En Arévalo, con el nombre de “Rincón del Diablo”, se conoce la calle
que va desde el torreón del palacio de Valdeláguila, “La Fonda”, hasta las
cuestas y que hace esquina con las calles Principal de la Morería y San Juan y,
también, al paraje que desde el final de la calle se abre a las cuestas del
Arevalillo, justo por encima del puente de los Barros.
Este espacio se extiende desde las partes
traseras del restaurante “La Posada” y del patio de “casa Hurtado” y está
flanqueado, por un lado, por un magnífico
tramo de muralla medieval y, por otro, por las ruinas de una de las
dependencias del antiguo palacio de Valdeláguila, “Fonda del Comercio” hasta
2007.
En sus “Rimas Callejeras”, Marolo Perotas describe así el Rincón
del Diablo en un romance dedicado al puente de los Barros:
“El
puente, por su estructura,
tomó
el nombre de los Arcos,
y al
guardián de aquella mole
que
era un astuto criado
de
la iracunda nobleza,
la
gente llamaba «El Diablo»,
por
su rara vestimenta
y
por su picudo casco.
El
sujeto se ocultaba
siempre
en el rincón más alto
del
lienzo de la muralla
por
almenas flanqueado,
y
desde allí vigilaba
los
caminos del Oraño.
He
ahí por qué al rincón
que
hay detrás de casa Hurtado
el pueblo,
por tradición,
le llame «El rincón del
Diablo».”
Vista del puente de los barros
desde el Rincón del Diablo.
El trozo de muralla que se encuentra en este
espacio es el único y por tanto último resto perfectamente visible que sigue en
pie del tramo oeste del lienzo sur de la muralla de Arévalo, que iba desde las
cuestas del Arevalillo hasta la Puerta de San Juan, desaparecida en 1885
víctima de la ignorancia.
1.- Era
la Puerta de San Juan, una de las
tres puertas con que contaba el lienzo sur de la muralla, flanqueada hacia el
este por una torre algo más alta que la muralla, de planta hexagonal y de
factura mudéjar, formada por seis machones de esquina de ladrillo macizo y,
entre ellos, cajones de mampostería, a base de piedra rajuela unida con
argamasa de cal y arena y sin revocar, enmarcados horizontalmente por, al
menos, seis verdugadas de dos filas de ladrillo que iban de esquina a esquina.
Remataban la parte superior seis almenas de ladrillo y piedra rajuela, una en
cada vértice de la torre. De su existencia, solo ha quedado una fotografía de
la colección García Vara que puede verse en diversas publicaciones de la
Alhóndiga y en el libro de Juan José de Montalvo “De la Historia de Arévalo y
sus Sexmos” publicado en 1928, pues fue derribada hacia 1885 para ensanchar la
calle.
La desaparecida Torre de San Juan, que fue víctima de la ignorancia. A izquierda, por encima de las casas, se aprecia un tramo de muralla almenada. (Colección García Vara).
2.- Hay
otros restos de este tramo de muralla apenas visibles entre diferentes casas y
patios de la zona como, por ejemplo, el que se encuentra a la altura de la
antigua Posada del Segoviano o de Benito el Arriero, hoy Asador “La Posada”,
donde apenas sobresalen por encima del tejado unos ocho metros y medio de muralla que, tal y como se aprecia en la
foto de García Vara, estaba rematada por seis almenas, las cuales, según Marolo
Perotas, fueron víctimas de la piqueta en 1923.
Arriba, aspecto actual de la calle
de San Juan donde antes se encontraba la torre hexagonal. Abajo detalle del
resto de muralla por encima del Asador La Posada al que le quitaron las almenas
en 1923.
3.- Queda
también por detrás de lo que fue el patio de la Fonda del Chocolate, hoy solar,
un trozo de muralla de unos 25 metros
que apenas destaca al estar entre otras tapias, aunque, fijándose con cuidado,
se aprecian dos formas constructivas diferentes: la mitad inferior construida a
base de piedra rajuela unida con argamasa y en la mitad superior se aprecian
algunos machones de ladrillo mudéjar entre los que se sitúan cajones de adobe o
tapial sin revocar.
Arriba tramo de antigua muralla, abajo se aprecian los machones de ladillo sobre la base de piedra rajuela, y entre ellos cajones de adobe.
4.- El
tramo que nos ocupa del Rincón del
Diablo, continúa al anterior y llega hasta las cuestas. Es un resto de muralla medieval del siglo XII construida a base de
ladrillo mudéjar, piedra rajuela y argamasa de cal y arena. Aunque, en una
construcción que tiene más de ochocientos años, habrán sido cuantiosos los
cambios o restauraciones llevadas a cabo a lo largo del tiempo como, por
ejemplo, rellenar el espacio comprendido entre las almenas, quedando estas
embutidas, aunque visibles, en un claro recrecimiento de la construcción, o la
diferente estructura entre la parte basal y la superior, pueden ser un claro
ejemplo de lo dicho. Así que lo que tenemos hoy ante nuestros ojos, con toda
seguridad, no será exactamente igual que la muralla que levantaron nuestros
antepasados arevalenses allá por el siglo XII.
Tramo de muralla conocido como El Rincón del Diablo.
Actualmente, el tramo que se asoma al Rincón del Diablo tiene 18 metros de largo
por siete metros y medio u ocho de alto. Consta de dos estructuras
constructivas claramente diferenciadas: La parte inferior realizada solo a base
de piedra rajuela y argamasa y la parte superior formada por cinco grandes
pilares o machones de ladrillo mudéjar entre los que se forman doce cajones de
mampostería a base de piedra rajuela unida por argamasa y sin revocar, los
cuales se encuentran separados horizontalmente por tres verdugadas de dos o
tres filas de ladrillo. En lo alto aún se distinguen, al menos, seis almenas de
ladrillo mudéjar embutidas en lo que es un recrecimiento de la estructura a
base de mampostería.
Detalle de las almenas
embutidas en un recrecimiento de la muralla.
El estado actual de este tramo de muralla
medieval es bastante preocupante por las múltiples y profundas grietas y por el
palpable desplome de algunas partes de su estructura. Hay dos grandes grietas
muy evidentes, que recorren la muralla verticalmente entre los cajones de
mampostería y el segundo y cuarto machón. Y, además, el desplome es muy
evidente entre el cuarto machón y los cajones de su parte este y en primer
machón de esquina y las paredes adosadas a la muralla por su parte interior.
Graves y preocupantes desperfectos que hacen que amenace ruina, a no ser que se
tomen medidas urgentes de restauración.
Preocupante grieta que recorre la
muralla verticalmente a la altura del segundo machón.
Arriba: Grieta que recorre la
muralla verticalmente a la altura del cuarto machón.
Abajo: evidente desplome a la
altura del cuarto machón.
Pronunciado y peligroso desplome
entre el primer machón de esquina del Rincón del Diablo y la construcción
adosada a la muralla.
5.- El
Rincón del Diablo hace esquina con el inicio del lienzo oeste de la muralla
que, desde aquí, siguiendo la loma de las cuestas del río Arevalillo, llegaba
hasta el Castillo, originalmente mota defensiva. La esquina tenía un cubo semicircular o tronco cónico, ya que era
más ancho en la base, realizado con piedra rajuela y argamasa. Debido a la
inestabilidad del terreno de las cuestas, y tras varios deslizamientos de
ladera, se ha perdido más de la mitad y se ha desplazado unos tres metros hacia
abajo, dejando un gran boquete perfectamente visible en la zona donde se
insertaba con la muralla.
Restos del cubo que hacía esquina y
contrafuerte con el Rincón del Diablo, se aprecia perfectamente cómo se ha
deslizado ladera abajo más de tres metros.
6.- El
primer tramo del lienzo oeste de muralla hacía esquina con el Rincón del Diablo
y tenía una longitud de 34 metros. Hoy ya no existe al
haberse derrumbado debido a varios deslizamientos de ladera. El último de ellos,
muy violento, pasó hace apenas diez años y acabó arrastrando a las cuestas los
restos que quedaban de este tramo de muralla, provocando una gran cárcava que
podría hacer peligrar la estabilidad de las tapias o casas adosadas.
Primer tramo del lienzo oeste de la
muralla, entre el rincón del diablo y el cubo semicircular. Los sucesivos
deslizamientos de ladera han provocado una gran cárcava.
7.- Incluso,
han quedado algo colgados sobre la cárcava, un pequeño tramo de unos tres
metros de muralla y un magnífico cubo
semicircular de cinco metros y medio de diámetro, el único que queda de
estas características. Consta de seis cuerpos de mampostería a base de piedra
rajuela y argamasa separados horizontalmente por cinco verdugadas de ladrillo.
Fue restaurado en la década de los años 60 del pasado siglo.
Cubo semicircular del lienzo oeste de
la muralla y detalle de la cárcava producida en su base.
Todos los restos de muralla descritos corren
serio riesgo de desaparición por ruina evidente, especialmente el tramo del
Rincón del Diablo, claro exponente del mudéjar civil arevalense, ya que,
durante muchos años, demasiados, no ha sido objeto de las obras de
mantenimiento necesarias en cualquier construcción, especialmente en aquellas
que cuentan con muchos siglos a sus espaldas y que tienen un gran valor
histórico, artístico y patrimonial.
Resulta, como poco, chocante que el Plan
Director de la Muralla no dé prioridad absoluta a conservar y restaurar
convenientemente los pocos restos de muralla auténtica, como es el caso que nos
ocupa, antes que a levantar e inventar nuevos muros con un criterio más que
discutible, y con unos resultados nada satisfactorios, como es el caso de la
neo muralla de San Miguel o el neo cubo, neo puerta y neo arco de las
escalerillas. Sin duda alguna, mejor le
vendría a la auténtica muralla de Arévalo, en lugar de inventar o crear neo
estructuras, conservar y consolidar lo poco que queda pero que tiene un valor
cultural incalculable.
Vista general de los tramos descritos sobre el puente de los Barros.
3: Tramo “del Chocolate”; 4: Tramo del Rincón del Diablo; 5: Cubo de esquina; 6: Primer tramo del lienzo oeste y 7: Cubo semicircular.
Por todo ello:
- Dada la pasividad que han demostrado tanto el
Ayuntamiento de Arévalo como la Junta de Castilla y León a la hora de conservar
y poner en valor los auténticos restos de la muralla medieval de Arévalo.
- Dado el estado lamentable y preocupante en
que se encuentra el tramo de muralla aquí descrito, conocido como El Rincón del
Diablo.
- Dado el estado lamentable en que se encuentra
el espacio descrito, por estar sucio, abandonado, intransitable, inestable, peligroso,
olvidado.
- Dado que el presupuesto destinado a
restauración de las murallas de Arévalo, no contempla el tramo descrito.
Desde la Alhóndiga de Arévalo, nos vemos
obligados a solicitar que se incluya el
tramo de muralla medieval conocido como “El Rincón del Diablo” en la Lista Roja
del Patrimonio, junto a la neo muralla de San Miguel, incluida el 23 de
marzo de 2014 por el riesgo de pérdida de los restos de la cimentación de la muralla
primitiva del siglo XII. Todo ello por
ser un claro exponente del arte mudéjar civil arevalense.
En Arévalo, a uno de agosto de 2018.
Luis José Martín García-Sancho.
(Artículo publicado en el número 111 de La
Llanura, de agosto de 2018.)
Tramos y elementos de la muralla
descritos: 1: Puerta de San Juan; 2: tramo de “La Posada”; 3: Tramo “del Chocolate”; 4: Tramo
del Rincón del Diablo; 5: Cubo de esquina; 6: Primer tramo del lienzo oeste y
7: Cubo semicircular.
A continuación, reproducimos dos artículos
en el que se cita alguno de los elementos descritos en el presente trabajo.
El
primero es de Julio Escobar (1901-1994) y, aunque parezca que está escrito hoy
mismo, fue publicado en La Llanura en 1928:
“Cuatro arcos, un
castillo, una torre y una tela india”
Según referencias autorizadas, hará unos cuarenta y tantos años que la
atrevida e irresponsable piqueta municipal tiró abajo en Arévalo cuatro bellos
arcos, y, poco después, bombos, troneras, fosos y cuevas del castillo. Se
alzaban los cuatro arcos a que aludo en los lugares siguientes: a la entrada
del puente del Cementerio, en las Almenillas, a la salida de la calle de
San Juan y en la Encarnación.
Se necesitaban empedrar calles y colocar aceras, y al Ayuntamiento de
aquel entonces no se le ocurrió otra cosa que echar abajo bellezas artísticas y
sagrados recuerdos del pretérito. Lo que extraña y llena de asombro, es
cómo el pueblo no se estremeció al reducir a escombros sus cimientos
fundamentales. Esta pasividad, bien meditada, da una idea de pereza mental, de
insensibilidad y de amodorramiento, que indigna, por no decir
repugna y avergüenza.
Es preciso desempolvar nuestra historia local, y aunque el aire
moleste a quienes no pueden colocarse ante las conciencias
ciudadanas para explicar atentados inconscientes, un sagrado deber nos
obliga a hojear el libro del pasado, para que el sol de la verdad le
alumbre y desempolille.
Mal hecho es mal muerto; pero mal hecho es freno del mal que piense hacerse.
Y nunca sobra una voz de alerta en el silencio para dar siquiera señales
de vida. De todas formas el trampolín de la indiferencia aún está dispuesto a
lanzar recuerdos y reliquias, aunque pecaríamos de pesimistas, si no creyéramos que el salto a la nada habrá terminado con el
derrumbamiento de la torre de la iglesia de San Nicolás, que, muy en
breve, con permiso oficial y reglamentario, va a caer corno un gigante, herido
fatalmente, en la fosa común, sin pena ni gloria.
Dos o tres veces hemos presenciado agitaciones ciudadanas: una
pidiendo pan barato y la otra o las otras dos rugiendo la opinión amenazante e
iracunda: «¡novillos!» «¡novillos!» Es curioso: nuestro pueblo ha
bailado siempre la más sincera danza hispana al compás castizo y
marchoso del conocido pasodoble «Pan y Toros», zarzuela
popularísima. Esta herencia procede, creo yo, de nuestro bárbaro
antecesor y paisano el alcalde Ronquillo, que en gloria esté.
Sí; esta herencia al encogerse de hombros, al tirar monumentos artísticos
y al creer en nuestra superioridad racial, nos viene del alcalde Ronquillo.
Este buen señor que vivió en la plaza del Real, solo salió de su hura para
arrodillarse ante el verdugo centralista y extranjero, para oponerse al triunfo
de las sagradas comunidades de Castilla, y para quemar –destruir– el
castillo de Medina del Campo.
Desde aquella época –salvo raras y, por lo mismo, muy
respetuosas excepciones, que no viene a cuento citar– todos los compañeros
de mando de este temible regidor, en cuanto han visto desde el balcón del
Concejo –de tres Concejos– la fachada dura y plana de la casa
del antecesor histórico, hanse apresurado ciegamente a destruir bellezas del
castillo, arcos, iglesias, conventos, torres y casonas y mal lo habría
pasado Arévalo si alguno de estos Ronquillos en lugar de oír sonar
palmadas de algún corro jaleador, hubiera oído el estruendoso berreo del
rebaño. Por fortuna –lamentable fortuna– casi siempre, solo el
eco ha respondido al ruido mortal de la piqueta.
Aparte de cuanto he citado, tienen que haber desaparecido de Arévalo
muchas reliquias de valor artístico y religioso. De todos es sabido que ha
existido otra iglesia, la de San Pedro, enclavada en el muy moro barrio
del mismo nombre, y los conventos de la Trinidad y de la Encarnación. Riquezas
habrían de tener; pero emprenderían un raid lejanísimo. Por
lo que se ve, en todas las épocas ha habido aviones.
El ilustre pintor Chicharro, en la crónica que en su
número pasado publicó LA LLANURA, debida a la pluma maestra de
Hernández Luquero, visitando Santa María la Mayor, «miraba,
elogiándola, la urdimbre fina, rara y un algo descolorida ya, de una tela india
que hay cubriendo la entrada de una capilla».
Caso estupendo, esta tela india según mis noticias, que desearía no se
confirmasen, ha volado hace algún tiempo, y de ella se han hecho unas cursis
cortinas de alcoba. Doy la noticia con toda clase de reservas, y riéndome, no
sé si lleno de buen humor o de asco, pensando que al hacer unas cortinas de
esta tela india, se han perdido miles de duros, habiendo cortinas muy bonitas
en los almacenes de la señora viuda de Ferreroy en la tienda
de Sobrino y Sucesor de Genaro Rodríguez –por no ir más
lejos– a siete cincuenta.
Julio Escobar.
12 de agosto de 1928.Calle del Rincón del Diablo, y Palacio de Valdeláguila.
El
segundo texto es de Marolo Perotas Muriel (1896-1969) perteneciente a la serie
“Cosas de mi Pueblo”:
Calle de San Juan
Es
la calle más amplia y espaciosa de todas las que componen el casco de nuestra
expansiva y acogedora ciudad, midiendo en algunos puntos hasta veintisiete
metros de anchura. El nombre se le dio la iglesia; esa iglesia de una sola
nave, larga y estrecha, que se construyó en el siglo XV sobre la antigua ermita
de San Juan, a expensas del rico linaje de los Sedeños, por cesión de la Reina
Católica, y que, para construirla, tuvieron que romper un lienzo de la muralla,
abriendo un pequeño arco al costado del templo que daba acceso a la villa por
el sector del poniente; arco que, según la tradición, derribóse el siglo pasado
por orden de Isabel ll para dar paso a su espléndida carroza, cuando fue a
Galicia en busca de una nodriza que amamantara a su hijo Alfonso XII. En la
iglesia, muy estimable por su traza y sus adornos, están enterrados sus
fundadores; se rinde culto a su Santo Patrón, a San José, a Nuestra Señora del
Carmen y a Nuestra Excelsa Patrona la Virgen de las Angustias desde el 1815,
que fue trasladada del convento del Real a la iglesia que nos ocupa. Con la
tierra y el cascote procedente del derribo del trozo de muralla se igualó el
foso, aprovechado por los vecinos de la calle para desagüe de sus atarjeas y
por el licenciado don Alonso Méndez de Parada ―el año 1586― para conducir las
aguas sobrantes del desaparecido caño de la plaza del Arrabal, que, como es
sabido, vertían y siguen vertiendo las de los urinarios subterráneos en el río
Arevalillo, mismamente a la entrada del respetable puente de los Barros. Aunque
en el siglo XVIII ya estaba bien consolidada la concordia entre los habitantes
de la villa y del Arrabal, las autoridades, en evitación de fáciles y posibles
asaltos, no permitieron que las casas se adosaran a la muralla, por lo que,
lógicamente, al separarlas, se formó la sucia y escondida calle de la Casa
Blanca, denominada así porque, mirando al Arco de la Cárcel, había una casita
―dice la tradición― habitada por una curiosa solterona que tenía la costumbre o
chifladura de jalbegar la fachada cada quince o veinte días. La calle de San
Juan, por su comercio y amplitud, siempre sirvió de anexo a los grandes
mercados cerealistas y de apartamento de tilburis, tartanas y carritos de
varas. Evoquemos la última centuria. En lo que es hoy la camisería y paquetería
de Ridruejo, antes estuvo el acreditado almacén de hierros y coloniales de don
Luis García y primero la oficina de las diligencias, con sus cuadras, sus
jamelgos de recambio, sus cocheros colorados y risueños y su movimiento de
pacientes viajeros cuando aún, no estaba construida la importante y progresiva
línea del ferrocarril. Un poco más abajo, estaba el horno del tío Melitón,
instalado, al fondo del estrechuco establecimiento, con sus mesas de pino,
renegridas por el humo y por la grasa. En torno a ellas se sentaban labradores
y ganaderos, viendo desde los desvencijados taburetes cómo se iban asando los
tostones, aquellos tostones que tanta fama dieron a Arévalo y al tío Melitón.
En las agonías del pasado siglo, y precisamente en la casa que hoy ocupa el
señor Hurtado, fundóse el Centro Republicano, cobijándose bajo las banderas de
Salmerón y Pi y Margall un centenar de hombres de bien. Un atrevido manifiesto
lanzado contra la corona disolvió la sociedad el año 1903. Todavía ha llegado
hasta nosotros la posada de Benito «El Arriero», enclavada al pie de la
muralla, cuyas almenas ―las últimas que enhiestas se conservaban― fueron
demolidas el 1923.
También
lo fue para despejo y ornato de la carretera Madrid-Coruña el torreón que iba
unido a la Escuela Dominical, escuela antaño destinada a la enseñanza de
muchachas de servir y ahora a Acción Católica y Catequesis, presidiendo todo
ello el Santo Cristo de la Fe. No quiero dejar sin citar en este artículo el
famoso y concurrido café La Perla, en el que tanto y tanto se habló del invento
del entonces joven Valentín Castaño. Veamos lo que dice un cronista de aquella
época: «Se trata de un aparato salvavidas de grandísima utilidad para los
náufragos y ofrece todas las garantías de seguridad que son necesarias en tan
crítica y dolorosa situación. Se compone de un chaleco de cuero con dos globos
impermeables para el aire en los costados, llevando con facilidad a la persona
que los use. Tiene bolsillos para salvar valores en papel y un revólver alarma,
más otros departamentos para alimentos y agua potable en caso de permanecer
suspendido tres o cuatro días. Se puede guardar el equilibrio sentado, boca
arriba, boca abajo y en forma vertical. Hoy 19 de agosto de 1900 ―sigue el
cronista― se han hecho las pruebas en las balsas de los molinos de nuestra
ciudad ante el alcalde, don Marcelino Cermeño, distinguidas personalidades y
numerosísimo público. El inventor, que sólo cuenta diecinueve años, ha dado su
apellido al aparato, ha recibido muchas felicitaciones por el éxito obtenido y
ha sido obsequiado con una serenata por la banda municipal.» Más tarde, al
edificio del café La Perla, que es donde se halla la electricidad industrial de
Jaime Espí, trasladó su negocio de jamones y embutidos el señor Gregorio «El Marranero»,
establecimiento del más grato recuerdo por lo mucho que socorrió a los pobres
desvalidos.
Temporadas
hubo en las que, en llameantes fogatas, chamuscaban de mil quinientos a mil
seiscientos cerdos cebones, vendiendo a bajo precio o semirregalado los bofes y
las faldas a las clases menesterosas. Otra estampa popular de la calle eran las
fresqueras. Los martes se solían poner a la esquina del Pavero y vendían en
relucientes cazuelas de barro el apetitoso escabeche de barril, escabeche de
besugo o de bonito, que, ilustrado con cebolla y aceitunas negras, era el
encanto de hortelanos, alcaldes de monterilla y labradores borriqueros. Las
broncas estaban a la orden del día y eran presenciadas por forasteros y
desocupados, que, formando corro, oían, los insultos de las Venenas, los
epítetos de la «señá» María-Benita, las palabrotas de la Tina y el retintín de
la tía Monja. La vida moderna ha cambiado la calle de nombre y de tipismo; en
la actualidad se llama de Calvo Sotelo, en memoria de aquel notabilísimo
orador, gloria de la política española y varón de grandes prestigios y superior
cultura; pero como en el número 4 paran los coches de línea
Madrid-Salamanca-Zamora -Arévalo-Segovia, además del Despacho Central de la
Renfe, en el 9, inaugurado el 16 de agosto de 1948, la arteria sigue teniendo
su sello especial y su movimiento de baúles, maletas y bultos de diversas
mercancías.
Marolo
Perotas
Cosas
de mi pueblo
Galería
de imágenes:
Rincón del diablo, Iglesia de San
Juan, palacio de Valdeláguila y Puente de los Barros.
En el recuadro, espacio conocido como el Rincón del Diablo.
Vista general del primer tramo del lienzo oeste de la muralla y cárcava que se ha abierto recientemente bajo sus cimientos.
Torre de la iglesia de San Juan desde la calle Rincón del Diablo.
Ruinas del Palacio de
Vladeláguila y Rincón del Diablo.
Neo cubo conocido como "de las escalerillas". Arriba desde el callejón de los Novillos y abajo desde la calle Entrecastillos. Una construcción inventada que tuvo prioridad sobre la conservación de los auténticos restos de muralla medieval como es el caso del Rincón del Diablo.
Neo muralla de San Miguel, un tramo de muralla nuevo, inventado, y en ruinas por su desplome y sus grietas. Otra obra que tuvo prioridad sobre la auténtica muralla medieval del Rincón del Diablo. Este tramo, actualmente, está incluido en la Lista Roja del Patrimonio por el riesgo de pérdida de la cimentación de la auténtica muralla medieval del siglo XII.
BILIOGRAFÍA:
EN INTERNET:
MUDÉJAR CIVIL AREVALENSE
AGRADECIMIENTOS: A Juan Carlos López Pascual por la documentación facilitada.