lunes, 9 de abril de 2018

BRAULIO EN LA FRONTERA.




Desde su olmo les oía discutir sobre nacionalidades, banderas y fronteras. Lo hacían acaloradamente, imponiendo, incluso, hipotéticas condenas a muerte o a una vida entre rejas.
En lo más acalorado de la discusión le llamaron para que diera su opinión al respecto, querían que descendiese del olmo para hablar con ellos. Pero Braulio no lo hizo, ya se lo habían pedido en otras ocasiones y la cosa no había acabado del todo bien para él.
- Dinos Braulio, ¿qué piensas? –gritó uno de ellos desde el suelo-, ¿deben existir países, naciones y fronteras?
- Había dos países peleados –contestó Braulio sin descender del todo-, casi en guerra, por causas nada claras sobre territorios que ambos reclamaban. Finalmente llegaron a un acuerdo.
Trazaron la frontera, una línea que contorneaba la ladera. Arrancaron la vegetación y pusieron mojones cada cien metros y carteles y señales y banderas. Cantaron himnos y agitaron astas y telas.
Al año siguiente, comenzó a crecer un roble sobre la misma línea, extendiendo sus raíces y sus ramas a ambos lados de la frontera.
Aquel árbol no entendía de patriotismos, ni de nacionalidades, ni de banderas. Solo hablaba el lenguaje universal con que natura se expresa.
Todos se quedaron en silencio durante breves instantes. Finalmente, uno de ellos dijo:
- Este tío está tonto.
Y todos estallaron en una carcajada común.
En Arévalo, a nueve de abril de 2018.
Luis José Martín García-Sancho.
Foto de Alexander Rodchenko.







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