EL TONTO DE LAS DOS CARAS
Por: Luis José Martín García-Sancho
® AV-8-11
PRIMERA PARTE:
BRAULIO
Retrato modificado de Alexander Rodchenko
En un lugar de La Moraña, no hace ni mucho ni poco tiempo, vivía Braulio. Todo el mundo creía que estaba loco, pero sólo él mismo sabía que lo suyo no era locura, simplemente, era distinto a los demás. Los de su pueblo se reían de él, pero no se lo tomaba en cuenta, los dejaba hacer sus burlas sin inmutarse aunque, a veces, eran demasiado pesadas.
Aún recuerdo como, en pleno mes de diciembre, lo sacaron del bar y, agarrándole entre cuatro de pies y manos, lo tiraron al barrizal del abrevadero. Después de haberlo rebozado bien en el barro y plastas de vaca, lo metieron enterito en el pilón y le dijeron que se lavara porque parecía un cerdo. Braulio se estuvo lavando durante unos minutos, oyendo las risas y gracias de sus ocurrentes y ebrios burladores. Se levantó muy despacio y, sin secarse siquiera, invitó a los cuatro y a otros tres mirones en el bar. Después de depositar un mojado billete sobre la barra, se marchó sin decir palabra, mientras escuchaba las carcajadas y el vocerío de sus invitados, contando a todos la valerosa hazaña que habían realizado.
Esto no solía pasar a menudo, tan solo cuando unos cuantos amigos se juntaban y se creían capaces de todo. El caso es que "todo", casi siempre, tenía algo que ver con Brauilo, el tonto. Después de esta broma, no se le volvió a ver por el pueblo en un par de semanas y supe por don Justo, el médico, que había estado a punto de morirse de una pulmonía. Cuando regresó de la clínica, uno de los graciosos le hizo pagar una ronda, como agradecimiento por los quince días de vacaciones que le habían proporcionado. Braulio, ni rechistó.
Era Braulio un tipo de estatura media, de espalda muy ancha y algo cargada. Cejijunto y de nariz chata, un tanto desviada hacia la izquierda. Sus ojos, pequeños y oscuros tenían una mirada entre triste y cansada, las orejas de soplillo y el pelo siempre rapado. Sus gruesos labios, estaban surcados por una profunda cicatriz que, sumada a la torcida nariz, hacían que mirándolo desde el lado izquierdo pareciera siempre sonriente y, sin embargo, mirado desde el lado derecho, parecía el más triste de todos los hombres sobre la tierra. Por eso era conocido por Braulio el dos caras o, sencillamente, por Braulio el tonto. Sus manos eran grandes y fuertes, curtidas y encalladas por el trabajo y la pelota. En la izquierda le faltaba el dedo meñique, debido a la misma gracia por la que le apodaron el dos caras.
Todo ocurrió una tarde de verano, hace ya quince o veinte años. Gabito, apodado siete almuerzos, intentaba explicar a sus incrédulos amigos, subidos todos a la barandilla del puente de las ranas, que los dedos eran muy fuertes y podían soportar cualquier fuerza sin arrancarse, mientras se tiraba de los nudillos haciendo sonar la sinovia. Para convencerse, sus amigos lo retaban a que se tirara por el puente atado a una cuerda por uno de sus dedos. Si estaba tan seguro, nada podía pasarle pues se quedaría colgando sin peligro de caer al vacío. Mientras estaban en esta discusión, pasó Braulio, hasta entonces sólo el tonto, con tan mala fortuna para él y tan buena para "siete almuerzos", que fue elegido como conejillo del experimento. Ataron un extremo de la cuerda a la barandilla del puente y el otro a su dedo meñique, mientras Gabito decía que se lo atasen al chiquitín para que quedaran más convencidos. Fue la única vez que se oyó chillar a Braulio, aunque el alarido duró poco, pues fue a caer de narices al charco de las ranas que, en aquella época del año, estaba completamente seco. Los muchachos salieron corriendo atemorizados, al ver colgando el dedo hecho jirones y a Braulio, desde entonces el dos caras, inmóvil en el suelo. Pero les duró poco el susto pues enseguida volvieron a la discusión anterior.
- ¿Lo ves? -dijo uno de los antagonistas-. Los dedos no eran tan fuertes como tú creías, ya lo has visto.
- ¡Bah! Y yo te digo que sí -respondió haciendo sonar sus nudillos-. Lo que pasa es que tendrá tan mal hechos los dedos como la azotea ¡Ah! Y de esto ni una palabra a nadie, que no me entere yo de que haya habido algún chivato.
Todos temían a Gabito, sabía imponerse por la fuerza y hacer valer su criterio. Era una de esas personas que no cambian de parecer aunque se les demuestre lo contrario, por lo que nadie solía contradecirle.
Braulio fue recogido media hora más tarde por Juan el cartero. Había tenido la mala fortuna de caer sobre un vidrio roto, de ahí la cicatriz en la parte izquierda de los labios. También tenía fracturada la nariz y se le quedó torcida para el resto de sus días.
Cuando regresó del hospital provincial, cinco días después, su madre que apenas podía moverse de lo gorda que estaba, le sacudió con el palo de la escoba y repetía que le tenía dicho que no jugase con los otros niños, que eran mucho más listos y se burlaban. Y que durante estos días había tenido que hacer todo lo de la casa, con lo mal que se encontraba.
- Madre no ppe ppegue -era lo único que los curiosos oyeron decir a Braulio.
Muchos días, al oscurecer, se le solía ver por el cerro de Zamorate sentado en el mojón del tío Cosme, mirando hacia Prado Luengo, esperando la puesta de sol. Allí aguardaba hasta que el sol desaparecía por el horizonte. Entonces se levantaba secándose la cara con un pañuelo y volvía al pueblo. Decía la gente que, aún en pleno invierno, le habían visto sudar mientras permanecía inmóvil, esperando. También decían que se le caía la baba y que no oía ni veía a nadie en esos momentos, que sus ojos permanecían fijos en el sol poniente, sin pestañear siquiera.
Tampoco se inmutó el día que Tinín, después de vocear justo detrás de él, le lanzó una piedra a la cabeza.
- Ni se movió el muy bestia -decía Tinín.
A veces, cuando se le hacía tarde, contemplaba el crepúsculo subido a la olma de la plaza.
La madre de Braulio, Damiana la gorda, murió cuando el tonto tenía quince años. Desde entonces vivía solo. Durante el entierro estuvo susurrando, como rezando: "No ppe ppegue madre, no pegue". Al parecer, fue lo único que dijo, nadie le sacó ni una palabra más. Esto era debido a que Braulio era un chico tímido e introvertido. No solía hablar con nadie más de dos palabras. Aunque se le entendía perfectamente y hablaba con corrección, con gente se acobardaba y se le trababa la lengua. Le gustaba estar solo y desconocía lo que era la amistad: nadie se lo había enseñado.
La madre de Braulio, Damiana la gorda, murió cuando el tonto tenía quince años. Desde entonces vivía solo. Durante el entierro estuvo susurrando, como rezando: "No ppe ppegue madre, no pegue". Al parecer, fue lo único que dijo, nadie le sacó ni una palabra más. Esto era debido a que Braulio era un chico tímido e introvertido. No solía hablar con nadie más de dos palabras. Aunque se le entendía perfectamente y hablaba con corrección, con gente se acobardaba y se le trababa la lengua. Le gustaba estar solo y desconocía lo que era la amistad: nadie se lo había enseñado.
Desde que murió su madre iba todos los domingos a misa y hacía de monaguillo. Una de las veces, después de la consagración, se le trabó la campanilla en la túnica, mientras el cura esperaba con los brazos abiertos. No podía desenredarla, por lo que don Fabriciano, cansado de esperar en aquella posición implorante, le dio un capón que retumbó en toda la iglesia. Al llevarse las manos a la cabeza, la campanilla cayó al suelo, por lo que la gente se pudo levantar y la misa continuó como si nada hubiese pasado. Pero el grueso y pesado sello que don Fabriciano llevaba en su dedo anular, se clavó como un martillo en la cabeza del pobre Braulio.
Su padre, el Justiniano, murió cuando Braulio tenía tres años.
- Está bbo bborracho -decía cuando oía hablar de él.
No recordaba como era. Su madre decía que había muerto alcoholizado y la gente que de las palizas que le daba la gorda cuando volvía borracho a casa, un día sí y otro también.
Ganaba para comer con lo poco que le daba don Fabriciano, el rico, por ordeñar sus vacas, limpiar los establos y otras tareas que siempre le estaban esperando. También le daba algo el cartero por salir a recoger el correo al coche de línea algunos días de frío o calor intensos, ya que la carretera pasaba a un par de kilómetros del pueblo.
SEGUNDA PARTE:
JULIA
Todos los días, cuando Julia la tendera abría la puerta, el dos caras se presentaba puntual para hacer la compra: Siempre tenía algo que comprar. Cuando oía su voz. los pocos pelos que tenía se le ponían aún más de punta. Sentía como la voz arrulladora de Julia penetraba en sus oídos produciéndole un estremecimiento que le recorría toda la espalda. Y notaba como el pene crecía dentro de sus pantalones, produciendo un abultamiento que trataba de ocultar torpemente con la gorra.
Su conversación siempre solía tratar de la puesta de sol.
Su conversación siempre solía tratar de la puesta de sol.
- ¿Cómo fue ayer? -solía preguntar Julia.
- Ayer el sol se aplastó como una enorme mandarina antes de tocar Prado Luengo y estuvo unos instantes sobre él, como si no quisiera separarse -decía el tonto sin tartamudear, con la voz clara y limpia-. Mientras, una bandada de más de cien grullas volaban hacia la laguna del Hoyo con alegre algarabía, celebrando el encuentro.
Para Julia, todo lo que decía Braulio sobre el sol le parecía poesía. Como una que les leyó don Julián, el maestro, cuando aún iba a clase. Después sucedió lo de su madre y tuvo que quedarse en la tienda, pues su padre decía que el negocio ayudaba mucho y él no podía dedicarse a la venta sin desatender la labranza.
En la tienda de Julia había de todo, desde comestibles y artículos de droguería a género de punto, zapatería y paquetería, pasando por ferretería o aperos de labranza. En la ventana que hacía de escaparate se mezclaban sobre una mesa las manzanas y boinas con escardillas y azadones.
Era Julia una buena moza de unos dieciocho años, bien formada y contorneada. La falda hasta la rodilla, dejaba ver unas bonitas piernas. Cuando se apoyaba con los codos sobre el mostrador, la blusa se ahuecaba y dejaba ver el inicio de sus pechos. El pelo era de color castaño, suave y liso, generalmente recogido atrás en una coleta, excepto los domingos y lunes que solía llevarlo suelto. Sus ojos, entre verde y pardo, grandes y abiertos y rematados por unas largas pestañas y un hilo no muy grueso de pelos que constituían unas simétricas cejas. Su nariz pequeña así como su boca, delimitada por unos finos labios, le daban cierta gracia así como un aire de hermosura por un lado y de bondad y simpatía por otro.
Cuando Julia no podía verle, solía mirarla a la cara. Era la mujer más hermosa que había visto y, al contemplar cada tarde la puesta de sol, se imaginaba la cara de Julia ocupando toda la esfera solar, haciéndola de esta manera el centro del mundo. De buena gana se quedaría allí toda la mañana, todo el día, contemplando a Julia sin decir una palabra, sin oír ni ver a nadie más que a ella, como todos los atardeceres, pero esto se acababa cada mañana cuando Telesforo bajaba las escaleras.
- Buenos días hija.
- Buenos días papá -besándole la mejilla.
El tonto entonces despertaba y volvía a tartamudear de nuevo.
- Buenos días tte ttenga u uusted - decía dando vueltas a la boina.
- Hola Braulio ¿Qué tal hace hoy? Parece que hace mejor.
- Sí ss sseñor mejor -retorciendo la boina-, parece que va a llover.
- Dios lo quiera Braulio, dios lo quiera. No sabes lo duro que está el campo de esta jodía sequía. Fabián y Pedro colilla, han tenido que regar para sacar la remolacha que les quedaba. Ya ves como están las cosas y hay mucha gente que todavía no se ha atrevido a sembrar.
- Don Fabriciano sembró la semana ppa ppasada. Dice que algo hay que hacer.
- Ese puede arriesgarse, tiene tela el jodío tacaño ¿Cuántas vacas dices que tiene?
- Vve vveinte -respondió el Dos caras girando la boina- y en el otro establo tiene lo menos otros vve vveinte chotos.
- ¡Y te da doscientas pesetas! No sé como no le da vergüenza al jodío tacaño.
- Sí ppe ppero me da para vivir, yo no me quejo.
- Eres un pobre inocente Braulio, se están aprovechando de ti, no sé como no te das cuenta ¿Sabes cuanto gana el Pelao haciendo menos que tú en casa de Antonio? Pues pregúntalo para que sepas como se paga tu trabajo. A ver si bajas de las nubes, que se están aprovechando de ti, que no te enteras -decía dándole con los dedos en la frente.
- Bueno hija, me voy a lo mío que ya es hora -mientras se ponía la chaqueta-. Hoy vendré antes para ir al mercado de Arévalo. Así que hazme una lista con todo lo que necesites para la tienda. Ale, hasta luego - dijo ya desde la puerta.
- ¿Lloverá hoy?-le preguntó mientras alcanzaba un paquete de azúcar.
- Tiene pinta, ojalá que sí, hace mucha falta -mirándola fijamente-. El suelo está como una roca.
- Toma Braulio -colocándose la coleta-, el azúcar.
- Adiós Julia. Hasta mañana -decía intentando sonreír. Y se marchaba arrastrando los pies, como si le costara trabajo salir de allí.
- Adiós Braulio. A ver como es hoy la puesta.
- “Ojalá fuese tan hermosa como tú” -pensó el tonto mientras cerraba la puerta. Le gustaría habérselo dicho, pero tenía miedo de que Julia se enfadase.
Recordaba como un día que paseaba por la calle Venancio le dijo:
- ¡Qué buena estás niña!
Ella se volvió bruscamente y le propinó dos sonoras bofetadas. No la gustaba que la piropeasen. Los mozos decían que tenía madera de soltera. Ya en el pueblo había quien la llamaba solterona a pesar de lo joven que era. Por esta razón, Braulio nunca se atrevió a comparar al sol con su hermosura, por temor a que se enfadase y esto era lo último que quisiera.
Cuando caminaba hacia su casa a dejar la compra, se encontró con Tinín.
- Mira Dos caras -dijo señalando al cielo-. Parece que está lloviendo.
Braulio, ingenuo, miró a las nubes, lo que aprovechó Tinín para clavar su navaja en el paquete de azúcar.
- ¡Ah no! Está nevando -mientras se alejaba riendo la gracia-. Está nevando dulce.
Braulio tapó rápidamente el agujero. Había perdido la mitad del contenido. Pero no le importó, había comprado el azúcar para ver a Julia, así que aquel paquete ya había cumplido su cometido.
No le dijo nada a Tinín. Nunca decía nada cuando se metían con él, por lo que nunca salía a mal con nadie. Aunque, casi siempre, solía salir malparado. Todo el mundo pensaba que era un cobarde puesto que nunca se defendía. Pero un día quedó demostrado su valor y su fuerza.
TERCERA PARTE:
LA PELEA
Pasó durante las fiesta de Arévalo.
Un camión cargado con los novillos del encierro, chocó contra un tractor de una forma inexplicable. Los toros que salieron ilesos del accidente, corrieron a campo abierto, excepto uno que, de una forma inexplicable también, en lugar de seguir el mismo camino que los otros, como le aconsejaba su instinto, se metió por el centro del pueblo, pillando desprevenidos a Gabito "siete almuerzos", Tinín, el tío Cosme y a muchos otros que se encontraban tranquilamente en la plaza. Cundió el pánico y ésta quedó desierta. Gabito trepó como pudo a la cucaña que habían puesto los mozos el día del Cristo. Tinín y el tío Cosme, se metieron en el coche de este último y los demás, corriendo y tropezando, buscaron refugio en las casas más cercanas. Gabito se quedó solo en la plaza, escurriéndose por el poste, pues el susto y la barriga le impedían trepar. Braulio se asomó a la puerta al oír el alboroto. El novillo daba vueltas a la plaza como si de un ruedo se tratara. Después de repetir dos veces el mismo recorrido, arremetió contra "Siete almuerzos" que frenéticamente intentaba subir por la cucaña y lo único que conseguía era deslizarse cada vez más. El animal le daba con la testa, como queriéndole ayudar a subir.
Un camión cargado con los novillos del encierro, chocó contra un tractor de una forma inexplicable. Los toros que salieron ilesos del accidente, corrieron a campo abierto, excepto uno que, de una forma inexplicable también, en lugar de seguir el mismo camino que los otros, como le aconsejaba su instinto, se metió por el centro del pueblo, pillando desprevenidos a Gabito "siete almuerzos", Tinín, el tío Cosme y a muchos otros que se encontraban tranquilamente en la plaza. Cundió el pánico y ésta quedó desierta. Gabito trepó como pudo a la cucaña que habían puesto los mozos el día del Cristo. Tinín y el tío Cosme, se metieron en el coche de este último y los demás, corriendo y tropezando, buscaron refugio en las casas más cercanas. Gabito se quedó solo en la plaza, escurriéndose por el poste, pues el susto y la barriga le impedían trepar. Braulio se asomó a la puerta al oír el alboroto. El novillo daba vueltas a la plaza como si de un ruedo se tratara. Después de repetir dos veces el mismo recorrido, arremetió contra "Siete almuerzos" que frenéticamente intentaba subir por la cucaña y lo único que conseguía era deslizarse cada vez más. El animal le daba con la testa, como queriéndole ayudar a subir.
Entre tanto, Julia se había acercado a la plaza a ver lo que sucedía. Braulio temió por ella y, como una exhalación, salió corriendo hacia el novillo, agarrándolo por el rabo. El rumiante, al verse atacado, giró la cabeza y dio un par de vueltas sobre sí, intentando mochar a su contrincante que no soltaba la cola, por lo que volvió a girar pero esta vez soltando coces. En una de las vueltas, lo agarró de un cuerno sin soltar el rabo. El pobre animal, bien por las vueltas o por el accidente, estaba agotado. Cedieron sus patas delanteras y fue a dar de bruces al suelo, de donde el tonto no le dejó levantar hasta que acudieron a ayudarle. Cuando el novillo estuvo atado a la cucaña, las risas y burlas fueron a parar, en esta ocasión, a "Siete almuerzos", quien indignado y enfurecido dio un tremendo puñetazo a Braulio, por haber sido más valiente que él y eso, en su fuero interno, no lo podía tolerar.
- El tonto ha tumbado al toro pero yo, Gabriel Sáez, he tumbado al tonto -decía rojo de ira-. Que se levante si quiere que le vuelvo a tumbar.
Braulio se levantó y el rostro de Gabito palideció. Pero no se fue hacia él, sino hacia su casa.
Julia vio que le sangraba el labio y le llamó. Braulio se quedó asombrado. Aquella maravillosa criatura le estaba limpiando la herida. No se lo podía creer, como tampoco Gabito daba crédito a sus ojos.
Aquella solterona que le había dado tantos desplantes en sus intentos amorosos, estaba limpiando el labio al tonto del pueblo, que hace unos instantes le había dejado en ridículo delante de todos.
-Vaya con la solterona, parece que se ha enamorado del tonto del pueblo -decía mientras hacía un ademán estúpido con las manos tirando del pañuelo- ¿Quieres que le limpie yo un poco, señorita bobalicona?
Julia iba a contestarle, pero no le dio tiempo. Braulio, que jamás se había peleado con nadie, se abalanzaba contra Gabito y lo zarandeaba con ambas manos. Este se defendía a puñetazo limpio. Al instante la gente hizo corro. Nadie intentó separarlos. Todos tenían curiosidad por conocer la fuerza del tonto y observaban en silencio. Excepto Gabito.
- ¡Suéltame animal que te voy a matar! -mientras golpeaba el estómago de su rival con insistencia- ¡Y después voy a dar lo suyo a esa zorra solterona, que prefiere a los tarados antes que a los hombres de verdad!
Braulio, que hasta entonces sólo había estado sujetando a Gabito, se puso tenso y duro como una roca. Su labio y nariz sangraban abundantemente. Agarró a "Siete almuerzos" por la solapa con la mano derecha y con la izquierda le propinó en plena cara dos contundentes puñetazos. Gabito ahora estaba realmente asustado, dejó de golpear y sólo forcejeaba para soltarse. Pero Braulio, sin soltar su mano derecha de la solapa de su rival, lo asió con la izquierda del cinturón y levantando los noventa y tantos kilos que pesaba Gabito por encima de su cabeza, dio unos pasos hacia el novillo y lo lanzó contra su lomo. El animal y Gabito, quedaron tendidos en el suelo. El primero se levantó al rato pero al segundo hubo que ayudarlo, ya que ni la paliza ni la vergüenza le dejaban moverse. El tonto se abrió paso entre la gente sin decir palabra. Tampoco nadie decía nada, se limitaban a apartarse atónitos, como si hubieran contemplado una visión.
Braulio se detuvo un instante delante de Julia. Ésta le miraba. Él hizo intención de decir algo "¿Te encuentras bien Julia? ¿Te ha dolido lo que te ha dicho ese bestia? No te preocupes, yo sé que tu no eres ni una zorra ni una solterona". Todo esto se le pasó por la cabeza en un instante, pero todos le miraban y murmuraban. Agachó la cabeza sin decir palabra y continuó su camino hacia casa, arrastrando los pies, como si le costara trabajo apartarse de ella.
- ¡Braulio! - Gritó Julia con los ojos brillantes.
Pero se le hizo un nudo en la garganta y no pudo decir ni una palabra más. Se dio la vuelta y salió corriendo.
- "¿Se habrá enfadado Julia conmigo? - Pensaba mientras se dirigía a su casa cabizbajo - Pero no, el brillo de sus ojos no era de ira. Era una mirada tierna ¿Quizás fuese una mirada de amor, o simplemente de agradecimiento o, peor aún, sólo de compasión?".
CUARTA PARTE:
LA PUESTA
Estaba apenado, había roto su promesa.
Cuando era un niño, no sabía exactamente los años que tendría, una gata parió un solo cachorro y murió al día siguiente. Braulio se encariñó enseguida de aquel ser indefenso al verlo solo en el mundo como él. Le crió a biberón, a espaldas de Damiana, y el gatito sobrevivió. Al mes ya comía carne en pequeños trocitos. Lo tenía escondido en el corral porque a su madre no le gustaban los animales. El gato crecía. Solían pasar mucho rato jugando. Le había tomado verdadero cariño.
Cuando era un niño, no sabía exactamente los años que tendría, una gata parió un solo cachorro y murió al día siguiente. Braulio se encariñó enseguida de aquel ser indefenso al verlo solo en el mundo como él. Le crió a biberón, a espaldas de Damiana, y el gatito sobrevivió. Al mes ya comía carne en pequeños trocitos. Lo tenía escondido en el corral porque a su madre no le gustaban los animales. El gato crecía. Solían pasar mucho rato jugando. Le había tomado verdadero cariño.
El caso es que una tarde, mientras Braulio estaba distraído con el gato en su corral, alguien desde fuera azuzó a la perra del herrero que tenía muy malas pulgas y odiaba a los gatos, ya había matado a varios en el pueblo. En un momento, sin que Braulio pudiera hacer nada, la perra se abalanzó sobre el felino y, agarrándolo por el pescuezo, le dio muerte al instante. Todo ocurrió delante de sus ojos. Vio al gato con el cuello destrozado y a la perra, ahora, jugando con él. Estaba realmente furioso, se dirigió hacia ella y, a patadas, la mató. Se quedó aterrorizado al verla muerta. No quería haberlo hecho, pero había perdido la cabeza. La idea de que esto le pudiese pasar con una persona le horrorizaba. Desde entonces se prometió así mismo no volver a pelearse con nadie, jamás pegaría a nadie.
Pero hoy no pudo soportar como Fabio faltaba a Julia, que era la única que no se metía con él. La había insultado burlándose de ella descaradamente. No se había podido contener. Nadie insultaría a Julia delante de él. Era la única persona en el mundo en la que Braulio creía. Todos los demás eran mezquinos, egoístas, hipócritas. Siempre intentando aparentar lo que no eran.
Había dejado de creer en la gente hasta que conoció a Julia, tan buena. Siempre se había portado bien con él y para Braulio esta era la primera virtud: la bondad. En Julia veía personificada la bondad. Ni tan siquiera la cara de la patrona, podía compararse con la de Julia...Julia. Haría cualquier cosa por ella. Sólo vivía para ella, pero nadie debía saberlo ¿Se habría puesto en evidencia? ¿Sospecharía la gente del pueblo lo que sentía por Julia?
No pudo comer. Estaba deseando que llegase la hora mágica del crepúsculo para imaginarse a Julia, como cada día, ocupando la esfera solar, como si cada una de sus pestañas fueran los rayos. Y su boca sonriéndole, sus ojos mirándole con la misma mirada de esta mañana, tierna y cariñosa. Era lo que él siempre había deseado, ternura y cariño. Envidiaba al ternero recién nacido, su madre lo limpiaba con delicadeza y en su mirada veía cariño, incluso amor. Esto era algo que no había tenido nunca, ni una caricia, ni un gesto amable, ni una palabra de aliento, nada. Y mientras pensaba esto, se encogía rodeándose las rodillas con los brazos, sus ojos se humedecían y, en silencio, sin emitir un sonido, sin cambiar el gesto de la cara, lloraba. Un hombre capaz de dominar a un novillo, capaz de levantar a una persona de más de noventa kilos por encima de su cabeza, con la cara entre las rodillas, lloraba amarga, silenciosamente. El sabía que el dolor va por dentro, lo sabía demasiado bien.
Esa tarde no fue a casa de don Fabriciano, el rico, permaneció allí inmóvil. Cuando se levantó, la tarde estaba muy avanzada. Se lavó la cara y salió. Al atravesar las calles, notó que la gente le miraba, le apuntaban desde los portales y hablaban de él. No le gustó aquella sensación de ser el centro de los cuchicheos del pueblo, aunque tampoco le interesaba lo que estuvieran diciendo en esos momentos. Sólo quería sentarse en el mojón y esperar.
La tarde estaba silenciosa, al menos eso es lo que le parecía a Braulio. No sabía que, unos metros por detrás, había alguien observándole. Y menos aún podría pensar que una de esas personas era la que quería ver representada en el sol poniente.
Julia había convencido a su primo Carlos para que la acompañase al cerro de Zamorate hasta el mojón del tío Cosme.
- No me digas que te has enamorado del tonto -decía Carlos con una sonrisa maliciosa- ¿Acaso estás interesada por Dos caras? ¿Eh?
- No digas tonterías Carlos -poniéndose un poco colorada- sólo quiero saber si es verdad lo que dicen. Y no te burles de él que es más bueno que cualquiera de nosotros ¡Ah! Y de esto ni una palabra a nadie ¿Entendido?
- No te preocupes prima, soy una piedra -dijo golpeándose en el pecho.
- ¡Chsss! Mira ya se ha sentado -mientras se agachaba detrás de las retamas y tiraba de su primo por el antebrazo-. Estate quieto por favor que no quiero que nos vea.
- Pero si no ve ni oye a nadie. Se queda, como lo que es, como un auténtico idiota.
El Sol estaba muy bajo. No había ni una nube en el horizonte, y la enorme esfera solar se hacía cada vez más grande a medida que descendía hacia su morada nocturna. Era una puesta de sol espléndida. Nunca Julia había visto otra igual. Los tenues rayos se filtraban entre las nubes altas y muchos matices de cálidos colores fucsias y anaranjados se difuminaban entre ellas. Era un colorido magnífico.
Ya el sol tocaba los pinares de Prado Luengo y Braulio se imaginaba formar parte de ellos y Julia, el sol, se le unía en un profundo beso, se metía dentro de él, cada vez más, llegando a ser sol y tierra, Julia y Braulio, una misma cosa. Toda la línea del horizonte, así como las nubes con sus matices rosáceos, parecían reflejar la intensidad de aquel amor. Los cantos de calandrias y codornices parecían celebrarlo.
De pronto Braulio, que hasta entonces había permanecido inmóvil, extendió un brazo hacia el Prado Luengo.
- ¡Julia! -le oyó gritar, al mismo tiempo que se incorporaba.
Un escalofrío recorrió la espalda de Julia, mientras que una lágrima se deslizaba por su mejilla.
En este momento sonó un estampido. Braulio, el tonto, como recibiendo el impacto de un puño invisible, se elevó un instante, cayó de espaldas y quedó inmóvil tendido en el suelo.
Un escalofrío, pero esta vez de pánico, recorrió la espalda de Julia. Había sido un disparo. De su garganta salió un desgarrado grito que se elevó, ocupó el espacio, y se perdió por las llanuras de La Moraña.
En Arévalo, julio de 1984
Por Luis José Martín García-Sancho
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PRIMERA ENTREGA DE UN RELATO CORTO QUE ESCRIBÍ HACE CASI TREINTA AÑOS. ESPERO QUE OS GUSTE.
ResponderEliminarvamos alla
ResponderEliminarEspero, con impaciencia, la conclusión.
ResponderEliminarNos dejas con la intriga
ResponderEliminarEstupendo relato una espero con ansia la conclusión
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