miércoles, 15 de junio de 2016

UN LUGAR



Luis José Martín García-Sancho.

Cuando ella miró hacia el vallejo pensó si todo lo que había hecho, realmente, había merecido la pena. Mientras, saladas lágrimas saturaban sus ojos y se precipitaban por la verticalidad de sus curtidas mejillas hacia las aletas de la nariz y la comisura de los labios. A pesar del dolor, el gesto de su rostro permaneció inmutable.
Siempre había pertenecido a Lugar aunque los lugareños jamás la habían considerado una parte de ellos. A pesar de que era mucho más lo que daba que lo que recibía, sus vecinos jamás lo habían sabido valorar. En Lugar, el que se salía del tiesto corría serio peligro de secarse, de quedar excluido, marginado, envidiado por unos y odiado por otros, aunque lo cierto es que una cosa siempre llevaba a la otra.
La consideraban una abraza árboles que estaba manifiestamente en contra de lo que les hacía moverse al unísono como una colectividad algo aborregada pero que, al fin y al cabo, funcionaba. Para las gentes de Lugar, ella rompía una ley no escrita, una obligación tácita que debía ser respetada por todos, sin escusa, sin excepción.
Jamás se había metido con nadie, su casa era la última al final del vallejo donde una gran piedra caballera se alzaba hacia el amanecer. Allí solía recibir cada mañana las primeras luces del día, subida a lo alto de la piedra, sentada sobre una esterilla, con las rodillas flexionadas, los pies cruzados, la espalda recta, la cabeza alta y los ojos cerrados, hasta que sentía en su rostro la confortable caricia del incipiente sol. En alguna ocasión mientras esperaba al sol en aquella posición, algún niño, tal vez llevado por los comentarios de sus mayores, había lanzado una piedra contra aquella loca.
Más que por loca la tenían por rara porque para los lugareños, raro era todo lo que no se parecía a ellos. Empezó por no echar pesticidas ni abonos químicos a su huerta. Siguió con negarse a pertenecer a la cofradía del perpetuo socorro, que integraba a todas las mujeres sin excepción. Luego las rastas y los pendientes, pero no en el sitio correcto y socialmente aceptado que eran única y exclusivamente los lóbulos de las orejas, sino en partes insospechadas. De hecho en sus lóbulos auriculares jamás había tenido pendientes pues su padre se negó a que se los perforaran de recién nacida. Simplemente dijo que cuando tuviera cierta edad decidiera por sí misma. Y decidió, poniéndose pendientes en lugares donde ninguna lugareña los llevaba.
Continuaron aquellos amigos que traía los fines de semana en su etapa universitaria, cada cual más raro a pesar de que nunca se metieron con nadie. Especialmente las mujeres de Lugar, cuando la veían pasar con alguno de esos compañeros solían reírse mientras murmuraban algo parecido a ahí va esa rara que además de rara es puta porque cada día va con uno.
Esa libertad al parecer molestaba, porque los que pierden una parte de su libertad, de forma voluntaria o inconsciente, por pertenecer a una colectividad, no suelen tolerar que alguien cercano a ellos, sencillamente, sea más libre porque se ha deshecho de las tozudas ataduras de normas no escritas.
¿Se puede ser libre dentro de la sociedad?, ¿se puede ser independiente perteneciendo a una colectividad?
Ella pensaba que sí, aunque siempre quiso aportar a la colectividad. Gracias a sus estudios de biología a la temprana edad de 22 años hizo un completo trabajo sobre las plantas silvestres de la comarca haciendo especial hincapié en sus propiedades medicinales. Sus profesores la aconsejaron que lo enfocara como tesis doctoral porque tenía suficiente calidad para ello. Descubrió algunas plantas por las que Lugar apareció en los mapas. Llegaron botánicos de renombre a corroborar in situ la existencia de aquellas especies e impartieron una conferencia a los lugareños en la que recalcaron la importancia del hallazgo y dieron algunas recomendaciones para preservar aquellas plantas, entre las que se encontraba el no usar pesticidas en los linderos y procurar dejarlos un poco más anchos.
Al día siguiente el comentario generalizado entre las gentes de Lugar, entre risas y burlas, fue que si aquellos doctores y doctoras tan redichos les tenían que decir a ellos como hacer las cosas, cuando siempre se habían hecho así. Por muchas plantas raras e inútiles que se pudieran perder, iban ellos a dejar de echar pesticidas a sus linderos, ja, ja.
Mientras que en otros sitios los olmos estaban desapareciendo, en Lugar aún se mantenían olmos sanos, en parte debido a que ella siempre se había molestado en cuidarlos e inyectarlos un producto natural que impedía que el hongo mortal de la grafiosis les atacara. Había logrado salvar a todos los que se extendían desde las eras hasta la ermita del perpetuo socorro, incluida la gran olma que se encontraba en el empedrado de la entrada a la ermita. Pero a alguna mente iluminada se le ocurrió que aquel viejo camino con una docena de añosos e inútiles olmos tenía que incluirse en el plan general de ordenación urbana y convertirse en la calle principal de las 50 viviendas de protección oficial “Perpetuo Socorro” que la Junta ya había aprobado.
Vinieron políticos a decir que para el necesario desarrollo de Lugar sobraban los centenarios olmos, casi todos estaban de acuerdo, solo con que dejaran el de la ermita bastaba. Ella intentó recoger firmas para salvar a todos los olmos centenarios del camino, pero los de Lugar hicieron una recogida de firmas diferente para salvar exclusivamente a la olma de la ermita.
Ella llegó a encadenarse a uno de los olmos más grandes del camino pero de nada la sirvió, cizallaron las cadenas y entraron en funcionamiento las motosierras con gran fiesta de chiquillos y mayores que comentaban la pericia de los operarios para que aquellos seculares gigantes cayeran en la dirección deseada. A ella la llevaron al cuartel de la Guardia Civil. De ahí surgió lo de abraza árboles.
Finalmente las 50 viviendas se construyeron y en la calle principal, donde antes había una docena de espléndidos olmos, plantaron 62 aligustres en forma de bola. El alcalde de Lugar en la inauguración llegó a decir que nadie podía protestar porque se habían plantado cinco veces más árboles que los que había antes. Mientras escribo esto creo recordar que actualmente solo hay cinco viviendas ocupadas de las 50 que se hicieron, eso sí, con una pequeña sombra intermitente proporcionada por 50 bolitas de aligustre. Sí, se talaron 12 porque uno de los vecinos protestó porque le tapaban las vistas de la olma de la ermita. Por cierto, como al camino de la ermita se le conocía como el camino de los olmos, a la calle de las bolitas de aligustre se la llamó calle del camino de los olmos. Curioso.
Pero la gota que empezó a colmar el vaso de la tolerancia de sus vecinos fue durante las fiestas. Ella ya había denunciado en varias ocasiones el maltrato al que eran sometidos los animales que participaban en el tradicional encierro de la romería del perpetuo socorro. Los novillos eran soltados desde la dehesa y conducidos por los mozos hasta la ermita, mientras eran sometidos al lanzamiento de centenares de objetos punzantes de todo tipo que se les clavaban por cualquier parte del cuerpo, incluidos los ojos, el hocico y los testículos, estos últimos aciertos eran los más celebrados.
Pero ese año se había pasado. Se había puesto en medio del recorrido, desnuda, untada en sangre, con los ojos tapados y las manos atadas y lo peor de todo era que había llamado a la prensa, a gente de fuera que no entendía las ancestrales costumbres ni las sagradas tradiciones unidas desde tiempos inmemoriales a la festividad del perpetuo socorro. Y eso no podían perdonárselo. Si quería abrazar árboles podía abrazarlos en su casa, si quería salvar plantas tan raras como ella podía plantarlas en su huerta. Si quería saludar al sol o llenarse el cuerpo de pendientes o rastas, allá ella, al fin y al cabo era su piel y su pelo. Pero intentar que personas de fuera pudieran impedir o criticar lo que siempre se había hecho en Lugar y que era causa de fiesta y regocijo entre los lugareños normales, aquellos por cuyas venas corría la sangre de las costumbres ancestrales, eso no podían permitirlo.
Ese día fue zarandeada, golpeada, castigada con todo tipo de insultos e improperios. Acabó nuevamente en el cuartel por escándalo público, como el día de los olmos. A la mañana siguiente fue puesta en libertad y pudo comprobar cómo a la última casa del vallejo la habían roto todos los cristales, habían destrozado la pequeña huerta, cortado varios árboles y escrito en la puerta con pintura roja "SI NO TE GUSTA LUGAR, MÁRCHATE".
No se marchó, sabía que sus padres si vivieran no lo habrían consentido. Así que repuso los cristales, plantó nuevamente la huerta y más árboles. Continuó con sus trabajos de investigación, por los que había sido becada, y con sus publicaciones que eran muy bien recibidas por la sociedad científica. A pesar de los lugareños, Lugar era su sitio y nadie podría jamás obligarla a marcharse.
Pero la tranquilidad siempre estaba comprometida. Una empresa constructora de renombre mundial había puesto sus ojos en la dehesa de Lugar para construir viviendas unifamiliares y campos de golf. Vendieron el proyecto a los lugareños como la gallina de los huevos de oro y comenzaron a comprar a los propietarios las parcelas de la dehesa.
Ella reaccionó de inmediato e intentó convencer a sus vecinos del error que cometían al permitir que se destruyera la última dehesa. Pero sirvió de poco, una vez más los políticos de turno comenzaron con la machacona retahíla de costumbre de que aquello era muy beneficioso para el necesario desarrollo de los pueblos y, más aún, de la comarca entera, que ese proyecto traería trabajo seguro para los lugareños con lo que aumentarían sus expectativas de mejora en la calidad de vida.
Ella denunció el procedimiento envenenado de procurar un beneficio cuantioso a unos pocos a costa de arruinar un medio natural valioso e irrepetible, entre otras causas por las plantas únicas y protegidas que ella misma había descubierto para la ciencia. Llevó su denuncia al juzgado lo que hizo que un juez, tal vez algo más concienciado que los lugareños, estudiase el procedimiento y encontrase una grave irregularidad en los estudios de impacto ambiental que hacía a los responsables de la administración sospechosos de prevaricación y de tráfico de influencias.
Aunque ya se habían talado miles de encinas, construido las calles de la urbanización y los campos de golf, el juez ordenó paralizar las obras y devolver el espacio a su estado natural.
Ella pensó que había conseguido algo importante y que antes o después los lugareños se darían cuenta de la trascendencia de su logro.
Una tarde mientras regresaba en bicicleta de la Universidad observó un raro brillo en el cielo, pesó en que sería de la puesta de sol. Pero al ir acercándose a Lugar comprobó como la última casa del vallejo se consumía pasto de las  llamas y que la gran piedra caballera, donde cada día recibía la luz del sol, había sido arrancada.

En Arévalo, a quince de junio de 2016.



2 comentarios:

  1. Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
    Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
    Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
    De mí murmuran y exclaman:
    —Ahí va la loca soñando
    Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
    Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
    Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

    —Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
    Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
    Con la eterna primavera de la vida que se apaga
    Y la perenne frescura de los campos y las almas,
    Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

    Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
    Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?


    Rosalía de Castro, 1808

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    1. Gracias Javier.
      Cierto, no es cierto pues hablan.
      Solo hay que saber escuchar.
      Y soñar, siempre.

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