Por Luis José Martín García-Sancho
Macho de avutarda. Luis J. Martín
Ha
resultado agradable reencontrarme con las avutardas, a las que había olvidado
desde octubre. Casi cinco meses sin visitar el área de Madrigal - Peñaranda.
He experimentado una alegría de
principiante al observar una bandada de sesenta y dos machos adultos de
avutarda, que es la mayor que yo recuerdo de estas características. Fue al
final de la tarde, en la hora mágica del crepúsculo, cuando la enorme esfera
anaranjada se oculta tras el inmenso e interminable horizonte, apenas roto por
la imperceptible elevación del cerro mondo y romo de Monte Rabudo. Inmensos
campos verdes se oscurecen mientras don sol se oculta.
Antes de llegar me acordé de los
machos que había visto en multitud de ocasiones en aquel sitio. Un macho
solitario en vuelo me recordó el lugar: el
camino de Otar. Y ahí estaban, donde acaba el camino. Sesenta y dos machos
adultos con el espectacular colorido del plumaje de celo, incrementado por la
luz misteriosa del atardecer.
Allí estaban. Esperándome. Tranquilos.
A pesar del chapoteo que producían las
piedras que David lanzaba al gran
charco del final del camino como ruidosa diversión, esta vez no se espantaban.
Ahí permanecían a pesar de los años transcurridos.
Sólo ellos y yo sabíamos por qué nos
encontrábamos allí, agrupados, en aquel preciso momento.
No saqué el telescopio. No hacía
falta.
12
de marzo de 1995 (con Ana, David y María)
Fragmento
del cuaderno de campo nº 9.
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