La ardilla roja es como un duende, se deja ver
cuando quiere. Es más cola que cuerpo. Un roedor arborícola que, a diferencia
de sus parientes ratas y ratones, no suele causar desagrado a los humanos, al
contrario, es raro que alguien se asuste de una ardilla.
Además, a este animal le tengo una especial
simpatía porque se podría decir que es el causante de mi afición por natura. El
hecho de ver montones de piñas roídas al pie de algunos pinos despertó en mí el
interés por la vida silvestre, aunque, imagino que esa curiosidad estaba
latente desde el principio de mi vida y este tipo de estímulos la despertaron.
Hace unos días, estando de paseo por El Soto,
oí una serie de silbidos cortos y repetitivos que no identificaba con ninguna
especie de ave, procedían de una chopera cercana. En poco tiempo descubrí que
quien los emitía era una ardilla roja, que trepaba por el chopo tanto cabeza
arriba como cabeza abajo y, seguramente, intentaba llamar la atención a otro
individuo que se encontraba más abajo, al cual yo no llegaba a ver. Lo que no
sabía era si esa serie de gritos eran persuasivos, es decir, para defender el
territorio ante otra ardilla invasora o, simplemente, de alerta al haber
descubierto mi presencia.
Hembra adulta de ardilla roja. "Trepaba por el chopo tanto cabeza arriba como cabeza abajo".
Busqué por la parte baja de los chopos y pronto
descubrí el motivo de tal algarabía. Un cachorro de ardilla se escondía entre
las ramas bajas y me miraba tranquilo, mientras la madre repetía una y otra vez
los gritos de alarma. Es como si le estuviera diciendo: “sube ahora mismo hasta
aquí, no te fíes de ese animal que, aunque parezca torpe, te puede matar”.
Hasta aquí todo normal, dentro de las leyes o
costumbres animales aprendidas, donde las posibles presas alertan a sus
semejantes sobre la presencia de un potencial depredador. Pero lo más curioso o
anómalo, era que aquel cachorro no hacía caso a los gritos de la madre, al contrario,
permanecía inmóvil observándome tranquilo, incluso, en uno de los momentos de
más griterío materno, descendió aún más para mirarme directamente a los ojos. Durante
esos instantes nuestras cabezas estaban a la misma altura.
Cachorro de ardilla roja. "Durante esos instantes nuestras cabezas estaban a la misma altura".
La madre conocía de lo que es capaz mi especie,
pero el cachorro no, desconocía la irracional violencia humana hacia sus
vecinos, una violencia que no es alimenticia, ni siquiera de supervivencia.
Simplemente, una violencia destructiva cuyo único fundamento es la destrucción
en sí misma.
Porque hay conductas en natura que, a primera
vista, nos pueden parecer de violencia extrema, incluso, repulsivas, pero tienen
su por qué. Cuando escasea la comida, el pollo mayor de águila imperial mata a
su hermano menor en el nido para que sus padres lo ceben solo a él. Con esta conducta,
que se conoce con el nombre de cainismo, el hermano mayor asegura su
supervivencia. También, cuando un macho de león conquista el territorio de otro
macho, lo primero que hace es matar a la camada de su rival, para que las
hembras entren nuevamente en celo y para no malgastar energías en cachorros que
tienen genes diferentes a los suyos.
Pero, aunque en la especie humana no se
producen este tipo de conductas, se han generado otras nuevas que nada tienen
que ver con la supervivencia. El mal llamado “instinto venatorio” es un claro
ejemplo de lo dicho ¿Cuál es la finalidad de matar a un animal libre en el
campo? En nuestra sociedad el cazador no cobra una presa para dar de comer a la
familia. La alimentación de la prole no depende de lo que los progenitores
maten o dejen de matar en el campo sino, más bien, del dinero que aporten con
su trabajo. Entonces, el acto de matar a un animal de esta forma
individualizada es más una diversión que un acto alimenticio. Hoy en día, para
muchas personas, matar es una forma de ocio, se paga por matar, hasta el punto
de que, en muchas ocasiones, se pueden llegar a pagar auténticas fortunas por
cobrar una sola pieza. Lo que resulta contradictorio es que con tal cantidad de
dinero se podrían alimentar varias familias durante varios años.
Todo esto se me pasaba por la cabeza durante
los breves segundos en que la mirada del cachorro de ardilla coincidía con la
mía a escasos metros de distancia. Así que me agaché hasta el suelo, cogí un
pequeño palo y lo lancé a una rama cercana. Ante esta agresión, el cachorro
subió raudo y ágil hacia donde se encontraba su madre y, juntos, se perdieron
por las altas copas de los chopos cercanos.
Con esto, seguramente, la pequeña ardilla
aprendió que la llamada de alerta de la madre era real y que, aunque yo parezca
una persona inofensiva, mi especie no lo es.
En Arévalo, a uno de octubre de 2018.
Texto y fotos: Luis José Martín García-Sancho.
Hembra adulta de Ardilla roja. Nótense los largos penachos de pelo en de las orejas.
Cachorro de Ardilla Roja. Aún no tiene los largos penachos de las orejas.
Ahora conozco las ardillas.
ResponderEliminarPerfecta descripcion,
Muy Bueno Luis J.
ResponderEliminarA pesar de ser más de 700 palabras lo he leído de un tirón y he bajado a la zona de comentarios directamente para felecitarte.
Gracias José Ángel.
ResponderEliminarBonito relato, esquivas y cercanas a la vez pero cada vez que vemos una cerca de casa nos "embobamos" con ellas. Las carreteras las estan mermando, una pena.
ResponderEliminarSigue deleitandonos con tus escritos. Un abrazo :)
Gracias por tus palabras.
EliminarBonito relato, esquivas y cercanas a la vez pero cada vez que vemos una cerca de casa nos "embobamos" con ellas. Las carreteras las estan mermando, una pena.
ResponderEliminarSigue deleitandonos con tus escritos. Un abrazo :)