martes, 4 de diciembre de 2018

LA ARDILLA CURIOSA






Luis José Martín García-Sancho.

La ardilla roja es como un duende, se deja ver cuando quiere. Es más cola que cuerpo. Un roedor arborícola que, a diferencia de sus parientes ratas y ratones, no suele causar desagrado a los humanos, al contrario, es raro que alguien se asuste de una ardilla.
Además, a este animal le tengo una especial simpatía porque se podría decir que es el causante de mi afición por natura. El hecho de ver montones de piñas roídas al pie de algunos pinos despertó en mí el interés por la vida silvestre, aunque, imagino que esa curiosidad estaba latente desde el principio de mi vida y este tipo de estímulos la despertaron.
Hace unos días, estando de paseo por El Soto, oí una serie de silbidos cortos y repetitivos que no identificaba con ninguna especie de ave, procedían de una chopera cercana. En poco tiempo descubrí que quien los emitía era una ardilla roja, que trepaba por el chopo tanto cabeza arriba como cabeza abajo y, seguramente, intentaba llamar la atención a otro individuo que se encontraba más abajo, al cual yo no llegaba a ver. Lo que no sabía era si esa serie de gritos eran persuasivos, es decir, para defender el territorio ante otra ardilla invasora o, simplemente, de alerta al haber descubierto mi presencia.

Hembra adulta de ardilla roja. "Trepaba por el chopo tanto cabeza arriba como cabeza abajo".

Busqué por la parte baja de los chopos y pronto descubrí el motivo de tal algarabía. Un cachorro de ardilla se escondía entre las ramas bajas y me miraba tranquilo, mientras la madre repetía una y otra vez los gritos de alarma. Es como si le estuviera diciendo: “sube ahora mismo hasta aquí, no te fíes de ese animal que, aunque parezca torpe, te puede matar”.
Hasta aquí todo normal, dentro de las leyes o costumbres animales aprendidas, donde las posibles presas alertan a sus semejantes sobre la presencia de un potencial depredador. Pero lo más curioso o anómalo, era que aquel cachorro no hacía caso a los gritos de la madre, al contrario, permanecía inmóvil observándome tranquilo, incluso, en uno de los momentos de más griterío materno, descendió aún más para mirarme directamente a los ojos. Durante esos instantes nuestras cabezas estaban a la misma altura.

Cachorro de ardilla roja. "Durante esos instantes nuestras cabezas estaban a la misma altura".

La madre conocía de lo que es capaz mi especie, pero el cachorro no, desconocía la irracional violencia humana hacia sus vecinos, una violencia que no es alimenticia, ni siquiera de supervivencia. Simplemente, una violencia destructiva cuyo único fundamento es la destrucción en sí misma.
Porque hay conductas en natura que, a primera vista, nos pueden parecer de violencia extrema, incluso, repulsivas, pero tienen su por qué. Cuando escasea la comida, el pollo mayor de águila imperial mata a su hermano menor en el nido para que sus padres lo ceben solo a él. Con esta conducta, que se conoce con el nombre de cainismo, el hermano mayor asegura su supervivencia. También, cuando un macho de león conquista el territorio de otro macho, lo primero que hace es matar a la camada de su rival, para que las hembras entren nuevamente en celo y para no malgastar energías en cachorros que tienen genes diferentes a los suyos.
Pero, aunque en la especie humana no se producen este tipo de conductas, se han generado otras nuevas que nada tienen que ver con la supervivencia. El mal llamado “instinto venatorio” es un claro ejemplo de lo dicho ¿Cuál es la finalidad de matar a un animal libre en el campo? En nuestra sociedad el cazador no cobra una presa para dar de comer a la familia. La alimentación de la prole no depende de lo que los progenitores maten o dejen de matar en el campo sino, más bien, del dinero que aporten con su trabajo. Entonces, el acto de matar a un animal de esta forma individualizada es más una diversión que un acto alimenticio. Hoy en día, para muchas personas, matar es una forma de ocio, se paga por matar, hasta el punto de que, en muchas ocasiones, se pueden llegar a pagar auténticas fortunas por cobrar una sola pieza. Lo que resulta contradictorio es que con tal cantidad de dinero se podrían alimentar varias familias durante varios años.
Todo esto se me pasaba por la cabeza durante los breves segundos en que la mirada del cachorro de ardilla coincidía con la mía a escasos metros de distancia. Así que me agaché hasta el suelo, cogí un pequeño palo y lo lancé a una rama cercana. Ante esta agresión, el cachorro subió raudo y ágil hacia donde se encontraba su madre y, juntos, se perdieron por las altas copas de los chopos cercanos.
Con esto, seguramente, la pequeña ardilla aprendió que la llamada de alerta de la madre era real y que, aunque yo parezca una persona inofensiva, mi especie no lo es.

En Arévalo, a uno de octubre de 2018.

Texto y fotos: Luis José Martín García-Sancho.

Publicado en la Llanura 114, en noviembre de 2018.

Hembra adulta de Ardilla roja. Nótense los largos penachos  de pelo en de las orejas.

Cachorro de Ardilla Roja. Aún no tiene los largos penachos de las orejas.

Restos de piñas de pino resinero  que han sido roídas por una ardilla, para sacar los piñones.



6 comentarios:

  1. Ahora conozco las ardillas.
    Perfecta descripcion,

    ResponderEliminar
  2. Muy Bueno Luis J.
    A pesar de ser más de 700 palabras lo he leído de un tirón y he bajado a la zona de comentarios directamente para felecitarte.

    ResponderEliminar
  3. Bonito relato, esquivas y cercanas a la vez pero cada vez que vemos una cerca de casa nos "embobamos" con ellas. Las carreteras las estan mermando, una pena.
    Sigue deleitandonos con tus escritos. Un abrazo :)

    ResponderEliminar
  4. Bonito relato, esquivas y cercanas a la vez pero cada vez que vemos una cerca de casa nos "embobamos" con ellas. Las carreteras las estan mermando, una pena.
    Sigue deleitandonos con tus escritos. Un abrazo :)

    ResponderEliminar