martes, 18 de septiembre de 2018

BRAULIO Y DIOS





Entonces, se acercaron al olmo donde Braulio estaba.
Le llamaron a voces para que descendiera.
Pero no lo hizo, se limitó a preguntarles qué querían de él.
Le contestaron que hace unos años, durante las fiestas patronales, dijo a unos jóvenes cofrades ebrios que creía en la inexistencia de dios, y querían saber si eso era cierto o, simplemente, una deformación producida por el alcohol. Que les confirmara si realmente era ateo.
Braulio les contestó desde las alturas de esta manera:

- Si ser ateo es creer en la inexistencia de dios, sí, soy ateo.
Si ser ateo significa no criticar, no perseguir, no castigar, no convertir o no eliminar a ninguna persona, a ningún pueblo por sus creencias, sí, soy ateo.
Si ser ateo me hace llamar, simplemente, naturaleza a lo que otros llaman dios, sí, soy ateo.
Si ser ateo representa no considerarme la especie elegida ni el pueblo elegido, sí, soy ateo.
Si ser ateo me hace llamar evolución a lo que otros denominan creación, sí, soy ateo.
Si ser ateo es ver en la selección natural lo que muchos achacan a un soplo divino, sí, soy ateo.
Si ser ateo es amar lo que te rodea, respetar a quien es distinto, saber que es el aire quien nos permite vivir, que es el agua quien nos da la vida… entonces, sí, soy ateo.

Pero nadie le escuchó pues, cuando empezó a hablar, se giraron porque la imagen de la patrona comenzó a salir por la puerta grande y a sonar el himno nacional, interpretado de forma soberbia por la banda municipal. 
Y se les pusieron los pelos de punta y los ojos se les llenaron de lágrimas. 
Hasta uno de ellos pensó: "Este hijo de puta no merece vivir, pues no entiende el verdadero, el auténtico, el único sentido de la vida".

En Arévalo, a veinticinco de enero de 2013.





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