El
soldado y la enfermera.
Se lo
llevaron un día
con sus
manitas quemadas,
se lo
llevaron un día,
un día de
nubes blancas.
Cuatro
camisas azules
con su
diestra levantada
irrumpieron
a buscarle
a las
diez de la mañana.
Se lo
llevaron a rastras
desde su
lecho a la zanja,
tenía
cara de niño,
y muy
limpia la mirada.
Cuando
fue a curar sus manos,
María
quedó asolada,
estaba
caliente el hueco
de su
cabeza en la almohada.
Corrió y
corrió a detenerlos
con su
cabeza tocada,
recorrió
todo el pasillo
hasta que
llegó a la entrada.
Al camión
ya lo subían
con sus
dos manos atadas,
con su
carita de niño
y una
expresión muy clara.
María
gritó su nombre,
para que
él se girara,
sus
miradas coincidieron,
sus
sonrisas enfrentadas.
Ella
intentó detenerlos,
les rogó
que lo bajaran,
a los
camisas azules
dijo que
no había hecho nada.
Ella
preguntó furiosa
que por
qué se lo llevaban,
ellos
dijeron por rojo,
él les
contestó por nada.
Le dieron
un culatazo,
le
ordenaron que callara,
con sus
camisas azules
y
gritando viva España.
Le
subieron al camión
del que
nadie regresaba.
Él sonrió
a María
para
evitar que llorara.
Levantó
sus dos manitas,
sus dos
manitas quemadas,
y se las
llevó hasta el pecho,
sus
labios dijeron gracias.
Jamás le
volvió a ver,
ni a
darle galletas mojadas
en una
infusión de achicoria
por la
tarde a pie de cama.
Él era un
joven muchacho
de una
aldea segoviana,
ella una
buena enfermera
que en
Valdecilla curaba.
Con
lágrimas en los ojos
vio como
el camión marchaba,
las
gaviotas se callaron,
y
enmudeció la calandria.
Se lo
llevaron un día,
un día de
nubes blancas,
el cielo
se puso rojo
a las
diez de la mañana.
Luis J.
Martín García-Sancho
Romance basado en hechos reales.
La protagonista de esta historia es María García Sancho, mi tía. Nacida en Codorniz hacia 1900 y fallecida en Arévalo en 1978.
Estos hechos nos los contaba, ya jubilada y con cierta nostalgia, en sus últimos años de vida. Ella se encargaba de curar al joven soldado las quemaduras de las manos en el Hospital de Valdecilla, donde trabajaba de enfermera. Ocurrió durante la guerra civil (1936-1939).
Las fotos, en las que María aparece vestida de enfermera, que acompañan esta entrada fueron tomadas en el Hospital de Valcecilla en marzo de 1950.
Las otras fotos familiares, fueron tomadas en Arévalo en esa misma década, durante alguna visita que María hizo a su hermano Luis, mi abuelo, en las que también aparecen: mi madre, muy joven, y mis tíos Luis y Javier, en la casa familiar del Paseo de la Alameda.
María frente al hospital de Valdecilla, en Santander.Murió en la casa familiar en 1978, aquejada de demencia senil, ocho meses después de que falleciera su hermano "Luisito" como ella le llamaba de forma cariñosa, ya que era algún año mayor que él.
Nunca supimos si entre aquel joven soldado y María hubo algo más que una relación enfermera-paciente, pero intuimos que sí, pues en los años sesenta rara vez se hablaba de la guerra civil, "aquellos años canallas", como la oí decir en alguna ocasión.
Historias sencillas como esta, pero trágicas por sus consecuencias, deben ser contadas y recordadas, pues apenas queda ya gente que las viviera en primera persona.
Sólo la memoria histórica, si se hace colectiva, puede evitar que hechos trágicos y repudiables se repitan.
Me pregunto por qué hay gente que quiere derogar la ley de memoria histórica y por qué les vota tanta gente.
Precioso y emotivo. Recuerdo a los dos hermanos, D. Luis y doña María con muchísimo cariño
ResponderEliminarGracias por tus palabras, amigo o amiga anónima.
EliminarQue triste e injusta época,que bonita y nostálgica a la vez;historia y fotos preciosas,gracias por compartir.
ResponderEliminarGracias por tu comentario.
EliminarPrecioso poema Luis... Transparente.
ResponderEliminarSuena a Federico García Lorca. Emociona hasta las tripas... tu canción desesperada sin los veinte poemas de amor que imaginar quisiéramos. Te escribo el primero el de una mujer, blanca por fuera y por dentro, y el de un joven agricultor, tal vez de un pueblo de Segovia:
Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.
Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros
y en mí la noche entraba su invasión poderosa.
Para sobrevivirme te forjé como un arma,
como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.
Pero cae la hora de la venganza, y te amo.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!
Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!
Cuerpo de mujer mía, persistirá en tu gracia.
Mi sed, mi ansia sin limite, mi camino indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.
Gracias Flordelerma,
EliminarIgnoro la forma en que María quería a aquel joven, porque nunca lo dijo, pero, de lo que no cabe duda es de la desesperación de ambos el día que se lo llevaron. Reflejada en su expresión al contarlo, en su tono sentido, en la forma en que su mirada se perdía en sus huesudas manos.
Neruda cantó muy bien al amor, gracias por recordarnos uno de ellos.
Precioso relato
ResponderEliminarGracias por tu comentario.
EliminarMaravilloso poema y relato.
ResponderEliminarNo olvidemos . Viva la inteligencia, muera la guerra!!!
Un abrazo primo.
Gracias por tus palabras.
EliminarUn abrazo.
Gracias !! Lo escribo con lagrimas...
ResponderEliminarEs muy emotivo. ❤️
Gracias por tu comentario.
EliminarQuerido Luis.
ResponderEliminarEste post tuyo, incomprensiblemente se me había pasado. Pero anoche, repasando tu blog, lo leí. Y esta mañana se lo he leído a varias personas.
Porque la historia que revelas me parece, tan humana, tan terrible, tan cruelmente bella, tan testimonial, que creo necesario divulgarla. Es un documento, una suerte de reportaje sobre el salvajismoy la necesidad de recordar, precisamente para que no vuelva a repetirse, para que no caigamos en ese alzheimer colectivo en el que muchos habitantes de este país, o lo que sea, están inmersos. Y pretenden además borrar todas las huellas.
Tu poética descripción de los hechos me parece magnífica y me ha, nos ha, conmovido.
Si a eso unes que yo tuve la fortuna de conocerla -a tu tía abuela-, y de conocer y apreciar a muchos miembros de tu familia, que además estuvo muy cercana a la mía, pues comprenderás que me has tocado muchas fibras.
Gracias por este regalo. Un abrazo. Y sigue. Sigue.
Con lágrimas en los ojos y una sonrisa, amigo Ángel, te doy las gracias por tus palabras, que me animan a seguir, que lo haré, mientras no me falten las fuerzas o la motivación.
EliminarUn abrazo.