Una vida que comienza
en un campo de batalla
que se asoma a la campiña
entre gritos y patadas.
Una vida de grilletes
encadenada a una estaca,
una estaca que clavó
la codicia y la patraña.
Una vida dirigida,
entre sombras y palabras,
palabras sin alimento
como aire en las entrañas,
Una vida de ignorancia
que ellos dicen que es la caña,
muchos van y se lo creen
porque es la caña de España.
Una vida embrutecida
que valora más las mañas
del peinado de un tenista
que a una buena cirujana.
Una vida de suspiros
son como mentes con alas,
aladas mentes que vuelan
en una burbuja falsa
de premios y de ilusiones
sin salida ni esperanza,
falsa esperanza que venden
como realidad muy cara.
Una vida de apariencia,
de apariencia chabacana,
tanto tienes tanto vales
en la cuna o en la plaza,
una vida de creencias,
de dogmas y de alabanzas,
alabanzas que se aprenden
en los templos de enseñanza,
una vida tan de cine
que transcurre en una sala
con actores disfrazados
con la moda de mañana,
una vida revivida,
revivida, duplicada,
de sueños inalcanzables
que te cobran muy al alza.
Una vida y muchas vidas
que se juntan y se callan,
que susurran por lo bajo
lo duro de la campaña.
Una vida conmovida,
una vida que se apaga,
una vida de rodillas,
es la vida que preparan.
Una vida sin conflictos,
una vida regalada,
una vida de apariencias
es la vida tú te callas.
En Arévalo,
a veinte de agosto de 2017.
Luis
José Martín García-Sancho.(Fotos: Internet)
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