viernes, 14 de junio de 2019

DEL COLOR DE LA LIBERTAD




Arianda se quedó muy extrañada cuando vio la jaula vacía.
Preguntó a sus compañeros del turno anterior que aún no se habían ido, nadie había abierto la jaula y tampoco había recibido visitas. De hecho no había venido nadie a ver a Julen en los últimos cuatro meses.
Fue a la habitación de Jacobo que era el único interno que le iba a ver de vez en cuando, pero llevaba dos días ingresado por una complicación respiratoria.

Eneko llevó a su padre a la residencia en el mes de enero. Unos días antes, en pleno mes de diciembre, se había ido de casa sin más abrigo que el pijama. Desorientado, cruzaba una y otra vez las concurridas calles sin hacer caso a los pitidos de los coches ni a los viandantes que, desde la acera, le recriminaban su actitud. Hasta que una furgoneta lo arrolló y lo dejó parapléjico. Antes ya había perdido la capacidad de hablar y ahora, la de moverse por sí mismo.
En la residencia le pidieron algo de información sobre los gustos de Julen. Así que Eneko, antes de irse de viaje, hizo una especie de currículo sobre su padre, con mucho de lo que había hecho a lo largo de su vida. Cuando entregó la lista, con algo de música que solía oír habitualmente y algunos objetos familiares, dijo que estaría fuera hasta el mes de junio y facilitó a la gerente del centro varios números de teléfono por si pasaba algo.
Arianda era la cuidadora principal de Julen, así que se encargó de colocar todos los objetos para que la habitación le resultara algo más familiar y, de vez en cuando, le ponía algo de música. Leyó detenidamente el listado que les había facilitado Eneko sobre las preferencias de su padre o las muchas actividades que había realizado a lo largo de su vida. Entre todas, lo que más le llamó la atención era el libro que había escrito: “Guía de las aves de la comarca de Los Oraños”. Así que se le ocurrió que un pajarito quizás le alegrase la vida. Pidió permiso a la gerencia del centro y, al día siguiente se presentó en su habitación con un jilguero en una pequeña jaula de la pajarería del barrio. Pero Julen ni se inmutó, al contrario, a Arianda le pareció que su gesto era un poco más enfadado de lo habitual.
- Vaya pájaro que te ha traído Arianda. Eres su enchufado.
- Sí menudo enchufe, nunca me han gustado los pájaros enjaulados. Es un contrasentido, el pájaro es sinónimo de libertad.
- Bueno hombre, no te pongas así de filosófico, seguro que lo ha hecho con la mejor intención, para alegrarte un poco la vista.
- Qué va, qué me va a alegrar, al contrario, me entristece verle así, anda que no he visto yo jilgueros silvestres, esos sí que me alegra verlos, pero así, mira, si no hace más que piar y saltar de un palo a otro mirando a la ventana.
- Amigo Julen, seguro que este pajarito, ha nacido en una jaula y no ha conocido más libertad que la de saltar de palo en palo.
- Seguro que ha leído que soy un ornitólogo que ha escrito una guía de aves silvestres, silvestres, repito, y se ha dicho: le compro un jilguero enjaulado.
- Buenas tardes vecino –grita Jacobo desde la puerta- ¿Qué tal estamos hoy?, ¿y cómo está tu colorín?, a ver, ¿tienes alpiste y agua? Mira lo que te he traído, un trozo de manzana para que la picotees.
Jacobo entra y le coloca el trozo de manzana al lado del bebedero. El jilguero se asusta y aletea, chocándose con los barrotes. Luego se acerca a la silla donde Julen permanece impasible, con la mirada perdida en el suelo. Mira la bandeja que tiene en la mesilla y coge una galleta.
- No te importa, ¿verdad? –le pregunta sin esperar respuesta-, estas de limón son las que más me gustan. A mí hoy me las han traído de fresa, que me gustan menos. Así que me he dicho, voy a ver a mi amigo Julen y a charlar un rato con él –se ríe-. No hables tanto que me mareas.
- ¿Estás aquí? –entra Arianda-, seguro que ya le has robado las galletas al bueno de Julen. Si pudiera hablar o moverse ya te habría parado los pies, seguro.
- ¿yo?, qué va –contesta Jacobo mientras se le escapan migas de galleta por su boca desdentada-, solo he venido a traer a Colorín un trozo de manzana y a dar un poco de conversación a mi vecino.
- Ya, ya. Por eso escupes migas al hablar.
Jacobo se ríe poniéndose la mano en la boca. Mientras mira como acaba de dar la merienda a Julen. Luego salen los dos juntos.
- Vaya morro que tiene el Jacobo este.
- Bueno, por lo menos le trae de comer a Colorín.
-Y a mí qué, como si se muere.
- No digas eso hombre, ¿no habías dicho que le querías soltar?, pues si se muere cómo le vas a soltar.
Se hace de nuevo el silencio. La soledad de Julen queda aún más remarcada con esa mirada vacía hacia ninguna parte.

Pasan los días, las semanas, los meses. Ya es abril. Colorín canta como un poseso, pretende atraer con su canto a alguna hembra, pero desde la jaula lo tiene crudo. Así se pasa de sol a sol, trinando, saltando de palo en palo, sujetándose a los barrotes como si intentara abrirlos, desde que los cuidadores abren la persiana de la habitación hasta que la cierran, sin descanso.
Una mañana, como de costumbre, entra Arianda con su buenos días cantarín de siempre. Al subir la persiana no repara en que está algo más alta de lo habitual. Asea a Julen, le levanta con la grúa y le sienta en el sillón. Le da la sensación de que algo no encaja, demasiado silencio comparado con los días anteriores. De pronto se da cuenta.
La puerta de la jaula abierta.
La jaula vacía.
En el sauce del jardín
un canto eufórico.

En Arévalo, a tres de junio de 2019.
Luis José Martín García-Sancho.


Foto de internet.



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