BRAULIO Y NATURA
Después del aislamiento, fueron hasta el olmo.
Le
llevaron a Miche para que le contara lo que había escrito.
-
Pasada la pandemia –gritó Miche de memoria-, los hombres religiosos pensaron
que habían sido sus rezos y súplicas los que habían apartado el mal, pero los
médicos y científicos protestaron. Su trabajo consistía en salvar a los hombres
de las enfermedades y, al fin, así lo habían hecho. Habían luchado contra el
virus, aun arriesgando su vida. Recordaron con rabia y orgullo los miles de
compañeros y compañeras que habían caído por el camino en tan desigual lucha.
Por justicia, nadie debería achacar a ningún dios lo que la medicina y el
trabajo médico habían conseguido. La mayoría de los hombres les dieron la razón
y aplaudieron su labor. Los políticos y jefes les prometieron un monumento como
reconocimiento, más medios y el fin de los recortes.
Los
allí presentes aplaudieron efusivamente a Miche y esperaron con cierta
curiosidad la respuesta de Braulio. Quien descendiendo hasta una de las ramas
más bajas del olmo dijo:
- Sabéis lo que pienso: la inexistencia ni
premia ni castiga, ni salva ni condena, pues solo es inexistencia.
Sí creo en el trabajo del hombre, pero, a la vista
está, es limitado en cuanto a resultados.
Todos
hemos estado confinados en nuestras casas hasta que esta terrible enfermedad ha
pasado. Cada día, desde la picorota del olmo, veía la estatua del Cristo en lo
más alto de la iglesia, dominando el pueblo. Cada día, una cigüeña se posaba por
encima de él, sobre la corona y miraba las calles vacías. Luego partía hacia el
campo a alimentarse. Era libre. La vida seguía su curso a pesar de nosotros y
sin nosotros.
Y
tras una leve pausa añadió:
- Ha tenido que aparecer un bicho microscópico
para hacernos ver lo frágiles que somos. Nos creíamos el centro de una creación
inexistente, dominadores del mundo y de la naturaleza, primero, por mandato divino,
después, por el poder del dinero y de nuestra “sabiduría”.
Pues
ya lo veis: Ni dios, ni los hombres. Natura prima.
Así acabó Braulio su exposición.
Algunos esperaron un rato sin comprender, mirando
alternativamente al Cristo de la iglesia y al árbol, otros se marcharon.
Miche quiso subir al olmo para intentar ver lo
mismo que Braulio veía desde allí, pero empezó a estornudar y no pudo.
La primavera ya lo había tocado y el verde
claro de sus sámaras cubría toda su copa.
En Arévalo, a veintinueve de marzo de 2020.
Luis José Martín García-Sancho.
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