Sólo en las milésimas de segundo que transcurrieron entre el grito de “¡Fuego!” y el impacto de las balas en su cuerpo, tuvo claro que el hombre que le había preguntado que si quería confesarse y el individuo que le había denunciado, en realidad, eran la misma persona.
Daniel González Linacero y Palmira Perotas