Asombro.
Es lo que está experimentando el partido en el poder al darse
cuenta de que una mayoría absoluta no es un cheque en blanco para hacer y deshacer
a su antojo.
Impotencia.
Es lo que siente el partido en el poder al comprobar que los
que consideraban votantes incondicionales no lo eran tanto y se han acabado
cansando de tanta mamandurria.
Pataleta.
Es lo que le ha entrado a alguna dirigente mítica al comprobar
que el insulto y la descalificación continuos solo han servido de ayuda al insultado
y descalificado para obtener unos resultados mejores cuanto más vil y falso
fuera el insulto o la descalificación.
Duda.
Es lo que les ha entrado a aquellos que se pensaban que todo
lo hacían bien porque a ellos mismos y a sus amigos les iba bien.
Decepción.
Sentirán algunos dirigentes al darse cuenta de que la mentira,
a la larga, no es el camino correcto.
Llanto.
Tal vez alguna persona poderosa habrá comprendido el llanto
sincero del desahuciado, del parado… y se habrá humanizado, un poco, y habrá
experimentado que el llanto es realmente doloroso cuando la situación se
complica.
Rabia.
Es lo que tiene el partido en el poder porque una pandilla de
perroflautas les está haciendo preocuparse por su cómoda posición y ven como se
tambalea lo del coche oficial, las dietas, los desplazamientos pagados,
comisiones por asistir a actos oficiales en los que se duermen o se aburren,
asesores que les hacen el trabajo gordo, los discursos…
Miedo.
Es lo que tiene el partido en el poder de poder perderlo ante
una banda de radicales.
Para gente acomodada,
apoltronada en esto de la política o del poder, un radical es cualquier persona
que les puede hacer descender a la cruda realidad.
Arévalo, despues de las elecciones municipales de mayo de 2015.
Luis J. Martín.
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