martes, 26 de abril de 2022

Asesinad al autor.


Llanura castellana en abril.

 

Intervención de Luis J. Martín durante la celebración del día del libro en la casa del Concejo de Arévalo, el veintitrés de abril de 2022:

Buenas tardes, lo primero agradeceros vuestra presencia a este acto organizado conjuntamente por el Ayuntamiento de Arévalo y La Alhóndiga. Igualmente, agradecer, de manera especial, a María Luisa Pérez, concejala de Cultura y a Juan Carlos López, presidente de la asociación La Alhóndiga, su labor para hacer posible esta velada literaria.

Recuerdo que en la tercera edición de "Verso Libre" que se celebró en la plaza de la Villa, allá por 2015 o 2016, no recuerdo exactamente el año, empecé mi recital con estas palabras: “Si queréis que el verso se haga eternamente libre, asesinad a su autor”. En aquella ocasión recité el “Romance de la luna” del “Romancero gitano” de Federico García Lorca, que empieza con estos versos:

La luna vino a la fragua

con su polisón de nardos,

el niño la mira mira,

el niño la está mirando”.

Geniales versos de un poeta genial y eterno, muerto de forma prematura, innecesaria, violenta.

Federico García Lorca.

Abril es un mes de celebraciones, que me van a servir de hilo conductor durante mi intervención: el 14 se conmemoró la II República; el 23, hoy, el día del libro, pero también el de los comuneros de Castilla, nuestra fiesta. También es un mes de renacimiento, las aves comienzan el celo, con sus exhibiciones, sus cantos, la construcción de sus nidos... El campo reverdece, revive.

La vida.

Pero ahora, lamentablemente, el mundo occidental está pendiente de una guerra, que es lo contrario a la vida y a la construcción, pues es muerte y destrucción de la vida, de la libertad. Ya Miguel Hernández hace 85 u 86 años escribió crudos, hermosos y sinceros versos que hablaban de la guerra pero, también, de la palabra y del amor. Corría el año 1937 o 38, y España estaba inmersa en una atroz guerra civil, cuando escribió “Tristes guerras”, poema muy breve pero de intenso contenido:

Tristes guerras

si no es de amor la empresa.

Tristes, tristes.


Tristes armas

si no son las palabras.

Tristes, tristes.


Tristes hombres

si no mueren de amores.

Tristes, tristes.”

Ojalá, la única guerra fuera conquistar un amor y las únicas armas que existieran fueran las palabras.

Otro gallo nos cantaría. Creo que todos viviríamos más tranquilos y seríamos mucho más felices.

Miguel Hernández.

Miguel Hernández ya es uno de los grandes. Murió de forma prematura, con tan solo 31 años, cuando todavía le quedaba mucho por escribir, y de forma completamente innecesaria y violenta, porque uno de los actos de mayor violencia es el de privar de su libertad a una persona por defender sus ideas, en este caso, los ideales de la República.

Otra de las grandes es Almudena Grandes, fallecida en diciembre del año pasado a consecuencia de un cáncer, también de forma prematura, porque a los 61 años de edad, aún tenía mucho que contar. Esta excelente escritora contemporánea escribió mucho y bien sobre la España de la república, de la guerra, de la posguerra, de la dictadura franquista, pero, también, sobre la sociedad actual.

Tiene una serie de cinco novelas agrupadas bajo el título de “Episodios de una guerra interminable” donde habla, con toda naturalidad, de la victoria, de la represión, de los perdedores, del silencio impuesto y del olvido. Hoy, día del libro, recomiendo encarecidamente su lectura.

Pero es en una de sus novelas sobre la época actual, "Los besos en el pan” (2015), en la que da un repaso brillante a la reciente historia de España:

‹‹Porque en España, hasta hace treinta años, los hijos heredaban la pobreza, pero también la dignidad de sus padres, una manera de ser pobres sin sentirse humillados, sin dejar de ser dignos ni de luchar por el futuro. Vivían en un país donde la pobreza no era un motivo para avergonzarse, mucho menos para darse por vencido. Ni siquiera Franco, en los treinta y siete años de feroz dictadura que cosechó la maldita guerra que el mismo empezó, logró evitar que sus enemigos prosperaran en condiciones atroces, que se enamoraran, que tuvieran hijos, que fueran felices. No hace tanto tiempo, en este mismo barrio, la felicidad era también una manera de resistir.

Después alguien dijo que había que olvidar, que el futuro consistía en olvidar todo lo que había ocurrido. Que para construir la democracia era imprescindible mirar hacia delante, hacer como que aquí nunca había pasado nada. Y al olvidar lo malo, los españoles olvidamos también lo bueno. No parecía importante porque, de repente, éramos guapos, éramos modernos, estábamos de moda… ¿Para qué recordar la guerra, el hambre, centenares de miles de muertos, tanta miseria?»

Almudena Grandes

Hablar de nuestra historia reciente, sin complejos, sin miedos, aparte de ser necesario, debería tener la imprescindible condición de normalidad, en la sociedad actual, en Democracia plena. Almudena Grandes, en muchas de sus novelas, lo consigue de forma brillante, ejemplar.

Pero, como dije al principio, hoy también es el día de Castilla y León. Y abril es un mes muy especial para mí. La campiña castellana, allá donde mires, reverdece, revive. La fauna está en celo. Las avutardas están en celo. En fin, uno de los mejores espectáculos del mudo, el del renacimiento de la vida, está ahí ante nuestros ojos, a nuestro alcance para disfrutar, para ser felices un año más.

Para terminar, y para enlazar con todo lo dicho, voy a recitar un poema mío, “Días de abril”:

El campesino extiende la alfombra verde,

ya es abril en la llanura castellana,

después de llover huele a tierra húmeda

una oscura parcela recién arada.

 

Con mano abierta en la frente mira al cielo

y luego a una gran parcela de cebada,

pues una fuerte helada o muy poca agua

podrían arruinar toda la campaña.

 

Sobre una loma visible en la distancia,

hace, solemne, la rueda una avutarda

para atraer a varias hembras dispersas,

se convierte en una enorme bola blanca.

 

El aire ya huele a campo renacido,

la primavera se impone en La Moraña,

y el campesino mirando al horizonte,

ya es abril en la llanura castellana.

 

Gracias y feliz día del libro, feliz día de Castilla y León.

 

Avutarda haciendo la rueda. 







jueves, 14 de abril de 2022

LA GUERRA CONTRA LA REPÚBLICA CONTINÚA

 


Catorce de abril, día para recordar y agradecer.

Hoy escribo en rojo, el color de la sangre, de la vergüenza y de los rojos.

En 1931, tal día como hoy hace ya 91 años, se declaró la II República, tras unas elecciones municipales, que ganaron mayoritariamente los partidos republicanos.

Después, hubo elecciones generales, en junio. Y meses más tarde, en diciembre, se aprobó la Constitución de la II República Española.

Fue un estado democrático en el que se alternaron en el poder, tras las debidas elecciones, gobiernos de izquierda y de derecha.

Cinco años después, en 1936 una parte del ejército se sublevó contra el gobierno de la República legítimamente constituido, provocando una cruenta guerra civil, que terminó en 1939 con la victoria del bando golpista encabezado por Franco y con el fin del gobierno democrático de la República, presidido en ese momento por Juan Negrín.

La victoria del ejército sublevado, tras casi tres años de sangrienta guerra, desembocó en la dictadura franquista, que se prolongó hasta la muerte del dictador en 1975 y hasta que el 15 de junio de 1977, una vez autorizados todos los partidos políticos prohibidos durante la dictadura, se celebraron, de nuevo, elecciones democráticas. Tras las que se instauró una monarquía parlamentaria, que reconoció al rey Juan Carlos I como jefe del estado, y en la que Adolfo Suárez fue su primer presidente elegido democráticamente. Dos días después de la muerte de Franco, la dictadura había proclamado a Juan Carlos rey de España. Y dos años más tarde la incipiente democracia lo reconoció como tal sin someterlo a referéndum. Los partidos republicanos acataron, por tanto, la figura del rey al mando de la jefatura del estado y, en cambio, de forma vergonzosa, se olvidaron de los miles y miles de republicanos represaliados que aún vivían y que podrían haber sido reconocidos desde el kilómetro cero por su servicio a España y, en su caso, restituidos en el puesto que ocupaban antes de la rebelión militar fascista.

Habían pasado 41 años de dictadura entre el alzamiento militar de 1936 y las elecciones de 1977.

Si la guerra fue cruel, atroz y despiadada, la dictadura franquista no se quedó a la zaga, especialmente en sus primeros años. Un auténtico sistema de terror fue impuesto a través de consejos de guerra, detenciones, depuraciones, “paseos”, delaciones, desapariciones, asesinatos… por el mero hecho de haber luchado defendiendo a la República, por pertenecer a partidos republicanos, o por haber trabajado en base a los principios de la Constitución de 1931. Esta brutal represión acabó con la vida de miles y miles de españoles: militares fieles a la República, médicos que ejercieron su trabajo salvando la vida a heridos de guerra en bando fiel al gobierno legítimo, maestros, que ejercían su libre cátedra por los pueblos de España, funcionarios de la administración pública, políticos, trabajadores, autónomos, asalariados, jornaleros afiliados a partidos de izquierdas o simpatizantes con ellos, fueron asesinados sin juicio, sin defensa, sin ninguna garantía, o encarcelados durante muchos años, demasiados.

Pero ese sistema de terror se extendió a los familiares: esposas, madres, abuelas, padres, hijos, hijas, hermanos, hermanas… que sufrieron también la represión en sus cuerpos, en sus vidas, en su libertad. Continuamente se detenía a familiares y amigos de republicanos fugados para interrogarles, recurriendo en muchos casos a la tortura. La cruel represión les puso el sambenito de "hijos o hijas de rojos", lo que dificultó su supervivencia en la posguerra. Se invalidaron matrimonios civiles y se les obligó a casarse por la iglesia, único matrimonio válido durante la dictadura franquista. Se derogó el divorcio, por lo que todos los divorcios realizados legalmente durante la República fueron invalidados. Se prohibió la libre cátedra en la enseñanza, reconocida por la Constitución de 1931, para sustituirla por los principios generales del Movimiento por los que se regía la dictadura. Se prohibió a las mujeres abrir cuentas bancarias sin el consentimiento de su padre o marido. Se encarceló y se torturó sin otro motivo que la afinidad o simpatía política.

El terror de la victoria, la continua humillación a la fueron sometidos los vencidos, dio sus frutos: El silencio, el acatamiento.

Hoy por hoy, ese silencio se perpetúa o pretende perpetuarse. Todavía, para un sector de la población, si los hijos o nietos de los miles y miles de represaliados callan y acatan su tremenda historia familiar, bien. Pero como se les ocurra recordar en público a sus muertos o desaparecidos, son tachados de “querer abrir las heridas de la guerra”, de pretender revivir algo que está mejor en el olvido.

Hoy, ese sector de la población que quiere imponer el silencio, el olvido, ha crecido, o se ha hecho más visible. Incluso, hasta gobierna en coalición en alguna comunidad autónoma que todos conocemos.

Por la memoria de todos los muertos, asesinados, desaparecidos, represaliados, depurados, encarcelados y torturados. En recuerdo de todos los que lucharon por la libertad, por la democracia, por mejorar nuestras vidas, nuestros derechos, por una sociedad justa y equitativa, por los ideales de la II República, los de la Constitución de 1931. Por todos los que, a pesar de su tesón y entereza, jamás fueron reconocidos a partir de 1977, ya en la democracia, que no fueron restituidos, aunque fuera de forma simbólica, en los puestos que la dictadura les arrebató violentamente. Por todos los que fueron vergonzosamente olvidados durante la transición y que lo siguen siendo ahora en democracia plena. Por todos ellos y por sus familiares, debemos recordar que es el 91 aniversario de la II República española, y agradecerles su coraje y su ejemplo.

Los artífices del “No pasarán”, emblema internacional de la lucha antifascista, han sido y son los olvidados por las sociedades democráticas de hoy, de ayer y de siempre.

A día de hoy, noventa y un años después, y a pesar de los 45 años de democracia, nadie ha pedido perdón a las víctimas de la represión franquista, nadie les ha restituido en su honor, aunque sea de forma simbólica, nadie se ha atrevido a devolverles su dignidad de héroes y patriotas que lucharon por España, por la República, por la libertad, por la defensa de un gobierno legítimo y democrático fruto de la voluntad del pueblo.

A pesar de las más de cien mil personas desaparecidas, nadie se ha atrevido a acusar al dictador formalmente de crímenes contra la humanidad o de criminal de guerra (excepto el juez Garzón, que fue cesado fulminantemente).

A día de hoy, noventa y un años después, siempre que se intenta algún tipo de acto contra la represión franquista o en memoria de las víctimas, son muchos los que se revuelven y alzan su voz para impedirlo, para recordar, una vez más, que el silencio impuesto por el terror y la humillación deben perpetuarse, porque los republicanos perdieron la guerra, porque se impuso la victoria, y porque nuestra democracia se lo permite, ¿qué temen?

Es como si la guerra contra la República no hubiera acabado aún.

Hoy termino de escribir en morado, el color que fue violentamente arrebatado de la bandera. 

En Arévalo, a catorce de abril de 2022.

L. J. Martín.

 

Lectura recomendada: 

- Las cinco novelas de los “Episodios de una guerra interminable” de Almudena Grandes.

- "Las bicicletas son para el verano" de Fernando Fernán Gómez.