Luis José Martín García-Sancho
Aminoro un
poco, hasta que el velocímetro se pone a 110.
Esta área
de servicio me pilla a mitad de camino. En un par de horas estaré en casa, así
que es el sitio ideal para hacer una parada. Doy el intermitente de la derecha
y reduzco a cuarta en el carril de deceleración. Me dirijo a la cafetería. Hay
muchos aparcamientos libres, aminoro hasta segunda y, cuando me dispongo a
aparcar en batería, un coche que viene de la gasolinera se cuela bruscamente en
el sitio que ya había elegido. Tengo que frenar en seco para no colisionar.
Me dispongo
a pitar pero pienso que no merece la pena, ha sido un día duro, lo único que
quiero es mear, tomar un café, estirar un rato las piernas y llegar a casa
cuanto antes. Aparco justo delante de la puerta, desciendo y cierro mientras
subo la rampa de la entrada. Coincido con un grupo de personas que salen, me
aparto para que pasen y me encamino directamente a los servicios.
Un hombre
de mediana edad se seca las manos. Doy las buenas tardes, no obtengo respuesta.
Me dirijo a los urinarios y me pongo a mear. Cuando estoy en ello, el aire deja
de salir por la tobera y el hombre se va. Cuando me la estoy escurriendo la luz
se apaga. Mis ojos tardan un rato en acostumbrarse a la penumbra. Voy despacio hacia
los lavabos pero nada, la luz no se enciende, muevo los brazos como saludando a
un fantasma, la luz sigue apagada. Me lavo a oscuras y me refresco el rostro
con las manos húmedas. Cuando me estoy secando entran un padre y un hijo, la luz
se enciende automáticamente. Me quedo mirando el sensor con extrañeza y salgo.
Pido un
café con leche en la barra, insisto en que la leche esté templada. El camarero
parece asentir pero mira hacia la máquina tragaperras. Me giro un instante, una
mujer parece regañar al camarero. Me entretengo un rato mirando una vitrina con
llaveros. Cuando vuelvo a la barra encuentro un café humeante,
voy a protestar pero el camarero sigue intentando dialogar con la mujer de la
máquina tragaperras. Echo un poco de azúcar, tan solo unos granos, doblo el sobre
y lo dejo en el plato, agito enérgicamente con la cucharilla, soplo un rato y
comienzo a beber a pequeños sorbos.
Una pareja
joven se acerca a la barra piden un café con leche y un descafeinado de máquina
con leche templada. El camarero deja al instante lo que está haciendo para
preparar los cafés. Veo perfectamente como añade un poco de leche fría a la jarra
de leche caliente. Los pone con cuidado sobre la barra al lado de la pareja
recién llegada.
Acabo el
café y pregunto qué se debe. Nada, ni caso, el camarero sigue discutiendo con la
mujer de la tragaperras. Insisto sin resultado. Espero un momento intentando no
perder la paciencia. En ese instante la pareja pide la cuenta, el camarero se
acerca inmediatamente sonriente y dice: “Dos veinte, por favor”, mientras
deposita el recibo en la barra. Me quedo mirándole con signos evidentes de
enfado. “¿Me cobra, por favor?”. Grito una vez más casi delante de su cara.
Pero retoma la discusión con la de la tragaperras.
Iba a dejar
un euro con diez en la barra, pero pienso: “Que le den por culo”, y me marcho
sin pagar. Antes de llegar a la puerta me giro. Veo a la mujer de la
tragaperras agitando la cucharilla en la taza que yo acabo de beber, lo sé por
el sobre de azúcar que he dejado doblado en el plato. Me acerco a la puerta pero
no se abre, casi me estrello contra el cristal. Retrocedo y vuelvo a
intentarlo, nada. Después de realizar el tercer intento, la pareja que ha
estado en la barra se aproxima y la puerta se abre automáticamente. Salgo deprisa
sin entender nada.
Subo al
coche y, como de costumbre, llamo a casa.
- Dígame
-contesta Sonia al otro lado.
- Hola
cariño –respondo muy contento-, en un par de horas estoy allí. Estoy deseando
llegar. Ha sido un día duro y extraño. Ya te contaré.
Un largo
silencio me incomoda.
- ¿Cariño?
–repito-, ¿estás ahí?
- No tiene
gracia –oigo por fin a Sonia enfadada- ¡Richar, ponte un momento!
Por un
instante escucho a Sonia hablar con alguien.
- Pero
Sonia –insito-, si yo soy Richar.
- No sé
quién eres tú –dice una tercera persona- pero te aseguro que Richar soy yo.
Cuelgo
estupefacto. En la voz que he escuchado me reconozco a mí mismo.
Entonces,
¿quién soy yo?
Arévalo, a 11 de diciembre de 2014.