio César Martín Oviedo, mi padre, y Julio Jiménez Martín, último propietario de la Hostería del Comercio.
 
Foto 20: detalle de la torre del palacio.
 
Todas las fotos son del 27 y 24 de septiembre de 2014, excepto la 6 que es de octubre de 2007 y son propiedad de  Luis J. Martín.
 
Nota posterior:
El 30/10/2014 la asociación Hispania Nostra ha incluido el edificio en la LIsta Roja del Patrimonio:
 
Entrevista en Radio Adaja:
 
Enlaces relacionados:
- PATRIMONIO AREVALENSE: ¿CONSERVADO O ABANDONADO?
- ARÉVALO DE ALTIVAS TORRES Y HUMILLANTES RUINAS:
- Y EL PUENTE CAYÓ:
- UN COLEGIO CON HISTORIA EN RUINAS:
- DESMURALLAR NO VIENE EN EL DICCIONARIO:


miércoles, 24 de septiembre de 2014

CAÑADAS

Cañada Real a su paso por Arévalo. Foto Luis J. Martín



            Hoy se conocen como vías pecuarias a los caminos utilizados durante la trashumancia por pastores y ganaderos para trasladar a sus reses entre el norte y el sur de la península. Es decir, entre los pastos frescos de las zonas altas en verano y los de las llanuras y dehesas en invierno.

            En la Edad media adquirieron su máximo esplendor debido a la importancia económica que tenía el negocio de la lana. Ya en el siglo XIII, durante el reinado de Alfonso X el sabio, se crea la Mesta, considerada como una de las agrupaciones de ganaderos más importantes de Europa, y que daba a éstos ciertos privilegios sobre los agricultores en cuanto a pastos o pasos para el ganado con sus respectivos abrevaderos, descansaderos o majadas. En el siglo XIV, durante el reinado de Alfonso XI el justiciero, las vías pecuarias pasaron a estar bajo protección real por lo que empezaron a denominarse Cañadas Reales. Por aquel entonces, muchas de las vías pecuarias eran como las autopistas de hoy, en las que la corona cobraba tributos por el paso de ganados y mercancías en algunos puntos, tales como determinados puentes y puertos de montaña. Este control culminó en el siglo XV a través de una Real Carta de Enrique IV el impotente (hermanastro de Isabel de Castilla), por la cual se adueña de las principales vías pecuarias del reino de Castilla.

            Esta hegemonía del paso ganadero o su pastoreo sobre otros derechos agrícolas, se pierde en el siglo XIX con la abolición de la Mesta en 1836. Lo que inicia el declive de la trashumancia y, por consiguiente, el deterioro y la pérdida de multitud de vías pecuarias. Fenómeno que se ha agravado y acelerado en el siglo pasado debido a la caída del precio de la lana por la aparición de fibras textiles sintéticas. Pero también el transporte de ganado por ferrocarril o carretera, el éxodo rural, las concentraciones parcelarias y el crecimiento incontrolado de multitud de ciudades y urbanizaciones, con el consiguiente aumento de todo tipo de vías de comunicación, han hecho desaparecer una buena parte de la antigua red de cañadas. A pesar de ello, el conjunto de vías pecuarias españolas alcanza una longitud de 125.000 kilómetros, lo que nos da una idea de su importancia en cuanto bien de dominio público.

            La denominación de las diferentes vías pecuarias viene marcada por su anchura:

- Cañada: ancho máximo 90 varas castellanas: 75m.

- Cordel: ancho máximo 45 varas castellanas: 37,5m.

- Vereda: ancho máximo: 25 varas castellanas: 20m.

- Colada: con un ancho menor no determinado.

(Vara castellana: 83,5cm.) Estas medidas son menores de lo que fueron en su día.
Cañada Real Leonesa Occidental a su paso por el pinar de Arévalo. Foto: Luis J. Martín.

            Aunque la importancia de las vías pecuarias en Castilla y León es notoria, sólo existe un borrador de Anteproyecto de ley por lo que su gestión viene ordenada por una Ley de rango estatal: la  Ley 3/95, de Vías Pecuarias .

             La Ley las protege claramente en su artículo 2: Las vías pecuarias son bienes de dominio público de las Comunidades Autónomas y, en consecuencia, inalienables, imprescriptibles e inembargables. Según esta Ley, las Comunidades Autónomas son las responsables de la conservación y mantenimiento de las vías pecuarias y deberán defender su integridad, asegurar su adecuada conservación, adoptar medidas de protección y restauración y garantizar el uso público de las mismas tanto cuando sirvan para facilitar el tránsito ganadero como cuando se adscriban a otros usos compatibles o complementarios.

            Según la Ley, son usos compatibles de las vías pecuarias los que, siendo de carácter agrícola y no teniendo la naturaleza jurídica de la ocupación, puedan ejercitarse en armonía con el tránsito ganadero. Y son usos complementarios de las vías pecuarias: el paseo, la práctica del senderismo, la cabalgada y otras formas de desplazamiento deportivo sobre vehículos no motorizados siempre que respeten la prioridad del tránsito ganadero.

            La ley protege claramente la naturaleza ganadera de las vías pecuarias y prohíbe cualquier alteración, ocupación o modificación. Por tanto, hoy por hoy una cañada, cordel, vereda o colada, no puede ser convertida en carretera, tierra de labor o urbanización, tampoco se puede realizar ningún tipo de construcción permanente ya sea corral, vivienda o explotación agrícola, ganadera o industrial. Sólo se permite el uso que respete la naturaleza de la misma.

            Son muchas las vías pecuarias que atraviesan la Tierra de Arévalo. La mayor parte de ellas la cruzan de norte a sur: Cañada Real Leonesa Occidental, muy deteriorada en la parte que atraviesa el polígono industrial de Arévalo, Cañada Real Burgalesa, conocida en Arévalo como “la Cañada”. Cordel Real de Merinas de Arévalo al puente Rumel, cortada al sur de la Ermita de la Caminanta tras realizarse el puente de los lobos sobre el río Arevalillo. Camino de los Frailes, desde Arévalo hacia el sur siguiendo el cauce del Adaja por su loma izquierda. Calzada de Ávila o Camino de las Burras sigue un trazado paralelo o coincidente con la carretera a Ávila por Tiñosillos. Por la parte derecha del Adaja transcurre el Cordel de la Calzada de Toledo, atravesando los municipios de Arévalo, Espinosa, Orbita Gutierre Muñoz y Pajares. Por Madrigal, pasa el Cordel de Merinas procedente de Medina y por Horcajo la Cañada Real Mostrenca de Extremadura. Todas ellas con dirección Norte - Sur.

            Pero también son muchas las vías pecuarias que se cruzan con las anteriores en sentido Este - Oeste: Cordel de Arévalo que viene del este, desde Montuenga.  Vereda de la calzada de Peñaranda que cruza el Adaja en Orbita por el vado de Montejuelo y pasa a llamarse Cordel de Martín Muñoz por los pinares de Arévalo. Otro ejemplo es la Calzada de Arévalo a Peñaranda que ha sido fruto de estudio recientemente (Calzada Arévalo - Peñaranda). Resulta curioso el que la denominación de muchas vías pecuarias esté unida a la palabra calzada, lo que, a veces, ha dado lugar a confusiones.

            Hoy en día en España se han perdido una buena parte de las antiguas vías pecuarias fagocitadas por tierras agrícolas, vertederos, carreteras y zonas urbanas. La mayoría son ocupaciones ilegales de terrenos que pertenecen al dominio público. Es decir a todos nosotros. Véase el ejemplo de Arévalo que ha incluido la Cañada Real Burgalesa en sus planes urbanísticos. Lo que está provocando su progresiva ocupación. Hasta hace poco contaba con su anchura legal de 75 metros, incluso en algunos puntos los superaba, ahora se han instalado de forma permanente, edificios con sus calles, asfalto, aceras, farolas, alcantarillado, etc. El innecesario recrecimiento de Arévalo hacia el sur ha supuesto la pérdida de bosques, como el pinar de Amaya y otros, y el estrangulamiento de la Cañada, lo cual no deberíamos permitirlo por ser un espacio natural público. Especialmente cuando el centro histórico y monumental de Arévalo se queda vacío y en ruinas porque la gente prefiere vivir en terrenos que antes fueron forestales o que pertenecen al dominio público de una vía pecuaria, es decir a todos nosotros.
 
Cordel Real de Merinas de Arévalo al puente Rumel. Foto: Luis J. Martín

            Resulta curioso, por no decir incomprensible, el que sin haber agotado aún las posibilidades de suelo dentro del núcleo urbano, se inventen nuevos espacios edificables a costa de perder suelo forestal (pinar de Amaya y otros) o público (Cañada Real). Mientras que el centro monumental de Arévalo cada vez se parece más a un pueblo fantasma: Un Arévalo de altivas torres y humillantes ruinas.

 

En Arévalo, a 13 de enero de 2013
Por Luis José Martín García-Sancho
Artículo publicado en La Llanura de Arévalo nº 43 en febrero de 2013

sábado, 13 de septiembre de 2014

NO HAY CAMINO

Arévalo y río Adaja desde la loma. Texto y fotos: Luis J. Martín 
 
 
En el camino no hay bosque
y en el bosque no hay camino.
Por Arévalo pasean
vivencias de esta mi tierra

entre el dorado del trigo,
rojo ladrillo mudéjar,
celeste sobre las tejas
y el verde oscuro del pino.
En mi tierra soy mendigo
de animales y de hombres

por calles, plazas y torres
por sus pinares, sus ríos
y los campos de cultivo.
Recorro muchos rincones,
de todos busco sus nombres:
pinar del águila imperial,
el río del carbonero,
vencejos en el Arrabal,
por las mieses del triguero,
grande avutarda en cereal,
el árbol del carpintero,
las cañas del carricero,
ribera de lavanderas,
las torres de las cigüeñas
o los cardos del jilguero.
Y así regreso a mi pueblo,
el llano a loma se muda
cuando el Adaja se encaja
y serpea por la raja
como una verde fractura
que rompe la gran llanura.
Se aproxima hasta la plaza
en una cerrada curva,
luego baja Arevalillo
a reunirse en el castillo
abrazando así las casas
de este viejo caserío
que queda entre los dos ríos.
En tan bello casco antiguo
juegan ya muy pocos niños,
sus padres viven en lares
lejos de palacios viejos
y de abuelos con achaques,
las casas quedan vacías
y abandonadas se hunden,
viejos y casas se funden
en la desidia maldita.
Me dicen que es el destino,
no me convence pues creo
que mal sino es el olvido.
Por eso camino lento
mientras
regreso a mi pueblo
entre el dorado del trigo,
rojo ladrillo mudéjar,
celeste sobre las tejas
y el verde oscuro del pino,
pues de Arévalo mendigo
por calles, plazas y torres
por sus pinares, sus ríos
y los campos de cultivo
repitiendo día y noche
que en el camino no hay bosque
y en el bosque no hay camino.

Arévalo, a siete de septiembre de 2014
                                                           Por Luis José Martín García-Sancho
                 Poema recitado el 12/09/2014 en el I Paseo Poético por el Casco Antiguo de Arévalo.

Enlace relacionado:
Atardecer de Arévalo: http://arevaceos.blogspot.com.es/2012/01/atardecer-de-arevalo.html

TORRE DE LOS AJEDRECES
 
 IGLESIA DE SANTA MARÍA DESDE LAS RUINAS DEL PALACIO DE LOS SEDEÑO
 

miércoles, 3 de septiembre de 2014

CAGAJÓN



Dijo el cagajón que olía bien, 
todos votaron por él. 
Dijo el cagajón que era un manjar, 
todos fueron a probar. 
Y a pesar de que después 
no pararon de vomitar, 
lo volvieron a comer 
dando por cierto lo falaz. 
Y así, una, otra y otra vez, 
sin ver su verdadero papel 
que siempre les quiso engañar, 
que nunca, nunca, fue fiel, 
ni que jamás dijo verdad,
le puso flores de papel
un muy afamado truhan 
y dijo: el cagajón huele bien. 
Y volvieron a votar por él.
En Arévalo, a tres de septiembre de 2014
                              por Luis José Martín García-Sancho

martes, 2 de septiembre de 2014

CÉSAR Y EL RÍO


 
César Martín Oviedo en el río Adaja con sus sobrinos Luis y Emilio y su hijo Alejandro
 
Texto y fotos Luis José Martín García-Sancho
 
         18, 25 de julio y 15 de agosto, eran fechas en las que solíamos ir al río, al Soto, por el pinar de Espinosa. No sé cómo cabíamos todos en el cuatro latas granate de César, mi padre, pero no solíamos faltar a la cita. En aquellos días calurosos el frescor del Adaja era muy reconfortante.
         Yo admiraba a mi padre. Flotando en el agua, dejándose arrastrar por la corriente, recorría cada palmo de ribera metiendo las manos entre los resquicios de las raíces de álamos, chopos, sauces, fresnos, olmos y alisos. A veces, la profundidad de estos agujeros era tan grande que introducía todo el brazo hasta los hombros y el cuello.  La mayoría de las ocasiones sólo sacaba los brazos manchados de oscuro y viscoso lodo. Pero otras veces nos entregaba sonriente su captura: uno o dos cangrejos de río. En aquella tierna edad intentaba imitarle, pero lo cierto es que el miedo y el asco que me producían esos intrincados laberintos entre las raíces y el barro de la orilla me impedían que metiera más que los dedos.
         Luego, a las brasas de la hoguera, sobre piedras o un ladrillo, asaba los cangrejos recién capturados. Antes de que los restaurantes más sofisticados pusieran de moda eso de la carne a la piedra, mi padre ya lo hacía en aquellos días de verano en el Soto. Ahora, nadie baja al Soto, han cortado todos los accesos.
Río Adaja con su caudal ecológico
         Una tarde de otoño me preguntó que si quería acompañarle a pescar cangrejos. Fuimos con Jesús, un amigo de mi padre de la infancia. Cuando llegamos a la Pradera de los Huevos ya era de noche. A la luz de una linterna de petaca sacaron carne maloliente, casi putrefacta, envuelta en papel de periódico. La cortaron en pedazos y la colocaron en los imperdibles de cada uno de los tres reteles que Jesús había traído. Luego, sujetos por una cuerda, los arrojaron a la poza más grande y profunda de las cuatro que había en aquel paraje del río Arevalillo. Aquello era realmente emocionante para un niño de mi edad. La oscuridad de la noche, la linterna, el rumor del río, el susurro del aire rompiendo el silencio al colarse entre las tamujas de los pinos y las hojas de los carrizos, todos esos factores, inusuales para mí, convertían la pesca en algo excitante.
Charca en el río Arevalillo en la pradera de los huevos
         Mi madre se enfadó al ver el bidé de la casa de arriba lleno de cangrejos porque le daba mucha pena echarlos vivos al agua hirviendo. Recuerdo que yo enseñaba los más grandes a mis hermanos pequeños y les decía que metieran el dedo entre las pinzas.
         Un domingo de invierno que había caído una gran helada, mi padre nos llevó a todos los hermanos y a nuestro perro Escubi, en el viejo cuatro latas, a patinar a la misma poza de la Pradera de los Huevos en la que habíamos pescado los cangrejos. Antes de aventurarnos a pisar la superficie, estuvimos arrojando grandes terrones de tierra sobre el hielo para comprobar que tenía suficiente grosor. Sólo en ambos extremos de la poza, por donde la corriente del Arevalillo entraba y salía, el hielo era fino, pero en el resto de la charca se podía patinar sin miedo. Mi padre nos advirtió que no nos acercáramos a esas dos zonas porque nos podíamos hundir y ser arrastrados por la corriente.
         Escubi metió las patas de atrás en varias ocasiones, pero Salió sin dificultad clavando las uñas de las patas delanteras en el hielo a modo de crampones. Estuvimos patinando bastante tiempo hasta que mi hermano Julio cogió demasiado impulso y se hundió hasta la cintura en uno de los extremos.  Tuvimos que ayudarle, ofreciéndole la punta de un palo para que le fuera más fácil salir. Tenía medio cuerpo empapado, así que, César decidió que ya era hora de volver a casa.
         Es curioso, pero muchos de los recuerdos que tengo de mi padre en la naturaleza están relacionados con estos dos ríos. Tal vez por ello, siempre he tenido la certeza de que los ríos son los padres de nuestra tierra.
         Este mes cumplo medio siglo. Esto que os cuento pudo suceder hace unos cuarenta años, tres arriba, tres abajo. Es decir, hace cuarenta años había cangrejos tanto en el Adaja como en el Arevalillo. Y este último río tenía vegetación, agua y pozas donde abundaban los cangrejos. En unos treinta años los cangrejos autóctonos se han extinguido, el río Arevalillo se ha secado y ha perdido su bosque de ribera y las múltiples pozas que poseía desde Tiñosillos hasta la junta con el Adaja, bajo el castillo de Arévalo. Estoy seguro de que nadie, hace cuarenta o cincuenta años, pensaba en que esto pudiera suceder, pero ha sucedido. Ahora sólo cabe preguntarse, ¿por qué? ¿Qué ha pasado para que, en tan poco tiempo, hayamos perdido este importante espacio natural? Son muchos los que acusan a los ecologistas de crear alarmas infundadas y exageradas. Pero esto es un hecho: En unos treinta años el río Arevalillo se ha secado por completo. Que nadie se engañe, sólo trae algo de agua cuando lo sueltan desde la balsa para regadío de Nava de Arévalo o en años excepcionalmente lluviosos.
Aspecto que presenta el río Arevalillo la mayor parte del año
         Al mismo tiempo, desde la Confederación Hidrográfica del Duero (CHD) nos aseguran que el acuífero de los Arenales, del que nos abastecemos, se encuentra sobreexplotado por la cantidad de agua para regadío que se ha venido extrayendo en las últimas décadas. Es decir, se ha sacado mucha más agua de la que entra. Atando cabos, no es difícil llegar a la conclusión de que el Arevalillo se ha secado porque el nivel de la capa freática ha ido descendiendo a medida que aumentaban los cultivos regados con el agua del acuífero de los Arenales. Por eso creo que, ahora, sería justo que una mínima parte del agua del embalse Cogotas, del que se nutre la balsa de Nava de Arévalo, se destinara a dotar de un caudal ecológico al Arevalillo.
         En este sentido La Alhóndiga de Arévalo, asociación de cultura y patrimonio dirigió una solicitud el 16/06/2010 a la CHD, sin que, hasta la fecha, haya tenido respuesta alguna, a pesar de que ya ha pasado más de un año.
Desague al río Arevalillo desde la balsa de Nava de Arévalo
         Dicen que la paciencia es la madre de la ciencia pero, en determinados casos, la paciencia, por sí sola, no conduce a nada. En estos casos creo que sería conveniente añadir la insistencia. Si los organismos oficiales hacen oídos sordos, sigamos insistiendo e involucrando a más gente y colectivos en esta solicitud que simplemente pretende recuperar un espacio natural y recargar el acuífero. Conviene recordar que el agua no tiene dueño y a todos pertenece. Recordemos también que la vida sin agua, sencillamente, no es posible. No debemos olvidarlo porque nos va la vida en ello, si no la nuestra, sí la de nuestros descendientes. Una presa romana y varios molinos de río situados en su cauce nos indican que la corriente de agua del Arevalillo era continua. Ante dos milenios de historia, sólo han sido necesarios unos cuarenta años para que el río se haya secado ¿Qué será lo siguiente?
Presa romana del Arevalillo en la pradera de los huevos
         Si errar es humano, rectificar es de sabios. Rectifiquemos: Debemos exigir un caudal ecológico para el río Arevalillo.
 
A Julio César Martín Oviedo, mi padre. En Arévalo, a 1 de agosto de 2011.
Por: Luis José Martín García-Sancho
Artículo publicado en La Llanura de Arévalo en agosto de 2011