Teo golpeó su vaso repetidamente con la cucharilla, se puso en pie y pidió
silencio.
- Un momento, por favor
–dijo alzando su copa de vino a la altura de su cabeza-, quiero hacer un
brindis.
Me alegra mucho que
hayáis podido venir esta noche a cenar conmigo. Es agradable tener amigas y
amigos como vosotros. Sé que últimamente no nos hemos visto lo que deberíamos,
que os he desatendido. Unas veces por el trabajo, otras por la rutina.
El motivo de esta cena
es para despedirme de vosotros. Me muero. Me han detectado una enfermedad
incurable. Ya veis de que me ha servido la ingente cantidad de dinero que he
amasado a lo largo de estos años.
No quiero lágrimas ni
que os compadezcáis de mí. Solo quiero que me recordéis como cuando éramos
niños y jugábamos todos juntos en las eras.
También quiero
aconsejaros, que viváis cada día como el único e irrepetible. Y, si es posible, que me recordéis de vez en cuando. Porque tengo la seguridad de que después de
la muerte nada queda, salvo los recuerdos.
Y eso es todo amigos. Brindemos por la vida y por
la amistad.
Teo estiró el brazo hacia el centro de la mesa. Pero no se oyó el ruido de las
copas al chocar entre sí.
Con
la copa en alto contemplaba una mesa, dispuesta para trece comensales, vacía.
En Arévalo, a nueve de agosto de 2017
Luis José Martín García-Sancho
Muy bueno, Luis. Gran vuelta de tuerca final. Enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias Ángel. Un abrazo.
EliminarPasé años preguntándome ¿qué soy?, ¿para qué soy?
ResponderEliminarDile a Teo que mire bien, como cuando era niño, y verá que no está sólo. Descubrirá entonces que su vida tiene sentido, mucho sentido; que sí hay más, que sí hay Dios: antes, durante, después, siempre. Una vida sin sentido no puede ser verdad.
Javier.
Gracias Javier, libre es el mundo de los pensamientos y las creencias... afortunadamente.
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