martes, 22 de julio de 2014

CAMINO DE OTAR


Por Luis José Martín García-Sancho
Macho de avutarda. Luis J. Martín
 
Ha resultado agradable reencontrarme con las avutardas, a las que había olvidado desde octubre. Casi cinco meses sin visitar el área de Madrigal - Peñaranda.
            He experimentado una alegría de principiante al observar una bandada de sesenta y dos machos adultos de avutarda, que es la mayor que yo recuerdo de estas características. Fue al final de la tarde, en la hora mágica del crepúsculo, cuando la enorme esfera anaranjada se oculta tras el inmenso e interminable horizonte, apenas roto por la imperceptible elevación del cerro mondo y romo de Monte Rabudo. Inmensos campos verdes se oscurecen mientras don sol se oculta.
            Antes de llegar me acordé de los machos que había visto en multitud de ocasiones en aquel sitio. Un macho solitario en vuelo me recordó el lugar: el camino de Otar. Y ahí estaban, donde acaba el camino. Sesenta y dos machos adultos con el espectacular colorido del plumaje de celo, incrementado por la luz misteriosa del atardecer.
            Allí estaban. Esperándome. Tranquilos.
            A pesar del chapoteo que producían las piedras que David  lanzaba al gran charco del final del camino como ruidosa diversión, esta vez no se espantaban. Ahí permanecían a pesar de los años transcurridos.
            Sólo ellos y yo sabíamos por qué nos encontrábamos allí, agrupados, en aquel preciso momento.
            No saqué el telescopio. No hacía falta. 

12 de marzo de 1995 (con Ana, David y María)
Fragmento del cuaderno de campo nº 9.

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