lunes, 29 de junio de 2020

LO DEMÁS ES COSA VANA





No hay sino nacer y morir, lo demás es cosa vana”.
Así empieza la novela de Cristóbal Medina Montero. Una obra que une diferentes mundos, religiones, sexos, clases sociales y culturas, siempre desde el respeto y la neutralidad histórica. Intentando no tomar partido por ninguna de las partes o personajes que se ven envueltos en la trama. Lo que consigue efectos muy positivos para el lector, que sigue con gran interés el devenir de la historia, narrada de forma magistral por el autor.
La obra transcurre a principios del siglo XVI, entre Ávila y México. Los personajes principales son tres: Bartolomé, Martín e Inés, cada uno con su forma de pensar y sus planes de futuro; los de Bartolomé e Inés casarse y asentarse en Ávila siguiendo la tradición familiar y los de Martín partir al nuevo mundo en busca de aventuras y pingües beneficios.
Está dividida en seis libros. El primero de ellos transcurre en Ávila, ciudad natal de Bartolomé, de raíces mudéjares, e Inés, perteneciente a una de las mejores familias de cristianos viejos de Ávila. Describe, con gran fuerza narrativa, la sociedad abulense de principios del siglo XVI, con la expulsión de moros y judíos que no se habían convertido al cristianismo y la delicada relación de los mudéjares conversos con los cristianos viejos.
El segundo transcurre durante el camino a Sevilla, donde Martín tiene planeado embarcarse hacia las indias occidentales, un mundo recién descubierto y, por tanto, con grandes posibilidades para la aventura y el enriquecimiento personal. Las primeras decepciones se producirán durante este periplo que recuerda, en cierto modo, las aventuras de don Quijote, unido a los relatos de Sancho y a la literatura picaresca tan característica en la época descrita.
El tercero describe el viaje oceánico hacia lo desconocido, con inesperadas sorpresas que hacen ganar interés al desarrollo de la novela. La llegada a Fernandina, la actual Cuba, y la decepción de los aventureros y aventurados personajes que se embarcaron en tamaña aventura, al comprobar que no va a resultar tan fácil hacer fortuna como pensaban. De nuevo, la picaresca y el ingenio hacen aparición, dando a la trama un mayor interés y agradables pinceladas de humor.
El Cuarto libro transcurre por las costas orientales de la península de Yucatán, cuando los exploradores castellanos pensaban que era una gran isla. Los primeros asentamientos, como Vera Cruz, y los contactos con los diferentes pueblos indígenas. Aparecen personajes históricos de la categoría de Hernán Cortés, e indígenas como Doña Marina, la mítica Malinche, que sirvió de intérprete y embajadora para los castellanos, evitando así enfrentamientos y derramamiento de sangre por ambas partes.
El quinto libro describe el acercamiento a los pueblos del interior y la habilidad de Cortés para, con muy pocos hombres castellanos o “kaxtiltekas”, ganarse la alianza y el apoyo de varios de estos pueblos indígenas contra el gran imperio de Moctezuma, con la llegada final a México-Tenochtitlán. La ciudad mítica asentada en una isla de la laguna de Texcoco rodeada de canales y puentes que la hacían prácticamente invencible e infranqueable.
El sexto y último libro describe de forma bastante fiel la entrada de Cortés en la ciudad de Tenochtitlán, las tretas y artimañas para ganarse la confianza del temido y respetado Moctezuma. Los sangrientos enfrentamientos ocurridos para dominar a los mexicas asentados en las grandes ciudades en torno a la laguna, hasta la caída final de la ciudad de México.
Con un pequeño, sorprendente e inesperado epílogo.

Trata con gran respeto y sensibilidad la falta de identidad en aquella época tanto de los mudéjares como de los judío-conversos, ciudadanos castellanos de pleno derecho, con mayores obligaciones fiscales, pero denostados tanto por los cristianos viejos, como por los escasos musulmanes que aún quedaban en Granada años después de la rendición de Boabdil, último rey de Granada, a los reyes Isabel y Fernando en 1492:
¿Te fijaste? –dijo Martín por el camino-, somos más parecidos a los cristianos viejos, que tanto nos desprecian, que a los de tu raza, que no nos entienden ¿Qué somos nosotros?”.
Describe la algarabía que hablaban los musulmanes en la edad media y la aljamía que era una jerga, mezcla del castellano y del musulmán.
Se puede asegurar que la novela es fiel a la historia y, aunque se trata de una novela de aventuras, tiene, además, una segunda lectura más filosófica, tratando temas intemporales como la violencia, el amor, la identidad religiosa, el diferente sentimiento de libertad entre hombres y mujeres o la diferencia de moralidad entre los que ostentan el poder y los que le acatan, con sutiles pinceladas hacia la homosexualidad o la pederastia. Según el propio autor “fue un poco difícil lidiar tanto con los posicionamientos indigenistas, que consideran un holocausto la conquista, como con los imperialistas, que defienden su culturización”. En todo caso Cristóbal Medina ha intentado ser fiel a lo que ocurrió y “que cada uno responda por lo que hizo”. Y asegura que tiene algún lector mexicano que le ha gustado mucho y con eso se siente feliz.
Es, por tanto, una obra histórica narrada con un ritmo que mantiene siempre viva la trama y la intriga. Su lectura es amena y engancha de tal manera que te hace querer continuar, en todo momento, hasta el punto de que, a pesar de su extensión, te deja tan buen sabor de boca que desearías seguir leyendo.
El libro, además, adjunta dos planos o mapas, uno de Ávila del siglo XVI y otro de la disposición de las principales poblaciones en torno a la ciudad de México-Tenochtitlan.
Tanto la literatura como el cine, están plagadas de relatos históricos pero, curiosamente, muy pocos narran nuestra historia. Y es que, en nuestra querida España, valoramos y respetamos relatos que cuentan hechos históricos acaecidos a ingleses, franceses o estadounidenses por encima de los propios, aquellos que, con más o menos acierto, protagonizaron nuestros antepasados patrios, fueran estos mudéjares, judíos o cristianos.
Lo demás es cosa vana”, de Cristóbal Medina, logra contarnos hechos históricos importantes desde una óptica actual, con una prosa amena, divertida y muy fácil de seguir. Una obra al alcance de cualquiera que guste de la lectura de obras de calidad y auténticas. Una obra, en fin, que no intenta en ningún momento posicionarse, glorificando a una parte para humillar a la otra. Una novela respetuosa con la historia que narra.

En Arévalo, a veintiocho de junio de 2020.
Luis J. Martín.


Cristóbal Medina Montero autor de "Lo demás es cosa vana".


domingo, 21 de junio de 2020

BIOGRAFÍA DE UN SUEÑO



LO QUE NUNCA FUI

Lo tenía muy claro, quería ser médico desde niño. Empecé medicina en el 79, junto a mi buen amigo Pablo Ramos, cuyo recuerdo me acompaña siempre. Lo hice en la Escuela Universitaria de Medicina de Ávila, situada a caballo entre el histórico edificio del convento de Santo Tomás, donde recibíamos las clases teóricas, y en el cercano Hospital Provincial, donde se impartían las clases prácticas. En el 81 lo dejé, el sueño se había complicado. Ahora estoy convencido, aunque siempre lo he estado, de que hubiera sido médico si no hubiera sido tan exigente conmigo mismo. Quizás me hubiera costado un año más, siete en lugar de seis, seguramente, pero, no me cabe duda de que lo hubiera conseguido, de hecho, mi buen amigo Pablo, cuyo recuerdo me acompaña siempre, así me lo hizo saber desde que tomé la decisión de abandonar mis estudios universitarios. Demostró tener más fe en mí que yo mismo.
He pensado muchas veces qué motivo me empujó a hacerlo. Muchos culparon, injustamente, a Ana. Nada más lejos de la realidad, ella me animó siempre. Otros lo achacaron a una falta de motivación o de valor, apreciación también incierta. Ahora, con la panorámica de los años transcurridos, el único motivo que me sigue pareciendo justificado es un suspenso que, en aquel momento, me pareció tremendamente injusto. Y tomé la decisión de no volver a examinarme nunca más.
Me dediqué a la actividad familiar de comerciante, en la que sigo como tercera generación. Pasaron 15 años sin romper la determinación de no volver a examinarme. En el 84 me casé, en el 86 y en 89 nacieron David y María. Inmediatamente después sufrí una grave enfermedad que hizo que me replanteara la vida. Aunque siempre lo ha sido, mi pasión en ese momento era natura. Su estudio, protección y conservación. Así que quise darme la oportunidad de vivir haciendo lo que más me gustaba, estudiar la fauna, la flora y los espacios naturales. A pesar del poco tiempo libre que me dejaba mi trabajo, no había domingo que no saliera al campo a estudiar a natura, ya fuera a descubrir lagunas o parajes naturales, a censar cigüeñas, aves acuáticas, rapaces o esteparias. Muchas veces, arrastraba conmigo a mi mujer y a mis hijos, o quedaba con amigos con los que compartía las mismas inquietudes. Fue una etapa frenética que duró algo más de 10 años, en los que realicé bastantes estudios de aves silvestres, de manera muy especial, sobre la avutarda, especie a la que dediqué varios años de mi vida, junto a mi hermano Ignacio y a varios amigos.
En esa etapa, algunos buenos amigos, concretamente, Javier Ruiz y Mariano Hernández, se habían presentado y habían aprobado la oposición de Celador de Medio Ambiente, para vigilar y cuidar las reservas regionales de caza y controlar las actividades que en ellas se realizan. En el año 95 volvieron a convocar oposiciones. Me informé, creo recordar que el único requisito era tener los estudios de capacitación forestal o medioambiental, que se impartían en centros como el de Coca, o, en su defecto, el bachillerato, que en aquel momento recibía el nombre de BUP (Bachillerato Unificado Polivalente), que sí tenía. Así que, lo consulté con Ana y le pareció muy bien. La única pega era estudiar y trabajar al mismo tiempo. Sería muy duro, pero no imposible, así que, entre los dos, decidimos darme otra oportunidad. Soñamos con cambiar de vida, asegurar nuestro futuro y el de nuestros hijos. Recuerdo, incluso, visitar con Ana pueblos de la reserva regional de Villafáfila donde poder vivir.
Aunque ya han pasado 25 años de aquello, aún me acuerdo de la preparación y de las pruebas que tuve que superar. Para ello conté con la compañía de mi buen amigo Pepe Rodríguez que también se presentaba, y con quien aún comparto buenas y agradables jornadas, quizás menos de las que a los dos nos gustaría. El temario era largo y complicado ya que abarcaba todo lo relacionado con el medio ambiente y la administración pública: Legislación nacional y autonómica en materia de fauna, flora, caza, pesca y espacios naturales, estatuto de autonomía, Constitución Española. Especies de fauna (vertebrada e invertebrada) y flora (leñosa y herbácea) de Castilla y León, incendios forestales, aprovechamientos forestales, y espacios naturales protegidos.
La primera prueba de la oposición era una marcha de 17 kilómetros a realizar en tres horas, creo recordar. Se hizo en los montes Torozos, cerca del monasterio de la Santa Espina en Valladolid. Superada esta, se pasaba al examen visual, en el que había que reconocer treinta muestras, entre fauna, flora, aparejos de caza o pesca: Plantas, animales, huellas, excrementos, restos, rastros, pieles, plumas, fotografías o ilustraciones. También lo superé sin problema. Prueba que se realizó en uno de los claustros del monasterio de la Santa Espina.
Los exámenes tercero y cuarto se llevaron a cabo en una de las aulas de la Universidad de Valladolid. Por un lado, 80 preguntas tipo test para las que daban, creo recordar, 90 minutos, y, tras un breve descanso, el supuesto práctico, en el que había que explicar por escrito cómo debía actuar el celador de Medio Ambiente en cada uno de los casos que se relataban en el texto. Y, por último, la elaboración de una denuncia.
No salí descontento, respondí a casi todas las preguntas tipo test y contesté a cada uno de los casos que se citaban en el supuesto práctico. Pero no fue suficiente, por aquellos años las oposiciones ya estaban masificadas, se presentaron más de novecientos opositores para 23 plazas.
El caso es que, al menos, hubo 23 candidatos que lo hicieron mejor que yo, entre ellos mi buen amigo Carlos Tomás Rodríguez, con quien aún comparto muy buenos ratos. Pepe y yo nos quedamos fuera. En años sucesivos no volvieron a convocar oposiciones, tampoco me llamaron para hacer sustituciones. Por lo que imaginé que los celadores de Medio Ambiente, eran todos muy jóvenes como para jubilarse y gozaban de una salud de hierro, no se ponían enfermos, no hubo bajas que cubrir.
En este mes de junio ha hecho 25 años de aquel intento, el último que me di. Muchas veces me he preguntado que hubiera sido de mi vida, de la de mi mujer y de la de mis hijos, si hubiera sido médico de familia, especialidad por la que habría optado, o si hubiera obtenido plaza como celador de Medio Ambiente en Villafáfila, Zamora, reserva que habría elegido por mi pasión por las avutardas, por ser un espacio natural protegido que cuenta con la mayor densidad de la especie a nivel mundial. Preguntas, en fin, que siempre me hacen llegar a las mismas conclusiones:
- Como médico hubiera trabajado en un centro de salud de forma vocacional.
- Como celador de Medio Ambiente hubiera sido un buen especialista en aves esteparias.
- Lo que veis a hora de mí, es lo que pude ser y nunca fui.

En Arévalo, a veinte de junio de 2020.
(Veinticinco años después de un sueño).
Luis José Martín García-Sancho.


                        Cuando pasaron los años
miré hacia atrás y vi
lo que dejé en el camino
y se quedó tras de mí,
ideales, deseos, sueños
difíciles de describir,
habría sido distinto
si hubiera podido cumplir.
Los ladrones de sonrisas
no me dejaron reír,
me dices de qué me río
y yo me río de ti
pues ya baja seco el río,
el río se ríe de mí,
las negras ratas de antes
ya comenzaron a huir.
He fallado en muchas cosas
que me alejaron del fin
al que un día quise llegar
pero que no conseguí.
Dónde quedan las promesas
que hice a la gente afín,
dónde los anhelos fueron
que siempre me unieron a ti,
me queda el remordimiento
por no poderlos vivir
por haber sido inconstante,
un poco dejado y ruin.
Los ladrones de sonrisas
ya no me dejan reír,
me dices de qué me río
y yo me río de ti
pues ya baja seco el río,
el río se ríe de mí,
las negras ratas de antes
ya no pretenden huir.
Al final soy lo que soy,
para que os voy a mentir
si de nada sirve engañar,
lo que veis ahora de mí
es lo que pude ser
y nunca fui.
Arévalo, primavera de 2015.
Luis J. Martín.




jueves, 11 de junio de 2020

LA RESPUESTA




Llamé a natura contento
y nadie me respondió,
que entre la tierra y el cielo
había un silencio atroz.
Llamé a mi amada llorando,
no obtuve contestación.
Mis lágrimas fueron al río
pero el río se secó.

En Arévalo, a 10 de junio de 2020.
Luis J. Martín