domingo, 22 de abril de 2012

POR LAS MIESES DE OTAR

            - Corre María, corre que viene –grita David a su hermana, viendo que su padre corre hacía ellos mordiéndose  la lengua.
            - Deja a los niños en paz –regaña Ana a Luis-.  Bastante es que te aguanten tanto tiempo mirando por el telescopio.
            - Les dije que jugaran con el balón sin salirse de ese rastrojo –protesta Luis–. Y no sólo se han salido sino que se han acercado tanto a las avutardas que las han espantado. El gran macho cojo estaba copulando con una hembra en ese momento. Joder Ana, era la primera que veía. Ya sabes que es casi imposible contemplar una cópula de avutarda. Parece que el cabrón de tu hijo lo hace a mala leche. No te acerques, pues ¡zas!, todo lo contrario. Y encima era el macho cojo, el más grande y espectacular.
            - Qué quieres, son pequeños, no se dan cuenta. No puedes tener a unos niños dos horas en un rastrojo y pretender encima que no se muevan de ahí -sentencia Ana sabiamente.

 machos de avutarda (Foto: David Pascual)

            La primavera no ha hecho más que empezar. Los machos de avutarda nos vestimos con nuestras mejores galas. Desde mi territorio, observo a Tardón con recelo. Sé que desde la pequeña loma donde le gusta mostrarse, mira a mi predio con envidia. Sabe que las hembras tienen más querencia por este terreno sobre la amplia hondonada en el que me exhibo desde hace más de diez años.
            Muchos son los que han intentado expulsarme, pero jamás han resistido en la pelea y han huido por patas. A pesar de mi cojera, producida por un choque fortuito con un alambre de espino que me fracturó un dedo de mi pata derecha, mi tamaño y complexión disuaden a cualquier rival de retarme. Sé que otros machos desean mi predio entre los interminables sembrados de cereales, por eso no puedo flaquear. He de mostrarme grande, fuerte, poderoso. Aunque ya noto como las fuerzas comienzan a aflojar. Pero el prestigio ganado en numerosas lides de juventud me protege. A pesar de todo, he de reconocer que Tardón es bueno. En una de sus múltiples peleas, estuvo más de media hora enganchado pico con pico con su rival, dando vueltas con el plumaje ahuecado, hasta que le hizo huir. Afortunadamente todavía respetan al gran Otar el cojo, que así es como me conocen.
macho de avutarda en plumaje de celo (Foto: David Pascual)
            Las hembras pastan apaciblemente entre la cebada. Parece que pasan de mí, pero sé que me miran entre los incipientes tallos verdes, disimulando, como si no fuera con ellas. Así que me pongo manos a la obra. He de convertir mi plumaje, mimético y de tonos ocres con el que paso desapercibido, en algo llamativo, visible a gran distancia, así que comienzo la transformación: levanto y abro la cola, erizo mis bigotes, echo la cabeza hacia el dorso, inflo el cuello hasta el pecho como si fuera un globo, ahueco todo mi plumaje, entreabro las alas y doy la vuelta las plumas, que por debajo son blancas. Parezco otro, doy el aspecto de una enorme bola de plumas blancas.  Seguro que un gran número de hembras se están fijando en mí con su aparente desinterés.
hembra de avutarda (Foto: Pedro trejo)

            Tengo que atraer a cuantas más mejor, para que muchos pollos lleven mis genes de gran avutarda. Así que agito el plumaje para hacerlo mas visual, girando lentamente. En esto consiste el celo, lo llamamos rueda. En un par de días esas hembras, que parecen completamente ajenas a mis exhibiciones, comenzarán a acercarse a mi predio en esta gran parcela de cebada. Y tendré que ir copulando con todas aquellas que requieran de mis servicios. Mi favorita es Otina una hembra fuerte y experta que me eligió desde el primer año. Siempre ha sido así, son ellas las que eligen. Podrían elegir a cualquier otro macho pero hasta ahora, casi todos los años, en torno a una veintena de estas pequeñas hembras me eligen a mí. Y digo pequeñas no porque las menosprecie, sino porque prácticamente quintuplico en peso a casi todas ellas. Ninguna de mis amadas hembras pasa de los cuatro kilos, sin embargo yo ando cerca de los dieciocho. Por ello tengo un récord absoluto, al ser el animal más pesado del planeta capaz de volar. Cuando vuelo, mis aleteos son lentos pero poderosos, con una envergadura que supera los dos metros y medio.

Macho haciendo la Rueda obsevado por una hembra
            Una vez que una hembra ha copulado conmigo, se aleja solitaria para poner de dos a cuatro huevos en una pequeña depresión sobre el suelo, entre los sembrados. Yo no colaboro, tengo que continuar defendiendo mi terreno y atendiendo a todas las hembras que  sigan demandando mi labor de semental, incluso algunas hembras vuelven porque han perdido la puesta. Por tanto mis ocasionales amantes, empollan y crían solas a las nuevas avutardas. Mis hijos nada más eclosionar, abandonan el nido y siguen a la madre andando allá donde vaya. Y yo, con mi solemne cojera, me iré a reunir con los machos de otros territorios en algún sembrado de girasol, para reponer fuerzas con sus ricos y nutritivos brotes.
(Foto: Tascón)

(Foto: David Pascual)
            Acaba mayo, Luis, esta vez sólo, busca avutardas entre los sembrados. En un barbecho próximo al camino, llama su atención un bulto inerte entre blanco y ocre y un gran número de plumas dispersas. Parece un ave muerta, tal vez haya chocado contra el tendido eléctrico cercano. Al acercarse, varias plumas pegadas a uno de los cables, indican el punto exacto del mortal impacto. El cadáver es de avutarda, huele a rayos, es un macho adulto, y muy grande por la envergadura de una de las alas abiertas que es agitada levemente por el suave aire de la mañana. Le da la vuelta para intentar ver el punto del golpe. Tiene el cuello y el pecho destrozados. La avutarda tiene también el dedo central de su pata derecha convertido en un muñón, seguramente por otro accidente ocurrido años atrás, esta lesión le debió hacer cojear en vida… Entonces se da cuenta.

            Una mano metálica, casi invisible, ha ganado al viejo macho en desigual pelea. Al año siguiente Tardón se exhibe entre las mieses ubicadas sobre la amplia hondonada. Mira con recelo a Dido, uno de los hijos de Otina y del gran Otar, que ha ocupado la pequeña loma. Infla el pecho, ahueca el plumaje, levanta la cola…
(Dibujo: Antonio Ojea)

En Arévalo a 20 de enero de 2010.

Dedicado a David, María y Ana por su paciencia infinita.

Publicado en La Llanura de Arévalo nº 11
Por: Luis José Martín García-Sancho
 
 
Enlaces realcionados:
- La Avutarda (Otis tarda) en Ávila y Madrigal-Peñaranda
http://arevaceos.blogspot.com.es/2014/01/la-avutarda-en-avila-y-madrigal.html
- El Vuelo de las ovejas:
- Alimentación de la Avutarda (Otis tarda) al sur del Duero:

1 comentario:

  1. Gracias a tí por criarnos de la mejor manera posible y aportando miles de cosas en nuestras vidas. Entre ellas los grandes y buenos momentos que pasamos juntos en el campo como una gran familia, única, la mejor; la mía. Lynx

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