Dicen que aquel que afirme que Simba es el rey de África es porque no conoce realmente a Tembo. Nadie se atreve a hacerle frente. Cuando Tembo se acerca al agua, Simba se aparta con el rabo entre las piernas y Mamba se sale apresuradamente.
Desde que Tembo derrotó al viejo Goliat, nadie se atreve con él. Lo sabe y se siente seguro. A menudo levanta la trompa y abre las orejas para captar los aromas y los sonidos propagados por el viento. Es muy probable que este año varias hembras entren en celo y no quiere que nadie se le adelante. Ya ha observado a otros machos acercándose al delta donde los grupos familiares empiezan a concentrarse. Debe estar alerta para que su posición no se resienta.
Tembo es un coloso. Mide cuatro metros de alto, siete de largo y pesa más de siete toneladas. A sus cuarenta y cinco años sabe todo lo que debe saber un elefante. Acaba de cambiar por segunda vez sus molares lo que le proporciona una alimentación rica y variada. Camina orgulloso entre las acacias, arrancando sus espinosas ramas para masticarlas con calma. Luego se dirige hasta las charcas de agua, aunque para ello tenga que recorrer decenas de kilómetros cada día.
Un líquido viscoso empieza a deslizarse por sus sienes porque está comenzando su periodo de must. Cada día que pasa está más deseoso de encontrar hembras en celo. El año pasado, con la sequía, tuvo que conformarse con la vieja matriaca del clan del desierto. Pero este año el aire le trae buenos presagios. Seguro que encontrará a muchas hembras dispuestas a aparearse con él cuando llegue al delta. Coge la fina arena de la sabana con su trompa y se la esparce por todo el cuerpo para que su piel esté saludable y libre de parásitos.
De pronto se oye un estampido. Tembo se tambalea pero se dirige con las orejas abiertas y la trompa sobre el pecho hacia el grupo de acacias de donde ha salido el disparo. Cuando está muy cerca se oyen otras tres detonaciones procedentes de dos potentes rifles de caza mayor. El gigante vuelve a tambalearse durante unos instantes y, finalmente, cae pesadamente sobre su costado derecho, levantando una densa nube de polvo.
De iquierda a derecha: Tembo, Jeff Rann, Juan Carlos I rey de España y, nuevamente, Tembo.
Al cabo de un rato una pala traslada el cuerpo del elefante hasta una de las acacias y le colocan como si estuviera tumbado con la poderosa trompa apoyada sobre el árbol. Necesitan a más de veinte personas para colocarlo en esa postura. Después Jeff Rann, organizador de la cacería, y el jefe de estado de un país europeo con más de cinco millones de parados, posan sonrientes con las armas entre sus brazos junto a Tembo, el verdadero rey de África.
Jeff Rann se ha hecho tremendamente rico organizando cacerías de animales protegidos, que muy pocas personas pueden pagar, en aquellos países donde aún se permite cazarlos. En el caso del elefante africano, su caza está prohibida en todo el continente salvo en cuatro países: Sudáfrica, Namibia, Zimbabue y Botsuana. Mientras que la mayoría de los parques nacionales africanos colaboran y trasladan a lugares donde el animal es escaso los ejemplares sobrantes de una determinada reserva, en estos cuatro países optan por darlos muerte.
Este magnate estadounidense se ha enriquecido con este tipo de safaris, ya que cobra a clientes caprichosos como Juan Carlos de Borbón la friolera de 37.000 euros por derribar a un coloso como Tembo, el auténtico rey de la sabana africana hasta que un reyecillo se lo cargó.
Con la famosa frase: "Lo siento me he equivocado y no volverá a ocurrir", el monarca se refería a su cadera. Que nadie busque otras interpretaciones.
ResponderEliminar