Arianda se quedó muy extrañada cuando vio la
jaula vacía.
Preguntó a sus compañeros del turno anterior
que aún no se habían ido, nadie había abierto la jaula y tampoco había recibido
visitas. De hecho no había venido nadie a ver a Julen en los últimos cuatro
meses.
Fue a la habitación de Jacobo que era el
único interno que le iba a ver de vez en cuando, pero llevaba dos días
ingresado por una complicación respiratoria.
Eneko llevó a su padre a la residencia en el
mes de enero. Unos días antes, en pleno mes de diciembre, se había ido de casa
sin más abrigo que el pijama. Desorientado, cruzaba una y otra vez las
concurridas calles sin hacer caso a los pitidos de los coches ni a los
viandantes que, desde la acera, le recriminaban su actitud. Hasta que una
furgoneta lo arrolló y lo dejó parapléjico. Antes ya había perdido la capacidad
de hablar y ahora, la de moverse por sí mismo.
En la residencia le pidieron algo de
información sobre los gustos de Julen. Así que Eneko, antes de irse de viaje,
hizo una especie de currículo sobre su padre, con mucho de lo que había hecho a
lo largo de su vida. Cuando entregó la lista, con algo de música que solía oír
habitualmente y algunos objetos familiares, dijo que estaría fuera hasta el mes
de junio y facilitó a la gerente del centro varios números de teléfono por si
pasaba algo.
Arianda
era la cuidadora principal de Julen, así que se encargó de colocar todos los
objetos para que la habitación le resultara algo más familiar y, de vez en
cuando, le ponía algo de música. Leyó detenidamente el listado que les había
facilitado Eneko sobre las preferencias de su padre o las muchas actividades
que había realizado a lo largo de su vida. Entre todas, lo que más le llamó la
atención era el libro que había escrito: “Guía de las aves de la comarca de Los
Oraños”. Así que se le ocurrió que un pajarito quizás le alegrase la vida.
Pidió permiso a la gerencia del centro y, al día siguiente se presentó en su
habitación con un jilguero en una pequeña jaula de la pajarería del barrio. Pero
Julen ni se inmutó, al contrario, a Arianda le pareció que su gesto era un poco
más enfadado de lo habitual.
-
Vaya pájaro que te ha traído Arianda. Eres su enchufado.
- Sí
menudo enchufe, nunca me han gustado los pájaros enjaulados. Es un contrasentido,
el pájaro es sinónimo de libertad.
-
Bueno hombre, no te pongas así de filosófico, seguro que lo ha hecho con la
mejor intención, para alegrarte un poco la vista.
-
Qué va, qué me va a alegrar, al contrario, me entristece verle así, anda que no
he visto yo jilgueros silvestres, esos sí que me alegra verlos, pero así, mira,
si no hace más que piar y saltar de un palo a otro mirando a la ventana.
-
Amigo Julen, seguro que este pajarito, ha nacido en una jaula y no ha conocido
más libertad que la de saltar de palo en palo.
- Seguro que ha leído que
soy un ornitólogo que ha escrito una guía de aves silvestres, silvestres,
repito, y se ha dicho: le compro un jilguero enjaulado.
- Buenas tardes
vecino –grita Jacobo desde la puerta- ¿Qué tal estamos hoy?, ¿y cómo está tu
colorín?, a ver, ¿tienes alpiste y agua? Mira lo que te he traído, un trozo de
manzana para que la picotees.
Jacobo
entra y le coloca el trozo de manzana al lado del bebedero. El jilguero se
asusta y aletea, chocándose con los barrotes. Luego se acerca a la silla donde
Julen permanece impasible, con la mirada perdida en el suelo. Mira la bandeja
que tiene en la mesilla y coge una galleta.
- No
te importa, ¿verdad? –le pregunta sin esperar respuesta-, estas de limón son
las que más me gustan. A mí hoy me las han traído de fresa, que me gustan
menos. Así que me he dicho, voy a ver a mi amigo Julen y a charlar un rato con
él –se ríe-. No hables tanto que me mareas.
-
¿Estás aquí? –entra Arianda-, seguro que ya le has robado las galletas al bueno
de Julen. Si pudiera hablar o moverse ya te habría parado los pies, seguro.
-
¿yo?, qué va –contesta Jacobo mientras se le escapan migas de galleta por su
boca desdentada-, solo he venido a traer a Colorín un trozo de manzana y a dar
un poco de conversación a mi vecino.
- Ya, ya. Por eso escupes
migas al hablar.
Jacobo
se ríe poniéndose la mano en la boca. Mientras mira como acaba de dar la
merienda a Julen. Luego salen los dos juntos.
-
Vaya morro que tiene el Jacobo este.
-
Bueno, por lo menos le trae de comer a Colorín.
-Y a
mí qué, como si se muere.
- No digas eso hombre, ¿no
habías dicho que le querías soltar?, pues si se muere cómo le vas a soltar.
Se hace de nuevo el silencio. La soledad de
Julen queda aún más remarcada con esa mirada vacía hacia ninguna parte.
Pasan los días, las semanas, los meses. Ya es
abril. Colorín canta como un poseso, pretende atraer con su canto a alguna
hembra, pero desde la jaula lo tiene crudo. Así se pasa de sol a sol, trinando,
saltando de palo en palo, sujetándose a los barrotes como si intentara
abrirlos, desde que los cuidadores abren la persiana de la habitación hasta que
la cierran, sin descanso.
Una mañana, como de costumbre, entra Arianda
con su buenos días cantarín de siempre. Al subir la persiana no repara en que
está algo más alta de lo habitual. Asea a Julen, le levanta con la grúa y le
sienta en el sillón. Le da la sensación de que algo no encaja, demasiado
silencio comparado con los días anteriores. De pronto se da cuenta.
La puerta de la jaula abierta.
La jaula vacía.
En el sauce del jardín
un canto eufórico.
En Arévalo, a tres de junio de 2019.
Luis José Martín García-Sancho.
Excelente relato, lleno de sugerencias.
ResponderEliminarMuchas gracias, amigo anónimo.
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