Y como ya estaba harto de pagar siempre la cuenta de los
demás, decidió votar a los nuevos partidos.
Pero resulta que uno de esos nuevos dijo que jubilación a los
sesenta y una vez que entró en Europa dijo que no, que mejor a los 65. También
dijeron que darían una paga de 700 euros a todos, luego que no, que eso era
imposible. Hasta uno de los cabezas visibles de este nuevo partido se cansó de
tanta gaita y se mató, políticamente claro. Pero murió matando pues dijo que el
nuevo partido al que pertenecía se había convertido en más de lo mismo.
Otro de esos nuevos que parecía ser una marca blanca decidió
que si gobernaran subirían los impuestos más injustos, es decir los de primera
necesidad, esos que nos rascan el bolsillo los 365 días del año. Y, hablando de
regeneración política, decidieron que eso de regeneración era cosa de edad y no
de ideas, y propusieron una limpia de políticos con más de 35 años, cuando todos
conocemos a muchos viejos de 25 y a jóvenes de 85. Nada, que se lanzaron al
territorio nacional oliendo a añejo.
Entonces pensó que podría votar a los pequeños de siempre y de
nunca, los que son ninguneados por leyes electorales que favorecen a los
grandes. Los que van de limpios, de
legales, de incorruptibles, con corruptos en sus filas. Los que hacen pactos
imposibles, incluso anti natura, con explicaciones surrealistas. Otros que por
no pactar se convierten en caníbales y emulan a Cronos o se devoran a sí mismos
cuan uróboros.
Así que sólo quedan los grandes, los alternantes, los
bipolares. Los que dicen una cosa para ganar la elecciones y hacen la contraria
cuando ascienden a los cielos del poder. Los que ven la paja en el ojo ajeno y
no ven la viga en el propio, los hipócritas por tradición o por convicción, no
sabría diferenciar este punto. Que se venden al mejor postor aunque sea
perjudicando al bien común. Los que han gobernado siempre, o nunca, sacando
tajada para sí mismos, para los suyos, que no son los nuestros, vamos ni usted
ni yo, ni nuestros ascendientes o descendientes. Egoístas que, por estos días,
se ofrecen como altruistas y desinteresados. Son los de siempre, los que piden
un café y le ponen a la cuenta de la colectividad., a mi cuenta, a la de usted,
a la de todos los paganos (RAE: Pagano: Persona que paga, generalmente por
abuso, las cuentas o las culpas ajenas).
Pensó que estos últimos son los que siempre nos han hecho
pagar las cuentas de los demás que, por raro que parezca, esos “demás” son
siempre los mismos: una reducida élite económicamente privilegiada pero
empeñada en que sus cuentas las paguemos entre todos y las nuestras las
paguemos solo nosotros. Nos llaman hijos, amigos, hermanos y nos devoran
lentamente.
Así que dedujo que pasará lo de siempre, gane quien gane, nos
tocará pagar errores ajenos. Y sin saber bien porqué se le vino a la cabeza el
cuadro de Goya “Saturno devorando a sus hijos”.
Y como ya estaba harto de pagar siempre las cuentas de los
demás, no supo a quién votar.
En Arévalo, a 18 de mayo de 2015
Luis José Martín García-Sancho
Muy buena reflexión
ResponderEliminarSi señor, muy gráfico ¡¡¡¡ y...como se sale de esta?
ResponderEliminarQue pensamientos mas claros y transparentes tienes. Son la pura realidad.
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