domingo, 19 de diciembre de 2021

Entre perros y cínicos.


Perro moloso, escultura de la antigua Grecia, Atenas, 320 AC.

 

“Cuanto más conozco a las personas, más quiero a mi perro”.

 

Esta frase, que puede parecer antisocial, se ha achacado a lo largo de la historia a muy diversos autores, a Carlo Magno, a Lord Byron, hasta a Hitler.

Muchos han pensado que Byron era el auténtico autor de la frase, por su carácter libertino y asocial respecto a la época que le tocó vivir. Al parecer, la escribió en un poema dedicado a su perro. Yo no lo he encontrado en redes. A lo mejor algún anglófono, o algún especialista en literatura inglesa, puede decirnos si esos versos de Byron, con esa frase en concreto, existen realmente. En cambio, sí he encontrado un poema, lleno de sentimiento y crítica social, dedicado como elegía a su perro Boatswain:

Cerca de este lugar

reposan los restos de un ser

que poseyó la belleza sin la vanidad,

la fuerza sin la insolencia,

el valor sin la ferocidad,

y todas las virtudes del hombre sin sus vicios.

 

Este elogio, que constituiría una absurda lisonja

si estuviera escrito sobre cenizas humanas,

no es más que un justo tributo a la memoria de

Boatswain, un perro

nacido en Newfoundland, en mayo de 1803

y muerto en Newstead Abbey, el 18 de noviembre de 1808.

 

Cuando algún orgulloso humano regresa a la Tierra,

desconocido para la Gloria, pero ayudado por su nacimiento,

el arte del escultor agota las pompas de dolor

y los ataúdes conmemoran a quienes descansan allí.

Cuando todo terminó, sobre la tumba se ve

no lo que él fue, sino lo que debió haber sido.

 

Pero el pobre Perro, en vida el amigo más fiel,

el primero en saludarte, el más dispuesto a defenderte

cuyo honesto corazón es propiedad de su dueño

quien trabaja, pelea, vive, respira por él

cae sin honores, sin que nadie note su valía,

y el alma que lo acompañó en la Tierra es rechazada en el Cielo

mientras que el hombre, ¡vano insecto!, desea ser perdonado,

y reclama un Cielo exclusivo para él.

 

¡Tú, hombre! Débil inquilino de una hora

desmoralizado por la esclavitud, corrompido por el poder

Quien te conozca bien se alejará de ti con disgusto

¡Masa degradada de polvo animado!

¡Tu amor es lujuria, tu amistad es un engaño,

tu lengua es hipocresía, tu corazón es una mentira!

 

Vil por naturaleza, tu nobleza es sólo de nombre

cualquier bestia gentil puede hacerte sonrojar por la vergüenza.

Tú, a quien el azar ha traído ante esta simple urna,

sigue de largo, ella no se levanta en honor de nadie a quien quieras llorar.

Estas piedras se levantan para señalar los restos de un amigo; 

solo uno conocí y aquí yace.

 

Poeta inglés Lord Byron. (Richard Westall, óleo sobre lienzo, 1813).

Byron tiene otras frases ingeniosas que critican a la sociedad o a sus relaciones con las personas, al menos en el momento en el que fueron escritas: “Solo salgo para renovar la necesidad de estar solo”.

Pero lo cierto es que ni Byron, ni Hitler, ni Carlo Magno fueron los autores de esta frase, pues, al parecer, el primero en pronunciarla fue el filósofo cínico Diógenes.

Cuando Diógenes fue expulsado de Sinope, su pueblo natal, y llegó a Atenas, solo tenía un manto, que le cubría a duras penas, un báculo, que le ayudaba a caminar, y, colgando de él, un cuenco de barro con el que saciaba su sed en fuentes y arroyos. Hasta que un día vio a un niño que bebía utilizando sus manos. Entonces, le dio el cuenco y bebió como su perro.

Dormía con su perro en una vieja tinaja, de ahí el origen del nombre de la corriente filosófica que practicaba, la cínica, pues en griego kyon es perro y kinico (cínico) sería perruno, es decir, que lleva la misma vida que un perro.

Diógenes y su perro en la tinaja. (Jean-Léon Gérôme,1860).

Vivió con la idea cínica de autosuficiencia: una vida frugal, natural e independiente a los lujos de la sociedad. Según Diógenes, la virtud es el soberano bien. Los honores y las riquezas son falsos bienes que hay que despreciar. El principio de su filosofía consiste en renunciar a lo convencional y oponer a ello su naturaleza. El sabio debe tender a liberarse de sus deseos y reducir al mínimo sus necesidades.

Diógenes, el cínico, vivió hace casi 2500 años en Grecia y jamás escribió nada. Todo lo que ha llegado hasta nuestros días fue recopilado siglos después por el historiador Diógenes Laercio, que fue biógrafo de muchos filósofos clásicos de la antigua Grecia.

Ya entonces, Diógenes de Sinope dijo que la civilización y su forma de vida era un mal y que la felicidad venía dada siguiendo una vida simple y acorde con la naturaleza. De día solía caminar por las calles de Atenas con un candil “buscando hombres honestos”.

Representación de Diógenes con su candil. (Giambattista Langetti, SXVII).

Pasó un ministro del emperador y le dijo: ¡Ay, Diógenes! Si aprendieras a ser más sumiso y a adular más al emperador, no tendrías que comer tantas lentejas. Diógenes contestó: Si tú aprendieras a comer lentejas no tendrías que ser sumiso y adular tanto al emperador”. 

Su vida siempre fue ejemplo de libertad, con una conducta radical, algo desvergonzada, con ataques constantes a las tradiciones, al modo de vida y a la sociedad de la época.

Sea como fuera, tanto Byron como Diógenes fueron dos personas molestas para la sociedad en la que vivieron porque decían verdades incómodas. Fueron heterodoxos en su época, evitaron el aborregamiento, fueron ovejas descarriadas, se alejaron del rebaño, se convirtieron en la oveja negra de su época.

Aunque, también descubrieron, cada uno por su lado, que el hecho de que una oveja vaya por un sitio distinto al del resto del rebaño, no implica que sea rara. Tal vez, los raros sean los que van dentro del rebaño, porque, renunciando a su libertad, siguen el camino que les ordena una sola persona, su dueño. 

Tal vez, esa sociedad, criticada ya por Diógenes hace 2500 años y por Byron hace 200 años, que premia el aborregamiento o el alejarse de la naturaleza, y castiga la libertad individual y el respeto al medio ambiente, no es tan distinta a la actual, inmersa en acaparar todo tipo de bienes, aunque sean innecesarios, a costa de esquilmar recursos naturales o pueblos que vivían en sintonía con natura.

Ojalá los candiles que iluminan por miles nuestras calles en estos días, nos sirvan, como a Diógenes, para encontrar hombres honestos.


En Arévalo, a diecinueve de diciembre de 2021.

Luis J. Martín.


Diógenes de Sinope, el cínico. (Escultura clásica. Museo Vaticano).