Poseer indica poder, apoderarse, adueñarse. Pero,
¿se puede poseer la belleza?
La especie humana lo intenta desde la noche de
los tiempos, pues está claro que, como especie, somos bastante posesivos. Nos
creemos dueños de aquello que nos rodea.
Lo peor, que, por regla general, cuando el hombre, como especie, como sociedad, se apodera de la belleza, esta deja de
serlo, al menos, para el resto de las personas. Pues la individualidad del ser
humano suele hacer suyo lo que antes no pertenecía a nadie y, por lo tanto,
todos podíamos disfrutar de ello.
Si hablamos de belleza, quizás a muchos de
ustedes se les vengan a la cabeza varias imágenes, casi seguro que una de ellas
será una flor, pues representa una belleza simple, sencilla, natural.
La flor de la imagen es la Sternbergia lutea una flor emparentada con el narciso, símbolo de
belleza, incluso en la mitología clásica. Esta flor rastrera, pero
indudablemente bella, no pasa desapercibida. Su color, su textura, su brillo, su
época de floración otoñal, cuando la mayoría de las flores ya se han
marchitado, hacen que sea atractiva para la vista, incluso a quien no le gusten
las flores.
Se trata de una flor que crece de forma
silvestre, tanto en la ribera del Adaja como en la del Arevalillo. Cualquiera
puede admirar su belleza, pues crece en el campo en otoño, generalmente formando
corros. No tiene dueño, dueño humano me refiero, pues, en realidad, todos
pertenecemos a natura.
Pero el afán de posesión humana no tiene
límites y es capaz de adueñarse de aquello que no le pertenece o de aquello que
nos pertenece a todos.
Entre las fotos que muestro a continuación solo
pasó una semana.
Alguien, provisto con un azadón, se apropió de
varias plantas Stembergia lutea,
también conocido como narciso de otoño.
Lo que antes podíamos disfrutar todos, ahora
solo lo disfrutará la persona o las personas que arrancaron las flores. Pues se
han apoderado de ellas. Poseer algo, para nuestra especie indica poder y si es
bello el poder se incrementa.
Esto es un pequeño ejemplo de lo que implica el
afán de la especie humana por poseer la belleza, privatizar, individualizar lo
que antes pertenecía a la colectividad. Pero pasa lo mismo con paisajes o
parajes. Un lugar, en natura, suele ser bello, sencillamente, porque es
natural, porque la especie humana no ha intervenido. Pero el afán de posesión
nos hace, una y otra vez, destruir esa belleza, adulterarla, modificarla para
nuestro disfrute personal o grupal. Para ello levantamos, urbanizaciones,
campos de golf o cualquier otra construcción, en lugares hermosos, por lo que
automáticamente dejan de serlo, pierden su esencia. O los Hacemos accesibles
con carreteras, autovías, cómodas pistas, por lo que un espacio hermoso y
tranquilo deja de serlo por la masificación y lo que ésta conlleva: basuras,
desperdicios, degradación, extinción o desaparición de especies…
Lo que empieza con poseer una simple flor, con
privatizar su hermosura, se convierte en poseer todo el espacio donde crece,
adueñarse de paisajes prístinos.
Salvo excepciones, cuando la especie humana se
apodera de la belleza, también, la hace desaparecer como tal. Arranca todas las
flores de una ladera, con lo que la ladera, hermosa por las flores, pierde
belleza. Construye una urbanización en un paraje natural bello, con lo que el
paraje natural pierde su belleza original.
Me pregunto si seremos capaces algún día de
disfrutar de la belleza sin más, sin tener la necesidad de poseerla, de
destruirla.
No soy optimista con la respuesta.
Lástima.
En Arévalo, otoño de 2020
Luis J. Martín.
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