Vino en silencio.
Dio las buenas tardes en un tono casi
imperceptible.
Metió los guantes en el bolsillo.
Pidió un café en la barra. Descafeinado de
cafetera. Leche templada.
Pagó. Se llevó el café a la mesa. Una
apartada. Solitaria.
El local estaba más vacío que lleno. Apenas cuatro
mesas ocupadas. Dos personas en la barra. Más la camarera. La tele, al fondo,
sin sonido. Una música suave de villancicos por los altavoces, apenas
audible.
Se quitó el gorro, la bufanda, el bolso, el
abrigo y lo dobló del revés por la mitad, con el forro polar hacia fuera. Lo
colocó con cuidado sobre el asiento de la silla. El espejo, a su espalda,
reflejada las luces nocturnas de la amplia avenida.
Abrió el bolso, sacó una tableta. La abrió.
Comenzó a deslizar el dedo índice por la pantalla. Se paró en un archivo de
imágenes. Elegía una, la ampliaba, la cerraba. Luego otra.
El reflejo de las fotos sobre los cristales
de sus gafas impedía que los presentes vieran sus ojos humedecidos por las
lágrimas. Aunque, en realidad, nadie miraba hacia la mesa.
Un hombre, también solitario, consultaba el
As dejando ver la contraportada con una joven vestida únicamente con un tanga
minúsculo. En otra mesa cuatro mujeres que ya no cumplían los sesenta se
mostraban unos zapatos con un tacón de aguja de dimensiones prohibitivas para
las leyes físicas. En otra, una pareja consumía un par de refrescos de cola
mientras hablaban o discutían en tono algo más alto de lo normal. En la barra
dos hombres en ropa laboral conversaban con la camarera de forma divertida a
juzgar por las risas que se oían de vez en cuando.
A lo largo de la tarde las mesas se fueron
vaciando y ocupando, varias veces.
Cuando la camarera se acercó a la mesa para
decir que iba a cerrar, levantó sus ojos humedecidos y pidió perdón. Si se
hubiera fijado en el reflejo de los cristales de sus gafas hubiera visto la
foto de un niño de unos siete años señalando sonriente con su dedo índice hacia
la cámara.
Cerró la tableta. Volvió a pedir perdón a la
camarera que comenzaba a barrer por la barra, y se despidió con mismo tono
imperceptible con el que había saludado.
Arévalo, 5 de enero de 2014
Luis J. Martín
Conmovedor. Rezuma ternura y despierta interés. ¿Qué nexo unía al niño y al hombre? ¿Qué había ocurrido?
ResponderEliminarGracias Ángel, prertendía crear esa incertidumbre en el lector. Aunque, en realidad, el personaje protagonista no queda especificado si es hombre o mujer. Cada cual imagina lo que puede ser, sin darse cuenta.
EliminarMe imagino que te imaginas lo que yo he imaginado.
ResponderEliminarCaco