Plaza de la Villa, Arévalo. Foto David Pascual Carpizo.
Soy de Arévalo.
Siempre lo he sido. Aquí nací en el 61 y aquí sigo.
Siempre lo he sido. Aquí nací en el 61 y aquí sigo.
Podría haber sido de cualquier parte pero soy
arevalense. Podría añadir el tópico de que lo digo con orgullo, el caso es que,
no sé bien que es, no sabría definirlo, pero sí siento algo especial al
reconocerme arevalense.
A veces me pregunto por qué me quedé en
Arévalo si podría ser de cualquier otro sitio a poco que me lo hubiera
propuesto, ¿qué me da Arévalo?, aunque quizás la pregunta debería ser, ¿qué le
doy yo?
Me gusta vivir en Arévalo. Recorrer sin prisa
sus calles. Contemplar sus monumentos. Pasear por sus campos, sus pinares y sus
ríos. Observar la naturaleza que nos rodea y aprender de todo lo que nos
muestra, siempre diferente.
Me gusta mi pueblo, admiro su patrimonio natural
y cultural, que es mucho y variado. Sé que comparto esta admiración con mucha
gente, amigos, conocidos y, también, desconocidos. Por eso, desde el respeto
que me produce aquello a lo que admiro, me causa rabia e impotencia contemplar
cómo se deteriora o, incluso, se pierde con lentitud pero con constancia una
buena parte del patrimonio arevalense.
Sé que hay a mucha gente que le molesta que
diga que la ruina se ha
institucionalizado en Arévalo. Incluso, me han dicho que hago un flaco
favor a mi pueblo con tal afirmación. Pero, paseo tras paseo, es lo que veo. En
más ocasiones de las que me gustaría reconocer, cuando un monumento empieza a
deteriorarse el único fin que le espera es la ruina. Triste, sí, doloroso,
también, pero terriblemente real. Y eso a pesar de los avisos que siempre unos
u otros dan o damos sobre su estado.
O me equivoco, o en Arévalo no existe ni un
Plan de Conservación del Patrimonio, ni un Catálogo Monumental en el que se
refleje el estado en el que se encuentran los principales edificios civiles y
religiosos de la localidad, o el conjunto de casas en barrios históricos, así
como las posibles intervenciones para impedir su deterioro, su ruina o su
pérdida.
Puente del cementerio. Foto Luis J. Martín
Tampoco en el aspecto natural, a pesar de que
la riqueza y variedad ecológica es patente en muchos enclaves de Arévalo. Pocos
pueblos castellanos tienen el escarpe de dos ríos con sus sotos ni están
rodeados de abiertas llanuras y extensos bosques habitados por especies
diversas y escasas. A pesar de esta riqueza y biodiversidad, ¿se protegen estos
valiosos enclaves?, no, al contrario, se urbanizan bosques y vías pecuarias, se
deterioran hasta que, prácticamente desaparecen. Los bellos escarpes de los
ríos, ¿se intentan reforestar allá donde la pendiente lo aconseje?, no, al
contrario, se “plantan” con todo tipo de desechos convirtiéndose en vertederos
lo que provoca, una y otra vez, peligrosos deslizamientos, incendios de ladera
o, en el mejor de los casos, desagradables panorámicas muy poco turísticas. Se
podría decir que el pueblo devora la naturaleza que le rodea, la aleja cada vez
más en lugar de acercarla. Lástima.
O me equivoco, o en Arévalo no existe un Plan
de Conservación de Espacios Naturales, ni un Catálogo Medioambiental en el que
se describan los principales lugares con un valor natural elevado y donde se refleje
el estado en el que se encuentran, así como las posibles intervenciones para
evitar su deterioro o pérdida. Medidas encaminadas a dotar a la ciudad de una
mejor calidad de vida.
El potencial de Arévalo es mucho pero de poco
sirve si nada se hace al respecto. Muchas veces da la impresión de que Arévalo
vive de espaldas a sus ríos, a sus pinares, a sus monumentos, a sus viejas
casas y plazas ¿Cuál será el futuro del casco histórico, seguirá abocado al
despoblamiento, al abandono, a la ruina? ¿Seguirán desapareciendo pinares como
el de Amaya, o la Malla como se le conocía popularmente? Hasta tenía su propio
dicho, recordad: “El que va a la Malla no falla” ¿Seguirá desapareciendo poco a
poco la Cañada? Su condición de vía pecuaria y, por tanto, de espacio público,
que a todos nos pertenece, de poco está sirviendo ¿Seguiremos dando la espalda
a los ríos?
Se pierden pinares, se ignoran ríos, se
ensucian laderas, se agrietan fachadas, se olvidan puentes, se hunden tejados…
Sí, soy de Arévalo, lo reconozco, siempre lo
he sido.
Soy
tan de Arévalo que, a veces, me duele.
Arévalo, enero de 2015
Luis José Martín García-Sancho.
Artículo publicado en el nº 69 de La Llanura de Arévalo.
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