Que
nadie hable.
Que
nadie critique.
Que
nadie proteste.
Que
nadie desapruebe.
Que
nadie vocee,
si
no es para aumentarnos el ego.
Que
nadie silbe.
Que
nadie niegue.
Que
nadie se oponga.
Que
nadie discrepe.
Que
nadie ataque,
a
no ser que sea al contrario.
Que
nadie contradiga.
Que
nadie disienta.
Que
nadie patee.
Que
nadie reniegue.
Que
nadie rechace
si
no es a la palabra crítica.
Entonces
habló nadie:
“Yo os critico y discrepo,
niego
y me opongo,
rechazo
y disiento”.
Nadie
lo gritó tan alto,
lo
voceó tan claro
que
nadie le escuchó.
En Arévalo, a diez de diciembre de 2016.
Luis José Martín García-Sancho.
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