DE NOCHE POR TIERRA DE ARÉVALO.
El verano del 98 no ha hecho más que empezar. Continúo con
los trabajos de campo para realizar la guía de las aves de La Moraña y Tierra de Arévalo que gestiona ASODEMA. Pero
hay algunas especies que se resisten a ser observadas por los cauces habituales,
es decir, paseos o escuchas. Así que hay que provocarlas para hacerlas salir de
su invisibilidad, para que se muestren de forma corporal o auditiva.
Quieren los resultados de presencia de especies por
términos municipales, para reflejar en un mapa de la comarca aquellos en los que
cada especie ha sido observada. Así que suelo elegir áreas en las que coincidan
varios términos municipales y que sean aptas para la presencia de determinados
grupos de aves.
La hora crepuscular es un espectáculo visual, siempre
diferente. El sol aún está sobre el horizonte reflejando una paleta de colores de
encendido fuego entre las nubes bajas. Empezamos por los Lobos. Me acompaña Ana.
Escucho atentamente sobre la entrada del puente. A este no ha hecho falta
provocarle, un autillo emite su chillido corto y lastimero mientras decrece la
luz del fondo del valle del Arevalillo. Le contesto cuando calla y vuelve a
emitir su reclamo que nos recuerda al pitido del sonar que se escucha en todas
las películas de submarinos: "ii-iip", dos sílabas muy seguidas y muy agudas. El autillo es la rapaz nocturna más
pequeña de Europa, apenas un puño, con unos graciosos penachos de plumas en la
cabeza a modo de orejas. Al alimentarse de insectos viene a reproducirse en el
periodo de primavera-verano y se marcha en octubre cuando sus presas
comienzan a escasear, aunque en algunos años de tiempo benigno he escuchado
autillos en pleno mes de diciembre, caprichos del clima. Oírle es relativamente
fácil, verle casi misión imposible pues, tanto su tamaño, como su plumaje
mimético y sus costumbres nocturnas dificultan su observación visual.
Escuchamos al menos a dos individuos, uno río arriba y otro en la alameda a la
altura del puente.
Nos encaminamos hacia la Lugareja con la intención de poner
el reclamo de lechuza pero los ladridos de unos perros me hacen desistir. En
uno de los caminos entre este fabuloso monumento mudéjar y Vinaderos, junto a un
campo de girasol y un pastizal, pongo el reclamo del alcaraván, como la
grabación es muy corta, también imito con la boca su lastimero canto. Es como
si estuviera mandando a dormir al resto de las aves, un agudo y repetitivo "dormiiir, dormiiiir..." por
eso algunos lugareños también le conocen como dormilero. Aunque ya casi es de
noche, al cabo de unos minutos contesta un alcaraván que se posa en el prado, lo
bastante cerca del coche como para distinguir a simple vista sus enormes ojos,
tan amarillos como el sol que se despide. Al rato se pierde correteando hacia
la oscuridad y no vuelve a contestar. Pongo ahora el reclamo del búho campestre,
pero después de cinco minutos sin resultados desisto. Realmente esta rapaz
nocturna es escasa como nidificante en la Tierra de Arévalo, sólo tengo
anotados dos o tres citas a lo largo del trabajo de campo.
Una luna llena anaranjada comienza a elevarse por encima de
la línea de pinares situada entre Arévalo y la Nava. En apariencia es enorme
pero dicen los expertos que no es más grande que cuando está sobre nuestras
cabezas, que solo se trata de un efecto óptico al tener en el horizonte algo con
lo que comparar su tamaño, pero que a ambas lunas, a esta que parece gigante y a
la que estará en lo alto horas después, no se las llega tapar con un pulgar
extendido mientras guiñamos un ojo. Lo comprobamos Ana y yo, y sí es cierto.
Hacia esos pinares nos encaminamos. Durante el recorrido se
cruzan algunos topillos, un par de conejos, varias liebres y una comadreja no
más grande que uno de los perritos calientes que ahora mismo estarán sirviendo
en las ferias de Arévalo. Apagamos las luces del coche dejándonos guiar solo
por la luz del crepúsculo. Nada más entrar en el pinar pongo el reclamo del
chotacabras gris, una de las aves nocturnas más desconocidas de la comarca, gran
devorador de insectos voladores nocturnos. Los caza en vuelo abriendo
considerablemente la boca y ayudado por unos pelos rígidos que tiene en la base
del pico llamados vibrisas. Contesta uno y nos sobrevuelan dos. Ana se pone
contenta, es la primera vez que los ve. Se distinguen perfectamente los cuatro
puntos blancos que posee en su plumaje gris, dos en la cola y uno en cada ala.
Aunque Ana me dice que los puntos los
veré yo porque ella no distingue más que su contorno mientras vuelan y escucha
su vibrante reclamo. Uno de ellos se posa en un pino cercano en el que
descubrimos siete siluetas iguales alineadas en la misma rama, son pollos
volanderos.
Para terminar he quedado en el Adaja con
el gran duque. Espero que no falte a la cita. No hace falta llamarle ni
provocarle. Nada más llegar, a la hora convenida, su grave y profundo saludo se
escucha por todo el valle "buubu,
buubu".
Ana y yo reímos y respondemos a su saludo
bajo las ramas del gran pino de dos copas, iluminados solamente por la luz
azulada de la primera luna llena del verano. El brillo alegre de sus ojos
refleja su luz... recuerdo entonces unos versos que escribí hace muchos años...
"Ojos negros los míos,
iris blancos de luna."
En Arévalo, a tres de julio de 2016.
Luis José Martín García-Sancho.
(Artículo publicado en La llanura nº 86 de julio de 2016)
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