jueves, 17 de mayo de 2012

EL TONTO DE LAS DOS CARAS (y 4)

EL TONTO DE LAS DOS CARAS

Por: Luis José Martín García-Sancho
® AV-8-11
(Esta es una historia en cuatro partes. Antes de leer esta parte se recomienda leer la primera:
http://arevaceos.blogspot.com.es/2012/05/el-tonto-de-las-dos-caras.html )
Cuarta parte y última
LA PUESTA


         Estaba apenado, había roto su promesa.
         Cuando era un niño, no sabía exactamente los años que tendría, una gata parió un solo cachorro y murió al día siguiente. Braulio se encariñó enseguida de aquel ser indefenso al verlo solo en el mundo como él. Le crió a biberón, a espaldas de Damiana, y el gatito sobrevivió. Al mes ya comía carne en pequeños trocitos. Lo tenía escondido en el corral porque a su madre no le gustaban los animales. El gato crecía. Solían pasar mucho rato jugando. Le había tomado verdadero cariño.
         El caso es que una tarde, mientras Braulio estaba distraído con el gato en su corral, alguien desde fuera azuzó a la perra del herrero que tenía muy malas pulgas y odiaba a los gatos, ya había matado a varios en el pueblo. En un momento, sin que Braulio pudiera hacer nada, la perra se abalanzó sobre el felino y, agarrándolo por el pescuezo, le dio muerte al instante. Todo ocurrió delante de sus ojos. Vio al gato con el cuello destrozado y a la perra, ahora, jugando con él. Estaba realmente furioso, se dirigió hacia ella y, a patadas, la mató. Se quedó aterrorizado al verla muerta. No quería haberlo hecho, pero había perdido la cabeza. La idea de que esto le pudiese pasar con una persona le horrorizaba. Desde entonces se prometió así mismo no volver a pelearse con nadie, jamás pegaría a nadie.
         Pero hoy no pudo soportar como Fabio faltaba a Julia, que era la única que no se metía con él. La había insultado burlándose de ella descaradamente. No se había podido contener. Nadie insultaría a Julia delante de él. Era la única persona en el mundo en la que Braulio creía. Todos los demás eran mezquinos, egoístas, hipócritas. Siempre intentando aparentar lo que no eran.
         Había dejado de creer en la gente hasta que conoció a Julia, tan buena. Siempre se había portado bien con él y para Braulio esta era la primera virtud: la bondad. En Julia veía personificada la bondad. Ni tan siquiera la cara de la patrona, podía compararse con la de Julia...Julia. Haría cualquier cosa por ella. Sólo vivía para ella, pero nadie debía saberlo ¿Se habría puesto en evidencia? ¿Sospecharía la gente del pueblo lo que sentía por Julia?
         No pudo comer. Estaba deseando que llegase la hora mágica del crepúsculo para imaginarse a Julia, como cada día, ocupando la esfera solar, como si cada una de sus pestañas fueran los rayos. Y su boca sonriéndole, sus ojos mirándole con la misma mirada de esta mañana, tierna y cariñosa. Era lo que él siempre había deseado, ternura y cariño. Envidiaba al ternero recién nacido, su madre lo limpiaba con delicadeza y en su mirada veía cariño, incluso amor. Esto era algo que no había tenido nunca,  ni una caricia, ni un gesto amable, ni una palabra de aliento, nada. Y mientras pensaba esto, se encogía rodeándose las rodillas con los brazos, sus ojos se humedecían y, en silencio, sin emitir un sonido, sin cambiar el gesto de la cara, lloraba. Un hombre capaz de dominar a un novillo, capaz de levantar a una persona de más de noventa kilos por encima de su cabeza, con la cara entre las rodillas, lloraba amarga, silenciosamente. El sabía que el dolor va por dentro, lo sabía demasiado bien.
         Esa tarde no fue a casa de don Fabriciano, el rico, permaneció allí inmóvil. Cuando se levantó, la tarde estaba muy avanzada. Se lavó la cara y salió. Al atravesar las calles, notó que la gente le miraba, le apuntaban desde los portales y hablaban de él. No le gustó aquella sensación de ser el centro de los cuchicheos del pueblo, aunque tampoco le interesaba lo que estuvieran diciendo en esos momentos. Sólo quería sentarse en el mojón y esperar.
La tarde estaba silenciosa, al menos eso es lo que le parecía a Braulio. No sabía que, unos metros por detrás, había alguien observándole. Y menos aún podría pensar que una de esas personas era la que quería ver representada en el sol poniente.
Julia había convencido a su primo Carlos para que la acompañase al cerro de Zamorate hasta el mojón del tío Cosme.
- No me digas que te has enamorado del tonto -decía Carlos con una sonrisa maliciosa- ¿Acaso estás interesada por Dos caras? ¿Eh?
- No digas tonterías Carlos -poniéndose un poco colorada- sólo quiero saber si es verdad lo que dicen. Y no te burles de él que es más bueno que cualquiera de nosotros ¡Ah! Y de esto ni una palabra a nadie ¿Entendido?
- No te preocupes prima, soy una piedra -dijo golpeándose en el pecho.
- ¡Chsss! Mira ya se ha sentado -mientras se agachaba detrás de las retamas y tiraba de su primo por el antebrazo-. Estate quieto por favor que no quiero que nos vea.
- Pero si no ve ni oye a nadie. Se queda, como lo que es, como un auténtico idiota.
El Sol estaba muy bajo. No había ni una nube en el horizonte, y la enorme esfera solar se hacía cada vez más grande a medida que descendía hacia su morada nocturna. Era una puesta de sol espléndida. Nunca Julia había visto otra igual. Los tenues rayos se filtraban entre las nubes altas y muchos matices de cálidos colores fucsias y anaranjados se difuminaban entre ellas. Era un colorido magnífico.
Ya el sol tocaba los pinares de Prado Luengo y Braulio se imaginaba formar parte de ellos y Julia, el sol, se le unía en un profundo beso, se metía  dentro de él, cada vez más, llegando a ser sol y tierra, Julia y Braulio, una misma cosa. Toda la línea del horizonte, así como las nubes con sus matices rosáceos, parecían reflejar la intensidad de aquel amor. Los cantos de calandrias y codornices parecían celebrarlo.
De pronto Braulio, que hasta entonces había permanecido inmóvil, extendió un brazo hacia el Prado Luengo.
- ¡Julia! -le oyó gritar, al mismo tiempo que se incorporaba.
Un escalofrío  recorrió la espalda de Julia, mientras que una lágrima se deslizaba por su mejilla.
En este momento sonó un estampido. Braulio, el tonto, como recibiendo el impacto de un puño invisible, se elevó un instante, cayó de espaldas y quedó inmóvil tendido en el suelo.
Un escalofrío, pero esta vez de pánico, recorrió la espalda de Julia. Había sido un disparo. De su garganta salió un desgarrado grito que se elevó, ocupó el espacio, y se perdió por las llanuras de La Moraña.

PRIMERA PARTE: BRAULIO:
http://arevaceos.blogspot.com.es/2012/05/el-tonto-de-las-dos-caras.html

1 comentario: