miércoles, 31 de julio de 2019

ANTES Y DESPUÉS



El antes y el después de dos espacios cercanos.
Valiosos. Patrimonio de esta tierra que nos acoge.
Lo que fueron y lo que son.
Como se encontraban hace veinte años o más y como se encuentran ahora:

- Plaza de la Villa de Arévalo (Ávila):


Plaza de la Villa en septiembre de 1991. Con el desaparecido torreón de Yurrita.

El mismo tramo de la Plaza de la Villa en julio de 2019. 

Plaza de la Villa en 1992. Con el torreón de Yurrita, en algún momento de la primera mitad del siglo pasado esta bella plaza llegó a llamarse plaza de Yurrita.

Plaza de la Villa en 1992. 

El mismo tramo en la actualidad (agosto de 2019)

Plaza de la villa desde la calle del Cavel en 1992.

Plaza de la villa desde la calle del Clavel en 2016.

Plaza de la Villa desde la calle del clavel en 2017.


plaza de la villa desde la calle del Clavel en la actualidad (agosto de 2019).

Plaza de la Villa en 2002. Casa de Nicasio Hernández Luquero.

Plaza de la Villa en la actualidad (agosto de 2019). Casa de Nicasio Hernández Luquero.


Casas de la plaza de la Villa en 2002.

Casas de la plaza de la Villa en 2002.

Las mismas casas en 2019.




- Laguna del Lavajuelo, Aldeaseca (Ávila):


Laguna del Lavajuelo, Aldeaseca (Ávila) en 1998.

Laguna del Lavajuelo, Aldeaseca (Ávila) en 1998.

Laguna del Lavajuelo, Aldeaseca (Ávila) en 1998.

Laguna del Lavajuelo, Aldeaseca (Ávila) en 1998.


Espacio que ocupaba la Laguna del Lavajuelo en la actualidad, tras la concentración parcelaria llevada a cabo con el regadío "Río Adaja".

La plaza de la Villa, al menos está en el mismo espacio que ha ocupado desde tiempos remotos, modificada, alterada, modernizada, diferente... pero, al menos está, existe, se puede seguir admirando. En cambio, la laguna del Lavajuelo en Aldeaseca, se ha perdido para siempre al haberse convertido en tierras de cultivo tras la concentración parcelaria llevada a cabo con el regadío "Río Adaja". Un espacio natural valioso que pasa a la historia y al olvido.

En Arévalo, julio-Agosto de 2019
Luis J. Martín.


miércoles, 17 de julio de 2019

OPOSICIONES JUSTAS: PLC.





Mi abuelo paterno, que era una persona sensata y curtida por la edad, cuando algo o alguien era lo contrario a lo que contaban, solía apostillar “PLC”, por ejemplo: que hablaban de fulano como una persona decente, cuando él sabía que no lo era, te miraba con aire socarrón y decía en tono irónico: “Sí, fulano es el tío más decente del mundo”, seguía una corta pero intencionada pausa acompañada de un guiño de ojo, y añadía “PeLeCé”, luego te hacía un gesto con el dedo para que te aproximaras y te susurraba al oído: “Por Los Cojones”.

Opositora u opositor es la persona que concurre a unas oposiciones, siendo estas el conjunto de pruebas selectivas en que los aspirantes a un puesto de trabajo, generalmente en la Administración pública, muestran su competencia, que es juzgada por un tribunal.
Voy a poner el ejemplo de una persona opositora al Cuerpo de Maestros de Educación Primaria e Infantil. En sus manos estará la docencia de niñas y niños de entre tres y doce años, delicada etapa en la que nuestros hijos, nietos, sobrinos se están formando para convivir y desarrollarse como personas en el mundo actual. Es un periodo crucial y, por lo tanto, debería estar en las manos y en el buen hacer de los mejores profesionales de la enseñanza.
Para una persona que se tome en serio el papel de opositora, la vida es muy dura. La rutina se impone, todos los días son iguales, horas de estudio, de consultas, de preparación de trabajos materiales o de diferentes pruebas. Mientras sus amigos, familiares, parejas, compañeros, se divierten o se relajan, para ellas no hay tregua posible, ni distracción aconsejable. De hecho, muchas de las personas opositoras que rompen su rutina, un día, un solo puto día, después se sienten culpables, como si hubieran cometido una grave falta contra su futuro. Suelen ser seis días de intenso y monótono trabajo y uno de descanso y desconexión, cosa que no llegan a conseguir, pues ni descansan al cien por cien como sería lo aconsejable, ni desconectan de sus estudios pues mentalmente van dando vueltas a lo que llevan días, semanas, meses o años preparándose a conciencia.
A la comprensión y memorización exhaustiva del largo temario se suma la búsqueda y estudio de legislación nacional y autonómica relacionada con todas las facetas de la docencia, bibliografía publicada sobre la educación en sus diversas especialidades, supuestos prácticos variados en los que se puedan dar todo tipo de situaciones en las aulas o fuera de ellas para tratar de buscar la mejor manera de solucionarlas o llevarlas a buen término, siempre de manera correcta y, a ser posible, con los protocolos de actuación previstos.
A parte de esto, la persona opositora ha de preparar una programación que consiste en detallar todas las unidades didácticas a desarrollar durante un curso completo con sus objetivos a cumplir, legislación en la que se basa, materiales utilizados, recursos didácticos, criterios de evaluación… es decir todo lo relativo al día a día del docente y alumnado en el centro educativo.
Todo esto, como ya se ha dicho, ocupa a la persona opositora meses o años donde el nerviosismo y la incertidumbre es moneda común. Cualquier trabajador sabe que su esfuerzo es reconocido con un salario mensual. En cambio, el opositor no sabe si tantas horas de trabajo diario van a servir, siquiera, para lograr un puesto de trabajo que les permita vivir, independizarse, tener un futuro para el que se han formado.



Por si esta carga psicológica fuera poco, luego está el asunto de las interinidades. La cosa tiene gracia, por denominarla de alguna manera no ofensiva. La administración las llama, y así las convoca, como oposiciones de “turno libre”. En las que aquellas personas que han acabado su carrera recientemente y que, por lo tanto, jamás han trabajado, compiten en desigualdad de condiciones con aquellas personas que sí han trabajado como interinos, es decir cubriendo una baja por enfermedad, paternidad, maternidad, o vacantes por traslado, excedencia, jubilación o defunción. Y digo en desigualdad de condiciones porque a pesar de llamarse de turno libre, las pruebas selectivas tienen dos fases muy diferenciadas:
- Fase de oposición en la que, al menos hay tres pruebas: un tema del amplio temario a desarrollar por sorteo. Uno o dos supuestos prácticos. Y finalmente la programación, en la que la persona opositora debe defender oralmente la programación de un curso entero y, además explicar detalladamente una de las unidades didácticas de entre tres elegidas al azar. Momento en el que los miembros del tribunal pueden realizar todo tipo de preguntas.
Hasta aquí podríamos hablar de igualdad de condiciones para todas las personas opositoras, pero falta una segunda fase.
- Fase de concurso: donde se puntúan todos los méritos que pueda aportar la persona opositora ya sean cursos, diplomaturas, licenciaturas, máster, idiomas, publicaciones… hasta un máximo de cuatro puntos. Y también, y he aquí la gran cabronada para los que realmente se presentan en turno libre, la experiencia laboral en la que se computa el tiempo trabajado en forma de puntos, donde los interinos de largo recorrido, muchas veces, alcanzan los doce puntos. Es este el gran agravio comparativo, la descomunal cabronada, la enorme farsa, la desmesurada injusticia de meter en el mismo saco a los interinos con las personas que realmente concurren en turno libre, con las ilusiones a flor de piel, con ganas de trabajar, con ideas frescas y actuales para desarrollar con sus alumnos.
Porque en miles de ocasiones se da el caso, amigos lectores, que un interino que jamás ha aprobado una oposición o, en el mejor de los casos, ha sacado un aprobado raspón, se coloca por delante de un opositor que ha aprobado con muy buena nota, incluso con una puntuación de ocho o nueve o, en ocasiones, incluso más. Pero como se computan los años trabajados en forma de puntos y hay gente interina que lleva haciendo sustituciones y cubriendo vacantes diez o veinte años, toda su vida laboral, se coloca por delante de la brillante persona opositora que aprueba con buena nota.
Esta es la mayor cabronada que se puede hacer a una persona que lleva preparándose para un puesto de trabajo años, es decir aprobar la oposición, pero sin plaza. A este opositor u opositora al Cuerpo de Maestros, cuya motivación muchas veces es vocacional, que ha aprobado con buena nota, pero sin plaza le queda el consuelo agridulce de entrar en bolsa de trabajo. Su esperanza es la de estar en un buen lugar de partida. Así que esta persona que ha aprobado sin plaza, que ha sacado una buena nota, se consuela pensando que estará entre el puesto veinte o treinta de la bolsa de trabajo y que muy pronto le llamarán para hacer una sustitución o cubrir una vacante, pero, su gozo en un pozo, de nuevo la cabronada de un sistema que es concebido de forma cruel e injusta desde su nacimiento, hace que el elevado número de interinos con experiencia laboral se coloque por delante y le releguen al puesto mil y pico.

Y entramos en una tercera fase que no viene en la convocatoria oficial pero perfectamente orquestada: 
- Fase de desánimo: Así, van pasando las semanas, los meses. La persona opositora que ha aprobado por méritos propios con buena nota, pero sin plaza pide todos los destinos que van saliendo semanalmente: plazas que quedan vacantes por una u otra razón. Cada semana desciende unos cuantos puestos en la lista de la bolsa de trabajo y se acerca un poco más a su objetivo: trabajar. Pero en un momento determinado del curso, se da cuenta de que en lugar de bajar puestos los sube… ¿qué está pasando?, se pregunta. La respuesta no es otra que los interinos que estaban realizando una sustitución de dos o tres meses han vuelo a la bolsa y, como siguen teniendo mayor puntuación por sus diez, doce puntos de experiencia laboral, se colocan nuevamente delante de la persona opositora que ha aprobado la oposición con buena nota, pero sin plaza. Ahora, la brutal cabronada se convierte en indecencia. Y les da por pensar: “¿cómo voy a tener experiencia laboral si no me dejan trabajar, si me ponen en el mismo saco que a los interinos?”. Y a muchos el desánimo, el desencanto, les hace tirar la toalla, abandonar... para la ceguera de la administración, un problema menos.
Esta es la cuestión, señores administradores de lo público, sean ustedes consejero, ministro, presidente o monarca, el sistema de oposiciones a turno libre está viciado desde el principio y deben concurrir de forma separada personas interinas y personas sin experiencia laboral.
- Primero: Se deben regularizar a todos los interinos que demuestren que valgan para la docencia, es decir para dar clases a niños en la crucial edad de aprender a vivir comprendida entre los tres y los doce años, haciéndolos una prueba selectiva en exclusiva para ellos y, a partir de ahí:
- Segundo: Una vez regularizados los interinos, todas las vacantes que vayan saliendo anualmente ofertarlas en nuevas oposiciones a turno realmente libre para que sean cubiertas por aquellas personas opositoras con ilusiones que hayan aprobado pero que nunca han trabajado.
- Tercero: Una vez regularizados los interinos, todas las vacantes y sustituciones que vayan saliendo a lo largo del curso cubrirlas de forma interina con los que han aprobado sin plaza las nuevas oposiciones de turno libre. Y a estos regularizarlos de forma cíclica.
Así, sí serían oposiciones realmente justas y libres, y trabajarían las personas que demuestren mejores aptitudes y actitudes para la docencia.
Este es el dato, 130.000 docentes de la enseñanza pública no universitaria son interinos, trabajan sin una plaza fija en las aulas y cambian de centro hasta varias veces al año. La pregunta es bastante clara y creo que muchos nos la hemos planteado más de una vez: ¿por qué hay tantos interinos en la enseñanza?, ¿por qué no se regularizan esas plazas interinas anualmente?, ¿a quién puede interesarle que el 25% de los profesionales de la docencia estén en la precaria situación de interinidad, es decir, que uno de cada cuatro maestros no tenga su plaza en propiedad y tenga que ir cambiando de puesto de trabajo y de vivienda una o dos veces al año? Lo lógico, lo decente, lo justo sería regularizar anualmente al mayor número de interinos y convocar oposiciones en turno realmente libre con todas las plazas que queden vacantes para que los nuevos opositores o los que han aprobado sin plaza, pero con buena nota, puedan optar, por fin, a un puesto de trabajo vocacional.
Por otra parte, lo cierto es que tantos años de trabajo interino, precario e inseguro cansan al docente más paciente y llegan oírse comentarios de interinos de largo recorrido tales como “a mí ya ni me gustan los niños”. Lamentable que por culpa de un sistema defectuoso e injusto se lleve a profesionales a estos extremos de desencanto.

Siempre se ha dicho que en las oposiciones obtienen un puesto de trabajo los mejores de forma justa, pero lo cierto es que, tal y como están planteadas en la actualidad, las oposiciones al Cuerpo de Maestros, ni son justas, ni trabajan los mejores.

Si esto lo oyera o leyera mi abuelo paterno añadiría de forma socarrona y guiñando un ojo: “Actualmente, las oposiciones al Cuerpo de Maestros son justas PeLeCé ”.

En Arévalo, a diecisiete de julio de 2019.
Luis José Martín García-Sancho.






domingo, 7 de julio de 2019

AÑORANZA




AÑORANZA

Añoro sentir que añoro,
que añoro tu tacto suave
entre mis dedos dormidos,

que huelo tu piel radiante
imprimida de recuerdos,
tatuada a trazos negros,

que interpreto tus secretos,
que recreo tus destinos,
que imagino tus suspiros.

Por añorar yo añoro
pasar más tiempo contigo
y escuchar tus letras vivas.

Añoro tener más tiempo
para que me enseñes a ser
agua cayendo en las dunas.

Añoro creer que creo,
que creo historias ficticias
basadas en hechos veraces,

que encadeno las palabras
en frases que dicen algo
llenando espacios en blanco.

Oír el crujir del papel
cuando lo ensucio con tinta
buscando caminos rectos,

caminos rectos que unen
tu destino con el mío
en un panel encendido.

Añoro tener más tiempo
para escribir en mi piel,
desnuda piel para ver.
Por añorar, yo añoro,
añoro sentir que leo,
añoro creer que creo.

Arévalo, a cinco de julio de 2019.
Luis J. Martín.