Intervención de Luis J. Martín durante la celebración del día del libro en la casa del Concejo de Arévalo, el veintitrés de abril de 2022:
Buenas tardes, lo primero agradeceros vuestra presencia a este acto organizado conjuntamente por el Ayuntamiento de Arévalo y La Alhóndiga. Igualmente, agradecer, de manera especial, a María Luisa Pérez, concejala de Cultura y a Juan Carlos López, presidente de la asociación La Alhóndiga, su labor para hacer posible esta velada literaria.
Recuerdo que en la tercera
edición de "Verso Libre" que se celebró en la plaza de la Villa, allá por 2015 o
2016, no recuerdo exactamente el año, empecé mi recital con estas palabras: “Si
queréis que el verso se haga eternamente libre, asesinad a su autor”. En
aquella ocasión recité el “Romance de la luna” del “Romancero gitano” de Federico
García Lorca, que empieza con estos versos:
“La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos,
el niño la mira mira,
el
niño la está mirando”.
Geniales versos de un poeta
genial y eterno, muerto de forma prematura, innecesaria, violenta.
Abril es un mes de
celebraciones, que me van a servir de hilo conductor durante mi intervención:
el 14 se conmemoró la II República; el 23, hoy, el día del libro, pero también
el de los comuneros de Castilla, nuestra fiesta. También es un mes de
renacimiento, las aves comienzan el celo, con sus exhibiciones, sus cantos, la
construcción de sus nidos... El campo reverdece, revive.
La vida.
Pero ahora, lamentablemente,
el mundo occidental está pendiente de una guerra, que es lo contrario a la vida
y a la construcción, pues es muerte y destrucción de la vida, de la libertad.
Ya Miguel Hernández hace 85 u 86 años
escribió crudos, hermosos y sinceros versos que hablaban de la guerra pero,
también, de la palabra y del amor. Corría el año 1937 o 38, y España estaba inmersa
en una atroz guerra civil, cuando escribió “Tristes guerras”, poema muy breve
pero de intenso contenido:
“Tristes guerras
si no es de amor la empresa.
Tristes,
tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes,
tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes,
tristes.”
Ojalá,
la única guerra fuera conquistar un amor y las únicas armas que existieran fueran
las palabras.
Otro
gallo nos cantaría. Creo que todos viviríamos más tranquilos y seríamos mucho
más felices.
Miguel Hernández ya es uno de los grandes. Murió de forma prematura, con tan solo 31 años, cuando todavía le quedaba mucho por escribir, y de forma completamente innecesaria y violenta, porque uno de los actos de mayor violencia es el de privar de su libertad a una persona por defender sus ideas, en este caso, los ideales de la República.
Otra
de las grandes es Almudena Grandes,
fallecida en diciembre del año pasado a consecuencia de un cáncer, también de forma
prematura, porque a los 61 años de edad, aún tenía mucho que contar. Esta
excelente escritora contemporánea escribió mucho y bien sobre la España de la
república, de la guerra, de la posguerra, de la dictadura franquista, pero, también,
sobre la sociedad actual.
Tiene
una serie de cinco novelas agrupadas bajo el título de “Episodios de una guerra interminable” donde habla, con toda
naturalidad, de la victoria, de la represión, de los perdedores, del silencio impuesto y
del olvido. Hoy, día del libro, recomiendo encarecidamente su lectura.
Pero es en una de sus novelas sobre la época actual, "Los besos en el pan” (2015), en la que da un repaso brillante a la reciente historia de España:
‹‹Porque en España, hasta hace treinta años,
los hijos heredaban la pobreza, pero también la dignidad de sus padres, una
manera de ser pobres sin sentirse humillados, sin dejar de ser dignos ni de
luchar por el futuro. Vivían en un país donde la pobreza no era un motivo para
avergonzarse, mucho menos para darse por vencido. Ni siquiera Franco, en los
treinta y siete años de feroz dictadura que cosechó la maldita guerra que el
mismo empezó, logró evitar que sus enemigos prosperaran en condiciones atroces,
que se enamoraran, que tuvieran hijos, que fueran felices. No hace tanto
tiempo, en este mismo barrio, la felicidad era también una manera de resistir.
Después
alguien dijo que había que olvidar, que el futuro consistía en olvidar todo lo
que había ocurrido. Que para construir la democracia era imprescindible mirar
hacia delante, hacer como que aquí nunca había pasado nada. Y al olvidar lo
malo, los españoles olvidamos también lo bueno. No parecía importante porque,
de repente, éramos guapos, éramos modernos, estábamos de moda… ¿Para qué
recordar la guerra, el hambre, centenares de miles de muertos, tanta miseria?»
Hablar
de nuestra historia reciente, sin complejos, sin miedos, aparte de ser
necesario, debería tener la imprescindible condición de normalidad, en la sociedad actual, en Democracia plena.
Almudena Grandes, en muchas de sus novelas, lo consigue de forma brillante,
ejemplar.
Pero, como dije al principio, hoy también es el día de Castilla y León.
Y abril es un mes muy especial para mí. La campiña castellana, allá donde mires, reverdece,
revive. La fauna está en celo. Las avutardas están en celo. En fin, uno de los
mejores espectáculos del mudo, el del renacimiento de la vida, está ahí ante
nuestros ojos, a nuestro alcance para disfrutar, para ser felices un año más.
Para terminar, y para enlazar
con todo lo dicho, voy a recitar un poema mío, “Días de abril”:
El campesino extiende la alfombra verde,
ya es abril en la llanura castellana,
después de llover huele a tierra húmeda
una oscura parcela recién arada.
Con mano abierta en la frente mira al cielo
y luego a una gran parcela de cebada,
pues una fuerte helada o muy poca agua
podrían arruinar toda la campaña.
Sobre una loma visible en la distancia,
hace, solemne, la rueda una avutarda
para atraer a varias hembras dispersas,
se convierte en una enorme bola blanca.
El aire ya huele a campo renacido,
la primavera se impone en La Moraña,
y el campesino mirando al horizonte,
ya
es abril en la llanura castellana.”
Gracias y feliz día del libro, feliz día de Castilla
y León.
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