domingo, 27 de noviembre de 2016

¡CALLA!



Si me decís que me calle
dando voces desde arriba,
tal vez haréis que me calle
pero no borraréis lo que escriba.
Si me decís que no escriba
subidos a vuestra atalaya,
tal vez haréis que no escriba
pero no obtendréis que me vaya.
Si me decís que me vaya
con viento fresco a otra calle,
tal vez haréis que me vaya
pero no lograréis que me calle.
Si me decís que me calle...

Arévalo, a 27 de noviembre de 2016.
Luis José Martín García-Sancho.
Luis J. Martín. Foto de Mario Gonzalo.
Enlace relacionado:
NO CALLARÉ

viernes, 25 de noviembre de 2016

EL HOMBRE QUE NO AMABA A LOS ÁRBOLES

Prunus pisardi  en la plaza del Arrabal de Arévalo el 17/11/2016

Una vez más
voy a dar que hablar...
Ayer era así,
hoy no soy nada
no tendré flor
que llevarme a la cara.
Por qué me castigas
con filo de hacha.
Por qué me hieres
con diente de sierra.
Qué te he hecho
para que me trates así.
Por qué no me dejas vivir,
estar florido en mayo
frondoso en verano.
Me haces daño,
no me cortes más las manos
que al cielo se alzaban
orgullosas,
déjame sentir a criaturas
gozosas,
que se miren en mi flor,
que se sienten a mi sombra,
que se posen en mis ramas,
que aniden entre mis hojas.
Pero me has vuelto a podar
de una forma brutal
y así una vez más
voy a dar que hablar.
Por qué me tratas así,
si gracias a mí tú vives
y tú no me dejas vivir.

En Arévalo, a 23 de noviembre de 2016
Luis José Martín García-Sancho

El mismo Prunus pisardi  en la plaza del Arrabal de Arévalo el 18/11/2016. 
Árboles de flor podados para que no den flor.

Grupo de Prunus pisardi antes y después de la poda
en la plaza del Arrabal de Arévalo (17 y 18/11/2016)


jueves, 17 de noviembre de 2016

EL ÁRBOL, GENEROSO COMPAÑERO

Foto de José Luis Díaz Segovia



José Luis Díaz Segovia

La relación entre el hombre y el árbol forma parte de la historia universal de nuestra especie, existiendo un vínculo inseparable entre ambos. Nuestros remotos antepasados veneraban al árbol como un símbolo divino que se alzaba al cielo y del cual provenían los dones de la vida. Prácticamente en todas las antiguas culturas de la humanidad, el árbol aparece como objeto de veneración y reverencia. El bosque era considerado como un lugar sagrado, donde sacerdotes e iniciados practicaban sus rituales religiosos y recibían secretas enseñanzas. El cristianismo retoma el modelo de la naturaleza al construir las grandes catedrales góticas, cuyos pilares y columnas recuerdan al bosque, bajo el hechizo de la penumbra y los sutiles haces de luz que se filtran a través de las vidrieras.
Muchos mitos, leyendas y hechos históricos tienen un testigo común, el árbol. Los pueblos celtas, por ejemplo, rendían culto al roble y al tejo milenario, a cuya sombra celebraban sus ritos y consejos. En la India, Buda alcanza precisamente la iluminación a los pies de un gran árbol. Y en China o México se otorgaba un carácter cósmico a las altas ramas y raíces de los árboles, que se creía conectaban el cielo con la tierra. Las sacerdotisas griegas interpretaban el destino según el  movimiento de las hojas de la encina, o veneraban al olivo, que había sido plantado, según sus creencias, por la diosa Atenea. En Roma, la higuera "Romulario", que había protegido a Rómulo y Remo, se secó en el año 50 A.C., un hecho que se tornó en siniestro augurio para el Imperio Romano.
Otra creencia muy extendida consideraba a los árboles como refugio de las almas de los muertos, que en algunos casos esperaban a reencarnarse, o en otros eran condenados a permanecer sujetas a la tierra, para expiar así sus faltas. De ahí el significado de plantar árboles junto a las tumbas, como es el caso del ciprés, símbolo ancestral de luto en las culturas mediterráneas, identificándose con plegarias y promesas de inmortalidad. La forma alargada del ciprés, que se eleva a los cielos, sería como una llama eterna que jamás se apaga.
En la mayoría de las antiguas civilizaciones era costumbre plantar un árbol cuando nacía un niño. El destino de ambos era entonces inseparable y si el árbol enfermaba, se creía que el hombre se hallaba en peligro. De ahí que éste se ocupara de su hermano arbóreo y le prodigara sus cuidados durante su vida.
Foto Luis J. Martín

Los pueblos de la antigüedad que habitaron la Peninsula Ibérica, como los celtas, otorgaban un carácter sagrado a los árboles. Las reuniones de los venerables ancianos y los concejos se llevaban a cabo bajo tejos milenarios, o a la sombra de los negrillos, que hasta su reciente desaparición adornaban con su majestuosidad nuestras plazas y paseos. Los romanos sembraron el suelo hispano de castaños y olivos. Los árabes enriquecieron el campo gracias a su sabiduría sobre el agua. Nos dejaron norias, molinos, canales, y un exquisito gusto por las fuentes, surtidores, jardines y los árboles. Los reyes cristianos quedaron fascinados por esta cultura y llegaron incluso a aplicar severos castigos a quienes talaran los bosques.
Foto José Luis Díaz Segovia

Como vemos, la vida y la muerte del ser humano ha estado siempre ligada al árbol. Muchos pueblos del pasado no podían talar un árbol sin rogar antes a los espíritus que lo moraban, que se retirasen de él. Quien despreciara estas leyes podía ser castigado incluso con la muerte. Todavía en algunas tribus actuales, el hombre pide perdón al árbol y sentado junto a él le ofrece la razón por la que debe cortarlo. Durante siglos, y antes de que llegaran los colonizadores a Norteamérica, los pueblos que habitaban aquellas tierras veneraban al árbol como un espíritu benefactor. Conocida es igualmente la veneración de los pueblos germanos y nórdicos por los árboles, incluso aún hoy en nuestros días.
Lamentablemente, el hombre ha perdido el vínculo y el sentimiento de respeto hacia el árbol a través de los tiempos. En amplias zonas de nuestro Planeta los desiertos ocupan territorios antaño fértiles y exuberantes sobre los que se asentaron las grandes civilizaciones, como en Oriente Medio o Asia. Cuando los fenicios, cartagineses y romanos se instalaron a lo largo del litoral mediterráneo de la península, y también en áreas del interior, sin duda se sintieron atraídos por la bondad y riqueza de aquél paisaje ibérico. Pero hoy la imagen de del solar ibérico es bien distinta. Los suelos están degradados y desertizados por la secular e implacable actividad humana.
Foto José Luis Díaz Segovia

En la provincia de Ávila, se sabe que en la Edad Media extensos encinares ocupaban las infinitas tierras morañegas. Sin embargo, tras ser expulsados los árabes hacia Toledo, la llanura es roturada en apenas una centuria. Lo mismo ocurre en otras zonas de la provincia, como El Alberche y el Tormes, donde miles de aserradores gallegos y portugueses talan los espléndidos bosques caducifolios y de pino silvestre de Gredos, para satisfacer la creciente demanda de madera de la Corte. Los actuales pinares de Navarredonda de Gredos y Hoyos del Espino son sólo un triste recuerdo que evoca el primitivo paisaje de estas montañas. Mientras, en la vertiente sur del Macizo la exuberante y frondosa vegetación de sus gargantas prácticamente ha desaparecido bajo el golpe del hacha, la mecha y el diente del ganado caprino. Hace alrededor de mil años Alfonso XI escribe el libro de la Montería, en el que se cita la presencia del oso en multitud de puntos de Gredos, desde su extremo oriental, donde se ubican los célebres Toros de Guisando, hasta los lejanos confines de la Sierra que limitan con Cáceres. Y si había osos, no resulta difícil imaginar la fragosidad de aquellos montes y bosques impenetrables, con abundancia de frutos y bayas para satisfacer la dieta de estos poderosos animales. Lamentablemente ya no quedan osos en estas montañas. Se cree que el último ejemplar desapareció hace tres siglos. Sólo quedan las laderas desnudas, desprovistas del extraordinario ropaje que en otro tiempo lucieron orgullosas.
Ya en el s. XVI, Laurent Vital, un incansable viajero europeo que recorría España, se muestra tan apesadumbrado al ver la imagen de Castilla, que allá por donde va sugiere a los lugareños que planten árboles en las riberas de los ríos y en otros lugares, para que la tierra no se vuelva estéril. En el s. XVII Antonio Ponz pasa por Avila y comenta: “el abandono de los árboles es origen de mayores calamidades, sequedades y carestías y el medio único de restituir al reino su grandeza, sería poblarlo todo él con los árboles más connaturales a los diferentes territorios”. Consejos que desgraciadamente no sólo resultaron inútiles en aquella época, sino también en nuestro pasado más reciente, e incluso en nuestros días, al comprobar los criterios forestales que todavía rigen oficialmente y el comportamiento arboricida de muchos ciudadanos.
Foto José Luis Dïaz Segovia

Los árboles son los seres vivos más generosos de la naturaleza. Desde que aparecieron sobre nuestro Planeta, millones de años antes de que lo hiciera nuestra especie, nos han ofrecido constantes regalos y beneficios gratuitos, como alimentos en forma de bayas y frutos. Nos han proporcionado refresco en verano y cobijo bajo la lluvia y el frío. Gracias a la madera el hombre construyó chozas y cabañas donde poder vivir. Con la leña, el hombre se calentó en las oscuras y frías cavernas, o fabricó herramientas domésticas y armas para cazar a los animales. Hoy continuamos aprovechando sus dones: corcho, resinas, esencias, frutas y frutos diversos, madera para fabricar muebles, papel, etc.
Los árboles son, además, una acogedora casa de la vida. En sus ramas y también en sus troncos encuentran refugio millones de criaturas. Los bosques regulan el ciclo del agua, absorben la humedad y la devuelven de nuevo al cielo, favoreciendo así las lluvias. Sus hojas se depositan al caer sobre el suelo, enriqueciéndolo al descomponerse. Mientras, bajo la superficie, sus largas raíces se entrelazan sujetando la tierra, evitando de este modo que sea arrastrada hacia los ríos y mares. Donde no hay árboles ni vegetación el suelo queda inerte, indefenso y a merced del viento y la lluvia. La erosión degrada el paisaje y se lleva el fértil limo al cauce de los ríos y el fondo de los embalses.
Pero aún hay más, los árboles utilizan y reducen el CO2 (dióxido de carbono) de la atmósfera, cuyos niveles han aumentado peligrosamente debido a la contaminación provocada por el ser humano. Además, gracias a la fotosíntesis, generan parte del oxígeno que respiramos, del cual depende nuestra supervivencia.
Foto José Luis Díaz Segovia

Los árboles son, pues, la base del complejo y delicado entramado sobre el que se asienta el equilibrio de la naturaleza. Aún recuerdo bien las palabras de mi abuelo, que de niño sabiamente me decía: “proteger los árboles es asegurar la vida”. Quizá por eso desde siempre he sentido una especial fascinación por estos seres vivos. Quizá por eso no puedo reprimir el deseo de acercarme a ellos, de contemplar su noble porte, acariciar su piel, y palpar sus venerables arrugas con absoluto respeto. Me gusta conversar con ellos en silencio, esperando que el rumor del viento en sus hojas me cuente relatos increíbles de su vida. A su lado entiendo la humildad de la condición humana y detesto cada vez más la soberbia de que hacemos gala. Abrazar un árbol centenario y hasta milenario es una de las más simples satisfacciónes que he tenido, conocer a estos majestuosos testigos mudos de la historia, que han soportado estoicamente vendavales y tempestades, aferrados a sus raíces, eternamente inmóviles, pero felices por elevarse hacia el cielo. Y esos otros árboles que juegan en la infancia, adolescentes, ajenos al reloj. Y junto a ellos he comprendido la relatividad del tiempo.
Sin embargo, el hombre quema y destruye sin contemplaciones los bosques y las selvas, que retroceden ante el avance implacable de los desiertos. Apenas nos queda ya el 20% de los bosques primarios del Planeta. Cada año se pierde una superficie arbolada similar al territorio de España y Portugal. A este ritmo, se calcula que dentro de unos veinte años las grandes masas forestales de ambos hemisferios habrán desaparecido por completo.
La reflexión es evidente, si no somos capaces de respetar y salvar a nuestros amables compañeros los árboles, desapareceremos inevitablemente también con ellos...

Foto José Luis Díaz Segovia


Palabras de Felipe II en el Consejo de Castilla, 1582
“Una cosa deseo ver acabada de tratar, y es lo que toca la conservación de los bosques y aumento de ellos, que es mucho menester y creo que andan muy al cabo”
“Temo que los que vinieren después de nosotros, han de tener mucha queja de que se los dejemos consumidos”


José Luis Díaz Segovia



miércoles, 16 de noviembre de 2016

PODA, TERCIADO, DESMOCHADO


FOTOS: Luis J. Martín

PODA, TERCIADO, DESMOCHADO
Según jardineros  profesionales no es necesario podar sistemáticamente a los árboles urbanos. Menos aún agredirlos con el desmochado y el terciado, prácticas que son consideradas por expertos en la materia como severas y excepcionales y que, en cambio, en Arévalo se realizan de forma habitual cada otoño.
Se considera Terciado un tipo de poda abusiva que consiste en cortar todas las ramas de un árbol dejándolas a un tercio de su longitud.
Se considera Desmochado a una poda más salvaje e injustificada aún que el terciado consistente en cortar todas las ramas a ras del tronco
El siguiente artículo es uno de los pocos de este blog del que no soy el autor, está basado íntegramente en el trabajo de  Pedro Cáceres “podas salvajes, en el que recopila de forma contundente las opiniones de expertos en botánica, arboricultura y jardinería.
A continuación les ofrezco un pequeño resumen:

- Simón Cortés, jardinero profesional y colaborador de la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono (ARBA):

“Hacer un desmoche, cortar el tronco principal, o un terciado, quitar la tercera parte de las ramas o dos tercios según distintas escuelas de jardinería, es prácticamente cepillarse al árbol. En un árbol normal lo que habría que hacer es quitar las ramas que están secas o enfermas y, prácticamente, dejarle expresarse de forma natural”.

- Luciano Labajos, jardinero y maestro de jardineros. 

“Fisiológicamente el árbol no requiere poda. Esos brotes vigorosos y rectos que aparecen en los árboles podados severamente no son muestras de vigor tras la intervención, como erróneamente se piensa, sino un intento desesperado y costoso de crear hojas a toda velocidad para no morir. El árbol mal podado pierde esperanza de vida”.

- César Javier Palacios geógrafo y miembro del Observatorio de Árboles Monumentales de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente:

“En España tenemos la manía de podar los árboles urbanos pero en otros países no es así. En algunas zonas de España es casi una leyenda rural que los árboles necesitan podarse y que si no se les poda se mueren. Empeñándonos en dejarlos en muñones todos los años les hacemos un flaco favor. No hay más que ver los miles de ellos que mueren todos los años en las ciudades por esos excesos”.

- Enrique Paredes, presidente de la Escuela de Paisajismo y Jardinería Castillo de Batres:
“Los políticos que se hacen las fotos y que cortan las cintas prefieren especies de rápido crecimiento, pero en el pecado llevan la penitencia, porque al final tienes que estar podando si no quieres que se te vaya de las manos”.

- Bernabé Moya, director del Departamento de Árboles Monumentales de la Diputación de Valencia:
“El árbol urbano no necesita una poda sistemática y continua de grandes ramas que lo deja transformado en una percha. Muchas veces quien planifica lo hace desde un punto de vista arquitectónico y entiende el árbol como un mueble de quita y pon. Los urbanistas generan espacios verdes con un programa de diseño gráfico llamado AutoCAD. Pintan un palo y una bola verde en el plano y así quieren que se quede sin tener en cuenta que es un ser vivo y que va a crecer”. 

- Mercedes San Juan, presidenta de Trabajadores Especializados en Poda y Arboricultura (TREPA):

 “Terciar o desmochar un árbol no es podar, sino mutilar. La poda es un arte que obliga a saber de botánica y de técnica y hay mucho intrusismo. No hay la costumbre de llamar a los profesionales. Hay mucha gente que no sabe podar, pero le dan una motosierra y te lo corta todo por lo sano”. 

- Fernando Fueyo, pintor y autor de libros ilustrados sobre la vegetación:
foto GMaps
«A mí esas mutilaciones y amputaciones me recuerdan los Desastres de la Guerra, de Goya. Nos están hurtando la belleza. Delante de mi ventana tengo dos tilos que han ido creciendo solos sin que nadie los toque y tienen una estructura perfecta, bellísima. Pero vendrá alguien a podarlos y los estropeará para siempre. Temo ese momento”.

En Arévalo, otoño de 2016.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

LA CAZA EN EL QUIJOTE


Luis José Martín García-Sancho.

"En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor".
Esta es seguramente una de las frases más famosas de la literatura universal con la que Cervantes empieza El Quijote y describe las pertenencias del protagonista de la historia, todavía Alonso Quijada pues no habían empezado sus aventuras y desventuras como caballero andante. Al citar a un galgo corredor, quiere hacer referencia la caza de la liebre, en la que, seguramente, don Alonso seguiría el desarrollo de la persecución desde su rocín flaco, al que más adelante bautizaría para la eternidad con el nombre de Rocinante.
Pero avanzando tan solo unos párrafos, Cervantes confirma la afición a la caza de don Quijote: "Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza". Solo unos párrafos después; Cervantes ratifica la afición a la caza del hidalgo manchego al referirse al inicio de su locura: "Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda". Como ven, Cervantes pone en primer lugar el ejercicio de la caza al de la administración de sus pertenencias.
caza de liebre con galgos (foto Reuters)

También la nobleza dedicaba una buena parte de su tiempo a la caza, según lo describe Cervantes en boca de Dorotea cuando se sintió engañada por don Fernando, hijo del duque Ricardo: "Pero no vino otra alguna, si no fue la siguiente, ni yo pude verle en la calle ni en la iglesia en más de un mes; que en vano me cansé en solicitallo, puesto que supe que estaba en la villa y que los más días iba a caza, ejercicio de que él era muy aficionado".
En la peculiar historia de amor entre Anselmo, Camila y Lotario, Cervantes hace nuevamente referencia a la afición a la caza de los "caballeros ricos y principales" tal y como los describe el autor: "Bien es verdad que el Anselmo era algo más inclinado a los pasatiempos amorosos que el Lotario, al cual llevaban tras sí los de la caza...".
También narra algunas técnicas curiosas o peculiares de caza como cuando describe como capturar al armiño: "Cuentan los naturales que el arminio es un animalejo que tiene una piel blanquísima, y que cuando quieren cazarle, los cazadores usan deste artificio: que, sabiendo las partes por donde suele pasar y acudir, las atajan con lodo, y después, ojeándole, le encaminan hacia aquel lugar, y así como el arminio llega al lodo, se está quedo y se deja prender y cautivar, a trueco de no pasar por el cieno y perder y ensuciar su blancura, que la estima en más que la libertad y la vida".
O esta otra que sucede en la pastoril Arcadia: "Llegó, en esto, el ojeo, llenáronse las redes de pajarillos diferentes que, engañados de la color de las redes, caían en el peligro de que iban huyendo."
En este párrafo perteneciente a la estancia de don Quijote en la cueva de Montesinos, hace referencia a la caza con señuelo comparándola con la hermosura de una mujer: "La hermosura, por sí sola, atrae las voluntades de cuantos la miran y conocen, y como a señuelo gustoso se le abaten las águilas reales y los pájaros altaneros.”
Águila Real (Aquila chrysaetos) estudio en acuarela de Juan Varela.

En las bodas de Camacho, Cervantes enumera los manjares que componían el fastuoso almuerzo, entre los que también se encontraban piezas de caza: "... las liebres ya sin pellejo y las gallinas sin pluma que estaban colgadas por los árboles para sepultarlas en las ollas no tenían número; los pájaros y caza de diversos géneros eran infinitos, colgados de los árboles para que el aire los enfriase..."
Por la manera de describir la caza, se podría decir que Cervantes la había practicado y que, por tanto, era aficionado a esta actividad o, al menos, perfecto conocedor de sus lances. No obstante, muchas de las referencias que hace son bastante más críticas, especialmente con las clases acomodadas que la practican, a diferencia de las personas más humildes que practicaban otro tipo de caza.
Antes de enfrentarse al caballero del bosque, su escudero se refiere al ejercicio de la caza como una actividad más suave que andar por los caminos: "Harto mejor sería que los que profesamos esta maldita servidumbre nos retirásemos a nuestras casas, y allí nos entretuviésemos en ejercicios más suaves, como si dijésemos, cazando o pescando; que, ¿qué escudero hay tan pobre en el mundo, a quien le falte un rocín, y un par de galgos, y una caña de pescar, con que entretenerse en su aldea?".
A lo que le responde Sancho de forma crítica: "A burla tendrá vuesa merced el valor de mi rucio, que rucio es el color de mi jumento. Pues galgos no me habían de faltar, habiéndolos sobrados en mi pueblo; y más, que entonces es la caza más gustosa cuando se hace a costa ajena".
En esta misma línea, Cervantes, a través de don Diego de Miranda, el caballero del verde gabán, hace referencia al ejercicio de la caza como una actividad principal entre las clases con mayor poder económico: "Yo, (...) soy más que medianamente rico y es mi nombre don Diego de Miranda; paso la vida con mi mujer, y con mis hijos, y con mis amigos; mis ejercicios son el de la caza y pesca, pero no mantengo ni halcón ni galgos, sino algún perdigón manso, o algún hurón atrevido".
Pero este gusto por la caza, que llega a definir como principal actividad entre la nobleza, caballeros principales o, incluso, entre gente acomodada, es criticada de forma sutil por Cervantes, generalmente en boca se Sancho.
El primer encuentro que tienen en Aragón don Quijote y Sancho con los Duques es, precisamente, a través de un lance de caza: "(...) tendió don Quijote la vista por un verde prado, y en lo último dél vio gente, y, llegándose cerca, conoció que eran cazadores de altanería. Llegóse más, y entre ellos vio una gallarda señora sobre un palafrén o hacanea blanquísima (...) En la mano izquierda traía un azor, señal que dio a entender a don Quijote ser aquélla alguna gran señora, que debía serlo de todos aquellos cazadores (...)"
Azor (Accipiter gentilis). Foto de David Pascual Carpizo

Más adelante hace saber que la caza de altanería o volatería hoy conocida como cetrería, está reservada a la nobleza y, por tanto un tipo de caza elitista sólo permitida a las clases acomodadas "para reyes y grandes señores". También hace referencia a este tipo de caza algo más adelante: "como hace el sacre o neblí sobre la garza para cogerla, por más que se remonte." Siendo sacre (Falco cherrug) y neblí (Falco peregrinus) dos especies de halcones.
Abundando en la cetrería, altanería o volatería, Cervantes utiliza otra especie de halcón, el gerifalte (Falco rusticolus), o girifalte como le llama Sancho, tanto para referirse a la caza utilizando esta rapaz, como a rango o autoridad, especialmente en esta frase en la que une ambas acepciones: "Y, cuando se cumpliere el escuderil vápulo, la blanca paloma se verá libre de los pestíferos girifaltes que la persiguen, y en brazos de su querido arrullador."
Durante su estancia en el palacio de los duques, al parecer ubicado en Pedrola, son invitados a una montería, donde narra con gran detalle los lances de esta modalidad de caza: "le llevaron a caza de montería, con tanto aparato de monteros y cazadores como pudiera llevar un rey coronado (...), y repartida la gente por diferentes puestos, se comenzó la caza con grande estruendo, grita y vocería, de manera que unos a otros no podían oírse, así por el ladrido de los perros como por el son de las bocinas (...) Apeóse la duquesa, y, con un agudo venablo en las manos, se puso en un puesto por donde ella sabía que solían venir algunos jabalíes. Apeóse asimismo el duque y don Quijote, y pusiéronse a sus lados; Sancho se puso detrás de todos, sin apearse del rucio (...) Y, apenas habían sentado el pie y puesto en ala con otros muchos criados suyos, cuando, acosado de los perros y seguido de los cazadores, vieron que hacia ellos venía un desmesurado jabalí, crujiendo dientes y colmillos y arrojando espuma por la boca; y en viéndole, embrazando su escudo y puesta mano a su espada, se adelantó a recebirle don Quijote. Lo mesmo hizo el duque con su venablo; pero a todos se adelantara la duquesa, si el duque no se lo estorbara. Sólo Sancho, en viendo al valiente animal, desamparó al rucio y dio a correr cuanto pudo, y, procurando subirse sobre una alta encina (...) Finalmente, el colmilludo jabalí quedó atravesado de las cuchillas de muchos venablos que se le pusieron delante.
Jabalí (Sus scrofa) F. Herrera

Ante este acontecimiento razona Sancho de la siguiente manera: "Si esta caza fuera de liebres o de pajarillos, seguro estuviera mi sayo de verse en este estremo. Yo no sé qué gusto se recibe de esperar a un animal que, si os alcanza con un colmillo, os puede quitar la vida". Y sigue Sancho con su crítica defendiendo al jabalí como un animal que no ha cometido delito alguno para ser abatido por el ejercicio de la caza: "Eso es lo que yo digo que no querría yo que los príncipes y los reyes se pusiesen en semejantes peligros, a trueco de un gusto que parece que no le había de ser, pues consiste en matar a un animal que no ha cometido delito alguno."
A lo que contesta el conde reforzando la condición elitista de esta modalidad de caza al estar reservada a reyes y grandes señores, a diferencia de la de liebres y pajarillos: "(...) el ejercicio de la caza de monte es el más conveniente y necesario para los reyes y príncipes que otro alguno. La caza es una imagen de la guerra: hay en ella estratagemas, astucias, insidias para vencer a su salvo al enemigo (...) y, en resolución, es ejercicio que se puede hacer sin perjuicio de nadie y con gusto de muchos; y lo mejor que él tiene es que no es para todos, como lo es el de los otros géneros de caza, excepto el de la volatería, que también es sólo para reyes y grandes señores. Así que, ¡oh Sancho!, mudad de opinión, y, cuando seáis gobernador, ocupaos en la caza y veréis como os vale un pan por ciento."
A lo que responde Sancho nuevamente de forma muy crítica: "¡Bueno sería que viniesen los negociantes a buscarle fatigados y él estuviese en el monte holgándose! ¡Así enhoramala andaría el gobierno! Mía fe, señor, la caza y los pasatiempos más han de ser para los holgazanes que para los gobernadores."
Es curioso cómo Cervantes termina su más famosa obra literaria, pues la última escena que contempla don Quijote en el campo antes de quedar definitivamente recluido en su casa es una metáfora a su libertad perdida, algo que él realizaba con asiduidad en plena naturaleza antes de emprender sus aventuras: la caza con galgo, la que practicaba el pueblo llano: "por aquella campaña venía huyendo una liebre, seguida de muchos galgos y cazadores, la cual, temerosa, se vino a recoger y a agazapar debajo de los pies del rucio. Cogióla Sancho a mano salva y presentósela a don Quijote".
Grabado de F. Muntaner

En Arévalo, a 29 de febrero de 2016

Luis José Martín García-Sancho.

Artículo Publicado en La Llanura de Arévalo nº 82 de marzo de 2016.

martes, 8 de noviembre de 2016

CORTARÁN EL ÁRBOL

Pino negral (Pinus pinaster) (LJM)


Cortarán el árbol,
acabarán con el sueño.
Condenarán al hombre
que soñó con el árbol,
talarán sus sueños bellos.
Derribarán al árbol
y volverá el miedo
de soñar con otro árbol
que nos haga sentir libres,
felices, intrépidos.
Y cumplirán su deseo:
que la libertad no venga
a arrebatarles el miedo.
Cortarán el árbol,
acabarán con el hombre,
talarán sus sueños.
Arrancarán motosierras
cortarán su tronco esbelto,
tumbarán al gigante
centenario de otros tiempos,
nos dejarán sin la sombra
que los recuerdos guardaba,
memorias de los ancestros.
Nidos sin ramas
ramas sin trinos.
Pinos sin troncos
troncos caídos.
El sol en el cielo
sin sombra en el suelo.
Sí,
cortarán el árbol
y volverá el miedo.

En Arévalo, a cinco de noviembre de 2016.
Luis Losé Martín García-Sancho
Avda. Severo Ochoa antes y después de la tala. (G Maps)

viernes, 4 de noviembre de 2016

SE EQUIVOCÓ AYUNTAMIENTO


Parque Gómez Pamo de Arévalo. Foto de Julio Pascual.


A modo de introducción:
Cordura viene de corazón, indica prudencia, reflexión.
A veces, en determinados actos, se pierde la cordura por falta de prudencia o reflexión. Gastar dinero público para asfaltar un espacio natural como un parque urbano parece que no es un acto muy reflexivo y va contra la naturalidad del propio espacio, su propio corazón y razón de ser.
¿Asfaltar un espacio natural solo porque hay una partida presupuestaria?
Pido una mayor cordura para gastar dinero público, ¿qué dirían los madrileños si les asfaltaran el parque del Retiro o los pucelanos en el caso del Campo Grande?, Gástese ese dinero en el espacio natural que es un parque urbano no para que pierda su esencia sino para mejorarlo realmente.


Se equivocó Ayuntamiento.
Se equivocaba.
Por adoquinar el Paseo.
Se equivocaba.
Creyó que adoquín era hierba.
Se equivocaba.
Que cemento era arena.
Se equivocaba.
Que la vida renacía
en el suelo castigado.
Se equivocaba.
Que la gente prefería
unas piedras encajadas.
Se equivocaba.
El parque lloraba vida
y la losa la tapaba.

En Arévalo, a cuatro de noviembre de 2016.
Luis José Martín García-Sancho.
(Recreación del poema de Rafael Alberti "Se equivocó la paloma")

(Aquí irá la foto del paseo una vez adoquinado)
El 23 de noviembre de 2016 comienzan las obras de adoquinado del Paseo, Foto Luis J. Martín