Desde su olmo les oía discutir sobre
nacionalidades, banderas y fronteras. Lo hacían acaloradamente, imponiendo,
incluso, hipotéticas condenas a muerte o a una vida entre rejas.
En
lo más acalorado de la discusión le llamaron para que diera su opinión al
respecto, querían que descendiese del olmo para hablar con ellos. Pero Braulio
no lo hizo, ya se lo habían pedido en otras ocasiones y la cosa no había
acabado del todo bien para él.
-
Dinos Braulio, ¿qué piensas? –gritó uno de ellos desde el suelo-, ¿deben
existir países, naciones y fronteras?
- Había
dos países peleados –contestó Braulio sin descender del todo-, casi en guerra, por
causas nada claras sobre territorios que ambos reclamaban. Finalmente llegaron
a un acuerdo.
Trazaron
la frontera, una línea que contorneaba la ladera. Arrancaron la vegetación y
pusieron mojones cada cien metros y carteles y señales y banderas. Cantaron
himnos y agitaron astas y telas.
Al
año siguiente, comenzó a crecer un roble sobre la misma línea,
extendiendo sus raíces y sus ramas a ambos lados de la frontera.
Aquel árbol no
entendía de patriotismos, ni de nacionalidades, ni de banderas. Solo hablaba el
lenguaje universal con que natura se expresa.
Todos
se quedaron en silencio durante breves instantes. Finalmente, uno de ellos dijo:
- Este tío está
tonto.
Y
todos estallaron en una carcajada común.
En Arévalo, a nueve de abril de 2018.
Luis
José Martín García-Sancho.
Foto de Alexander Rodchenko.
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