JOSÉ MARÍA LARA SANZ
Texto y Fotos Luis J. Martín
En otros artículos ya he escrito sobre la
riqueza forestal del corredor del Adaja, los valores naturales, ecológicos e
hidrogeológicos de tan importante espacio. Pero hoy quiero contar su valor
cultural.
Hace poco ha caído en mis manos una joya, el
libro “Los trabajos y los días de Silvestre Molona y Eufemia Palacín” del zarceño
José María Lara Sanz. En él relata pormenorizadamente la vida y las costumbres
en el vecino municipio vallisoletano de La Zarza a lo largo del pasado siglo.
Hoy quiero basarme en una pequeña parte de este libro para relatar la riqueza cultural del pinar, todo lo que este bosque ha representado para el hombre, todo lo que nos ha dado a lo largo del tiempo, en unos años no tan lejanos.
En cuanto a las tareas culturales del pinar en aquellos años, ante la ausencia de viveros, empezaba con la siembra de piñones. En poco tiempo se formaba una apretada pimpollada.
A los diez años se hacía una primera
entresaca, aunque aún se dejaban más pinos de los estrictamente necesarios para
el normal desarrollo del árbol por si acaso había bajas en esta frágil edad de
pimpollo.
Cinco años más tarde, es decir, a los 15 años
de la siembra se realizaba una segunda entresaca y una primera olivación
consistente en podar las ramas más bajas de los pinos para ir dándolos la forma
deseada para su explotación. Estos pinos de quince años reciben el nombre de
quinzales y eran utilizados como viguetas para el armazón de los tejados. Estos
trabajos eran siempre realizados en invierno para evitar el sangrado del pino
y, por tanto su debilitamiento.
Cada cinco años se repetían las olivaciones
hasta dar a la copa del pino su forma definitiva: de cono truncado en los
negrales o resineros y redondeada en los
albares o piñoneros. En los pinos
resineros se solía empezar el sangrado a los 50 años, cuando alcanzan los 20 cm
de diámetro, en cambio los piñoneros son productivos desde la fase de pimpollo,
con unos ocho o diez años.
José María Lara nos habla de la organización
humana en el pinar: Empezaba por los propietarios que podían ser ayuntamientos
o particulares. Luego estaban los trabajadores del pinar, llamados pinariegos y
que estaban especializados, podían ser resineros o piñeros. Y también los
encargados de velar por el pinar: los guardas forestales y los ingenieros de
montes que en el pasado siglo vivían en el propio pinar. A todos estos
trabajadores habría que añadir los obreros eventuales.
El resinero contrataba sus trabajos con el
administrador de la industria resinera, que le pagaba por los quilos de miera
(resina) entregados al final de la campaña. Solía ser trabajador autónomo,
cuyas habilidades pasaban de padres a hijos, y explotaba una mata de entre 3500
y 4500 pinos.
Al pino se le explotaba durante 20 años. Se
le iban abriendo caras, hasta cuatro, para provocar el sangrado que era
recogido en los potes. Y en cada cara se hacían hasta cinco catas empezando siempre
por la parte más baja del tronco. Para estos trabajos de resinado se utilizaban
diferentes herramientas y utensilios tanto para provocar el sangrado como para
recoger la miera. Hacha, azuela, media luna, escoda, grapas para conducir la
resina al pote, puntas para sujetarlo, burra para los cortes más altos y
árganas, cántaras o toneles para recoger la miera.
La sociedad albar era algo más compleja, los
piñeros se quedaban con la explotación de las piñas de los pinos albares
mediante subasta, y el dinero necesario para ello solía ser adelantado por un
intermediario, entre estos trabajadores y la industria piñonera. Por lo que a
veces se pillaban los dedos y los beneficios no eran los esperados. Sus
utensilios principales eran el burro, que era el tronco de un pino joven
acabado en horca, al que se le habían dado varios cortes a modo de escalera y
un varal por el que subían a los pinos y con el que tiraban las piñas más
altas. La unidad de medida era la quina, cinco piñas, y una carga estaba
formada por 51 quinas, es decir 255 pinas que era el peso que podía transportar
un animal de tiro, generalmente, burro o mula.
Una vez sacados los piñones con los restos de
las piñas y trozos de leña, el piñero convertido a carbonero hacía carbón de
piña, muy demandado en las ciudades como combustible para las calefacciones o
braseros.
Cada cierto tiempo se producían talas en el
pinar, aproximadamente cada 70 u 80 años. La corta solía ser contratada por un
maderista. Para talar el pino se utilizaba el hacha de doble cara y era
derribado por los golpes alternativos de dos leñadores situados en caras
opuestas del pino. Una vez derribado el pino se le despojaba de la copa, se le
desroñaba, y se le cortaba en trozas con el tronzador, una rudimentaria sierra
con dos mangos utilizada por dos hombres.
De la copa se sacaba la leña, ya fueran
cándalos o ramera, para glorias, hornos o fabricación de carbón vegetal. Del
pino se aprovechaba todo, resina, piñón, cáscara, piñotes, tamuja, seroja,
roña, quinzal, trozas, cándalo, ramera... ya fuera para combustible, para obtener
compuestos químicos o como material de construcción.
En otras ocasiones he escrito sobre el valor natural,
ecológico o hidrogeológico del corredor del Adaja y sobre lo frágil que es este
espacio vivo que carece de protección. Con este artículo basado en el trabajo
documental de José María Lara, pretendo reflejar la cualidad humana de este
espacio forestal, su valor histórico, patrimonial, cultural. Ya he dicho de
forma reiterada que es una lástima que en una comarca tan deforestada como la
nuestra se tenga tan poco apego al árbol en general y al pinar en particular. A
veces me duele escuchar comentarios tales como que el pinar no es un bosque,
que cuatro pinos viejos no tienen ningún valor, que lo mejor que se puede hacer
con los pinares es talarlos y reconvertirlos en urbanizaciones, campos de golf,
graveras, complejos turísticos... Lo cierto es que a lo largo de mi vida he
oído muchas tonterías. Me resulta contradictorio e incomprensible que todo
pretendido progreso venga a afirmar que para construir futuro haya que destruir
nuestro patrimonio, nuestra historia, nuestra cultura.
Pronto olvidamos.
Hasta hace muy poco, los municipios que
poseían pinar eran, en cierta forma, privilegiados sobre otros que no lo
poseían, pues con el pinar cubrían todos sus gastos. En nuestra comarca,
Arévalo, Tiñosillos, Nava de Arévalo, San Vicente de Arévalo, El Bohodón o Villanueva
de Gómez, entre otros, cubrían todo su presupuesto con los beneficios que
obtenían de la explotación cultural y racional del pinar, concretamente Arévalo
hasta la década de los 80. Además proporcionaban empleo y protegían sus bosques
como un tesoro.
Pero el hombre es de memoria frágil y
convierte en enemigo o estorbo a quien antes le dio la vida o, al menos, le
ayudó a sobrevivir en tiempos muy difíciles.
Pronto olvidamos.
Mientras tanto el corredor del Adaja sigue
amenazado y desprotegido.
En Arévalo, a cinco de diciembre de 2015.
Luis José Martín García-Sancho.
Artículo publicado en La Llanura de Arévalo, nº 79 de diciembre de 2015
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