“Cuanto más conozco a las personas, más quiero a mi perro”.
Esta
frase, que puede parecer antisocial, se ha achacado a lo largo de la historia a
muy diversos autores, a Carlo Magno, a Lord Byron, hasta a Hitler.
Muchos
han pensado que Byron era el auténtico autor de la frase, por su carácter
libertino y asocial respecto a la época que le tocó vivir. Al parecer, la
escribió en un poema dedicado a su perro. Yo no lo he encontrado en redes. A lo
mejor algún anglófono, o algún especialista en literatura inglesa, puede decirnos si
esos versos de Byron, con esa frase en concreto, existen realmente. En cambio,
sí he encontrado un poema, lleno de sentimiento y crítica social, dedicado como
elegía a su perro Boatswain:
Cerca
de este lugar
reposan
los restos de un ser
que
poseyó la belleza sin la vanidad,
la
fuerza sin la insolencia,
el
valor sin la ferocidad,
y
todas las virtudes del hombre sin sus vicios.
Este
elogio, que constituiría una absurda lisonja
si
estuviera escrito sobre cenizas humanas,
no
es más que un justo tributo a la memoria de
Boatswain,
un perro
nacido
en Newfoundland, en mayo de 1803
y
muerto en Newstead Abbey, el 18 de noviembre de 1808.
Cuando
algún orgulloso humano regresa a la Tierra,
desconocido
para la Gloria, pero ayudado por su nacimiento,
el
arte del escultor agota las pompas de dolor
y
los ataúdes conmemoran a quienes descansan allí.
Cuando
todo terminó, sobre la tumba se ve
no
lo que él fue, sino lo que debió haber sido.
Pero
el pobre Perro, en vida el amigo más fiel,
el
primero en saludarte, el más dispuesto a defenderte
cuyo
honesto corazón es propiedad de su dueño
quien
trabaja, pelea, vive, respira por él
cae
sin honores, sin que nadie note su valía,
y
el alma que lo acompañó en la Tierra es rechazada en el Cielo
mientras
que el hombre, ¡vano insecto!, desea ser perdonado,
y
reclama un Cielo exclusivo para él.
¡Tú,
hombre! Débil inquilino de una hora
desmoralizado
por la esclavitud, corrompido por el poder
Quien
te conozca bien se alejará de ti con disgusto
¡Masa
degradada de polvo animado!
¡Tu
amor es lujuria, tu amistad es un engaño,
tu
lengua es hipocresía, tu corazón es una mentira!
Vil
por naturaleza, tu nobleza es sólo de nombre
cualquier
bestia gentil puede hacerte sonrojar por la vergüenza.
Tú,
a quien el azar ha traído ante esta simple urna,
sigue
de largo, ella no se levanta en honor de nadie a quien quieras llorar.
Estas
piedras se levantan para señalar los restos de un amigo;
solo uno conocí y aquí yace.
Byron
tiene otras frases ingeniosas que critican a la sociedad o a sus relaciones con
las personas, al menos en el momento en el que fueron escritas: “Solo salgo para renovar la necesidad de
estar solo”.
Pero
lo cierto es que ni Byron, ni Hitler, ni Carlo Magno fueron los autores de esta
frase, pues, al parecer, el primero en
pronunciarla fue el filósofo cínico Diógenes.
Cuando Diógenes
fue expulsado de Sinope, su pueblo natal, y llegó a Atenas, solo tenía un
manto, que le cubría a duras penas, un báculo, que le ayudaba a caminar, y,
colgando de él, un cuenco de barro con el que saciaba su sed en fuentes y
arroyos. Hasta que un día vio a un niño que bebía utilizando sus manos. Entonces,
le dio el cuenco y bebió como su perro.
Dormía
con su perro en una vieja tinaja, de ahí el origen del nombre de la corriente
filosófica que practicaba, la cínica,
pues en griego kyon es perro y kinico (cínico) sería perruno, es decir,
que lleva la misma vida que un perro.
Vivió con
la idea cínica de autosuficiencia: una vida frugal, natural e independiente a los
lujos de la sociedad. Según Diógenes, la virtud es el soberano bien. Los
honores y las riquezas son falsos bienes que hay que despreciar. El principio
de su filosofía consiste en renunciar a lo convencional y oponer a ello su
naturaleza. El sabio debe tender a liberarse de sus deseos y reducir al
mínimo sus necesidades.
Diógenes, el cínico, vivió
hace casi 2500 años en Grecia y jamás escribió nada. Todo lo que ha llegado hasta
nuestros días fue recopilado siglos después por el historiador Diógenes Laercio,
que fue biógrafo de muchos filósofos clásicos de la antigua Grecia.
Ya entonces, Diógenes de Sinope dijo que la civilización y su forma de vida era un
mal y que la felicidad venía dada siguiendo una vida simple y acorde con la
naturaleza. De día solía caminar por las calles de Atenas con un candil “buscando hombres honestos”.
Su vida siempre fue ejemplo de libertad, con una conducta radical,
algo desvergonzada, con ataques constantes a las tradiciones, al modo de vida y
a la sociedad de la época.
Sea
como fuera, tanto Byron como Diógenes fueron dos personas molestas para la
sociedad en la que vivieron porque decían verdades incómodas. Fueron heterodoxos en su época, evitaron
el aborregamiento, fueron ovejas descarriadas, se alejaron del rebaño, se convirtieron en la
oveja negra de su época.
Aunque, también descubrieron, cada uno por su lado, que el hecho de que una oveja
vaya por un sitio distinto al del resto del rebaño, no implica que sea rara. Tal vez, los raros sean los que van dentro del rebaño, porque,
renunciando a su libertad, siguen el camino que les ordena una sola persona, su
dueño.
Tal vez, esa sociedad, criticada ya por Diógenes hace 2500 años y por Byron hace 200
años, que premia el aborregamiento o el alejarse de la naturaleza, y castiga la
libertad individual y el respeto al medio ambiente, no es tan distinta a la actual, inmersa en acaparar todo tipo de bienes, aunque sean innecesarios, a costa de esquilmar recursos naturales o pueblos que vivían en sintonía con natura.
Ojalá los candiles que iluminan por miles nuestras calles en estos días, nos sirvan, como a Diógenes, para encontrar hombres honestos.
En Arévalo, a diecinueve de diciembre de 2021.
Luis J. Martín.