martes, 31 de julio de 2018

EL CORREDOR DEL ADAJA.




EL ESPACIO NATURAL INEXISTENTE.


Luis José Martín García-Sancho.


El río Adaja es un espacio de enorme valor natural y que está protegido con varias figuras legales, tales como Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) o Zona Especial de Conservación (ZEC) a lo largo de casi todo su recorrido en cumplimiento de la legislación europea: Directiva 2009/147/CE del Parlamento Europeo y del Consejo de 30 de noviembre de 2009 relativa a la conservación de las aves silvestres, conocida como “Directiva de aves” y Directiva 92/43/CEE del Consejo, de 21 de mayo de 1992, relativa a la conservación de los hábitats naturales y de la fauna y flora silvestres, conocida como la “Directiva de Hábitats”,  en cumplimiento de estas dos directivas se crea la Red Natura 2000 que no es otra cosa que el conjunto de áreas de conservación de la biodiversidad en la Unión Europea, a la que pertenece el río Adaja en casi la totalidad de su recorrido.
Y digo casi, porque hay un tramo que misteriosamente no está protegido y, por tanto, excluido de la Red Natura 2000. Concretamente, el tramo que atraviesa la Tierra de Arévalo, al norte de la provincia de Ávila: desde la dehesa de Olalla en el término de Mingorría, hasta el puente del ferrocarril situado al norte de Arévalo.


Río Adaja desde el pinar de Tiñosillos.

El río Adaja desde su nacimiento en las faldas del montañón de la Serrora en el término Villatoro ya es ZEC hasta la ciudad de Ávila. Nada más pasar la capital, concretamente en la presa de Fuentes Claras es ZEPA y ZEC tanto el propio río como los encinares que lo acompañan, hasta el término de Mingorría. Pero, de forma inexplicable, aguas abajo de la dehesa de Olalla carece de todo tipo de protección durante unos 37 Km, hasta que al norte de Arévalo, cuando abandona la provincia de Ávila, vuelve estar protegido con la figura de ZEC hasta su desembocadura en el Duero en el término de Villanueva de Duero.
En este tramo de casi 40 km parece que el corredor del Adaja, formado por el propio cauce del río, sus ricos bosques de ribera, sus profundas laderas y los pinares y encinares que lo acompañan, desaparecen para nuestros políticos que son los que deben hacer efectiva esa figura de protección, entre otras consideraciones, porque se trata de la misma unidad natural, paisajística e hidrogeológica que la zona que sí está protegida.


Enmarcado en amarillo el espacio natural desprotegido conocido como el Corredor del Adaja.

Desde la Alhóndiga hemos solicitado de forma reiterada la creación para este tramo del Adaja de la ZEPA y ZEC “Corredor del Adaja y Arevalillo” sin resultados hasta la fecha. Varios grupos ecologistas, culturales y multitud de particulares también lo han hecho, tanto por sentido común, como por motivos medioambientales o legales. Y se ha solicitado esta protección por ser la única zona forestal de entidad en muchos kilómetros a la redonda, en una comarca donde predominan muy mayoritariamente las zonas deforestadas destinadas al cultivo agrario. En la comarca de La Moraña que atraviesa este tramo del Adaja, solo el 3,3% del terreno es forestal, y solo una parte minoritaria de este es MUP.
También se ha solicitado esta protección, por tratarse de una zona arenosa donde las dunas fósiles del cuaternario, sobre las que se asientan estos bosques, suponen la mejor zona de recarga para el sobreexplotado y contaminado acuífero de Medina y de los Arenales, ya que la mayor parte del agua caída durante las precipitaciones pasa al subsuelo limpia al no entrar en contacto con los pesticidas agrarios.
También, por ser una zona donde habitan 27 especies de aves cuya conservación es prioritaria al estar incluidas en el Anexo I de la directiva de aves. Entre estas, las doce especies amenazadas nidificantes más representativas son: totovía, cogujada montesina, carraca, curruca rabilarga, martín pescador, búho real, halcón peregrino, águila calzada, milano negro, águila culebrera, milano real y águila imperial ibérica, estas dos últimas catalogadas en peligro de extinción.
Águila imperial adulta (Foto, Fernando López)

Y, también, por contar con, al menos, ocho tipos de hábitats naturales de interés comunitario cuya conservación requiere la designación de ZEC por estar recogidos en el anexo I de la Directiva de Hábitats y, por tanto, de conservación prioritaria. Como lo son: Pinares mediterráneos de pinos mesogeanos endémicos (código 9540). Bosques galería de Salix alba y Populus alba (código 92A0). Fresnedas termófilas de Fraxinus angustifolia (código 91B0). Encinares de Quercus ilex y Quercus rotundifolia (código 9340). Ríos, de pisos de planicie a montano con vegetación de Ranunculion fluitantis y de Callitricho-Batrachion (código 3260). Prados húmedos mediterráneos de hierbas altas del Molinion-Holoschoenion (código 6420). Matorrales arborescentes de Juniperus spp. (código 5210). Matorrales termomediterráneos y pre-estépicos (código 5330). Y otras especies de fauna amenazada como nutria, desmán ibérico, galápago leproso, sapillo pintojo, bermejuela, colmilleja, boga de río o calandino.

Pinares de pinos mesogeanos (Pinus pinaster).

Es, por tanto, mucho más que un corredor fluvial, porque tiene una masa continua de bosques de pino y encina con sotobosque mediterráneo que lo acompaña, porque sujeta suelos arenosos filtrando importantes cantidades de agua al acuífero, porque es la zona con mayor biodiversidad de la Moraña y Tierra de Arévalo y porque es el hábitat donde viven o sobreviven varias especies amenazadas o en peligro de extinción.
Por todo ello, es incomprensible que el corredor forestal de los ríos Adaja y Arevalillo a su paso por la Tierra de Arévalo aún no haya sido declarado ZEPA y ZEC. Y que los políticos de Castilla y León no hayan reparado en el sinsentido que supone dejar desprotegidos 40 km de la mejor calidad ambiental por oscuros e incomprensibles intereses políticos, electorales o empresariales… quizás la fallida e ilegal macro urbanización de Villanueva de Gómez, que iba a destruir 800 Ha. de este valioso espacio, sea el mejor ejemplo de lo dicho.
Por todo lo expuesto, el Corredor de los ríos Adaja y Arevalillo, a su paso por la comarca abulense de La Moraña, debe ser incluido en la Red Natura 2000 como ZEPA y ZEC de forma urgente, porque debió serlo desde el principio.

En Arévalo, a uno de junio de 2018.

Artículo publicado en el número 110 de la LLanura de Arévalo en julio de 2018.


Enlaces relacionados:


IMÁGENES DEL CORREDOR DEL ADAJA Y ARÉVALILLO


martes, 24 de julio de 2018

EL CANTOR DE LA VILLA

Plaza de la Villa de Arévalo. (Foto Luis J. Martín)



Rústico llegó una mañana, mediado el mes de marzo.
Había estado toda la noche viajando pero había merecido la pena. Las primeras luces de la mañana iluminaban las fachadas de la plaza castellana porticada. El rojo de la arcilla del ladrillo mudéjar se intensificaba en el alba y resaltaba sobre el entramado marrón de madera y las blancas hiendas de cal y arena.
Una fresca brisa subía desde el Adaja, se encajonaba en la calle de la lechuga y entraba en la plaza como un vendaval helado por la calle del clavel. Como tres gigantes, las esbeltas torres de dos iglesias medievales situadas en extremos opuestos proyectaban sus alargadas sombras hacia el oeste. El silencio casi absoluto fue roto un instante por el crotorar de una cigüeña de Santa María. No se veía a nadie por la calle. Solo un grupo de gorriones picoteaban unas migajas bajo uno de los balcones.
Escuchó al macho de colirrojo, trinaba de forma vehemente encaramado al tejado de la fachada opuesta. Cuando cambiaba de posición hacía vibrar las plumas caudales a modo de resorte, el rojo de su cola resplandecía como un semáforo en plena noche y contrastaba con el negro dominante del resto del cuerpo. Al sentir al colirrojo, algo se le revolvió por dentro, una especie de pinchazo en lo más profundo de sus vísceras. Sabía perfectamente lo que era. Conocía el remedio para tal hechizo. Solo tenía que cantar, tan alto como pudiese.


 Golondrina común (Hirundo rustica). (Foto Marc Delsalle)

Así que se posó en la barandilla de su balcón favorito y comenzó a cantar con fuerza, una y otra vez, su corta pero armoniosa estrofa de apasionado amor. Así se pasó casi toda la mañana, y parte de la tarde. Y al día siguiente vuelta a empezar, no debería perder las esperanzas. Hirunda pasó por la plaza al caer la tarde. Escuchó la corta pero insistente canción de su amado y, como cada año, se acercó embelesada al balcón contiguo. Rústico dejó de cantar al instante y se posó a su lado. Flamante, con su brillante plumaje, voló para capturar una polilla y se volvió a posar junto a su compañera. Hirunda dio un corto vuelo hasta los soportales donde había un desvencijado nido de barro, pelos y paja. Rústico la siguió, se metió en el nido y, tras un breve reconocimiento, ambos volaron hacia el Adaja.
Allí había otros cantores, carboneros, herrerillos, escribanos, currucas, petirrojos, chochines, mosquiteros, zarceros, bastardos, y aún faltaba el ruiseñor, el tenor del río, pero a Rústico no le molestaban, quizás lo hicieran mejor que él y sus trinos fueran más melodiosos y variados pero él era el cantor de la Villa, donde los miembros de esta coral riparia no se atrevían a entrar. La pareja cogió pellas de barro con su pico, los mezclaron con pelos de conejo, restos del banquete del águila calzada, y los llevaron hasta su nido bajo los soportales de la plaza.


Nido de golondrina común en Arévalo. (Foto Luis J. Martín)

Al amanecer del día siguiente copularon repetidas veces y en cada intervalo el cantor de la Villa se posaba en su balcón a emitir su eufórico canto. Mientras, la gata parda y negra no les quitaba ojo. Por la hermosa plaza castellana pasaba muy poca gente y nadie reparaba en los trinos de tan buen amante. Tan solo un viandante se percató y enfocó con su cámara al cantor. Pronto Hirunda puso siete huevos y dos semanas después salieron seis pollos. Las dos golondrinas cebaban a sus hijos con todo tipo de invertebrados que capturaban en vuelo. Hasta 550 cebas al día llegaban a dar a tan numerosa prole.
La gata parda y negra observaba los movimientos de la pareja. Si se acercaba demasiado al nido, tanto Hirunda como Rústico emitían reclamos de alarma para que sus hijos, que asomados al nido esperaban impacientes las capturas de sus padres, se escondieran dentro. A Las tres semanas de nacer los pollos ya estaban preparados para volar. La gata lo sabía y esperaba en los soportales relamiéndose. Rústico se posó en su balcón favorito para alertar a su compañera con repetitivos pitidos. No se percató que unos ojos verdes le observaban desde el interior de la casa abandonada tras la ventana entreabierta. Una de las hijas de la gata parda y negra se abalanzó como un rayo sobre él, no le dio tiempo a reaccionar. Pronto se oyeron maullidos y bufidos.
Esa tarde Rustico sirvió de cena a la camada de la gata parda y negra. A la mañana siguiente los seis pollos volaron y se posaron en fila sobre la barandilla del balcón desde el que les cantaba su padre.

En Arévalo, a dos de marzo de 2015
Luis José Martín García-Sancho.

Publicado en número 70 de La Llanura de Arévalo, en marzo de 2015.

Golondrina comun (Hirundo rustica), ilustración de Juan Varela


 Golondrina común (Hirundo rustica). (Foto Luis J. Martín)


Plaza de la Villa de Arévalo. (Foto Luis J. Martín)


Las Imágenes son propiedad de sus autores:
- LJM: Luis José Martín.
- Marc Delsalle.
- Juan Varela.



martes, 17 de julio de 2018

LUCHA DE GALÁPAGOS.





En esta foto se aprecia un galápago leproso (Mauremys leprosa), una especie de tortuga acuática de agua dulce autóctona en España, sur de Francia, Portugal y norte de África. Como todos los galápagos, se caracteriza por tener costumbres acuáticas, lo que le confiere una anatomía particular como, por ejemplo, el espaldar, o parte superior del caparazón, es más plano que el de sus parientes las tortugas terrestres y, también, posee una membrana entre los dedos de las patas anteriores y posteriores que le facilitan la natación. La foto está tomada en una charca del río Arevalillo en 2012.
El curioso nombre de leproso le viene dado desde que Schweigger lo clasificó en 1821, porque observó la aparición de pequeños nódulos o verrugas en el caparazón de algunos ejemplares viejos. También por la proliferación de algas en el espaldar, cola y patas traseras, descrita por primera vez por Gadow en 1901, que le confieren un aspecto leproso.
Al principio dije que el galápago leproso es autóctono, supongo que todos ustedes saben el significado de este término, pero por si alguien no lo sabe, decir que se aplica a aquellos individuos o elementos que han nacido o se han originado en la misma zona geográfica en la que viven. En España hay dos especies de galápagos autóctonas, el leproso y el europeo, ambas protegidas e incluidas en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas. Lo contrario de autóctono es alóctono, es decir, que no es originario del lugar en que se encuentra, también se utiliza el término foráneo, que quiere decir de fuera, forastero, extraño.

Galápago de Florida, foto tomada en la misma charca del río Arevalillo que la anterior pero en 2018.

En esta segunda foto se aprecia un galápago de Florida (Trachemys scripta elegans) que es una especie de tortuga acuática procedente de América del Norte, foránea en resto del mundo donde ha sido introducida en la naturaleza por los humanos de forma masiva. Por lo tanto, cuando se suelta al medio natural fuera de su área de distribución se convierte en una especie exótica e invasora. Su aspecto a primera vista es muy parecido al de nuestro galápago leproso, pero presenta algunas singularidades como las rayas de colores bien visibles tanto en patas como en cuello, que van desde el amarillo limón hasta el rojo, pasando por tonos anaranjados. Es especialmente llamativa una gran franja amarilla que, desde la parte posterior e inferior del ojo, llega hasta el cuello. También es característica una mancha anaranjada o roja en la zona del tímpano. Aunque es difícil de ver, el peto, o parte inferior del caparazón, en el de Florida presenta un marcado contraste entre colores claros como el amarillento o marfil hasta el marrón oscuro casi negro, siendo mucho más homogéneo en los galápagos autóctonos.
En la década de los 90, el galápago de Florida, originario de Estados Unidos y Méjico, se comercializó en España como mascota. Debido a su pequeño tamaño de unos cuatro o cinco centímetros y a su bajo coste, se vendieron varios cientos de miles de esta simpática tortuguita, a la que era muy fácil y barato mantener. Lo que no sabían sus compradores era la longevidad de este quelonio, el tamaño que llegan a alcanzar, su voracidad e, incluso, su agresividad.
Pasados los años, el destino de la gran mayoría de los galápagos de Florida, vendidos como pequeña mascota, ha sido su puesta en libertad por parte de sus propietarios, cansados ya del “juguetito”. Por lo que han invadido literalmente ríos y zonas húmedas de todo el territorio nacional, convirtiéndose en una peligrosa especie invasora.
En libertad, el galápago de Florida desplaza a los galápagos autóctonos, los expulsa de sus territorios habituales. Es una especie mucho más agresiva, por lo que se apodera de los mejores lugares de alimentación y solana. Al ser especies de sangre fría, los galápagos pasan una buena parte del día tomando el sol, es vital para su supervivencia. Por tanto, al adueñarse el galápago de Florida de los mejores sitios, los más soleados y tranquilos, hace desaparecer, debilita, o condena a muerte a los galápagos autóctonos.

Galápago de Florida tomando el sol en una charca del río Arevalillo en Arévalo. Foto actual.

También gana el de Florida a nivel reproductor, pues es fértil antes que nuestros galápagos y, además, tiene una mayor tasa reproductora y éxito reproductor, pues se apodera de los mejores sitios de desove, que suelen ser zonas soleadas con arenas profundas donde, como todas las especies de tortugas, escavan un hoyo y depositan sus huevos.
También el tamaño importa, ya que el de Florida crece más rápido y alcanza mayor tamaño que nuestros galápagos, lo que, unido a su agresividad, lo convierten en el dueño de la charca.
Además, es posible que sean la causa de introducción de bacterias patógenas, como Aeromonas hydrophilaCitrobacter freundii, Pseudomonas sp. y otros microorganismos causantes de enfermedad, debilitamiento e, incluso, muerte para otras especies de tortugas de agua dulce.

Que el galápago de Florida hace desaparecer al galápago leproso es ya un hecho en Arévalo. Las fotos anteriores están tomadas en el río Arevalillo y en la misma charca. Entre estas fotos apenas han pasado seis años, suficientes para que el galápago de Florida, de unos trece o catorce centímetros de tamaño, haya hecho desaparecer a un gran ejemplar de galápago leproso, de más de veinte centímetros, que vivía allí desde hacía muchos años.

Galápago leproso en la misma charca del río Arevalillo. La foto es de hace seis años, hoy ya no existe.

Esto podría haberse evitado, simplemente, si los propietarios del galápago invasor, en lugar de soltarlo, lo hubieran entregado en un centro receptor de fauna o hubieran pedido consejo a los Agentes Medioambientales. 
Antes de soltar un galápago de Florida, debe tener en cuenta que está prohibido por estar catalogado como una especie exótica e invasora. Y que las especies exóticas invasoras (EEI) constituyen una de las principales causas de pérdida de biodiversidad en el mundo.
La Ley 42/2007, de 13 de diciembre, del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad, define una EEI como “aquella que se introduce o establece en un ecosistema o hábitat natural o seminatural y que es un agente de cambio y amenaza para la diversidad biológica nativa, ya sea por su comportamiento invasor, o por el riesgo de contaminación genética”.
Con la aprobación del Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras (Real Decreto 630/2013), y la inclusión del galápago de Florida en el mismo, queda prohibida la posesión, transporte, tráfico y comercio de ejemplares vivos o muertos y su introducción en el medio natural.
Por lo tanto, desde el punto de vista legal, actualmente está prohibida la venta del galápago de Florida, su tenencia y, también, su puesta en libertad, existiendo centros donde los recogen de forma desinteresada. Por lo tanto, si se cansa de su mascota o no puede seguir manteniéndola, no la suelte, porque está demostrado que es una amenaza para la biodiversidad y, además, está prohibido. Puede entregar su galápago de Florida o cualquier otra especie exótica en el Centro de Recuperación y Recepción de Animales Silvestres de Valladolid que se encuentra en la Cañada Real, nº 306 -308 (Teléfono: 983410587).
De la misma manera, si detecta cualquier tortuga de esta especie en el medio natural debe ponerlo en conocimiento de las autoridades con competencia en Medio Ambiente: Agentes Medioambientales dependientes de la comunidad autónoma, o Agentes del SEPRONA pertenecientes a la Guardia Civil. (Teléfonos de contacto: Oficina de Medio Ambiente de Arévalo: 920302300 en la que atienden solo los martes de 10 a 14 horas; Servicio Territorial de Medio Ambiente de Ávila:920355201; Guardia Civil: 062).
Cuando compre un animal tenga en cuenta el tiempo que va a vivir, el trabajo que le va a dar, en cuanto a cuidados, alimentación y limpieza, y el tamaño que va a alcanzar. Jamás regale una mascota sin saber si su receptor va a hacerse responsable de ella.
Una mascota lo es para toda la vida.


En Arévalo, a quince de julio de 2018.
Luis José Martín García-Sancho.

Como era de esperar, la lucha entre galápagos por esta charca del río Arevalillo la ha ganado el galápago de Florida, la especie invasora. Lástima, podría haberse evitado.




miércoles, 11 de julio de 2018

PASEANDO CON MAROLO PEROTAS

Marolo Perotas Muriel.


CON MAROLO PEROTAS EN EL RINCÓN DEL DIABLO.

Una de las “Rimas callejeras” del cronista y escritor arevalense Marolo Perotas Muriel (Arévalo, 1896 – 1969) es el romace que dedica al Puente de los Barros. El poema empieza así:
“Podemos asegurar
sin temor a equivocarnos
que uno de los monumentos
más viejos y despreciados
de nuestra hidalga ciudad
es el Puente de los Barros.”

A lo largo del poema hace una descripción detallada, no solo del puente, sino también de su entorno inmediato y de otros elementos presentes en el paisaje como la vegetación propia del lugar.
He leído el poema en varias ocasiones, pero al releerlo hoy me he interesado especialmente por el significado de algunas palabras utilizadas en el texto.
En el fragmento que reproduzco a continuación utiliza la palabra “Oraño”:

“El sujeto se ocultaba
siempre en el rincón más alto
del lienzo de la muralla
por almenas flanqueado,
y desde allí vigilaba
los caminos del Oraño.
He ahí por qué al rincón
que hay detrás de casa Hurtado
el pueblo, por tradición,
le llame «El rincón del Diablo».”

Puente de los Barros y Rincón del Diablo

La palabra Oraño como tal no existe en ninguno de los diccionarios que tengo a mano: Diccionario de la Lengua Española y María Moliner. Hasta ahora había pensado que al decir: “los caminos del Oraño”, se refería a los caminos del oeste y más sabiendo que todos los caminos que concurren en el puente de los Barros vienen del poniente arevalense.
Otra posibilidad era que El Oraño fuera el nombre de un lugar, es decir, un topónimo situado al oeste de Arévalo, pero he buscado en varios mapas y no he encontrado referencia alguna a ningún lugar que reciba ese nombre en los términos de Arévalo, Aldeaseca o Nava de Arévalo.


Topónimos situados al oeste de Arévalo, hacia el término de Aldeaseca

Recientemente, curioseando en diccionarios y redes, la teoría de punto cardinal ha sido reforzada por el hecho de que oraño se utiliza en un lenguaje criollo, conocido como papiamento, hablado en varias regiones de América del sur, para referirse al color anaranjado y también al dorado de la puesta de sol, es decir del poniente, tal y como escribe el autor al describir el paisaje que se observa desde el rincón del Diablo en uno de los últimos versos “Sol poniente, sol dorado”. Por lo que oraño podría derivar de color oro, es decir dorado.
Pero ayer un amigo natural de Aldeaseca, para más señas José Fabio López Sanz, me dice que, aunque el topónimo de “El Oraño” no venga en los mapas, sí existe en la memoria de los labradores y viejos del lugar. Según Fabio, se sitúa entre los términos de Arévalo y Aldeaseca, concretamente, al sur de la desaparecida fuente de los Lobos, al final del camino conocido como “del Lavajuelo”, que desde la Caminanta se dirige recto hacia el oeste y que al pasar al término de Aldeaseca recibe el nombre “camino de las Monjas” o “parada de las Mulas”, seguramente, porque el mencionado camino acaba en Langa donde antaño se celebraba un afamado mercado de mulas. Por todo lo dicho, se trata de un paraje situado al oeste de Arévalo y, por tanto, los caminos del Oraño, o del dorado poniente, se divisan perfectamente desde el Rincón del Diablo.
Zona entre Arévalo y Aldeaseca conocida como "El Oraño" desde el camino del Lavajuelo

Un poco más adelante hace una descripción de la vegetación del río Arevalillo citando la palabra “verguerón”:

“Chopos, verguerones, álamos.
El mezquino «Arevalillo»
vierte chorros plateados
por la incipiente pesquera.”

La palabra verguerón, como tal, no viene en el diccionario. Sí Existe “verguear”: varear, sacudir con verga o vara. Que a su vez viene de verga que, aparte de pene, es vara. De ahí, por tanto, se puede deducir que “verguerón” es el árbol o arbusto que produce varas, como lo son varias especies del género Salix, es decir los sauces.


Grupo de sauces entre el molino de Valencia y el puente de los Barros.

Al indagar sobre la palabra verguerón he recordado otra palabra que busqué hace años sin resultados: el topónimo “La Verguería” asociado al río Adaja. Bastantes personas de Arévalo asocian este lugar al tramo del Adaja situado entre Arévalo y Donhierro que se encuentra al norte del cerro Cantazorras, pero el enclave como tal no existe en los mapas. Sí existe, en cambio, el topónimo “La Alberguería” en la zona del Adaja perteneciente a Donhierro y el lugar conocido como “Casa de la Alberguería”: una serie de construcciones ruinosas situadas al norte del término de Arévalo que se localizan entre el río Adaja y la vía pecuaria conocida como Cordel Real de Merinas, en su tramo de Arévalo al Puente Runel.


La "Verguería" podría situarse entre Cantazorras y las casas de la Alberguería, entre el Adaja y el Cordel Real de Merinas.

Por lo tanto, al no venir “La Verguería” en los mapas pensé que podría ser una deformación de “La Alberguería” que sí viene. Pero ahora, después de profundizar en el poema de Perotas, tengo mis dudas y pudiera ser que “La Verguería” pueda ser un lugar donde abundan los “verguerones”, que producen vergas o varas, es decir los sauces que en esta zona del Adaja al norte de Cantazorras, ciertamente, abundan.

El poema acaba con otra palabra desconocida para mí y que tampoco viene en el diccionario, se trata de “cardoncha”:

“Golondrinas y vencejos.
Cardonchas en el ribazo.
Ovejas rebuscadoras.
Sol poniente, sol dorado.
Visión admirable y pura
de un paisaje castellano.”

Cardo de cardador o cardencha.

Aunque este término, sí viene en algunas enciclopedias o guías botánicas para referirse a la cardencha o cardo de cardador (Dipsacus fulloum) que es el cardo que se utilizaba antiguamente para cardar tejidos, trabajo también conocido como perchar o afelpar. Y este cardado, perchado o afelpado se hacía precisamente golpeando con insistencia el paño con la inflorescencia de esta especie de cardo, ya que cada involucro termina en una especie de gancho o anzuelo ideal para esta tarea. Por tanto, la palabra cardar viene de cardo, concretamente de esta especie de cardo.
Precisamente, el cardo de cardador es bastante abundante en el tramo del río Arevalillo descrito en su poesía entre el molino Valencia y el puente de los Barros.
Grupo de cardos de cardador o "cardonchas" junto al molino Valencia.

Por lo tanto, leyendo o releyendo a nuestros antiguos autores, a nuestros viejos poetas, podemos conocer cómo era el paisaje en el momento en que ellos lo describían, cómo se encontraba nuestro patrimonio monumental o natural y, también, palabras o localismos que al caer en desuso han sido olvidadas pero que pertenecen, igualmente, a nuestro patrimonio cultural. Un patrimonio que fue contado de forma magistral por Marolo Perotas Muriel, un arevalense universal, desde el alba hasta el oraño.

En Arévalo, a 10 de julio de 2018.
Luis José Martín García-Sancho.

A continuación, reproduzco el poema de Marolo Perotas completo:

EL PUENTE DE LOS BARROS.

Podemos asegurar
sin temor a equivocarnos
que uno de los monumentos
más viejos y despreciados
de nuestra hidalga ciudad
es el Puente de los Barros.
Su antigüedad se remonta
a cientos y cientos de años:
Dicen algunos arqueólogos
que es obra de los templarios,
otros, que si de los godos
es su ejecución y ornato;
de lo que no cabe duda,
porque así está demostrado,
es que su traza y estilo
es puramente romano.
El puente que nos ocupa,
histórico y olvidado,
fue tuerto toda su vida,
mas al nacer le adornaron
con dos puertas ojivales
protegidas por dos arcos.
La de la parte de fuera
daba al silencioso campo,
y la de dentro, se abría
para cobrar los portazgos,
las prebendas, los impuestos
y otros derechos de «paso».
Cerrábanse los portones
para repeler asaltos
en las epidemias graves
portadoras de contagios,
en las traidoras sorpresas,
en los feudales agravios,
y cuando daba la «Queda»
el reloj de los milagros.
El puente, por su estructura,
tomó el nombre de los Arcos,
y al guardián de aquella mole
que era un astuto criado
de la iracunda nobleza,
la gente llamaba «El Diablo»,
por su rara vestimenta
y por su picudo casco.
El sujeto se ocultaba
siempre en el rincón más alto
del lienzo de la muralla
por almenas flanqueado,
y desde allí vigilaba
los caminos del Oraño.
He ahí por qué al rincón
que hay detrás de casa Hurtado
el pueblo, por tradición,
le llame «El rincón del Diablo».
En el transcurso del tiempo
desmoronaron los arcos,
desapareció el portillo,
los muros, el subterráneo,
la garita, los machones,
y hasta el rústico vasallo.
Una brecha en la muralla,
de ignominioso tamaño,
dio entrada a los de Medina,
Madrigal y Sinlabajos,
por lo que el antiguo
puente quedó apenas transitado...
En cuanto caen cuatro gotas
o surge cualquier chubasco,
la tierra arcillosa y suave
que se extiende en el barranco
se pega como la liga
a la suela del zapato
y se cogen..., sin querer,
unos amigables «zancos».
Esa tierra pegajosa,
ese lodo y ese fango
es el que dio nombre al puente
que llamamos de los Barros.
Ruinas, soledad, silencio,
un molino abandonado
que se puede aprovechar
y puede ser destinado
al desarrollo de industrias.
Chopos, verguerones, álamos.
El mezquino «Arevalillo»
vierte chorros plateados
por la incipiente pesquera.
La ermita, en el altozano
acurrucada y ascética
abre sus augustos brazos
a la fecunda llanura
del buen pan y el buen garbanzo.
Un arco de medio punto
retador y solitario.
Golondrinas y vencejos.
Cardonchas en el ribazo.
Ovejas rebuscadoras.
Sol poniente, sol dorado.
Visión admirable y pura
de un paisaje castellano.
(Marolo Perotas Muriel).

APÉNDICE FOTOGRÁFICO:


Vista del puente de los Barros desde el Rincón del Diablo.

Molino Valencia

Sauce blanco en el Río Arevalillo, nombrado como "verguerón" por Perotas.

Grupo de "cardonchas" en el molino Valencia, citadas por Perotas .

Cerro de cantazorras

Arriba y abajo, lo que popularmente se conoce como la "Verguería".

Lugar conocido como "casas de la Alberguería".

Cordel Real de Merinas de Arévalo al puente Runel.

Restos de la muralla medieval conocida como el Rincón del Diablo.

"Camino de las Monjas" o "Parada de las Mulas" en Aldeaseca.

"Camino del Lavajuelo" situado al oeste de Arévalo, que atraviesa el paraje conocido como "el Oraño".