A pesar del buen tiempo las terrazas estaban
vacías.
El calor había amainado, un poco. Pero el aire
se hacía irrespirable. Una sensación acre acompañaba cada inspiración y convertía en algo desagradable permanecer mucho tiempo en la calle.
Mientras, Pepo miraba desde el interior del
bar su terraza vacía. Abrió la puerta, se acercó hasta el olmo y le llamó a
voces, para preguntarle que si allí arriba la fetidez del aire era igual de
inaguantable.
Braulio no le contestó.
Cuando se abrió el periodo de información pública,
ya dijo que era necesario que todo el pueblo presentara alegaciones a la instalación de una macrogranja de cerdos tan cerca del pueblo, que podía incluso afectar a
la calidad del agua.
A lo que el propio Pepo respondió que lo de
las alegaciones era una tontería de los ecologistas, que si la granja cumplía
con la normativa, adelante. Y que lo del agua era una solemne estupidez, que él
llevaba consumiendo agua embotellada muchos años y, por tanto, no le importaba
la calidad del agua que saliera del grifo.
Casi todos dieron la razón a Pepo y se la
quitaron, como de costumbre, a Braulio.
Solo se presentó un escrito de alegaciones.
La macrogranja porcina se construyó.
Inmediatamente después llegó el olor.
Unos años más tarde nadie podía consumir agua del
grifo ni para beber, ni para cocinar o lavar la ensalada. Los había, incluso,
que se lavaban por partes con una garrafa.
En Arévalo, a diecisiete de enero de 2020.
Luis J. Martín.
Si quieres presentar alegaciones aún estás a tiempo hasta
el 22/01/2020, en este enlace:
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Foto de Braulio: Vladimir Mayakovski por Alexander Rodchenko
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