Cañada Real a su paso por Arévalo. Foto Luis J. Martín
Hoy
se conocen como vías pecuarias a los caminos utilizados durante la trashumancia
por pastores y ganaderos para trasladar a sus reses entre el norte y el sur de
la península. Es decir, entre los pastos frescos de las zonas altas en verano y
los de las llanuras y dehesas en invierno.
En
la Edad media adquirieron su máximo esplendor debido a la importancia económica
que tenía el negocio de la lana. Ya en el siglo XIII, durante el reinado de
Alfonso X el sabio, se crea la Mesta, considerada como una de las agrupaciones
de ganaderos más importantes de Europa, y que daba a éstos ciertos privilegios
sobre los agricultores en cuanto a pastos o pasos para el ganado con sus
respectivos abrevaderos, descansaderos o majadas. En el siglo XIV, durante el
reinado de Alfonso XI el justiciero, las vías pecuarias pasaron a estar bajo
protección real por lo que empezaron a denominarse Cañadas Reales. Por aquel entonces, muchas de las vías pecuarias
eran como las autopistas de hoy, en las que la corona cobraba tributos por el
paso de ganados y mercancías en algunos puntos, tales como determinados puentes
y puertos de montaña. Este control culminó en el siglo XV a través de una Real
Carta de Enrique IV el impotente (hermanastro de Isabel de Castilla), por la
cual se adueña de las principales vías pecuarias del reino de Castilla.
Esta
hegemonía del paso ganadero o su pastoreo sobre otros derechos agrícolas, se
pierde en el siglo XIX con la abolición de la Mesta en 1836. Lo que inicia el
declive de la trashumancia y, por consiguiente, el deterioro y la pérdida de
multitud de vías pecuarias. Fenómeno que se ha agravado y acelerado en el siglo
pasado debido a la caída del precio de la lana por la aparición de fibras
textiles sintéticas. Pero también el transporte de ganado por ferrocarril o
carretera, el éxodo rural, las concentraciones parcelarias y el crecimiento
incontrolado de multitud de ciudades y urbanizaciones, con el consiguiente
aumento de todo tipo de vías de comunicación, han hecho desaparecer una buena
parte de la antigua red de cañadas. A pesar de ello, el
conjunto de vías pecuarias españolas alcanza una longitud de 125.000
kilómetros, lo que nos da una idea de su importancia en cuanto bien de dominio
público.
La
denominación de las diferentes vías pecuarias viene marcada por su anchura:
-
Cañada: ancho máximo
90 varas castellanas: 75m.
-
Cordel: ancho máximo
45 varas castellanas: 37,5m.
-
Vereda: ancho máximo:
25 varas castellanas: 20m.
-
Colada: con un ancho
menor no determinado.
(Vara castellana: 83,5cm.) Estas
medidas son menores de lo
que fueron en su día.
Cañada Real Leonesa Occidental a su paso por el pinar de Arévalo. Foto: Luis J. Martín.
Aunque
la importancia de las vías pecuarias en Castilla y León es notoria, sólo existe
un borrador de Anteproyecto
de ley por lo que su gestión viene ordenada por una Ley de rango estatal:
la Ley 3/95, de
Vías Pecuarias .
La Ley las protege claramente en su artículo 2: Las vías pecuarias son bienes de
dominio público de las
Comunidades Autónomas y, en consecuencia, inalienables, imprescriptibles e
inembargables. Según esta Ley, las Comunidades Autónomas son las
responsables de la conservación y mantenimiento de las vías pecuarias y deberán defender su integridad, asegurar su
adecuada conservación, adoptar medidas de protección y restauración y garantizar el uso público de las mismas
tanto cuando sirvan para facilitar el tránsito ganadero como cuando se
adscriban a otros usos compatibles o complementarios.
Según
la Ley, son usos compatibles de las vías pecuarias los que, siendo de carácter agrícola y no teniendo la
naturaleza jurídica de la ocupación, puedan ejercitarse en armonía con el
tránsito ganadero. Y son usos complementarios de las vías pecuarias: el paseo, la práctica del senderismo, la
cabalgada y otras formas de desplazamiento deportivo sobre vehículos no
motorizados siempre que respeten la prioridad del tránsito ganadero.
La
ley protege claramente la naturaleza ganadera de las vías pecuarias y prohíbe
cualquier alteración, ocupación o modificación. Por tanto, hoy por hoy una
cañada, cordel, vereda o colada, no puede ser convertida en carretera, tierra
de labor o urbanización, tampoco se puede realizar ningún tipo de construcción
permanente ya sea corral, vivienda o explotación agrícola, ganadera o
industrial. Sólo se permite el uso que respete la naturaleza de la misma.
Son
muchas las vías pecuarias que atraviesan la Tierra de Arévalo. La mayor parte de
ellas la cruzan de norte a sur: Cañada
Real Leonesa Occidental, muy deteriorada en la parte que atraviesa el
polígono industrial de Arévalo, Cañada
Real Burgalesa, conocida en Arévalo como “la Cañada”. Cordel Real de Merinas de Arévalo al puente Rumel, cortada al sur
de la Ermita de la Caminanta tras realizarse el puente de los lobos sobre el
río Arevalillo. Camino de los Frailes,
desde Arévalo hacia el sur siguiendo el cauce del Adaja por su loma izquierda. Calzada de Ávila o Camino de las Burras sigue un trazado paralelo o coincidente con la
carretera a Ávila por Tiñosillos. Por la parte derecha del Adaja transcurre el Cordel de la Calzada de Toledo,
atravesando los municipios de Arévalo, Espinosa, Orbita Gutierre Muñoz y
Pajares. Por Madrigal, pasa el Cordel de
Merinas procedente de Medina y por Horcajo la Cañada Real Mostrenca de Extremadura. Todas ellas con dirección
Norte - Sur.
Pero
también son muchas las vías pecuarias que se cruzan con las anteriores en
sentido Este - Oeste: Cordel de Arévalo
que viene del este, desde Montuenga. Vereda de la calzada de Peñaranda que
cruza el Adaja en Orbita por el vado de Montejuelo y pasa a llamarse Cordel de Martín Muñoz por los pinares
de Arévalo. Otro ejemplo es la Calzada
de Arévalo a Peñaranda que ha sido fruto de estudio recientemente (Calzada Arévalo - Peñaranda). Resulta
curioso el que la denominación de muchas vías pecuarias esté unida a la palabra
calzada, lo que, a veces, ha dado lugar a confusiones.
Hoy
en día en España se han perdido una buena parte de las antiguas vías pecuarias
fagocitadas por tierras agrícolas, vertederos, carreteras y zonas urbanas. La
mayoría son ocupaciones ilegales de terrenos que pertenecen al dominio público.
Es decir a todos nosotros. Véase el ejemplo de Arévalo que ha incluido la
Cañada Real Burgalesa en sus planes urbanísticos. Lo que está provocando su
progresiva ocupación. Hasta hace poco contaba con su anchura legal de 75 metros,
incluso en algunos puntos los superaba, ahora se han instalado de forma
permanente, edificios con sus calles, asfalto, aceras, farolas, alcantarillado,
etc. El innecesario recrecimiento de Arévalo hacia el sur ha supuesto la pérdida de
bosques, como el pinar de Amaya y otros, y el estrangulamiento de la Cañada, lo
cual no deberíamos permitirlo por ser un espacio natural público. Especialmente
cuando el centro histórico y monumental de Arévalo se queda vacío y en ruinas
porque la gente prefiere vivir en terrenos que antes fueron forestales o que
pertenecen al dominio público de una vía pecuaria, es decir a todos nosotros.
Cordel Real de Merinas de Arévalo al puente Rumel. Foto: Luis J. Martín
Resulta
curioso, por no decir incomprensible, el que sin haber agotado aún las posibilidades de suelo dentro del núcleo
urbano, se inventen nuevos espacios edificables a costa de perder suelo
forestal (pinar de Amaya y otros) o público (Cañada Real). Mientras que el
centro monumental de Arévalo cada vez se parece más a un pueblo fantasma: Un Arévalo
de altivas torres y humillantes ruinas.
En Arévalo, a 13 de enero de 2013
Por Luis José
Martín García-Sancho
Artículo publicado en La Llanura de Arévalo nº 43 en febrero de 2013
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