jueves, 12 de octubre de 2017

LA PICOTA



No sé muy bien por qué el otro domingo al pasear por la calle Santa María al Picote, una zona plácida y tranquila de Arévalo, recordé brevemente la historia de nuestra querida España.
Por los territorios que atraviesa esta calle, este pueblo y alrededores fuimos neandertales y cromañones nómadas, tras hacernos sedentarios fuimos celtas, íberos, vacceos, romanos, hispanos, lusitanos, visigodos, cordobeses, asturianos, leoneses, castellanos, aragoneses, españoles, castellanoviejos, castellanoleoneses… hemos pretendido ser mucho españoles y más españoles que el resto en esta “tierra de conejos” con que nos bautizaron los viajeros fenicios. Sí amigos, nuestra querida España debe su nombre a marineros y comerciantes procedentes del actual Líbano, curioso.
A veces me pregunto si lady Dolores no abrió la caja de los truenos con aquello del despido en diferido de un miembro de su partido llamado Luis, el cual, además, debía ser fuerte por consejo presidencial. Y, desde entonces, se empezó a escribir el guion del sainete del reino de España en el que ahora estamos inmersos. Porque aquel proceso en diferido que ni mi lady con su abogacía del Estado a cuestas era capaz de explicar con coherencia, parece que convenció a la Tesorería de la Seguridad Social, a la Hacienda pública, a la Justicia, al mismísimo Estado español.
Desde entonces, los de otras nacionalidades españolas recogidas en la Constitución se debieron de empezar a frotar las manos: “Oye tú, que aquello de España nos roba puede dar sus frutos y podemos irnos pasito a pasito, despacito, en diferido”. Claro, pensarían, si al actual partido en el poder le ha servido para eludir al mazo de la Justicia o la mano larga del Estado, a nosotros también nos ha de valer, el primer paso ya lo han dado ellos con esta simulación de simulación en diferido y en partes.
Aunque aquello de España nos roba de otras comunidades históricas se podría aplicar también aquí, los castellanos solemos subir al poder a quien más nos roba, a nosotros, a todos, y defendemos el derecho a que nos roben los nuestros con uñas y dientes, palabras feroces y condenas a muerte, afortunadamente, esto último solo de palabra. Aunque creo entender, por la rotundidad y el fervor con que últimamente se dice eso de que le corten la cabeza o lindezas similares, que a muchos castellanos de estas tierras pertenecientes al reino de España, realmente les gustaría que se aplicara la decapitación o la pena de muerte a quien, sencillamente, piensa o habla de manera distinta.
No sé, tal vez debamos recuperar la picota o, mejor aún, ahora que se acerca el invierno la hoguera y, también, sacar tanques y batallones a las calles. Sí, qué duda cabe, eso tranquiliza mucho.
Aunque si la solución es tanques contra urnas, estamos apañados. Me pregunto si quizás de castellanoviejos o castellanoleoneses hayamos pasado a castellanofanáticos o a castellanoretrógrados, no sé, pero eso sí, siempre, siempre, pertenecientes al sacrosanto e indivisible reino de España.
Vaya, he dicho urnas, con lo bien que iba al final se me ha calentado la boca, creo que ya tenéis con quien estrenar la picota o prender la lumbre. Aunque muchos de los que vivimos la transición de una larga y férrea dictadura a la Democracia aprendimos que el poder en el reino de España no le tiene el rey, ni el presidente, ni el president, sino que emana del pueblo a través de las urnas, única manera legítima de ejercer la voluntad popular. Y, ante esto, lo único que deben hacer president, presidente o rey es acatar las órdenes de un Estado formado por todos los españoles, todos, aunque resulte contradictorio incluidos los que quieren dejar de serlo.

En Arévalo, a doce de octubre de 2017 (¿o debería ser 1017?)
Luis José Martín García-Sancho.


martes, 10 de octubre de 2017

EN EL LÍMITE


EN EL LÍMITE

He estado en el límite del mundo,
allí donde no puedes seguir,
solo volver, o morir.
Al principio asusta, da vértigo.
Muchos huyen, no aguantan
la tensión de poder caer
a la nada más absoluta.
Pero me he acostumbrado,
me he acomodado
en un pensamiento sereno,
que flotaba suspendido,
y he observado la inmensidad
de la nada desde una atalaya
inexpugnable.
Con ojos cerrados, he contemplado
lo que sucede al otro lado
y lo que sucede en este.
Al otro lado, nada de nada,
en este todo, lo mejor y lo peor.
He sido testigo
de las mejores alegrías,
el aroma de un árbol florido,
los trinos de las aves en celo,
el murmullo del agua en el río,
la comida diaria de una casa,
el nacimiento de un niño querido,
las tiernas caricias de los amantes,
la victoria de la paz
sin librar batalla,
la libertad agitando
una bandera transparente.
También he sido testigo
de los peores horrores,
bosques arrasados,
cauces polvorientos,
niños que nacen entre bombas,
la mesa de una casa sin comida,
amantes separados por el odio,
la victoria de una guerra permanente,
la libertad envuelta
en miles de colores que la asfixian.

He ido al límite del mundo,
allí donde no puedes seguir
solo volver o morir.
Y he vuelto,
aún no he muerto,
he vuelto para contarlo,
para contar lo que vi,
pero nadie me cree,
no miento,
he vuelto para ser libre,
he vuelto para vivir.

En Arévalo, a nueve de octubre de 2017.

Luis José Martín García-Sancho

foto Internet.





lunes, 2 de octubre de 2017

HACE FRÍO



HACE FRÍO.

Hace frío,
cuarenta grados al sol,
no hay sombra,
pero hace frío,
un frío intenso que hiela
la sangre en las venas.
No hay sombra solo sol,
no hay árboles ni nada,
pero el frío arrecia
y deja los dedos secos
y los labios que dan besos.
Cuarenta grados al sol,
la gente busca la sombra
para calentarse un poco
para acercarse
los unos a los otros,
pero no hay sombra,
ni árbol, ni nada
y la gente pasa deprisa,
a pasos lentos, pesados,
no tienen donde reunirse,
solo andan, no se detienen.
Cuarenta grados al sol,
no hay sombra,
solo solana,
no hay nada,
hace frío.

Arévalo, a veintidós de agosto de 2017.
Luis José Martín García-Sancho.

foto freepik