Alberta: Águila Imperial Ibérica. Foto de Fernando López (modificada)
Soy Alberta. Desde el borde del valle, contemplo mi
imperio, orgullosa. Los bosques se pierden en la lejanía, acompañando el curso
del Adaja que quiebra la llanura por la que serpentea apacible, con el alegre
murmullo de sus aguas color caramelo. Amanece, una suave brisa acaricia las
copas de los chopos, sauces, fresnos y alisos, al tiempo que hace surgir
pequeñas nubes amarillas de polen de los pinos resineros.
Hace más de 30 años, las gentes que viven
tras los pinares, arrebataron a mis antepasados este preciado territorio,
saqueando su hogar y llevándose a sus hijos, los últimos que nacieron en este
lugar. Aquellas gentes exhibieron a las pobres e indefensas criaturas como un
trofeo y recibieron un premio económico por ello. Mis bisabuelos, desterrados y
viejos, murieron poco más tarde, agotados, hambrientos, enfermos.
Ahora
he vuelto para recuperar el imperio de mis antepasados. Desde lo alto de este
gran pino donde he instalado mi nido, domino todo mi territorio de caza. Espero
paciente a que regrese Aquila, mi pareja, un joven macho de águila imperial
ibérica. Nuestros hijos, tres pollos de blanco plumón, me observan impacientes.
Ante
la presencia de otras rapaces, decido levantar el vuelo. A los primeros
ladridos roncos que emito, dos ratoneros se alejan. Milvos, el viejo milano
real da un rodeo, al notar mi presencia y mis dos metros largos de envergadura.
En cambio Penato, el bravo macho águila calzada, parece no darse por aludido y
tengo que enseñarle las garras para demostrar quien manda aquí. Falco, el
halcón, me observa desde su grieta en la cárcava, pero ni me molesta, ni
representa un peligro para mis pollos.
Aquila,
me contesta desde el profundo cortado del arroyo. Se acerca volando con una
presa entre las garras. Le respondo y juntos nos posamos en la rama seca de un
pino. Erizo las plumas de la cabeza y reclamo la captura. Soy mayor que él, con
el plumaje más oscuro. Aquila me entrega el pequeño y tierno conejo sin
rechistar. Ya se ha comido su cabeza. Gracias a sus buenas dotes para la caza
puedo estar tranquila, ya que Berto y Helia, mis dos hijos mayores, no pasarán
hambre y, por tanto, no acabarán matando a Ada la más pequeña de los tres.
"Aquila", damero de Águila Imperial Ibérica. Foto de David Pascual Carpizo.
Con el
conejo entre las garras vuelo hasta el gran pino resinero, donde mis pequeños
esperan a que les despiece la primera captura. Al posarme, es precisamente la
pequeña Ada la que pone a raya a sus hermanos para comer la primera. Les agrede
para que se coloquen al fondo del nido. Desgarro el conejo en pequeños jirones
y se los ofrezco con suma delicadeza. Ada engulle vorazmente los trozos,
erizando el blanco plumón de la cabeza y entreabriendo las alas en señal
amenazante, Estoy orgullosa, pronto será tan grande como sus hermanos, incluso mayor
que Berto, el único macho. Y su conducta agresiva de rapaz cazadora, asegura su
supervivencia.
A lo
lejos se oye el agudo reclamo de Penato, seguro que está increpando una vez más
a Buba, el gran búho real que empieza a dormir. Al cabo de un buen rato, Aquila
aparece de nuevo surcando el valle del Adaja, el sol a su espalda le da un
aspecto imponente. Se posa suavemente sobre el nido con otro conejo entre sus poderosas
garras. Hay comida para todos. Estoy tranquila. Nada ni nadie amenaza mi
imperio.
****
Corredor del Adaja. Foto de Luis J. Marín.
Ya
había amanecido cuando dejó su coche en el pequeño pinar isla al margen derecho
del Adaja. La primavera estaba avanzada, los árboles del río vestían de verde y
los charcos estaban teñidos de amarillo por el polen de los pinos. Mochila a la
espalda y prismáticos al cuello empezó a caminar por el borde superior del
profundo valle que rompía bruscamente la planicie circundante.
Anotaba
todas las especies de aves que veía u oía en los cultivos, río o pinar. Llevaba
varios años haciendo estudios de biodiversidad y sabía que esta zona de contacto
entre río, pinar y estepa cerealista era la más rica y variada. Se podían ver
especies esteparias, acuáticas y forestales. De las 231 especies de aves que se
habían observado en la comarca, 167 se habían anotado alguna vez en esta
estrecha franja de terreno, lo que la convertía en la zona con mayor
biodiversidad de la Tierra de Arévalo.
Un
águila calzada emitía su agudo reclamo, haciendo huir a un azor que cruzaba el
valle del Adaja para perderse entre los pinos. En una de las grietas de los
pequeños taludes de enfrente, solía criar una pareja de halcón peregrino, pero
ahora estaba ocupada por una familia de búho real. Un adulto le miraba con un
solo ojo entreabierto, mientras sus dos pollos, como bolas de pelo desordenado,
comían algo del fondo del nido “¿Dónde
habrá criado el halcón?” Se preguntaba mientras barría con los prismáticos
las paredes de las cárcavas.
Siguió
avanzando, En poco más de media hora ya llevaba 28 especies anotadas, la
mayoría pequeños pájaros. Cuando oteaba un lejano cortado, algo llamó su
atención. Montó el telescopio sobre el trípode y enfocó. No podía creer lo que
veía: sobre la copa de aquel gran pino, un adulto de águila imperial ibérica,
de blancos hombros y rubia nuca, daba de comer a un pollo de blanco plumón y en
el fondo del nido parece que se movían otros dos pollos más.
“¡Joder, un nido de imperial! ¡Qué pasada, y
con tres pollos nada menos!” Se ocultó dentro de una gran retama para no
molestar ni ser visto, aunque estaba a más de un kilómetro de distancia. Al
poco tiempo, escuchó el ronco graznido de la pareja. Apareció volando río
arriba con una presa entre las garras y se posó en el nido. Su plumaje no era
aún el típico de adulto, tenía todavía motas claras sobre el dorso oscuro.
Parecía menor, sería probablemente un macho. Este dejó la captura y se encaramó
a una de las ramas superiores.
Recordó
aquella antigua foto que vio, años atrás, en un bar de Arévalo, en la que dos
hombres sujetaban a un pollo de águila imperial, abriéndole las alas para
mostrar su envergadura. El dueño le había dicho que la foto tendría más de
treinta años, pero no le quiso decir donde habían capturado a ese pollo. “Parece que
la imperial ha vuelto para recuperar su imperio perdido” pensó
sonriendo, mientras observaba como la gran hembra alimentaba ahora a otro de
los pollos.
Horas
más tarde, mientras empezaba el recorrido por el pinar, al otro lado del río,
su alegría se tornó en amargura, al descubrir que estaban talando miles de
pinos para abrir las carreteras de lo que parecía ser una gran urbanización. Ya
habían talado varios kilómetros de pinar y se acercaban peligrosamente a la
zona del nido de Alberta.
Las
gentes que viven tras los pinares, también habían vuelto.
Por: Luis José Martín García-Sancho
Publicado en La Llanura nº 12 en mayo de 2010
Precioso relato - documental.
ResponderEliminar