La grandeza de la Democracia radica, principalmente, en que acepta y cobija a aquellas opciones políticas minoritarias que no creen en un estado democrático, sino en un sistema hecho a la medida de sus exigencias, donde la opción de la gran mayoría del pueblo soberano no cuenta. Esas opciones no aceptan la Democracia, pero la Democracia sí las acepta a ellas. Grandioso y paradójico al mismo tiempo.
Las elecciones del pasado 13 de febrero en Castilla y
León (CyL) dieron unos resultados inesperados para Fernández Mañueco, que
pretendía conseguir una mayoría más holgada que le permitiera gobernar sin
recurrir a Ciudadanos. En parte lo ha logrado, porque Ciudadanos,
prácticamente, desaparece del panorama político de CyL pasando de diez escaños
a uno solo.
Pero lo que quizás no esperaba Mañueco era que su
partido creciera tan poco y que VOX creciera tanto. Si pretendía gobernar en
solitario, lo cierto es que se ha pegado un tiro en el pie, porque para caminar
con éxito por el gobierno autonómico, necesita el apoyo o del PSOE o de VOX,
para conseguir su investidura como presidente ya que solo tiene 31 procuradores
en Cortes y necesita, al menos, 41 o la abstención en la sesión de investidura
de esos partidos.
El PSOE le ha ofrecido
la abstención, solo para la investidura. Pero VOX, ni siquiera ofrece, sino que
exige formar parte del gobierno:
primero, su candidato, Juan García-Gallardo, tiene que ser vicepresidente y,
segundo, exige que se deroguen las leyes
autonómicas “socialistas”. Curioso, ya que el PP lleva gobernando más de 30
años en CyL. Por lo que la legislación autonómica ha sido, básicamente,
aprobada por el PP.
El gran aumento de VOX, que pasa de un procurador en
Cortes a 13, y la caída de Ciudadanos, que contaba con diez y ahora solo tiene
uno, y la del PSOE que contaba con 35 y ahora tiene 28, hace prácticamente ingobernable a CyL, a no ser que Mañueco se rebaje
a las exigencias, que no ofertas, de VOX. O eso, o recurrir a pactos
concretos o puntuales para cada proyecto de ley con las diferentes opciones
políticas.
Entonces, lo que le queda a Mañueco es aceptar las exigencias de VOX, que ya ha puesto dos
ejemplos: derogación de la legislación en materia de violencia de género y de
memoria histórica. Lo que acercaría al gobierno de Castilla y León de forma
peligrosa al franquismo, es decir, un retroceso de casi cincuenta años, dar un
paso atrás de medio siglo. O eso, o gobernar en solitario aceptando la oferta
de investidura del PSOE y pactar de forma puntual cada proyecto de ley y cada
política que pretenda salir hacia adelante con éxito.
VOX ya sabemos que prefiere la dictadura franquista
surgida de una rebelión militar que desencadenó una cruel guerra civil, al
gobierno democrático actual surgido de la voluntad popular. Pues Abascal, su
líder, ya ha dicho por activa y por pasiva que el actual gobierno de España es
el peor de los últimos 80 años y, por tanto, peor que el de la dictadura
franquista.
A mí, personalmente, me resulta muy curioso que un
partido de ideología franquista haya crecido tanto en nuestra región, y más
sabiendo, pues así nos lo han hecho saber, que no creen en las autonomías. Es
decir, que si por ellos fuera, el estado de las autonomías desaparecería. Lo
que no llego a comprender es por qué se presentan a las elecciones autonómicas
de CyL si no creen en el estado de las autonomías, a no ser que su táctica sea cargárselas
desde dentro. Esto es, al mismo tiempo, una paradoja y la grandeza del estado
democrático, que acepta y cobija a aquellas opciones que no creen en la
democracia plena, sino en una “democracia” prostituida, hecha a su medida y con
sus exigencias, donde la opción de la gran mayoría de los votantes, del pueblo
soberano, no cuenta.
El binomio al que se enfrenta el candidato a
presidente de CyL es muy claro, o retroceder casi cincuenta años acercándose
peligrosamente al más rancio franquismo donde las libertades y derechos
sociales adquiridos a lo largo del último medio siglo se verían muy resentidas,
o negociar políticas más progresistas o menos conservadoras, pactando con la
bancada de izquierdas.
Hay una tercera opción, que nadie quiere, que el
presidente en funciones de Castilla y León reconozca su fracaso electoral y
convoque nuevas elecciones.
En Arévalo, a veinte de febrero de 2022.
L. J. Martín.
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