Le dio miedo, pensó en romper los documentos,
hacerlos trizas, pero no se sentía seguro, había gente que sabía recomponer
papeles cachito a cachito, como el más difícil de los puzles. Pensó en
enterrarlos, pero no sabía el tiempo que el tiempo tardaría en destruirlos del
todo. Entonces cogió un bidón vacío de un vertedero y se puso a quemar, uno por
uno, cada documento.
La
policía judicial no tardó en llegar a detenerle, solo tuvieron que
seguir la estela que dejaba el humo. Cuando llegaron aún no había acabado de
destruir todos los papeles comprometidos.
- Cómo
han sabido ustedes lo que estaba destruyendo –preguntó asustado el detenido-,
¿acaso han tenido algún chivatazo?
- El
humo es el que le ha delatado –le respondió uno de los inspectores-. El humo
nos ha contado sus corruptelas y sus negocios ilegales a costa del cargo
público que desempeña.
- Y cómo
es eso posible –preguntó nuevamente el político-, si este es un espacio
rural en el que la gente suele quemar hojas y leña cada día o hacer barbacoas
en sus parcelas.
-
Mire para arriba –le dijo el inspector-, como puede ver, el humo ha
dibujado en el cielo lo que usted trataba de destruir, cada comisión que ha cobrado de forma ilegal, cada
apropiación indebida, cada desfalco a las arcas públicas, cada prevaricación. Como ve todo está escrito con humo en el cielo.
- No es posible –decía
el hombre muy abatido-, no es posible.
Seguidamente, le pusieron los grilletes y se le
llevaron en el furgón policial. Mientras repetía mirando a un cielo lleno de frases y cifras, no
es posible, no es posible.
En Arévalo, a once de mayo de 2018.
Luis José Martín García-Sancho.
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