viernes, 17 de febrero de 2012

LA PIEDRA Y EL TANQUE

           La verdadera historia de David y Goliat:
           Samir corría esquivando a la gente que se aglomeraba en las estrechas callejuelas del zoco. Se lanzó sobre la barra que sujetaba uno de los toldos y dio una voltereta en el aire, mientras escuchaba los gritos de desaprobación del dueño de la casquería. Corrió aún más deprisa. Giró la siguiente esquina a la derecha y se metió por la tercera puerta, una pequeña tienda de marroquinería.
            Saludó a su padre con una sonrisa mellada por la ausencia de varios dientes de leche. Discutía vivamente con un tendero vecino. Al parecer alguien había atentado contra el puesto de control que el ejército mantenía en el único acceso a la ciudad. Había hecho explotar el coche que conducía al atravesar la barrera, hiriendo de gravedad a dos soldados.
            El niño escuchaba atentamente la conversación cuando su hermano mayor, que ayudaba a su padre a confeccionar todo tipo de artículos de cuero, le entregó dos botellas de leche y le dijo que las llevara directamente a casa. Que no se entretuviera  por el camino porque estaban las cosas muy calientes. Agarró una botella con cada mano, se despidió de su padre y del vecino y salió corriendo por  la puerta tal y como había entrado.
            Todavía no había salido del zoco cuando empezaron a oírse las detonaciones. Parecían cañonazos de tanque. Corrió más rápido hacia su casa, al mismo tiempo que las explosiones se hacían cada vez más fuertes. No cabía duda de que se estaba acercando a los tanques. Pensó en su madre y hermanos. El corazón comenzó a latirle con fuerza. Giró la esquina y entró en la amplia avenida mientras veía como uno de los tanques se encaminaba hacia su barrio.
            Atajó por la explanada para llegar antes. Contempló como varios jóvenes se asomaban por las esquinas portando una botella a la que habían introducido un trozo de tela en su boca. Uno de ellos prendió el trapo y arrojó la botella hacia el tanque. Acto seguido salió corriendo en dirección a la casa donde vivía la familia de Samir. El tanque hizo dos disparos. Uno de ellos alcanzó de lleno su casa.
Foto: Musa Al-Shaer
            Samir dejó caer las dos botellas de leche y agarró una piedra. Ni siquiera escuchó el ruido del vidrio al romperse contra el suelo. Se acercó unos pasos al tanque mientras presenciaba su casa humeante. Lanzó la piedra con tal fuerza que se partió en varios pedazos al impactar contra el acorazado.  El tanque giró lentamente sus armas hacia el niño que volvió a agacharse para coger otra piedra. Justo cuando echaba su brazo hacia atrás se oyó una ráfaga de metralleta.
            Mientras tanto, la leche derramada corría calle abajo hasta mezclarse con la sangre del niño.
           
            en Arévalo, a 14 de febrero de 2012.
Por: Luis José Martín García-Sancho.

lunes, 6 de febrero de 2012

GLADIS Y LA KALUMKA

           Estando en la cola del paro mi amigo Juan coincidió con Antón, un joven biólogo africano que había estado trabajando en la construcción los últimos cuatro años. Pero que, como muchos otros, se había quedado sin trabajo. Durante la espera, hablaron largo y tendido de multitud de asuntos. Lo que más me llamó la atención fue una historia que aquel africano contó a mi amigo, y que insistió en que había sucedido realmente.
Esta es la historia tal y como a mí me la contaron:
“Cuentan que Gladis, la mujer de un rico banquero, estaba preparando un safari por África. Su marido quería cazar una rara especie de antílope de la sabana africana que le faltaba en su colección. Su amiga Leonor, no paraba de repetir que no dejara de probar la kalumka, una pequeña planta de la sabana, que en los safaris se servía en ensalada, que era lo más delicioso que había probado jamás.
            Nada más llegar, el marido partió a intentar cazar al raro antílope con cinco guías nativos. Gladis se quedó en el hotel y en el almuerzo pidió  ensalada de kalumka. El metre contestó que hacía varios años que no servían kalumka porque había tenido tal aceptación entre los turistas que, siendo una planta silvestre, se había exportado al mercado occidental de forma abusiva y ahora estaba prácticamente extinguida.
Gladis, que estaba acostumbrada a conseguir todo lo que quería, insistió que ella no se iba de allí sin probar la kalumka, que a su amiga Leonor hacía menos de dos años, sí se la habían servido y que si era necesario ella misma contrataría un guía para buscar la kalumka. Tal fue su insistencia, que el encargado del hotel consiguió un guía experto para que fuera con ella a intentar encontrar la escasa planta.
Esa misma tarde partieron hacia el lugar donde antaño solía crecer la kalumka. A la mañana siguiente, nada más amanecer, comenzaron la búsqueda. Tuvieron suerte, al cabo de cinco horas, el guía  dio con la deseada planta. Tan sólo tres ejemplares perdidos en la inmensidad de la llanura.
Gladis, impaciente, pidió al guía que limpiara las tres plantas y se las preparara allí mismo. Tonla, el guía, iba a explicarle que la kalumka puede ser un poco indigesta recién cortada por las semillas que puede contener en su interior, pero Gladis impaciente no le dejó ni hablar. Así que Tonla lavó cuidadosamente la planta y la preparó en ensalada, la mejor forma para degustar todo su sabor. A pesar de las advertencias del guía, Gladis se comió los tres ejemplares que habían encontrado.
- ¡¡¡Huuummmmmmm!!!
Efectivamente era lo más exquisito que había probado jamás.
- ¡¡¡Huuummmmmmm!!!
Tonla comentó que si era consciente de que quizás se hubiera comido los tres últimos ejemplares de una especie única. A lo que Gladis contestó que eso a ella no le preocupaba lo más mínimo, que su deseo era degustar la planta y después de los gratificantes resultados, no le importaría ser lo último que hiciera en su vida.
Partieron hacia el hotel. Pero a las cuatro horas de camino,  Gladis empezó a tener retortijones. Pidió a Tonla que detuviera el todo terreno y se alejó corriendo hacia un grupo de espinosas acacias. El guía, mientras buscaba su rifle, no dejaba de vocear que no se alejara tanto, que lo hiciera detrás del vehículo, que él no miraría. Gladis no le hizo caso y se agachó entre los árboles, sin darse cuenta que unos ojos color miel se habían fijado en ella desde la alta hierba.

Gladis se equivocó...

            Gladis se equivocó, cagar fue lo último que hizo en su vida.
Tres leonas se abalanzaron sobre ella, haciendo presa en su cuello. Tonla disparó varías veces su rifle pero nada pudo hacer. Los felinos huyeron, pero el cuerpo de Gladis  permanecía inerte entre la maleza. Al intentar rescatar su cuerpo para evitar que fuera devorado por las leonas, Tonla se hizo un profundo corte en la palma de su mano izquierda con una espina de acacia. A pesar de todas las explicaciones que el guía dio en el hotel, el marido se encargó de que le despidieran y de que jamás volviera a encontrar trabajo como guía.
Una semana después, de los excrementos de Gladis, surgieron los brotes de seis nuevas plantas de kalumka. Una vez más, la Naturaleza ganó la partida a la codicia humana:
KALUMKA – SOBREVIVIÓ – A  GLADIS.”
           
Así me lo contó mi amigo Juan. También me dijo que nada más acabar esta historia, el número del africano apareció en el visor de turno. Este se levantó con una carpeta en su mano derecha y se despidió de Juan levantando su mano izquierda. Una profunda cicatriz recorría su palma desde el meñique hasta el pulgar.
- ¿Cómo me has dicho que te llamas?- Preguntó Juan
- Aquí todos me llaman Antón, pero mi nombre es Tonla Natongo - Le contestó el africano con una amplia sonrisa.
Al cabo de un rato Juan se dio cuenta de que el africano había olvidado un periódico. Lo ojeó, era de la semana pasada. En las páginas de economía había una noticia enmarcada con un círculo a lápiz: “Muere el multimillonario Kilian J. Jaspierrot. Una rara y letal enfermedad, acaba con la prometedora carrera de este joven e insigne economista, banquero y empresario, a la edad de 38 años. Conocido también por la excentricidad de sus cacerías por todo el mundo. El joven banquero, que se quedó viudo en uno de sus safaris, deja dos hijos, Eleanor Gladis y Kilian Timothy de 9 y 7 años respectivamente, que se convierten en los únicos herederos de una de las mayores fortunas del planeta, cifrada en …
Al lado de esta cifra  y al margen de la noticia estaba escrito a mano:
 Y Tonla sobrevivió a Kilian”.


Por: Luis José Martín García-Sancho