La verdadera historia de David y Goliat:
Samir corría esquivando a la gente que se aglomeraba en las estrechas callejuelas del zoco. Se lanzó sobre la barra que sujetaba uno de los toldos y dio una voltereta en el aire, mientras escuchaba los gritos de desaprobación del dueño de la casquería. Corrió aún más deprisa. Giró la siguiente esquina a la derecha y se metió por la tercera puerta, una pequeña tienda de marroquinería.
Saludó a su padre con una sonrisa mellada por la ausencia de varios dientes de leche. Discutía vivamente con un tendero vecino. Al parecer alguien había atentado contra el puesto de control que el ejército mantenía en el único acceso a la ciudad. Había hecho explotar el coche que conducía al atravesar la barrera, hiriendo de gravedad a dos soldados.
El niño escuchaba atentamente la conversación cuando su hermano mayor, que ayudaba a su padre a confeccionar todo tipo de artículos de cuero, le entregó dos botellas de leche y le dijo que las llevara directamente a casa. Que no se entretuviera por el camino porque estaban las cosas muy calientes. Agarró una botella con cada mano, se despidió de su padre y del vecino y salió corriendo por la puerta tal y como había entrado.
Todavía no había salido del zoco cuando empezaron a oírse las detonaciones. Parecían cañonazos de tanque. Corrió más rápido hacia su casa, al mismo tiempo que las explosiones se hacían cada vez más fuertes. No cabía duda de que se estaba acercando a los tanques. Pensó en su madre y hermanos. El corazón comenzó a latirle con fuerza. Giró la esquina y entró en la amplia avenida mientras veía como uno de los tanques se encaminaba hacia su barrio.
Atajó por la explanada para llegar antes. Contempló como varios jóvenes se asomaban por las esquinas portando una botella a la que habían introducido un trozo de tela en su boca. Uno de ellos prendió el trapo y arrojó la botella hacia el tanque. Acto seguido salió corriendo en dirección a la casa donde vivía la familia de Samir. El tanque hizo dos disparos. Uno de ellos alcanzó de lleno su casa.
Foto: Musa Al-Shaer
Samir dejó caer las dos botellas de leche y agarró una piedra. Ni siquiera escuchó el ruido del vidrio al romperse contra el suelo. Se acercó unos pasos al tanque mientras presenciaba su casa humeante. Lanzó la piedra con tal fuerza que se partió en varios pedazos al impactar contra el acorazado. El tanque giró lentamente sus armas hacia el niño que volvió a agacharse para coger otra piedra. Justo cuando echaba su brazo hacia atrás se oyó una ráfaga de metralleta.
Mientras tanto, la leche derramada corría calle abajo hasta mezclarse con la sangre del niño.
en Arévalo, a 14 de febrero de 2012.
Por: Luis José Martín García-Sancho.