martes, 28 de agosto de 2018

LA MURALLA DEL RINCÓN DEL DIABLO





En Arévalo, con el nombre de “Rincón del Diablo”, se conoce la calle que va desde el torreón del palacio de Valdeláguila, “La Fonda”, hasta las cuestas y que hace esquina con las calles Principal de la Morería y San Juan y, también, al paraje que desde el final de la calle se abre a las cuestas del Arevalillo, justo por encima del puente de los Barros.
Este espacio se extiende desde las partes traseras del restaurante “La Posada” y del patio de “casa Hurtado” y está flanqueado, por un lado, por un magnífico tramo de muralla medieval y, por otro, por las ruinas de una de las dependencias del antiguo palacio de Valdeláguila, “Fonda del Comercio” hasta 2007.
En sus “Rimas Callejeras”, Marolo Perotas describe así el Rincón del Diablo en un romance dedicado al puente de los Barros:

“El puente, por su estructura,
tomó el nombre de los Arcos,
y al guardián de aquella mole
que era un astuto criado
de la iracunda nobleza,
la gente llamaba «El Diablo»,
por su rara vestimenta
y por su picudo casco.
El sujeto se ocultaba
siempre en el rincón más alto
del lienzo de la muralla
por almenas flanqueado,
y desde allí vigilaba
los caminos del Oraño.
He ahí por qué al rincón
que hay detrás de casa Hurtado
el pueblo, por tradición,
le llame «El rincón del Diablo».”


Vista del puente de los barros desde el Rincón del Diablo.


El trozo de muralla que se encuentra en este espacio es el único y por tanto último resto perfectamente visible que sigue en pie del tramo oeste del lienzo sur de la muralla de Arévalo, que iba desde las cuestas del Arevalillo hasta la Puerta de San Juan, desaparecida en 1885 víctima de la ignorancia.


1.- Era la Puerta de San Juan, una de las tres puertas con que contaba el lienzo sur de la muralla, flanqueada hacia el este por una torre algo más alta que la muralla, de planta hexagonal y de factura mudéjar, formada por seis machones de esquina de ladrillo macizo y, entre ellos, cajones de mampostería, a base de piedra rajuela unida con argamasa de cal y arena y sin revocar, enmarcados horizontalmente por, al menos, seis verdugadas de dos filas de ladrillo que iban de esquina a esquina. Remataban la parte superior seis almenas de ladrillo y piedra rajuela, una en cada vértice de la torre. De su existencia, solo ha quedado una fotografía de la colección García Vara que puede verse en diversas publicaciones de la Alhóndiga y en el libro de Juan José de Montalvo “De la Historia de Arévalo y sus Sexmos” publicado en 1928, pues fue derribada hacia 1885 para ensanchar la calle.

La desaparecida Torre de San Juan, que fue víctima de la ignorancia. A izquierda, por encima de las casas, se aprecia un tramo de muralla almenada. (Colección García Vara).



2.- Hay otros restos de este tramo de muralla apenas visibles entre diferentes casas y patios de la zona como, por ejemplo, el que se encuentra a la altura de la antigua Posada del Segoviano o de Benito el Arriero, hoy Asador “La Posada”, donde apenas sobresalen por encima del tejado unos ocho metros y medio de muralla que, tal y como se aprecia en la foto de García Vara, estaba rematada por seis almenas, las cuales, según Marolo Perotas, fueron víctimas de la piqueta en 1923.


Arriba, aspecto actual de la calle de San Juan donde antes se encontraba la torre hexagonal. Abajo detalle del resto de muralla por encima del Asador La Posada al que le quitaron las almenas en 1923.


3.- Queda también por detrás de lo que fue el patio de la Fonda del Chocolate, hoy solar, un trozo de muralla de unos 25 metros que apenas destaca al estar entre otras tapias, aunque, fijándose con cuidado, se aprecian dos formas constructivas diferentes: la mitad inferior construida a base de piedra rajuela unida con argamasa y en la mitad superior se aprecian algunos machones de ladrillo mudéjar entre los que se sitúan cajones de adobe o tapial sin revocar.


Arriba tramo de antigua muralla, abajo se aprecian los machones de ladillo sobre la base de piedra rajuela, y entre ellos cajones de adobe.


4.- El tramo que nos ocupa del Rincón del Diablo, continúa al anterior y llega hasta las cuestas. Es un resto de muralla medieval del siglo XII construida a base de ladrillo mudéjar, piedra rajuela y argamasa de cal y arena. Aunque, en una construcción que tiene más de ochocientos años, habrán sido cuantiosos los cambios o restauraciones llevadas a cabo a lo largo del tiempo como, por ejemplo, rellenar el espacio comprendido entre las almenas, quedando estas embutidas, aunque visibles, en un claro recrecimiento de la construcción, o la diferente estructura entre la parte basal y la superior, pueden ser un claro ejemplo de lo dicho. Así que lo que tenemos hoy ante nuestros ojos, con toda seguridad, no será exactamente igual que la muralla que levantaron nuestros antepasados arevalenses allá por el siglo XII.


Tramo de muralla conocido como El Rincón del Diablo.

Actualmente, el tramo que se asoma al Rincón del Diablo tiene 18 metros de largo por siete metros y medio u ocho de alto. Consta de dos estructuras constructivas claramente diferenciadas: La parte inferior realizada solo a base de piedra rajuela y argamasa y la parte superior formada por cinco grandes pilares o machones de ladrillo mudéjar entre los que se forman doce cajones de mampostería a base de piedra rajuela unida por argamasa y sin revocar, los cuales se encuentran separados horizontalmente por tres verdugadas de dos o tres filas de ladrillo. En lo alto aún se distinguen, al menos, seis almenas de ladrillo mudéjar embutidas en lo que es un recrecimiento de la estructura a base de mampostería.
Detalle de las almenas embutidas en un recrecimiento de la muralla.


El estado actual de este tramo de muralla medieval es bastante preocupante por las múltiples y profundas grietas y por el palpable desplome de algunas partes de su estructura. Hay dos grandes grietas muy evidentes, que recorren la muralla verticalmente entre los cajones de mampostería y el segundo y cuarto machón. Y, además, el desplome es muy evidente entre el cuarto machón y los cajones de su parte este y en primer machón de esquina y las paredes adosadas a la muralla por su parte interior. Graves y preocupantes desperfectos que hacen que amenace ruina, a no ser que se tomen medidas urgentes de restauración.


Preocupante grieta que recorre la muralla verticalmente a la altura del segundo machón.

Arriba: Grieta que recorre la muralla verticalmente a la altura del cuarto machón.
Abajo: evidente desplome a la altura del cuarto machón.

Pronunciado y peligroso desplome entre el primer machón de esquina del Rincón del Diablo y la construcción adosada a la muralla.

5.- El Rincón del Diablo hace esquina con el inicio del lienzo oeste de la muralla que, desde aquí, siguiendo la loma de las cuestas del río Arevalillo, llegaba hasta el Castillo, originalmente mota defensiva. La esquina tenía un cubo semicircular o tronco cónico, ya que era más ancho en la base, realizado con piedra rajuela y argamasa. Debido a la inestabilidad del terreno de las cuestas, y tras varios deslizamientos de ladera, se ha perdido más de la mitad y se ha desplazado unos tres metros hacia abajo, dejando un gran boquete perfectamente visible en la zona donde se insertaba con la muralla.
Restos del cubo que hacía esquina y contrafuerte con el Rincón del Diablo, se aprecia perfectamente cómo se ha deslizado ladera abajo más de tres metros.

Esquina entre el lienzo Oeste de la muralla y el lienzo sur a la altura del Rincón del Diablo.


6.- El primer tramo del lienzo oeste de muralla hacía esquina con el Rincón del Diablo y tenía una longitud de 34 metros. Hoy ya no existe al haberse derrumbado debido a varios deslizamientos de ladera. El último de ellos, muy violento, pasó hace apenas diez años y acabó arrastrando a las cuestas los restos que quedaban de este tramo de muralla, provocando una gran cárcava que podría hacer peligrar la estabilidad de las tapias o casas adosadas.


Primer tramo del lienzo oeste de la muralla, entre el rincón del diablo y el cubo semicircular. Los sucesivos deslizamientos de ladera han provocado una gran cárcava.

7.- Incluso, han quedado algo colgados sobre la cárcava, un pequeño tramo de unos tres metros de muralla y un magnífico cubo semicircular de cinco metros y medio de diámetro, el único que queda de estas características. Consta de seis cuerpos de mampostería a base de piedra rajuela y argamasa separados horizontalmente por cinco verdugadas de ladrillo. Fue restaurado en la década de los años 60 del pasado siglo.

Cubo semicircular del lienzo oeste de la muralla y detalle de la cárcava producida en su base.


Todos los restos de muralla descritos corren serio riesgo de desaparición por ruina evidente, especialmente el tramo del Rincón del Diablo, claro exponente del mudéjar civil arevalense, ya que, durante muchos años, demasiados, no ha sido objeto de las obras de mantenimiento necesarias en cualquier construcción, especialmente en aquellas que cuentan con muchos siglos a sus espaldas y que tienen un gran valor histórico, artístico y patrimonial.
Resulta, como poco, chocante que el Plan Director de la Muralla no dé prioridad absoluta a conservar y restaurar convenientemente los pocos restos de muralla auténtica, como es el caso que nos ocupa, antes que a levantar e inventar nuevos muros con un criterio más que discutible, y con unos resultados nada satisfactorios, como es el caso de la neo muralla de San Miguel o el neo cubo, neo puerta y neo arco de las escalerillas. Sin duda alguna, mejor le vendría a la auténtica muralla de Arévalo, en lugar de inventar o crear neo estructuras, conservar y consolidar lo poco que queda pero que tiene un valor cultural incalculable.


Vista general de los tramos descritos sobre el puente de los Barros.


 3: Tramo “del Chocolate”; 4: Tramo del Rincón del Diablo; 5: Cubo de esquina; 6: Primer tramo del lienzo oeste y 7: Cubo semicircular.



Por todo ello:
- Dada la pasividad que han demostrado tanto el Ayuntamiento de Arévalo como la Junta de Castilla y León a la hora de conservar y poner en valor los auténticos restos de la muralla medieval de Arévalo.
- Dado el estado lamentable y preocupante en que se encuentra el tramo de muralla aquí descrito, conocido como El Rincón del Diablo.
- Dado el estado lamentable en que se encuentra el espacio descrito, por estar sucio, abandonado, intransitable, inestable, peligroso, olvidado.
- Dado que el presupuesto destinado a restauración de las murallas de Arévalo, no contempla el tramo descrito.
Desde la Alhóndiga de Arévalo, nos vemos obligados a solicitar que se incluya el tramo de muralla medieval conocido como “El Rincón del Diablo” en la Lista Roja del Patrimonio, junto a la neo muralla de San Miguel, incluida el 23 de marzo de 2014 por el riesgo de pérdida de los restos de la cimentación de la muralla primitiva del siglo XII. Todo ello por ser un claro exponente del arte mudéjar civil arevalense.

En Arévalo, a uno de agosto de 2018.
Luis José Martín García-Sancho.
(Artículo publicado en el número 111 de La Llanura, de agosto de 2018.)



Tramos y elementos de la muralla descritos: 1: Puerta de San Juan; 2: tramo de “La Posada”; 3: Tramo “del Chocolate”; 4: Tramo del Rincón del Diablo; 5: Cubo de esquina; 6: Primer tramo del lienzo oeste y 7: Cubo semicircular.


A continuación, reproducimos dos artículos en el que se cita alguno de los elementos descritos en el presente trabajo.
 El primero es de Julio Escobar (1901-1994) y, aunque parezca que está escrito hoy mismo, fue publicado en La Llanura en 1928:

“Cuatro arcos, un castillo, una torre y una tela india”

Según referencias autorizadas, hará unos cuarenta y tantos años que la atrevida e irresponsable piqueta municipal tiró abajo en Arévalo cuatro bellos arcos, y, poco después, bombos, troneras, fosos y cuevas del castillo. Se alzaban los cuatro arcos a que aludo en los lugares siguientes: a la entrada del puente del Cementerio, en las Almenillas, a la salida de la calle de San Juan y en la Encarnación.
Se necesitaban empedrar calles y colocar aceras, y al Ayuntamiento de aquel entonces no se le ocurrió otra cosa que echar abajo bellezas artísticas y sagrados recuerdos del pretérito. Lo que extraña y llena de asombro, es cómo el pueblo no se estremeció al reducir a escombros sus cimientos fundamentales. Esta pasividad, bien meditada, da una idea de pereza mental, de insensibilidad y de amodorramiento, que indigna, por no decir repugna y avergüenza.
Es preciso desempolvar nuestra historia local, y aunque el aire moleste a quienes no pueden colocarse ante las conciencias ciudadanas para explicar atentados inconscientes, un sagrado deber nos obliga a hojear el libro del pasado, para que el sol de la verdad le alumbre y desempolille.
Mal hecho es mal muerto; pero mal hecho es freno del mal que piense hacerse. Y nunca sobra una voz de alerta en el silencio para dar siquiera señales de vida. De todas formas el trampolín de la indiferencia aún está dispuesto a lanzar recuerdos y reliquias, aunque pecaríamos de pesimistas, si no creyéramos que el salto a la nada habrá terminado con el derrumbamiento de la torre de la iglesia de San Nicolás, que, muy en breve, con permiso oficial y reglamentario, va a caer corno un gigante, herido fatalmente, en la fosa común, sin pena ni gloria.
Dos o tres veces hemos presenciado agitaciones ciudadanas: una pidiendo pan barato y la otra o las otras dos rugiendo la opi­nión amenazante e iracunda: «¡novillos!» «¡novillos!» Es curioso: nuestro pueblo ha bailado siempre la más sincera danza hispana al compás castizo y marchoso del conocido pasodoble «Pan y Toros», zarzuela popularísima. Esta herencia procede, creo yo, de nuestro bárbaro antecesor y paisano el alcalde Ron­quillo, que en gloria esté.
Sí; esta herencia al encogerse de hombros, al tirar monumentos artísticos y al creer en nuestra superioridad racial, nos viene del alcalde Ronquillo. Este buen señor que vivió en la plaza del Real, solo salió de su hura para arrodillarse ante el verdugo centralista y extranjero, para oponerse al triunfo de las sagradas comunidades de Castilla, y para quemar –destruir– el castillo de Medina del Campo.
Desde aquella época –salvo raras y, por lo mismo, muy respetuosas excepciones, que no viene a cuento citar– todos los compañeros de mando de este temible regidor, en cuanto han visto desde el balcón del Concejo –de tres Conce­jos– la fachada dura y plana de la casa del antecesor histórico, hanse apresurado ciegamente a destruir bellezas del castillo, arcos, iglesias, conventos, torres y casonas  y mal lo habría pasado Arévalo si alguno de estos Ronquillos en lugar de oír sonar palmadas de algún corro jaleador, hubiera oído el estruendoso berreo del rebaño. Por fortuna –lamentable fortuna– casi siempre, solo el eco ha respondido al ruido mortal de la piqueta.
Aparte de cuanto he citado, tienen que haber desaparecido de Arévalo muchas reliquias de valor artístico y religioso. De todos es sabido que ha existido otra iglesia, la de San Pedro, enclavada en el muy moro barrio del mismo nombre, y los conventos de la Trinidad y de la Encarna­ción. Riquezas habrían de tener; pero emprenderían un raid lejaní­simo. Por lo que se ve, en todas las épocas ha habido aviones.
El ilustre pintor Chicharro, en la crónica que en su número pasado publicó LA LLANURA, debida a la pluma maestra de Hernán­dez Luquero, visitando Santa Ma­ría la Mayor, «miraba, elogiándola, la urdimbre fina, rara y un algo descolorida ya, de una tela india que hay cubriendo la entrada de una capilla».
Caso estupendo, esta tela india según mis noticias, que desearía no se confirmasen, ha volado hace algún tiempo, y de ella se han hecho unas cursis cortinas de alcoba. Doy la noticia con toda clase de reservas, y riéndome, no sé si lleno de buen humor o de asco, pensando que al hacer unas cortinas de esta tela india, se han perdido miles de duros, habiendo cortinas muy bonitas en los almacenes de la señora viuda de Ferreroy en la tienda de Sobrino y Sucesor de Genaro Rodríguez –por no ir más lejos– a siete cincuenta.

Julio Escobar.
12 de agosto de 1928.


Calle del Rincón del Diablo, y Palacio de Valdeláguila.

El segundo texto es de Marolo Perotas Muriel (1896-1969) perteneciente a la serie “Cosas de mi Pueblo”:
Calle de San Juan

Es la calle más amplia y espaciosa de todas las que componen el casco de nuestra expansiva y acogedora ciudad, midiendo en algunos puntos hasta veintisiete metros de anchura. El nombre se le dio la iglesia; esa iglesia de una sola nave, larga y estrecha, que se construyó en el siglo XV sobre la antigua ermita de San Juan, a expensas del rico linaje de los Sedeños, por cesión de la Reina Católica, y que, para construirla, tuvieron que romper un lienzo de la muralla, abriendo un pequeño arco al costado del templo que daba acceso a la villa por el sector del poniente; arco que, según la tradición, derribóse el siglo pasado por orden de Isabel ll para dar paso a su espléndida carroza, cuando fue a Galicia en busca de una nodriza que amamantara a su hijo Alfonso XII. En la iglesia, muy estimable por su traza y sus adornos, están enterrados sus fundadores; se rinde culto a su Santo Patrón, a San José, a Nuestra Señora del Carmen y a Nuestra Excelsa Patrona la Virgen de las Angustias desde el 1815, que fue trasladada del convento del Real a la iglesia que nos ocupa. Con la tierra y el cascote procedente del derribo del trozo de muralla se igualó el foso, aprovechado por los vecinos de la calle para desagüe de sus atarjeas y por el licenciado don Alonso Méndez de Parada ―el año 1586― para conducir las aguas sobrantes del desaparecido caño de la plaza del Arrabal, que, como es sabido, vertían y siguen vertiendo las de los urinarios subterráneos en el río Arevalillo, mismamente a la entrada del respetable puente de los Barros. Aunque en el siglo XVIII ya estaba bien consolidada la concordia entre los habitantes de la villa y del Arrabal, las autoridades, en evitación de fáciles y posibles asaltos, no permitieron que las casas se adosaran a la muralla, por lo que, lógicamente, al separarlas, se formó la sucia y escondida calle de la Casa Blanca, denominada así porque, mirando al Arco de la Cárcel, había una casita ―dice la tradición― habitada por una curiosa solterona que tenía la costumbre o chifladura de jalbegar la fachada cada quince o veinte días. La calle de San Juan, por su comercio y amplitud, siempre sirvió de anexo a los grandes mercados cerealistas y de apartamento de tilburis, tartanas y carritos de varas. Evoquemos la última centuria. En lo que es hoy la camisería y paquetería de Ridruejo, antes estuvo el acreditado almacén de hierros y coloniales de don Luis García y primero la oficina de las diligencias, con sus cuadras, sus jamelgos de recambio, sus cocheros colorados y risueños y su movimiento de pacientes viajeros cuando aún, no estaba construida la importante y progresiva línea del ferrocarril. Un poco más abajo, estaba el horno del tío Melitón, instalado, al fondo del estrechuco establecimiento, con sus mesas de pino, renegridas por el humo y por la grasa. En torno a ellas se sentaban labradores y ganaderos, viendo desde los desvencijados taburetes cómo se iban asando los tostones, aquellos tostones que tanta fama dieron a Arévalo y al tío Melitón. En las agonías del pasado siglo, y precisamente en la casa que hoy ocupa el señor Hurtado, fundóse el Centro Republicano, cobijándose bajo las banderas de Salmerón y Pi y Margall un centenar de hombres de bien. Un atrevido manifiesto lanzado contra la corona disolvió la sociedad el año 1903. Todavía ha llegado hasta nosotros la posada de Benito «El Arriero», enclavada al pie de la muralla, cuyas almenas ―las últimas que enhiestas se conservaban― fueron demolidas el 1923. 
También lo fue para despejo y ornato de la carretera Madrid-Coruña el torreón que iba unido a la Escuela Dominical, escuela antaño destinada a la enseñanza de muchachas de servir y ahora a Acción Católica y Catequesis, presidiendo todo ello el Santo Cristo de la Fe. No quiero dejar sin citar en este artículo el famoso y concurrido café La Perla, en el que tanto y tanto se habló del invento del entonces joven Valentín Castaño. Veamos lo que dice un cronista de aquella época: «Se trata de un aparato salvavidas de grandísima utilidad para los náufragos y ofrece todas las garantías de seguridad que son necesarias en tan crítica y dolorosa situación. Se compone de un chaleco de cuero con dos globos impermeables para el aire en los costados, llevando con facilidad a la persona que los use. Tiene bolsillos para salvar valores en papel y un revólver alarma, más otros departamentos para alimentos y agua potable en caso de permanecer suspendido tres o cuatro días. Se puede guardar el equilibrio sentado, boca arriba, boca abajo y en forma vertical. Hoy 19 de agosto de 1900 ―sigue el cronista― se han hecho las pruebas en las balsas de los molinos de nuestra ciudad ante el alcalde, don Marcelino Cermeño, distinguidas personalidades y numerosísimo público. El inventor, que sólo cuenta diecinueve años, ha dado su apellido al aparato, ha recibido muchas felicitaciones por el éxito obtenido y ha sido obsequiado con una serenata por la banda municipal.» Más tarde, al edificio del café La Perla, que es donde se halla la electricidad industrial de Jaime Espí, trasladó su negocio de jamones y embutidos el señor Gregorio «El Marranero», establecimiento del más grato recuerdo por lo mucho que socorrió a los pobres desvalidos. 
Temporadas hubo en las que, en llameantes fogatas, chamuscaban de mil quinientos a mil seiscientos cerdos cebones, vendiendo a bajo precio o semirregalado los bofes y las faldas a las clases menesterosas. Otra estampa popular de la calle eran las fresqueras. Los martes se solían poner a la esquina del Pavero y vendían en relucientes cazuelas de barro el apetitoso escabeche de barril, escabeche de besugo o de bonito, que, ilustrado con cebolla y aceitunas negras, era el encanto de hortelanos, alcaldes de monterilla y labradores borriqueros. Las broncas estaban a la orden del día y eran presenciadas por forasteros y desocupados, que, formando corro, oían, los insultos de las Venenas, los epítetos de la «señá» María-Benita, las palabrotas de la Tina y el retintín de la tía Monja. La vida moderna ha cambiado la calle de nombre y de tipismo; en la actualidad se llama de Calvo Sotelo, en memoria de aquel notabilísimo orador, gloria de la política española y varón de grandes prestigios y superior cultura; pero como en el número 4 paran los coches de línea Madrid-Salamanca-Zamora -Arévalo-Segovia, además del Despacho Central de la Renfe, en el 9, inaugurado el 16 de agosto de 1948, la arteria sigue teniendo su sello especial y su movimiento de baúles, maletas y bultos de diversas mercancías.

Marolo Perotas
Cosas de mi pueblo


Galería de imágenes:

Rincón del diablo, Iglesia de San Juan, palacio de Valdeláguila y Puente de los Barros.
En el recuadro, espacio conocido como el Rincón del Diablo.
Vista general del primer tramo del lienzo oeste de la muralla y cárcava que se ha abierto recientemente bajo sus cimientos.

Torre de la iglesia de San Juan desde la calle Rincón del Diablo.

Ruinas del Palacio de Vladeláguila y Rincón del Diablo.

Neo cubo conocido como "de las escalerillas". Arriba desde el callejón de los Novillos y abajo desde la calle Entrecastillos. Una construcción inventada que tuvo prioridad sobre la conservación de los auténticos restos de muralla medieval como es el caso del Rincón del Diablo.


Neo muralla de San Miguel, un tramo de muralla nuevo, inventado, y en ruinas por su desplome y sus grietas. Otra obra que tuvo prioridad sobre la auténtica muralla medieval del Rincón del Diablo. Este tramo, actualmente, está incluido en la Lista Roja del Patrimonio por el riesgo de pérdida de la cimentación de la auténtica muralla medieval del siglo XII.



BILIOGRAFÍA:


EN INTERNET:

MUDÉJAR CIVIL AREVALENSE
AGRADECIMIENTOS: A Juan Carlos López Pascual por la documentación facilitada.





2 comentarios:

  1. Increíble trabajo, muy bien fundamentado y exquisito en cuanto a documentación.
    Sin duda vale la pena leer todo. Mis felicitaciones al creador (Luis J. Martín, tengo entendido).

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  2. Por estos lares es patente el desprecio que se tiene al patrimonio cultural e histórico. Menos mal que algunas mentes lúcidas, como el autor de este trabajo, realizan publicaciones como esta, que nos permiten conocer el valor del patrimonio que nos rodea. Y qué pena que los políticos que tienen el poder de solucionar estas pérdidas no estén a la altura.

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